28.jpg

Capítulo 28- Una noche emocionante

Aquella noche los tres niños se fueron a acostar terriblemente abatidos. Incluso el señor King había confesado que no sabía a dónde volverse. Nabé parecía haberse desvanecido en el aire, y ya no podían dar más pasos para encontrarle o para aclarar aquel misterio.

—No quiero acostarme —dijo Diana—. Sé que no voy a dormir.

—Oh, sí que dormirás —replicó el señor King con firmeza—. Podéis empezar a acostaros. Ya son las diez. ¡Cielo santo, lo que diría la señorita Pimienta si supiese que os permito estar levantados hasta estas horas!

Los niños obedecieron a regañadientes, y «Ciclón» echó a correr delante de ellos. A él no le importaba ir a dormir. Entró como una tromba en la habitación del señor King y cogiendo sus zapatillas forradas de piel, las tiró por la escalera. Luego estuvo mordiendo todas las alfombras y arrastrándolas hasta formar con ellas un solo montón para que el señor King tropezara y cayera. A continuación subió la escalera como si le persiguiese un tigre, aterrizando debajo de la cama de Chatín, donde quedó hecho un ovillo.

—Eres un ciclón —le dijo Chatín, que se estaba quitando los calcetines—. ¡Un ciclón! ¡Un loco! ¡Un chiflado! ¡Un demente! ¡Un desequilibrado!

—Guau —ladró «Ciclón», satisfecho, lamiendo a Chatín por todas partes.

Diana se durmió en seguida a pesar de creer lo contrario. Y Roger lo mismo. Chatín estuvo despierto un ratito y al fin se puso a soñar con Nabé y «Miranda».

«Ciclón» le despertó algún tiempo después. El niño se sentó en la cama y buscó su linterna. Troncho, ¿dónde la había puesto? La Luna entraba en la habitación a través de los árboles, iluminándola con su luz tenue y Chatín procuró guiarse por ella.

«Ciclón» estaba junto a la ventana gruñendo ferozmente a alguien que estaba fuera de la casa, dando golpecitos en el cristal.

—¿Qué ocurre, «Ciclón»? —exclamó el niño sorprendido, preguntándose si sería un ladrón que intentaba penetrar en su dormitorio. No…, claro que no…, ningún ladrón haría frente a un perro que gruñera como el suyo.

Entonces algo penetró por la ventana, saltando sobre un cuadro y de allí a la barra de la cortina con una gran agilidad.

—¡«Miranda»! ¡Oh, «Miranda»! ¡Eres tú! —exclamó Chatín, reconociendo a la monita gracias a un rayo de Luna—. ¿Dónde está Nabé?

«Ciclón» ladraba ahora desaforadamente furioso al ver que «Miranda» osaba penetrar de noche por la ventana de su amo estando él de guardia. Chatín le arrojó un libro.

—¡Cállate, tonto! Vas a despertar a toda la casa. ¡Cállate, te digo!

«Ciclón» se sometió al fin saltando sobre la cama lleno de celos. «Miranda» estaba ahora en los barrotes de la cabecera. Chatín se levantó para ir a encender la luz en el momento en que Diana y Roger, despiertos por el ruido, encendían las suyas. Roger apareció con aire soñoliento.

—¿Qué le ocurre a «Ciclón»? ¿Se ha vuelto loco?

—¡No…, mira, «Miranda» ha vuelto! —exclamó Chatín, y la monita al oír su nombre, se subió a su hombro, agarrándose a su cuello. Chatín quiso acariciarla y en seguida vio la nota atada a su collar.

—Vaya…, ¿qué es esto? ¡Un mensaje! ¡Apuesto a que es de Nabé! —y desatando la nota, se dispuso a leerla. Roger se acercó también, así como Diana, que venía ansiosa a participar de las novedades.

—¡Vaya! —dijo Chatín cuando todos terminaron de leerla—. Imaginaos las cosas que le han ocurrido a Nabé.

Diantre…, que lástima que ahora nadie pueda mover esa piedra para entrar en el sótano. Y pensar que ahora está debajo de tierra…, en el río. ¿Podéis creerlo?

—Tendremos que rescatarle como sea —dijo Diana en seguida—. ¡Lo que se va a emocionar el señor King cuando sepa todo esto!

—Será mejor que vayamos a decírselo —repuso Roger, y los tres bajaron corriendo la escalera e irrumpiendo en la habitación del señor King tras una breve llamada. Estaba dormido. Pero se despabiló por completo en cuanto hubo leído la nota de Nabé.

—¡Cielos! ¡Esto sí que es una noticia! Así que ahí es donde van a parar las mercancías…, donde Nabé está ahora. En alguna caverna subterránea, a la que se llega por medio del arroyo. ¿Pero cómo vamos a encontrar ese agujero del techo del túnel por donde los contrabandistas arrojan las mercancías? Ahora lo comprendo todo…, lo único que falta por averiguar es dónde está ese agujero. ¡Tenemos que encontrarlo, y se aclarará todo!

—¿Podemos hacer algo esta noche? —preguntó Chatín, excitado.

—Yo sí…, pero vosotros no podéis acompañarme —dijo el señor King enérgicamente, ante la amarga desilusión de los tres niños. Saltó de la cama, yendo hasta el teléfono. Fred, Jaime y dos hombres más recibieron orden de ir en seguida a Villa Rockingdown. El señor King dijo a los niños que se marcharan y empezó a vestirse. Estaba ya dispuesto cuando llegaron los otros policías. Los pequeños le despidieron con tanta sumisión que el señor King debiera haber sospechado que tramaban algo…, pero no fue así.

¡Debajo de sus batines los niños estaban completamente vestidos! Tenían intención de seguir al señor King y los cuatro policías y ver «la función», como dijo Chatín.

Antes de marcharse con sus hombres, el señor King echó un vistazo al mapa, señalando un punto del mismo.

—Sabemos que ese agujero del techo del túnel está en algún lugar donde existe un gran hoyo —dijo—. Eso significa una gran depresión en el terreno… y sólo hay un lugar en la Colina Rockingdown donde hay una depresión y es… donde está construida la casa de campo a la que fuiste el otro día, Jaime.

—Cierto —repuso Jaime—. ¡Eso es! El contrabando se realiza desde allí. Claro… y el viejo Down no sabe nada…, es demasiado viejo… ¡Está ocurriendo ante sus mismas narices y no sospecha nada! Supongo que su yerno es quien forma parte de la banda. Es un sujeto indeseable.

—Bien…, vamos allí —exclamó el señor King—. ¡Será un asalto por sorpresa! Incluso es posible que les pesquemos con las manos en la masa. Pero si no están allí, tendremos que buscar hasta que logremos encontrar ese agujero del techo del túnel y bajar nosotros mismos. Bueno, niños…, ¡os veré por la mañana!

Se despidieron de la gente menuda antes de salir a la oscuridad de la noche.

—No es necesario que corramos —dijo Roger a Chatín, viendo que se apresuraba a quitarse el batín—. Ya sabemos a dónde se dirigen. No hay que seguirles muy de cerca por si acaso nos sorprenden y nos hacen volver. Saldremos dentro de cinco minutos.

De manera que aguardaron impacientes aquellos cinco minutos y al fin emprendieron la marcha seguidos de «Ciclón». «Miranda» había vuelto a marcharse, aunque nadie la vio. La estuvieron buscando y al no encontrarla, supieron que había vuelto al lado de Nabé.

Ahora ya conocían perfectamente el camino de la casa de campo, y fueron escogiendo la ruta mejor. Una vez llegaron al pequeño remanso, comprendieron que se hallaban ya muy cerca. Fueron siguiendo la corriente y llegaron a la laguna.

—Mirad…, mirad…, esos deben ser el señor King y sus hombres…, registrándolo todo con sus linternas —dijo Chatín, en un susurro—. Todavía no han despertado a los de la casa de campo. Es extraño que no ladren los perros.

—Escondámonos en algún lugar seguro —dijo Roger—. Mirad…, aquí hay un granero. Entremos y escondámonos entre la paja.

Entraron en el granero. En un rincón había un gran montón de estiércol, y en otro de paja. Los niños se tumbaron sobre ella, cubriéndose lo mejor que pudieron para esperar a que la cosa se fuera animando… y entonces saldrían a ver lo que ocurría. La luz de la Luna penetraba en el granero, llenándolo de claridad y negras sombras. Desde luego aquello resultaba extraordinario y, sobre todo, muy emocionante.

«Ciclón» estaba más quieto que un ratón, y Chatín le sujetaba por el collar.

—No comprendo por qué no ladran los perros de la granja —dijo Chatín, entre susurros—. ¿Qué les habrá ocurrido?

—No lo sé… o bien alguien les hace callar por alguna razón, o no los hay —replicó Roger también bastante extrañado.

Su primera idea era la acertada. Los perros de la granja estaban silenciosos porque les mandaba callar alguien que había descubierto al señor King y a sus hombres…, alguien que deseaba que otros escapasen antes de que ladrasen los perros, para después salir al descubierto y responder a las embarazosas preguntas que le hiciera el señor King.

De pronto se fue abriendo lentamente la puerta del granero, y Roger al verlo, acurrucose junto a Chatín y Diana susurrando en sus oídos:

—¡Mirad…, alguien entra! Que no se mueva «Ciclón».

Entró un hombre silenciosamente yendo a inclinarse sobre el montón de estiércol. Le siguió otro… y otro… y otro. ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? Los niños lo ignoraban. «Ciclón» comenzó a olfatear y se le erizaron los cabellos del cuello, pero no hizo ruido alguno.

Roger lamentaba amargamente haber entrado en el granero con los demás para esconderse. De entablarse una lucha cuando entraran el señor King y sus hombres, Diana pudiera resultar herida.

Atisbo por entre la paja. Aquellos hombres, provistos de horquillas iban apartando rápidamente el estiércol del rincón. Uno se había arrodillado y estaba quitando del suelo cosas que parecían tablas. Luego se introdujo en el hueco resultante y desapareció por él. Todos los demás le siguieron menos uno que quedó para volver a poner el estiércol en su sitio.

Los niños le observaban en silencio mientras los corazones les latían muy de prisa. ¡El agujero del techo del túnel! Vaya, si estaba allí, en el suelo del granero…, sólo a unos pasos de ellos. Los hombres habían bajado al túnel…, el río debía pasar justamente por debajo del viejo granero, y sin duda abastecía la laguna y el remanso igual que atravesaba la verja de hierro.

El hombre, abandonando la horquilla sobre el montón de estiércol, se acercó a la puerta. Un par de minutos más tarde los perros de la granja comenzaron a ladrar desaforadamente y una voz les ordenó callar.

—¿Quién anda ahí? ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué están haciendo de noche en mi granja?

Entonces les contestó la voz severa del señor King y hubo un encuentro en mitad del patio. No era el viejo granjero, que dormía, sino su yerno quien daba aquellas voces.

—¡Qué tontería! Yo no sé nada de contrabandos, ni de entradas a ríos subterráneos. Debe de estar loco. ¿Es que la policía no tiene nada mejor que hacer que buscar cosas que no están aquí ni han estado nunca? ¡Les digo que pueden registrar todo lo que quieran que no han de encontrar nada sospechoso!

Roger se quitó la paja que le cubría y corrió hacia la puerta. El señor King se pondría furioso al verle allí a pesar de su prohibición…, pero tenía que avisarle y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:

—¡Señor King! ¡Señor King! Sabemos dónde está el agujero. Está aquí, en el granero, y varios hombres acaban de escapar por él para ocultarse hasta que usted se marchara… y luego volver a salir.

Hubo un silencio lleno de asombro.

—¡Vaya! Has venido a pesar de todo… y los otros también, supongo —exclamó el señor King, acercándose al granero con sus hombres.

Roger señaló el montón de estiércol.

—Está ahí debajo. Nunca lo hubiéramos adivinado. ¡Apártenlo con la horquilla y verán! ¡Troncho…! ¿Verdad que es «emocionante»?