¿UNA AVENTURA?

Colin se deslizó tronco abajo y permaneció un momento al pie del árbol, oteando prudentemente a su alrededor. No se veía un alma por ninguna parte. El hombre misterioso había desaparecido como por encanto.

«Correré todo lo que pueda —se dijo Colin—. Confío en que no ocurrirá nada malo».

Echó a correr. Nadie se interpuso en su camino; nadie le llamó. Se sintió un tanto avergonzado al llegar al campo abierto y ver que unas pacíficas vacas le miraban con una expresión de asombro.

Ya más tranquilo, continuó la marcha hacía la finca de Peter y Janet. Tenía la esperanza de que todavía se hallaran los miembros del club en el cobertizo, quitándose el disfraz y la pintura de la cara. La puerta estaba cerrada como de costumbre, ostentando las tres grandes letras C. S. S. pintadas de verde. Se oía rumor de voces en el interior.

Colin llamó. Luego dijo:

—¡Ya estoy aquí! ¡Abrid la puerta!

Los rumores cesaron y la puerta permanecía cerrada. Colin, impaciente, volvió a llamar.

—¡No gastéis bromas! ¡Ya sabéis que soy yo!

Sin embargo la puerta no se abría. Entonces Colin cayó en la cuenta de que tenía que decir el santo y seña. Pero ¿cómo, si en aquel momento no se acordaba? Afortunadamente, vio por la ventana un gorro de plumas de piel roja, y en seguida se hizo la luz en su cerebro.

—¡«Indios»! —gritó.

La puerta se abrió en el acto y apareció el semblante enfurecido de Peter.

—¡Qué modo de vociferar! Ahora toda la comarca conocerá nuestra contraseña. Tendremos que pensar otra.

Cuando Colin hubo entrado, siguió reprendiéndole.

—¿Dónde te has metido? Te hemos llamado a grandes voces, y tú sin contestar.

—Ya lo sé. Os oí perfectamente —dijo Colin—. Ante todo, he de pediros perdón por haber dado el santo y seña a voz en grito; lo he hecho sin darme cuenta. Y ahora oíd una noticia, una gran noticia.

Todos suspendieron en el acto la tarea de limpiarse la cara y fijaron en él una mirada interrogadora.

Colin empezó a explicar:

—¿Os acordáis de cuando Peter se puso en pie y dijo que había visto un hombre escondido en una retama? Pues bien, entonces yo estaba cerca de vosotros. Y, para más detalles, en la copa de un árbol.

—¡Eso es trampa! —dijo Jorge, indignado—. ¡Eso no se puede hacer cuando se juega a indios!

—¿Quién lo ha dicho? —exclamó Colin—. No creo que los pieles rojas tengan ninguna ley que les prohíba subirse a los árboles. Son tan buenos trepadores como seguidores de rastros. En fin, lo importante es que yo estaba en la copa de un árbol, y que el hombre que huía de Peter vino corriendo a este mismo árbol y trepó por él. Aunque os parezca mentira, así fue.

—¡Ah! ¿Sí? —exclamó Jorge—. ¿Y tú qué hiciste?

—Nada —dijo Colin—. Él no llegó hasta donde yo estaba. Como no me vio, me quedé quieto y sin hacer el menor ruido. Por eso no pude contestar a vuestras llamadas. Yo había visto al hombre antes de que lo viera Peter. Estaba a caballo sobre el muro de «Milton Manor». Después saltó al suelo, corrió hacia el bosque y desapareció en la espesura.

—¿Y qué más? —preguntó ávidamente Janet.

—Cuando todos os fuisteis, el hombre bajó del árbol y desapareció. Entonces, también yo me dejé caer por el tronco y me vine hacia aquí. Os confieso que todavía no se me ha pasado el susto.

—¿Qué habrá hecho ese individuo en «Milton Manor»? —preguntóse Jack—. ¿Qué aspecto tenía?

—¡Ojalá hubiese podido verle la cara! —repuso Colin—. Lo único que le vi fue el pelo y las orejas, y eso, desde arriba. ¿Le viste tú mejor, Peter?

—Sí, lo vi perfectamente. Pero su cara es tan vulgar, que no recuerdo ningún rasgo de ella. Rostro afeitado, pelo oscuro… Pero todo vulgar como os he dicho.

—Seguramente nunca le volveremos a ver —dijo Bárbara—. Esta aventura se nos ha escapado. Jamás sabremos qué hacía ese hombre en «Milton Manor».

—Lo cierto es que nos ha echado a perder el juego —se lamentó Pamela—. Aunque la verdad es que no creo que hubiéramos encontrado a Colin, estando, como estaba, en la copa de un árbol. Debemos prohibir subirse a los árboles cuando juguemos a indios.

—¿Cuándo volveremos a reunimos y cuál será la contraseña? —preguntó Janet.

—Nos reuniremos el miércoles por la tarde —repuso Peter—. Pero estad alerta entre tanto, no sea cosa que se nos vaya a escapar otra aventura. Es una pena que no hayamos podido capturar a ese hombre o, al menos, averiguar algo de él. Estoy seguro de que no hacía nada bueno en «Milton Manor».

—¿Cuál será el nuevo santo y seña? —volvió a preguntar Janet.

—«Aventura» —dijo Peter—, ya que se nos acaba de escapar una. Así estaremos más atentos en lo sucesivo.

Seguidamente se fue cada cual a su casa. A excepción de Colín, ningún miembro del club volvió a pensar en el extraño visitante de «Milton Manor». Pero al anochecer todos se acordaron de aquel hombre. Esto ocurrió cuando la radio dio la siguiente noticia:

«Esta tarde se ha realizado en «Milton Manor» un importante robo. Ha desaparecido el collar de perlas de lady Lucy Thomas, que es único en su clase. Nadie vio al ladrón, y éste pudo desaparecer sin dejar rastro».

Peter y Janet saltaron en sus asientos.

—¡El ladrón es el hombre que yo vi! —exclamó Peter—. ¡Me apuesto lo que quieras! ¡Hay que convocar una reunión urgente, Janet! Desde luego, se trata de una aventura, y no se nos escapará.