En el recinto de las mercancías

Apareció una señal de niebla justamente donde la banda quería que el tren se detuviese. ¡Bang…!

Inmediatamente, se paró la locomotora, y los vagones que iban detrás chocaron unos con otros con férreo repiqueteo. Zeb, Larry y otros cuatro hombres conversaban junto al tren apresuradamente. Los chicos podían oír la conversación perfectamente.

—Le diremos que están en la vía muerta. Nos fingiremos sorprendidos de verles aquí. Larry, tú le dices que es mejor que se quede en esta vía hasta que se aclare la niebla y reciba la orden de volver. Llevadle a aquel cobertizo y dadle té o cualquier cosa caliente. Y tenedlo allí hasta que terminemos el trabajo.

Los otros asintieron. Peter susurró a Jack: —Van a decir al maquinista que se ha salido de la vía principal por equivocación del que maneja las palancas de los cambios. Luego le llevarán al cobertizo y me figuro que al guarda y al fogonero también. No habrá lucha, y eso es una buena cosa.

—¡Sss! —dijo Jack—. Mira, el maquinista baja del tren. Al parecer, se siente perdido: no sabe donde está.

—¡Eh, maquinista: estás en la vía muerta! —le gritó Larry, mientras corría hacia la locomotora, llevando en una mano un farol que se balanceaba—. Debiste seguir por la línea principal para pasar por la estación.

—Cierto —dijo el maquinista, perplejo—. Sin duda, ha habido alguna equivocación en los cambios. ¿Estoy seguro aquí, compañero?

—¡Completamente! —le animó Larry—. ¡No te preocupes! Estás en un recinto de mercancías fuera de las vías principales. Pero lo mejor es que no os mováis hasta recibir órdenes. Esta niebla es terrible.

—¡Menos mal que he ido a parar a buen sitio! —dijo el maquinista. Y llamó al fogonero, que estaba en la cabina—. ¡Eh, Fred! Estamos en un patio de mercancías, ¿qué te parece?

Fred no sabía qué pensar. Creía que aquello era muy extraño. En este momento el guarda, procedente del vagón de cola, se unió a la conversación. Él también creía que la cosa era muy extraña.

—Alguien ha armado un verdadero lío con los cambios de vía —gruñó—. Ahora nos tendremos que quedar aquí toda la noche, y mi mujer me espera para cenar.

—Pero podrás estar en casa para tomar el desayuno si aclara la niebla —dijo el maquinista para consolarle.

Pero el guarda no se dejó convencer: estaba muy preocupado, tanto como el fogonero.

—Bueno, compañeros: venid al cobertizo —dijo Larry—. Hay un hornillo de aceite. Lo encenderemos y tomaremos una taza de algo caliente. Y no os preocupéis de telefonear pidiendo órdenes: yo me encargaré de eso.

—¿Y quién eres tú? —le preguntó el afligido guarda.

—Pues el encargado de este recinto de mercancías —mintió Larry—. No os preocupéis, amigos. Es una bendición para vosotros que os hayáis desviado por esta vía muerta. Apuesto a que la orden que recibiréis será que paséis aquí la noche. Tendré que encontrar en alguna parte una litera para vosotros.

Todos entraron en el cobertizo. Pronto apareció un resplandor en la ventana. Osadamente, Peter echó una ojeada y vio a los cuatro hombres alrededor de un hornillo de aceite sobre el que había un recipiente para hervir el agua del té.

Entonces los acontecimientos se sucedieron velozmente. Zeb desapareció a lo largo de la vía muerta en busca del vagón cubierto con la lona de las señales blancas. Cuando volvió, informó a los demás que era el séptimo vagón.

—Pondremos el camión en marcha y lo llevaremos junto al vagón —dijo—. Afortunadamente, el vagón está en la entrada del recinto de las mercancías, de modo que no habrá que ir cargados mucho trecho con el material. Es una buena cosa, porque es muy pesado.

El camión se puso en marcha y atravesó cautelosamente el recinto hasta el final. Allí se detuvo, sin duda junto al séptimo vagón. Los cuatro chicos se acercaron furtivamente a través de la niebla y durante uno o dos minutos observaron lo que ocurría allí.

Los hombres estaban levantando la lona a la luz de una linterna de ferrocarril. La quitaron rápidamente. Jack pudo ver la pintura blanca con que estaba marcada una de sus esquinas.

Después empezaron a dar tirones con todas sus fuerzas. Los hombres jadeaban al sacar las mercancías del vagón. ¿Qué era lo que descargaban? Los chicos no lo podían ver.

—Planchas de estaño, creo yo —susurró Colín—. Peter, ¿cuándo vamos a telefonear a la policía? ¿No crees que sería mejor que lo hiciéramos ahora mismo?

—Sí —contestó Peter—. Vamos. Hay un teléfono en aquella caseta de ladrillo. Esta tarde me fijé en los cables del teléfono, pues llegan hasta la chimenea. Una de las ventanas está entreabierta. Entraremos por ella. ¿Dónde está Scamper? ¡Ah!, ¿estás aquí? Bueno, amiguito, nada de hacer ruido, ¿estamos?

Scamper se estaba portando a las mil maravillas. Ni un ladrido ni el más leve aullido habían salido de su boca, a pesar de su extrañeza ante los acontecimientos de aquel anochecer. Trotaba detrás de los talones de Peter cuando los cuatro chicos se fueron al teléfono.

Para llegar a la caseta tenían que pasar junto al camión. Cerca de él, Peter se detuvo, quedó inmóvil como un muerto y aguzó el oído. No había nadie en el camión. Los hombres seguían descargando el vagón. Ante el asombro de sus tres compañeros, Peter saltó al asiento del conductor y bajó de nuevo.

—¿Pero qué haces? —susurró Jack.

—He cogido la llave de contacto —repuso, excitado, Peter—. ¡Así no podrán poner en marcha el camión!

—¡Oh! —exclamaron sus tres amigos, admirando su rapidez y su agudeza—. ¡Eres de lo más fino, Peter!

Se fueron a la casita de ladrillo. La puerta estaba cerrada, pero, como había dicho Peter, había una ventana entreabierta. Fue fácil entrar por ella.

Peter saltó al interior y paseó rápidamente por la pieza la luz de la linterna en busca del teléfono. ¡Sí, allí estaba! ¡Estupendo!

Apagó la linterna y descolgó el auricular. Oyó la voz de la central.

—¿Número, por favor?

—¡Con la jefatura de policía, pronto! —dijo Peter.

Dos segundos después se oía una nueva voz.

—Aquí la jefatura de Policía.

—El inspector, ¿tiene la bondad? —preguntó Peter en tono apremiante—. Por favor, dígale que soy Peter y que quiero hablar con él inmediatamente.

El recado fue transmitido al inspector, que casualmente estaba en aquella misma habitación. Inmediatamente fue al teléfono.

—Sí, yo soy… ¿Qué Peter? ¡Ah, Peter!, ¿eres tú? ¿Qué pasa?

Peter se lo explicó brevemente.

—Ahora no le puedo dar todos los detalles, pero el tren de mercancías de las 6 y 2 ha sido desviado de la línea principal al ramal que está cerca de Kepley, el que pasa por el recinto de las mercancías. Y hay una banda de hombres descargando estaño de uno de los vagones y trasladándolo a un camión. Creo que un hombre llamado Carlitos el Descarado está al mando de todo.

—¡Carlitos el Descarado! Carli… ¿Cómo sabes el nombre de ese individuo? —gritó el inspector, lleno de asombro—. Está bien; no pierdas tiempo contándomelo ahora. Mandaré a mis agentes en seguida. Vigiladles y tened cuidado. Esa banda es peligrosa. ¡Carlitos el Descarado! ¡Es increíble!