Jorge y Jeff iban por la calle a paso ligero. Jeff e echó a reír.
—Jack y tú mordisteis el anzuelo, ¿eh? Sussy es muy lista. Preparó bien su plan. Hablamos a grandes voces para estar seguros de que Jack nos oiría. Sabíamos que estaba escondido en el laurel.
Jorge no dijo nada. Estaba indignado de que los Cinco Célebres hubieran gastado una broma tan pesada a los Siete Secretos, y de que Jack hubiera picado con tanta facilidad el anzuelo; pero, ¡qué resultados tan sorprendentes había tenido la broma, santo Dios!
Sussy había mencionado el «Henar del Tigre» sólo para hacer creer a Jack y a los Siete Secretos que los Cinco Célebres habían descubierto algo allí, y habían hablado de unos seres imaginarios como «Dick el Chaparro» y «Tom el Retorcido». Pero ¡quién lo había de decir!, allí ocurría algo verdaderamente, si no entre «Dick el Chaparro» y «Tom el Retorcido», sí entre tres hombres misteriosos llamados Zeb, Larry… y, ¿había oído el nombre de otro?… No, no lo había oído.
—estás muy callado, Jorge —dijo Jeff, echándose a reír de nuevo—. ¿Cómo lo pasaste en tu vi sita al «Henar del Tigre»? Apuesto lo que quiera a que fue algo espantoso.
—Lo fue —dijo Jorge sinceramente y no pronunció ni una palabra más.
Quería pensar en todo lo ocurrido detenidamente, recordar lo que había oído, e intentar poner en orden las cosas. Todo estaba embrollado en su cabeza.
«Lo cierto es —se dijo de pronto— que tenemos que convocar una reunión de los Siete Secretos. Es curioso que una broma tan tonta de los Cinco Célebres nos haya conducido a algo grande, a una nueva aventura con toda seguridad. Sussy es una estúpida, pero ha hecho un gran favor a nuestro club».
Tan pronto como Jorge llegó a su casa, buscó la nota que Zeb le había dado. Registró su bolsillo con ansiedad. ¡Sería terrible que la hubiera perdido!
Pero no. Sus dedos se cerraron sobre el doblado papel. Lo sacó con mano que la emoción hacía temblar, lo abrió y lo leyó a la luz de la lámpara de su mesilla de noche.
Querido Carlitos:
Todo está perfectamente dispuesto. No veo que nada pueda ir mal. Sin embargo, una niebla sería bien recibida, como puedes suponer. Larry se encargará de los cambios; ya hemos arreglado esta cuestión. No te olvides de la camioneta y haz que marquen la lona del vagón en una esquina con algo blanco. Eso nos permitirá encontrar en seguida la carga. Ha sido una buena idea tuya que se envíe la carga por ferrocarril y se recoja con una camioneta.
Deseándote lo mejor,
Zeb.
Para Jorge aquello no tenía pies ni cabeza. ¿De qué diablos se trataba? Estaba claro que se había tramado un complot, pero ¿qué quería decir todo lo demás?
Jorge fue al teléfono. Quizá Peter no estuviera todavía acostado. Tenía que hablar con él y decirle que algo importante había sucedido.
Peter se iba en aquel momento a la cama. Acudió, sorprendido, al teléfono cuando su madre lo llamó.
—Hola, ¿qué hay?
—Peter, no puedo contártelo todo ahora, pero Jack y yo fuimos al «Henar del Tigre» y te doy mi palabra de que allí pasa algo. Nos metimos en una aventura y…
—¡No pretenderás hacerme creer que ese cuento de Sussy era verdad! —dijo Peter.
—No. Lo que ella contó era todo inventado, como tú dijiste; pero, de todas formas, algo pasa en el «Henar del Tigre»; algo que Sussy no sabía, desde luego, porque ella solamente habló de ese sitio por divertirse. Pero es algo serio, Peter. Mañana tienes que convocar una reunión de los Siete Secretos para después del té.
Hubo una pausa.
—Está bien —dijo Peter, al fin—. La convocaré. Lo que me dices es muy extraño, Jorge. No me cuentes más cosas por teléfono, porque no quiero que mamá me haga demasiadas preguntas. Le diré a Janet que les diga a Pamela y a Bárbara que mañana a las cinco de la tarde habrá reunión en nuestro cobertizo, y nosotros se lo diremos a Colín y a Jack. ¿Verdad que todo esto suena a misterio?
—¡Pues ya verás cuando oigas toda la historia! —dijo Jorge—. Te quedarás sorprendido.
Colgó el teléfono y se preparó para irse a la cama, olvidándose de que no había cenado. No podía dejar de pensar en los acontecimientos de aquella tarde. Era curioso que la contraseña de los Siete Secretos fuera Carlitos el Descarado, y que hubiera en realidad un individuo llamado así.
¡Y qué extraordinario que el cuento inventado por Sussy se hubiera transformado de pronto en realidad, sin saberlo ella! ¡Algo sucedía en el «Henar del Tigre»!
Se metió en la cama y estuvo un gran rato despierto. Jack también estaba acostado y despierto. Pensaba. Tenía los nervios en tensión. Le hubiera gustado no haber caído dentro de aquel maldito armario; así lo habría oído todo. Menos mal que Jorge había obtenido una información excelente.
Al día siguiente los Siete Secretos estaban muy emocionados. Era difícil ocultar a los Cinco Célebres que tenían algo emocionante entre manos; pero Peter les había prohibido terminantemente hablar del asunto en el colegio, por si acaso la pesada de Sussy, que tan fino tenía el oído, se enteraba de algo.
—No quiero que los Cinco Célebres nos sigan la pista —dijo Peter—. Esperad hasta esta tarde, y entonces podremos hablar tranquilamente.
A las cinco en punto de la tarde los Siete Secretos se hallaban en el cobertizo del jardín de Peter, Todos habían corrido a casa al salir del colegio, habían engullido sus meriendas y habían acudido velozmente a la reunión.
Los miembros del club dijeron rápidamente y en voz baja la contraseña al pasar uno por uno al cobertizo, llevando puesta la insignia con las iniciales CSS: «Carlitos el Descarado»… «Carlitos el Descarado»… «Carlitos el Descarado»…
Jack y Jorge sólo habían tenido tiempo para cambiar algunas palabras. Reventaban de ganas de contar la extraña historia.
—Bueno, ya estamos todos aquí —dijo Peter—. Scamper, haz guardia junto a la puerta. Ladra si oyes algún ruido. Esta reunión es importantísima.
Scamper se levantó y se fue a la puerta con solemne gravedad. Se sentó y se puso a escuchar, muy serio.
—¡Oh, Peter, desembucha! —dijo Pamela—. ¡No puedo esperar ni un minuto más! ¿De qué se trata?
—¡Está bien! ¡Está bien! —dijo Peter—. Ya sabíais que no íbamos a convocar otra reunión hasta las vacaciones de Navidad, a no ser que sucediera algo importante. Pues bien, ha sucedido. Jack, empieza a contar, por favor.
Jack lo estaba deseando. Explicó cómo se había escondido en el arbusto para enterarse de todo lo que los Cinco Célebres dijeran en su reunión; repitió el ridículo cuento que Sussy había inventado para engañar a los Siete Secretos, con la idea de enviarles a la busca de algo que no existía, y sólo para burlarse de ellos; contó que Peter se había reído de la historia y había dicho que todo era una invención de Sussy, pero que Jorge y él habían decidido ir al «Henar del Tigre» por si era verdad.
—Pero yo tenía razón —interrumpió Peter—. Era una invención de Sussy. Por casualidad, ha resultado en parte verdad, sin que Sussy lo sepa.
Jorge continuó el relato. Refirió que Jack y él fueron al «Henar del Tigre» creyendo que Sussy y Jeff iban delante. Y luego explicó su emocionante aventura en el viejo caserón.
Todos escuchaban atentamente. Las chicas contuvieron la respiración cuando Jorge llegó al momento en que aparecieron los tres hombres.
Entonces Jack contó que él fue a la puerta a escuchar y cayó dentro del armario, y Jorge explicó que había salido en busca de Jack y había dicho la contraseña («Carlitos el Descarado») con resultados tan sorprendentes.
—Es decir, ¿que verdaderamente hay un hombre llamado Carlitos el Descarado? —preguntó Bárbara, asombrada—. Nuestra contraseña es el nombre de un perro. ¿Es posible que haya un hombre que también se llama así? ¡Dios mío!
—No interrumpas —dijo Peter—. Vosotros, seguid contando.
Todos se quedaron con los ojos como platos cuando Jorge les explicó que los hombres habían creído que él era un mensajero de Carlitos el Descarado. Luego, cuando les habló de la nota que le habían dado y la sacó del bolsillo, los Siete Secretos se quedaron sin habla a causa de la impresión.
Él papel fue pasando de mano en mano. Al cabo de un rato, Peter empezó a dar golpes con la mano en un cajón.
—Ya hemos visto todos la nota —dijo—. Y hemos oído contar a Jack y a Jorge lo que sucedió la otra noche. No hay duda de que hemos dado otra vez con algo sospechoso. ¿Creen los Siete Secretos que debemos intentar resolver este nuevo misterio?
Todos golpearon las cajas, dando gritos. Scamper ladró, no menos excitado.
—Bien —dijo Peter—. Yo también estoy de acuerdo. Pero tenemos que llevar mucho, pero que mucho cuidado esta vez, porque, si no, los Cinco Célebres intentarán entrometerse, y podrían estropearlo todo. ¿Conformes?
Lo estaban. Scamper se acercó y puso una pata sobre la rodilla de Peter, como si quisiera decir que estaba enteramente de acuerdo.
—Vuelve a la puerta, Scamper —dijo Peter— Es misión tuya dar la voz de alarma en el caso de que cualquiera de esos cinco pelmas, o Cinco Célebres, vengan a husmear por aquí. En guardia, Scamper, rápido.
Scamper obedeció y volvió a su sitio junto a la puerta. Los Siete se agruparon más estrechamente y empezó un gran debate.
—Primero reunamos todo lo que oyeron Jack Jorge —dijo Peter—. Después, intentaremos averiguar lo que las cosas oídas pueden significar. Por el momento, estoy hecho un lío y no tengo la menor idea de lo que esos hombres piensan hacer.
—Como os he dicho —manifestó Jack—, oí hablar a esos hombres, pero como hablaban en voz muy baja, sólo pude cazar al vuelo algunas palabras de vez en cuando.
—¿Qué palabras eran? —preguntó Peter—. Recítelas exactamente.
—Pues… dijeron varias veces algo sobre «cargar y descargar» —dijo Jack—. Y pronunciaron una y otra vez la palabra «cambios».
—¿A qué clase de cambios se referían? —preguntó Peter.
Jack estaba completamente desorientado.
—No tengo ni la menor idea. También hablaron de números. Dijeron «seis-dos» bastantes veces, y después, quizás «siete-diez»… Les oí decir que no tenía que haber luna, y nombraron la neblina, la oscuridad y la niebla. Francamente, para mí aquello no tenía ni pies ni cabeza. Sólo sé que estaban discutiendo algún plan.
—¿Qué más oíste? —preguntó Janet.
—Nada —contestó Jack—. Entonces caí dentro del armario, la puerta se cerró y ya no oí nada más.
—Y todo lo que yo puedo añadir es que aquellos hombres me preguntaron si Carlitos el Descarado estaba en Dalling o en Hammond —dijo Jorge—. Pero sólo Dios sabe lo que eso querrá decir.
—Quizá sean nombres de talleres o industrias-sugirió Colín. —Podríamos averiguarlo.
—Sí, hay que averiguarlo —dijo Peter—. Y ahora vamos con la nota. ¿Qué diablos significará? La palabra «cambios» se repite una y otra vez. Hablan de camiones y de vagones. No cabe duda de que tienen planeado algún robo. Por lo menos, eso creo yo. Pero ¿un robo de qué? También quieren que haya niebla. Pero eso es natural.
—Llevemos la nota a la policía —dijo Bárbara, como el que tiene de pronto una brillante idea.
—¡No, no! ¡Todavía no! —dijo Jorge—. Esta carta me pertenece, y me gustaría ver si podemos hacer algo antes de contárselo a las personas mayores. Hasta ahora nos las hemos compuesto nosotros solos en una serie de asuntos. No sé por qué no hemos de ser capaces de hacer algo también esta vez.
—Yo soy partidario de intentarlo —dijo Peter—. Es un caso emocionante de veras. Y tenemos bastantes pistas. Sabemos cómo se llaman tres de los cuatro hombres. Zeb, seguramente abreviatura de Zebedeo, es un nombre nada corriente; Larry, que viene probablemente de Lorenzo; y Carlitos el Descarado que sin duda es el jefe.
—Sí, y sabemos que está en Dalling o en Hammond —dijo Jack—. ¿Qué hacemos primero, Peter?
De pronto, Scamper se puso a ladrar como un salvaje, mientras arañaba la puerta.
—¡Ni una palabra más! —dijo Peter en el acto—. ¡Hay alguien fuera!