Peter abrió la puerta. Scamper salió en tromba, ladrando. Pronto se detuvo ante un arbusto y empezó a mover la cola. Los Siete Secretos corrieron hacia él.
En el suelo, junto al tronco del arbusto, se veían dos pies. Jack lanzó un grito de rabia, penetró entre el ramaje y sacó a rastras… ¡a Sussy!
—¡Cómo te atreves! —rugió—. ¡Venir aquí a escuchar! ¿Cómo te atreves, Sussy?
—¡Déjame! —dijo Sussy—. ¡Es chocante que me preguntes cómo me atrevo! ¡No hago más que repetir lo que hiciste tú el sábado! ¿Quién se escondió en el laurel?
—¿Cómo supiste que teníamos reunión? —preguntó Jack, sacudiendo a Sussy.
—No lo sabía, pero como se me ha ocurrido seguirte… —repuso Sussy haciendo una mueca—. Lo malo es que no he oído nada. No me he atrevido a acercarme a la puerta, por temor a que ladrara Scamper. Pero se me ha escapado un estornudo y
él debe de haberme oído. ¿Por qué habéis tenido reunión?
—¡Como que te lo vamos a decir! —dijo Peter, enfurruñado—. Vete a casa, Sussy. ¡Hala, vete! Jack, llévatela a casa. Se ha terminado la reunión.
—¡Qué estúpida! —dijo Jack—. Está bien. Vamos, Sussy. Y como hagas otra tontería, te estoy tirando del pelo hasta que te quedes calva.
Jack se marchó con Sussy. Peter se volvió a los demás y les habló en voz baja.
—Escuchad. Debéis reflexionar detenidamente sobre lo que hemos dicho, y si se os ocurre alguna cosa buena, nos la decís mañana a Janet o a mí. No debemos continuar esta reunión. Algún otro miembro del Cinco Célebres puede venir a espiarnos.
—¡De acuerdo! —dijeron los Siete Secretos, y se marcharon a sus casas, emocionados y pensativos. ¿Cómo podría ocurrírseles algo que les ayudara a ordenar el lío de palabras de la nota? Cambios. Seis-dos, siete-diez. Niebla, neblina, oscuridad. Dalling, Hammond…
Todos hacían esfuerzos para tener alguna buena idea. A Bárbara no se le ocurría nada. Pamela hizo el intento de preguntar a su padre por Dalling y Hammond, pero él no sabía nada de uno ni de otro. Pamela se quedó muy parada cuando su padre le preguntó por qué quería saberlo, y la niña no habló más del asunto.
Colín llegó a la conclusión de que se cometería un robo en una noche oscura y de niebla, y que en algún sitio se tenían que descargar las mercancías de una camioneta. No podía comprender por qué las enviaban por ferrocarril. Todos los chicos pensaron lo mismo, pero como les dijo Peter, esto no resolvía nada, ya que no sabían en qué fecha, en qué sitio ni de qué camioneta se descargaría el género.
Jack tuvo una idea bastante buena. Pensó que sería para ellos una ayuda encontrar a un hombre llamado Zebedeo, porque estaba casi seguro de que sería el Zebedeo del «Henar del Tigre»: no podía haber muchos Zebedeos en la comarca.
—Muy bien, Jack. Es una buena idea. Encárgate tú de buscarlo. Encuentra a ese Zeb, y habremos dado el primer paso.
—Sí, pero ¿cómo lo busco? —dijo Jack—. No puedo ir dando vueltas por las calles y preguntando a todos los hombres si se llaman Zebedeo.
—Desde luego. Por eso he dicho que es una buena «idea» —dijo Peter, sonriendo—. No es más que eso, una idea, pues es imposible llevarla a cabo, ¿comprendes? Por lo tanto, se quedará en idea y de ahí no pasará. Buscar al tal vez único Zebedeo de la región, sería como querer encontrar una aguja en un pajar.
—No me gustaría tener que encargarme de eso —dijo Janet, que estaba con ellos—. Creo que Peter y yo hemos tenido una ocurrencia mejor, Jack.
—¿Qué se os ha ocurrido? ~ preguntó Jack.
—Verás. Estuvimos mirando en nuestro listín de teléfonos para ver si había alguna compañía llamada Dalling o Hammond —dijo Janet—, y no había ninguna. Por eso creemos que tienen que estar más lejos. Nuestra guía de teléfonos sólo tiene los nombres de los habitantes de esta comarca, ¿sabes?
—Y ahora vamos a Correos, a buscar en los listines más extensos que tienen allí —dijo Peter—. En esas guías están los nombres de los vecinos de otras comarcas. ¿Quieres venir con nosotros?
Jack se fue con ellos. Llegaron a Correos y entraron. Peter cogió dos listines, los de las letras D y H.
—Primero voy a buscar Dalling —dijo, y fue pasando el dedo por los nombres que empezaban por D. Sus acompañantes se apoyaron en él y fueron también leyendo nombres.
—Dale, Dale, Dale, Dales, Dalgleish, Daling, Da-ling, Dalish, Dallas, ¡DALLING! —leyó Peter, señalando con el dedo los nombres—. Aquí está Dalling… ¡Atiza! ¡Hay tres Dallings! ¡Qué mala pata!
—Sí, la señora Dalling, Rose Cottage, Hubley —dijo Janet—; E. A. Dalling, que vive en Manor House, Tallington, y los señores E. Dalling, «Fabricantes de Objetos de Estaño». ¿Cuál será el Dalling que buscamos? A mí me parece que los fabricantes.
—¡A mí también! —dijo Peter, enardecido—. Veamos ahora las haches. ¿Dónde están? ¡Ah, en el otro libro! Aquí lo tenemos… Hall, Hall, ¡Madre mía! ¡Cuánta gente se apellida Hall! Hallet, Ham, Hamm, Hammers, Hamming, Hammond, Hammond, Hammond, Hammond… ¡Oh! ¡Fijaos!
Todos miraron. Peter apuntaba al cuarto Hammond. «Hammond y Cía., S. L. Fabricantes de estaño. Petlington».
—¡Ya lo tenemos! —dijo Peter, triunfante—. Dos compañías que negocian con estaño. Una se llama Hammond y la otra Dalling. Carlitos el Descarado tendrá algo que ver con las dos…
—¡Estaño! —exclamó Jack—. Hoy vale mucho, ¿verdad? Siempre estoy leyendo cosas de ladrones que lo roban de los tejados de las iglesias. No sé por qué las iglesias suelen tener tejados de estaño, pero lo cierto es que los tienen.
—Parece ser que Carlitos el Descarado va a enviar a alguna parte una partida de estaño en un vagón de ferrocarril, y Zeb y los otros se proponen apoderarse del estaño —dijo Peter—. Como has dicho, Jack, este metal vale mucho.
—¡Carlitos ha de tener mucha categoría en las dos empresas! —dijo Janet—. ¡Dios mío! ¿Cuál será su verdadero nombre?… Carlitos el Descarado…
¿Por qué le llamarán así?
—Sin duda porque es un sinvergüenza y tiene la cara muy dura —dio Peter—. ¡Si Hammond y Dallins no estuvieran tan lejos, podríamos ir a espiar para ver si oíamos hablar de alguien que se llamara Carlitos el Descarado!
—Están a muchas millas de aquí —dijo Jack, mirando las direcciones—. Hemos demostrado ser bastante listos, pero lo cierto es que no hemos adelantado mucho. Sabemos que Dalling y Hammond son dos compañías que negocian con el estaño y que el estaño vale mucho, pero nada más.
—Sí. No hemos adelantado mucho —dio Peter, cerrando la guía de teléfonos—. Tendremos que discurrir un poco más a fondo. ¡Hala! ¡Vamos a comprar caramelos! Chupar caramelos me ayuda a pensar. Por lo menos, así me parece.