Por fin, llega la tarde del martes

A la mañana siguiente hubo reunión para preparar el trabajo del martes. Era un clásico día de noviembre. Una ligera neblina lo envolvía todo.

—Mi padre dice que habrá niebla hoy mismo —anunció Peter—. Si es así, esos tipos estarán de suerte el martes. No creo que el maquinista pueda ver que su tren entra en una vía muerta cuando lo manden allí. No le será posible ver nada.

—Me gustaría que el martes fuera mañana —dijo Jack—. Sussy sabe que tenemos algo entre manos, y ella y los Cinco Célebres se mueren de ganas de saber qué es. Se pondrá hecha una fiera cuando se entere de que fue su estúpida broma la que nos condujo a todo esto.

—Sí. Yo creo que este golpe será el final de los Cinco Célebres —dijo Colín—. Oye, Peter: he conseguido un mapa de ferrocarriles. Es de mi padre. Marca las líneas de Petlington, las bifurcaciones y todo lo demás. Jack, ¿crees que sería un mapa como éste el que Zeb, Larry y el otro hombre miraban en el «Henar del Tigre»?

—Sí, podría ser —dijo Jack—. Apostaría a que estos tipos han hecho esta misma operación otras veces. Conocen los ferrocarriles al dedillo. ¡Ah, qué ganas tengo que llegue el martes!

Por fin llegó el martes. Ninguno de los Siete Secretos pudo cumplir en el colegio aquel día. No podían dejar de pensar en la noche que se avecinaba.

Aquella mañana, Peter miró por la ventana cien veces.

«Papá tenía razón —pensaba—. La niebla ha aparecido, una verdadera niebla de noviembre. Y esta noche será tan densa que se harán señales de niebla en las vías. Las oiremos».

Los cuatro niños habían quedado en reunirse después de la merienda. Los acompañaría Scamper. Peter pensó que sería conveniente llevarle con ellos para el caso de que algo fuera mal.

Todos tenían linterna. Peter palpó su bolsillo para ver si llevaba cuatro peniques para telefonear a la policía cuando llegara el momento. Sintió un escalofrío de excitación.

Estuvo a punto de no poder ir a reunirse con los demás, porque su madre le vio cuando se ponía el abrigo y sintió gran inquietud al pensar que iba a salir con aquella niebla.

—Te perderás —dijo—. No puedo consentir que salgas.

—Tengo que reunirme con los otros —dijo Peter, desesperado—. ¡Tengo que ir, mamá!

—No, de ningún modo puedo dejarte marchar —dijo la madre—. Bueno, a menos que te lleves a Scamper. El sabrá volver a casa si tú te desorientas.

—¡Oh, desde luego que me llevo a Scamper! —dijo Peter, agradecido.

Y salió inmediatamente a todo correr, con Scamper pisándole los talones. Se encontró con los demás en la puerta y se fueron todos juntos.

La espesa niebla flotaba alrededor de los muchachos, que a duras penas conseguían atravesarla con la luz de sus linternas. Entonces oyeron el «¡bang! ¡bang!» de las señales de la niebla en los raíles del tren.

—Apuesto a que Zeb y sus compañeros están encantados con esta niebla —dijo Colín—. Mirad. Ahí está la valla que corre junto a la vía. Si no nos separamos de ella, no nos perderemos.

Llegaron al recinto de las mercancías aproximadamente a las seis menos cinco, y entraron cautelosamente por una de las puertas, pues estaban abiertas. Todos los chicos calzaban zapatos de suela de goma, y apagaron con cuidado las linternas al entrar en el recinto silenciosamente.

Oyeron el ruido del motor de un camión, y se quedaron inmóviles. Hasta ellos llegaban voces. Pronto distinguieron la luz de una linterna sostenida por un hombre.

—¡La banda ha llegado, y también la camioneta enviada por Carlitos el Descarado! —susurró Jack—. Mirad hacia allí. ¡Apuesto a que la camioneta lleva el nombre de Hammond o de Dalling!

—¡El golpe era para este martes! —exclamó Colín, con un suspiro de alivio. ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

Más señales de niebla. Los chicos sabían cuándo llegaban los trenes por la cercana línea principal, por las repentinas explosiones de las señales de niebla, cuya finalidad era que los maquinistas pudiesen ver los discos, o comprendieran que tenían que ir más despacio.

—¿Qué hora es? —susurró Jorge.

—Ahora son alrededor de las seis y media —le contestó Peter—. El tren de las seis y dos se habrá retrasado a causa de la niebla. Puede llegar de un momento a otro, pero también es posible que llegue muy tarde.

¡Bang! Otra señal, lanzada a los pocos minutos. Los chicos se preguntaban si habría ido a parar entre las ruedas del último tren de mercancías.

Efectivamente. El maquinista sacó la cabeza y miró el disco. Brillaba el color verde. Podía seguir adelante. Siguió, lentamente, sin tener la menor idea de que iba por la vía muerta. Larry estaba en la bifurcación, protegido por la oscuridad y la niebla, y, sigilosamente, había desviado el tren.

El mercancías se había apartado de la línea principal. Aquella noche no pasaría por la estación, sino que iría a meterse en el pequeño recinto de las mercancías, donde varios hombres lo esperaban en silencio. Larry volvió a poner las palancas como estaban antes. Así el tren siguiente seguiría su marcha por la línea principal. Y Larry echó a correr en pos del tren que iba lentamente por la vía muerta.

—¡Ya viene! ¡Lo oigo! —susurró Peter, asiendo a Jack por el brazo—. Vamos junto a aquel cobertizo. Podremos verlo todo sin que nos vean. ¡Hala! ¡Vamos!

¡Chac, chac, chao…! El tren de mercancías se acercaba. El disco rojo de un farol taladró la niebla. ¿Qué iba a pasar?