Pasó otro día y llegó el sábado. Se convocó una nueva reunión para aquella mañana, pero nadie tenía mucho que decir. Fue, en verdad, una reunión bastante aburrida comparada con la emocionante reunión anterior. Los Siete estaban sentados en el interior del cobertizo, comiendo pastas, que les había dado la madre de Jack, y Scamper, como siempre, vigilaba junto a la puerta.
Llovía. Los Siete miraron al exterior desalentados.
—No se puede ir a dar un paseo, ni jugar un partido de fútbol —dijo Peter—. Quedémonos aquí, en el cobertizo, y juguemos a algo.
—Ve a buscar tu tren de cuerda, Peter —dijo Janet—. Yo traeré el juego de la granja. Montaremos las vías en medio de los árboles de juguete y de las construcciones de la granja. Así formaremos un campo que parecerá de verdad. Hay montones de cosas en el juego de la granja. Es el mayor y más bonito que he visto. Ve c buscarlo. Nosotras lo montaremos, y los chicos se encargarán de los trenes.
—Es un juego formidable para una mañana lluviosa como ésta —dijo Jack, entusiasmado—. El otro día, cuando Jorge vino a tomar el té conmigo, me habría gustado ayudar a Jeff a montar su estupendo tren eléctrico, pero era el invitado de Sussy, y ella por nada del mundo me hubiera dejado mezclarme en sus cosas. Por cierto, Peter, que sospecha que tenemos algún asunto entre manos. No para de darme la lata para que le diga si aquella noche pasó algo en el «Henar del Tigre».
—Pues tú le dices que se calle, y asunto concluido —dijo Peter—. Scamper, ya no necesitas vigilar la puerta. Ven; puedes estar con nosotros, viejo amigo. La reunión ha terminado.
Scamper se alegró visiblemente. Corrió alrededor de todos, moviendo la cola. Peter trajo su tren de cuerda, y Janet y Pamela fueron a buscar el juego de la granja. Este juego tenía de todo, desde animales y campesinos, hasta árboles, vallas, pesebres y cuadras.
Todos se pusieron a montar los dos juegos. Los chicos enlazaban las vías, y las chicas formaban un paisaje campestre con árboles, vallas, animales y las dependencias de la granja. Era un juego realmente entretenido.
De pronto, Peter miró a (a ventana. Había percibido un movimiento en ella. Vio una cara que miraba hacia dentro, y se levantó lanzando tal alarido, que sobresaltó y alarmó a todos.
—Es Jeff —gritó—. ¿Nos estará espiando por encargo de los Cinco Célebres? ¡Corre tras él, Scamper, corre!
Pero Jeff se había dado a la fuga. Además, aunque Scamper lo hubiera alcanzado, no habría pasado nada, porque el «spaniel» conocía bien a Jeff y le quería.
—No importa que Jeff mire —dijo Janet—. Todo lo que verá es que estamos jugando pacíficamente. Dejadle que nos mire desde ahí fuera, bajo la lluvia.
Las vías del tren quedaron al fin colocadas. Las tres magníficas locomotoras de cuerda fueron enganchadas a sus vagones. Dos eran trenes de pasajeros, y el otro de mercancías.
—Yo manejaré un tren y tú otro, Colín. Tú, Jack, puedes encargarte del tercero —dijo Peter—. Tú, Janet, da las señales. Esto lo haces muy bien. Y tú, Jorge, encárgate de los cambios de vías. No tiene que haber accidentes. Siempre podrás desviar un tren a otra línea, si crees que puede chocar con otro.
—Muy bien. Yo me encargaré de los cambios —dijo Jorge, satisfecho—. Me gusta hacerlo. Me encanta desviar un tren de la vía principal a una bifurcación.
Dieron cuerda a las locomotoras y las pusieron en marcha. Éstas avanzaron sobre el suelo con rapidez, y Jorge las desvió hábilmente de una línea a otra cuando le parecía que podía haber un accidente.
De pronto, en mitad del juego, Janet se irguió y exclamó: —¡Ya está! Todos la miraron.
—¿Qué pasa? —dijo Peter—. ¿Qué es lo que ya está? ¿Por qué me miras así?
—¡Cambios! —dijo Janet, emocionada—. ¡Cambios! —y agitó la mano, señalando adonde estaba sentado Jorge, manejando los cambios de vías y desviando los trenes de una línea a otra—. ¡Oh, Peter, no seas tan tonto! ¿No te acuerdas? Aquellos hombres del «Henar del Tigre» hablaban de cambios. Jack dijo que no cesaban de hablar de ellos. Apuesto a que se referían a los cambios de alguna línea de ferrocarril.
Hubo un corto silencio. Luego todos se pusieron a hablar a la vez.
—¡Sí! ¡Podría ser! ¿Cómo no se nos habrá ocurrido antes? ¡Desde luego! ¡Cambios de vías!
Inmediatamente se interrumpió el juego y empezó una seria discusión.
—¿Qué utilidad pueden tener para ellos los cambios de vías? Sin duda, la de desviar un tren a otro ramal.
—Sí, un tren que transporte algo que quieran robar: el estaño.
—Por lo tanto, ha de ser un tren de mercancías. Uno de los vagones llevará el estaño que quieren robar.
—¿Y la lona? ¿Sin duda, cubrirá la carga? ¿No os acordáis de que tenía que llevar una señal blanca en una esquina, de modo que ellos la vieran fácilmente?
—¡Sí! Así no tendrán que perder tiempo mirando todos los vagones para ver cuál es el que les interesa. Las mercancías tienen treinta o cuarenta vagones. Las marcas blancas en la lona les indicarán inmediatamente cuál es el vagón que buscan.
—¡Guau! —ladró Scamper, participando de la excitación general.
Peter se volvió hacia él.
—¡Eh, Scamper! ¡En guardia otra vez junto a la puerta, amigo mío! ¡La reunión ha empezado de nuevo! ¡En guardia!
Scamper se fue a vigilar. Los Siete Secretos se agruparon estrechamente con repentina excitación. ¡Pensar que una sola palabra había disparado sus cerebros de aquel modo y les había puesto de pronto sobre la verdadera pista!
—¡Eres lista de verdad, Janet! —dijo Jack, y la cara de Janet se iluminó.
—¡Oh!, cualquiera podía haber pensado en ello —dijo—. Sólo fue que se encendió una luz en mi cabeza cuando no parabais de hablar de cambios. ¡Oh, Peter! ¿Dónde crees que estarán esos cambios de vías?
Peter reflexionaba sobre otras cosas.
—Estaba pensando —dijo, brillándole los ojos— en los números que aquellos hombres repetían… Seis-dos, siete-diez. ¿No podrían referirse al horario de los trenes?
—¡Oh, sí! ¡Como cuando papá va a tomar el tren de las seis treinta para venir a casa, o el de las siete doce! —gritó Pamela—. Seis-dos… Tiene que haber algún tren que salga de algún sitio o llegue a alguna parte a esa hora.
—Y desean poder operar en una noche oscura, con niebla o neblina, porque entonces les sería fácil desviar el tren a una bifurcación —dijo Jack—. Una noche con niebla sería una gran cosa para ellos. Al maquinista le sería imposible ver que el tren se desviaba a una línea equivocada. Seguiría adelante hasta que le hicieran una señal. Y allí estarían los malhechores preparados para coger el estaño del vagón marcado…
—Y se encargarían de que no les molestara el sorprendido maquinista, el fogonero ni el guarda —dijo Colín.
A esto siguió un silencio. De pronto, los Siete se habían dado cuenta de que sólo una banda numerosa podía haber organizado aquel extraordinario robo.
—Creo que deberíamos decírselo a alguien —dijo Pamela.
Peter movió la cabeza.
—No. Descubramos algo más si podemos. ¡Y estoy seguro de que podremos! Debemos consultar un horario de trenes y ver si hay alguno que llegue a algún sitio a las 6-2, es decir a las seis y dos minutos.
—Eso no servirá para nada —dijo inmediatamente Jack—. Los trenes de mercancías no están en los horarios de ferrocarriles.
—¡Es verdad! Se me había olvidado —dijo Peter—. Bueno, ¿qué os parece si uno o dos de nosotros fuéramos a la estación a hacer unas cuantas preguntas sobre trenes de mercancías para enterarnos de las horas a que llegan y de donde vienen? Sabemos que las Compañías de Dalling y Hammond están… ¿Dónde…? En Petlington, ¿no es así?
—Sí —dijo Janet—. Es una buena idea ir a la estación, Peter. Ya no llueve. ¿Por qué no vais ahora?
—Iré —dijo Peter—. Tú vienes conmigo, Colín. Jack y Jorge ya han pasado sus ratos de emoción. En cambio, tú no has pasado ninguno. Por eso te vienes conmigo.
Los dos chicos se fueron, entusiasmados. ¡Ahora sí que estaban sobre la pista!
Peter y Colín llegaron a la estación justamente cuando entraba un tren. Lo observaron. En la plataforma iban dos mozos y un hombre vestido con un mono azul que se caía de sucio. Este hombre había estado trabajando en la vía y, cuando llegó el tren chirriando, había saltado a la plataforma.
Los tres bajaron al andén. Cuando el tren se hubo marchado, los dos chicos se acercaron a ellos y Peter preguntó a uno de los mozos:
—¿Va a pasar algún tren de mercancías? Nos encanta verlos.
—Dentro de quince minutos llega uno —dijo el mozo.
—¿Es muy largo? —preguntó Colín—. Una vez conté cuarenta y siete vagones tirados por una locomotora.
—El más largo viene al anochecer —dijo el mozo—. ¿Cuántos vagones suele traer, Zeb?
El hombre que llevaba el mono sucio se frotó la cara con su grasienta mano y se echó la gorra hacia atrás.
—Pues… de treinta a cuarenta… Eso depende.
Los chicos se miraron. ¡Zeb! ¡El mozo había llamado a aquel hombre Zeb! ¿Sería el mismo Zeb que se había reunido con los otros dos hombres en el «Henar del Tigre»?
Le miraron. Ciertamente, no había mucho que mirar. Un hombre pequeño, delgado, de cara escuálida, muy sucio y con el pelo demasiado largo. ¡Zeb! Era un nombre tan poco corriente que Peter y Colín estaban seguros de hallarse ante el Zeb que había estado allá arriba, en el viejo caserón.
—¿Y a qué hora llega ese tren de mercancías? —preguntó Peter, recobrando el uso de la palabra.
—Pues alrededor de las seis, dos veces por semana —dijo Zeb—. A las seis y dos, debe llegar aquí, pero a veces se retrasa.
—¿Y de dónde viene? —preguntó Colín.
—De muchos sitios —repuso Zeb—. Turleigh, Idlesston, Hayley, Garton, Petlington…
—¡Petlington! —exclamó Colín sin poder contenerse. Era el lugar donde estaban las compañías Hammond y Dalling. Peter le dirigió una mirada de reproche y Colín se apresuró a remediar su imprudencia.
—Petlington. Bien, siga usted. ¿Por dónde más pasa? —dijo.
El hombre les dio otra serie de nombres, y los chicos escucharon. Pero ya se habían enterado de muchas de las cosas que querían saber.
El tren de las seis y dos era un tren de mercancías que pasaba dos veces por semana, y Petlington era uno de los sitios en que se detenía. Probablemente, allí se le añadían uno o dos vagones de estaño de Hammond y Dalling. ¿Cañerías de estaño? ¿Planchas de estaño? Los chicos no tenían de esto la menor idea, pero era un detalle que no importaba demasiado. De todas formas, era estaño, valioso estaño: ¡de esto estaban seguros! Estaño que enviaba Carlitos el Descarado.
—Esta mañana hemos estado jugando con mi tren de juguete —dijo Peter, discurriendo de improviso un modo de hacer preguntas sobre cambios y bifurcaciones—. Es un tren estupendo, tiene cambios para desviar los trenes de una línea a otra. También estos cambios son estupendos, tanto como los de verdad.
—¡Ah, si quieres saber algo de cambios, pregunta a mi compañero! —dijo Zeb—. Se pasa el día haciéndolos funcionar para desviar los trenes de mercancías de una línea a otra. Porque es muy corriente que un tren haya de tomar otra vía en las bifurcaciones.
—Y el tren de las seis y dos ¿se desvía o sigue su camino por la vía principal? —preguntó Peter.
—Sigue por la vía principal —dijo Zeb—. Larry solamente desvía los trenes de mercancías que se tienen que descargar cerca de aquí. El de las seis y dos va directo hasta Swindon. Lo podréis ver si venís a la tarde.
Peter había mirado a Colín para ver si se había dado cuenta del nombre del compañero de Zeb. ¡Larry! ¡Zeb y Larry! ¡Qué golpe de suerte tan fenomenal! Colín hizo un guiño a Peter. ¡Sí, se había dado perfecta cuenta! Tenía los nervios en tensión.
—Me gustaría ver a Larry manejar los cambios —dijo Peter—. Tiene que ser muy divertido. Supongo que estas palancas serán muy diferentes de las del tren de juguete que tengo en casa.
Zeb se echó a reír.
—Desde luego. Las nuestras son bastante más pesadas. Escuchad: ¿queréis venir conmigo por la vía? Os enseñaré algunas de las palancas que hacen que un tren se desvíe en una bifurcación. Están a cosa de una milla de distancia de aquí.
Peter echó una ojeada al reloj. Llegaría muy tarde a comer, pero aquello era verdaderamente importante. Una ocasión única. Tenía la posibilidad de ver los mismos cambios que Larry manejaría una noche oscura y de niebla.
—Vigila a los chicos, no sea cosa que los coja un tren —advirtió el mozo a Zeb, cuando éste se llevó a los dos muchachos a lo largo de la vía.
Éstos le miraron con el ceño fruncido. ¡Como que ellos no se iban a dar cuenta si venía algún tren!
La caminata les pareció muy larga. Zeb tenía que hacer un trabajo no muy lejos de los cambios. Dejó sus herramientas junto a la vía que tenía que reparar, y llevó a los chicos a un cruce de vías. Les explicó cómo funcionaban los cambios.
—Para esta línea hay que mover esta palanca, ¿veis? Mirad cómo los raíles van a juntarse con los de aquella otra línea. Así hacen que el tren deje esta vía y pase a aquélla.
Colín y Peter movieron las palancas ellos mismos. Tuvieron que hacer un gran esfuerzo.
—¿Pasa el de las seis y dos por esta línea? —preguntó Peter en el tono más inocente.
—Sí, pero sigue por su vía sin desviarse a ningún lado —repuso Zeb—. Nunca trae mercancías para este distrito. Continúa hasta Swindon. ¡Bueno, ahora que no se os ocurra venir a jugar con las vías! ¡Si lo hacéis, tendréis que entenderos con la policía!
—No, no lo haremos —prometieron los dos chicos.
—Bien, tengo que continuar mi tarea —dijo Zeb, que no parecía tener muchas ganas de trabajar—. ¡Hasta más ver! Espero haberos dicho lo que queríais saber.
Ciertamente que les había dicho lo que querían saber, y más, mucho más de lo que él se imaginaba. Colín y Peter no podían creer en la gran suerte que habían tenido. Caminaron junto a la vía y, de pronto, se detuvieron.
—Deberíamos ir a explorar la bifurcación —dijo Peter—. ¡Pero es tan tarde! ¡Qué mala pata! ¡Se nos ha olvidado preguntar en qué días pasan por aquí los trenes de mercancías que vienen dé Petlington!
—Vámonos. Ya volveremos a la tarde —dijo Colín—. Tengo un hambre canina. Cuando volvamos averiguaremos qué dos días de la semana pasa ese tren de mercancías, y, además, exploraremos la bifurcación.
Dejaron atrás la vía y llegaron a la carretera. Estaban los dos tan excitados, que no podían dejar de hablar. ¡Qué casualidad haberse tropezado con Zeb, con el Zeb que buscaban! ¡Y haber sabido que Larry era el encargado de los cambios! ¡Todo estaba más claro que el agua! Había sido estupendo que Janet hubiera tenido aquella mañana el chispazo de inspiración sobre los cambios. ¡Aquello era tener suerte!
—Volveremos esta tarde lo antes posible —dijo Peter—. Voto por que vengamos todo el equipo. ¡Esto se está poniendo verdaderamente emocionantísimo!