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Capítulo 25- Todo se complica

A la hora de la comida el señor King comunicó sus planes a los niños.

—Estoy casi seguro de que la desaparición de Bernabé es consecuencia de haber metido sus narices en este asunto de contrabando —dijo—. Tenemos que encontrarle, o las cosas se presentarán mal para él. Estos hombres son peligrosos…, verdaderos malvados que no se detienen ante nada.

Diana estaba asustada y miró al señor King con ojos muy abiertos.

—¿Qué va usted a hacer entonces? —quiso saber.

—Ante todo, registrar otra vez la Mansión Rockingdown de arriba abajo…, sobre todo por abajo…, donde están los sótanos —dijo el señor King—. Creo que estáis en lo cierto al decir que esos extraños ruidos tienen algo que ver con todo esto… y Bernabé debió descubrir la causa y como consecuencia ahora ha desaparecido. Aunque debo confesar que me intrigan y quisiera saber de dónde proceden. Si no tienen su origen en el sótano…, ¿dónde pueden sonar?

El señor King continuó exponiendo sus planes.

—También he de averiguar a quién pertenece ese bote, y echar un vistazo a esa casa de campo de que me habéis hablado…, así como examinar a fondo esa verja o barrera. Parece que no la ha visto nadie durante siglos…, pero hemos de comprobarlo. Y si no podemos atravesarla…, bueno…, ¡estoy casi seguro de que nadie más lo habrá logrado!

—Nosotros le ayudaremos —dijo Roger con vehemencia y mirando fijamente al señor King.

Le pareció extraño que él y sus compañeros hubieran estado tan seguros de que era un malvado. ¡Ahora le parecía una persona admirable…, con una personalidad arrolladora! ¡Roger estaba orgulloso de conocerle! Y eso que hacía tan poco tiempo que le inspiraba aversión. Eso demuestra el cuidado que hay que tener para juzgar a las personas.

Todos pasaron un día muy atareado, pero sin grandes éxitos. La Mansión Rockingdown fue registrada una vez más de cabo a rabo. Dos hombres se unieron a ellos en sus cercanías. Eran los mismos que viera Roger la noche anterior hablando con el señor King, y que resultaron ser policías a sus órdenes destacados para ayudarle.

—Os presento a Jaime y Fred —dijo el señor King a los niños—. El terror del cuerpo de policía… ¡Cazadores de delincuentes y criminales y muy buenos amigos míos!

Los niños sonrieron. Jaime y Fred eran fuertes y corpulentos, pero de aspecto corriente, aparte de sus ojos de mirada rápida y perspicaz. Ambos vestían de paisano.

—Jaime y Fred…, os presento a Roger, Diana, Chatín… y «Ciclón» —dijo el señor King—. Ellos también son terribles, especialmente este jovencito…, Chatín. Tened cuidado con él u os gastará una de sus temibles bromas; es un verdadero diablillo. En realidad…, «Ciclón» es el mejor de todos… y casi el más inteligente.

Éstas eran las chanzas que los niños comprendían, y les encantaban. Todos rieron empezando a creer que todo saldría bien si Jaime, Fred… y el señor King… se encargaban de ellos. ¡Bernabé pronto estaría de regreso!

Una vez en los sótanos de la Mansión Rockingdown, el señor King contempló la alfombra y la almohada que Nabé dejara sobre el estante de madera, y también examinó la argolla de hierro de la pared, pero al igual que los niños, sin concederle importancia. No se le ocurrió hacerla girar.

—Aquí no hay nada —dijo al fin—. Creo que o bien Nabé salió del sótano siendo capturado en la finca… o bajaron aquí esos hombres por alguna razón y le descubrieron. En cualquiera de los casos no puede estar por aquí cerca, o gritaría y le oiríamos.

Jaime fue enviado a hacer averiguaciones con respecto al bote, y Fred a examinar la verja de hierro que cortaba el camino del arroyo subterráneo. Los niños quisieron ir también, pero el señor King se negó…, no permitió que circulara tanta gente para evitar que pudieran despertarse las sospechas de los contrabandistas. Ignoraba dónde estaban…, pero era evidente que su escondite debía hallarse por aquellos alrededores.

Jaime regresó para dar parte de sus pesquisas.

—He estado en la casa de campo, señor, con el pretexto de comprar huevos. Había un muchacho navegando por el remanso. Dijo que el bote era suyo…, que se lo había regalado su tío el día de su cumpleaños. Parecía sincero, señor…, no creo que exista razón para desconfiar de él.

—Bueno…, ahí desaparece el misterio del bote, entonces —dijo el señor King—. ¡Pertenece a un muchacho que juega con él! Ah…, aquí está Fred. Tal vez tenga algo más interesante que comunicarnos.

Pero no era así. Fred había ido hasta el lugar donde se hallaba la verja de hierro y estuvo arrancando gran parte de la maleza que la cubría.

—Nadie ha entrado por ese camino, señor —dijo—. Es imposible. Y a no ser que volásemos la verja con una descarga de dinamita, nunca conseguiríamos entrar. Todos los barrotes están incrustados en la tierra firme y resulta imposible moverlos. No creo que ese arroyo tenga mucho que ver en este asunto.

El señor King, frotándose la barbilla, fruncía el ceño.

—Es un verdadero misterio —dijo—. Sabemos que un avión misterioso aterriza en algún punto de esos campos…, probablemente en el área llana y seca que hay en medio de ellos. Sabemos que una extraña motora recorre el lugar donde el arroyo se une al río. Sospechamos que se realiza contrabando en gran escala… y, sin embargo, no podemos descubrir a dónde va a parar el género, o cómo vuelve a salir de su escondite, cualquiera que sea. Y además de todo esto un niño desaparece… con un mono…, ¡y no tenemos la más remota idea de dónde puedan estar!

—¿Usted cree que los hombres de esa casa de campo saben algo de todo esto? —preguntó Roger.

—No, que nosotros sepamos —repuso el señor King—. Esa granja es de un viejo campesino que vive en ella hace años… y se llama Dows. Su padre vivió en ella antes que él, y gozaba de buena reputación. Lo hemos comprobado… y llevamos a cabo un registro de toda la granja…, enviamos un hombre que se fingió inspector del Ramo de la Alimentación, ¿sabes?… y el viejo Dows lo tomó como tal y le estuvo enseñando toda la casa sin recelar nada y protestando de que nadie pudiera pensar que no estaba al lado de la ley en todos sentidos.

—Bueno…, la verdad es que hemos llegado a un punto muerto —dijo Roger—. Me parece que ya no podemos hacer nada más.

—Me pregunto dónde estará Nabé —dijo Diana—. No ceso de pensar en él. ¿Qué estará haciendo? Estoy segura de que debe estar muy triste y asustado.

—Nabé no se asusta nunca —repuso Chatín—. Es uno de esos seres valientes por naturaleza… y no se le mueve ni un pelo cuando todo el mundo tiembla de miedo.

De todas maneras, Nabé no se sentía muy valiente en aquellos momentos, y no se estaba divirtiendo. Había pasado el día anterior registrándolo todo por ver si encontraba el medio de escapar, pero sin resultado.

Como sabemos, había llegado hasta la verja de hierro dejándola por imposible. Luego descubrió la cuerda colgando del agujero del techo rocoso del túnel… ¡y también tuvo que abandonarla como medio de escape! Lo único que le quedaba por hacer era seguir explorando túnel arriba, y ver de dónde venía el arroyo. Tal vez se introdujera en el túnel por un lugar donde él pudiera salir. Claro que por otro lado podía seguir su curso por debajo tierra y no salir al exterior más que a través de los barrotes de aquella verja de hierro, cosa que en realidad resultaba bastante probable.

—¡Sin embargo, no perderemos las esperanzas, «Miranda»! —dijo Nabé a la monita subida a su hombro—. Vamos…, iremos río arriba…, pero antes, ¿qué te parece si termináramos el jamón y abriéramos otra lata de fruta?

Después de comerse el jamón y guisantes en conserva, el niño y la mona echaron a andar río arriba. Nabé llegó al pequeño pasillo que conducía al agujero por donde había entrado la noche anterior. Lo pasó de largo, y continuó siguiendo el arroyo por el borde rocoso. ¡De pronto el borde se interrumpió y Nabé tuvo que pasar de un salto al lugar donde volvía a empezar con peligro de caer al agua y empaparse!

Continuó andando un cuarto de hora, iluminando con su linterna por donde pisaba para no dar un paso en falso En algunos lugares el suelo era resbaladizo y tenía que andar con mucho cuidado, en otros el techo bajaba tan repentinamente que dio contra él con la cabeza antes de darse cuenta.

Y al fin llegó a un punto donde no pudo pasar adelante. El techo había ido descendiendo hasta el agua y ya no había más túnel…, sólo un canal de agua que lamía las paredes de roca que lo aprisionaban. Era casi como el interior de una gran tubería.

A menos que me meta en el agua y siga avanzando por ella sumergido, cabeza y todo, no puedo seguir adelante —pensó el pobre niño con desaliento—. ¡Y no me atrevo a hacerlo! No sé qué longitud tendrá este canal hasta convertirse en túnel de nuevo, con un borde por donde poder andar, y un techo sobre mi cabeza. Tendré que avanzar por debajo del agua conteniendo la respiración Dios sabe cuánto tiempo y es probable que me ahogue. Y en cuanto a «Miranda», no podrá acompañarme, pues si lo hiciera moriría en seguida.

No le quedaba otro remedio que volver sobre sus pasos. Era descorazonador. Cuando llegó al pequeño pasillo que conducía al pozo por donde entrara, se detuvo. Su intención era subir de nuevo a aquel recinto… y probar de mover la piedra una vez más.

De modo que echó a andar por el pasillo con «Miranda», y subió por la escalera del pozo penetrando en el pequeño recinto…, ¡pero a pesar de todos sus esfuerzos no consiguió mover la piedra de su sitio! Desconocía el secreto, y acaso no fuera posible moverla desde aquel lado. Probablemente no. ¡Pobre Nabé…, realmente ya no sabía qué hacer!