El señor King quedó tan sorprendido al ver a los tres niños y a «Ciclón» como ellos viéndole a él. El perro estaba tan extrañado que olvidando la enemistad existente entre el profesor y los niños, saltó sobre él para saludarle.
—¡Vaya! —exclamó el señor King—. ¡Quién iba a pensar en encontraros aquí!
—Sí, es extraño, ¿verdad? —repuso Roger cortésmente.
¿Qué estaba haciendo el señor King? ¿Les habría seguido? En aquel rincón del mundo, ¿qué hacía…, mirando la verja cubierta de hiedra como si conociera su secreto? ¡Tal vez supiese dónde estaba Nabé!
—Bueno, será mejor que volvamos a casa —dijo el señor King mirando su reloj—. Llegaremos un poco tarde para merendar, pero supongo que la señora Redondo no se enfadará.
Los niños no querían volver a casa con él, pero no tuvieron más remedio que someterse. «Ciclón» parecía un tanto avergonzado. Había recordado que Chatín no simpatizaba con el señor King, y lamentaba haberle dedicado una bienvenida tan calurosa.
—¿No está Bernabé con vosotros? —dijo el señor King en tono sorprendido—. ¿Dónde se ha metido hoy? ¿No lo sabéis?
—¡Oh, tiene muchas cosas que hacer! —le replicó Roger—. Supongo que andará por alguna parte. ¿No le ha visto usted, señor King?
—Espero que no os habréis peleado —dijo el maestro.
Aquélla era una pregunta demasiado tonta para ser contestada, y Chatín hizo un mohín de desprecio. Sería difícil pelearse con el bueno de Nabé.
Bernabé no les esperaba para merendar, y la señora Redondo dijo que no había ido por allí. Merendaron con el señor King, empezando a preocuparse de veras. ¿Qué podía haberle ocurrido?
—Esperaremos hasta mañana por la mañana y luego avisaremos a la policía —dijo Roger, desesperado, cuando llegó la hora de acostarse sin que Nabé hubiera dado señales de vida. Diana estaba fuera de sí. Quería mucho a Nabé, pero Chatín estaba más triste que ninguno.
Aquella noche Roger se despertó sobresaltado. Había oído algo. Se sentó en la cama y estuvo escuchando un rato. ¿Qué había sido aquel ruido? ¿Sería Nabé? Sí…, era como si alguien cerrara la puerta principal muy…, muy… silenciosamente.
Roger se levantó en un abrir y cerrar de ojos, y sin ponerse la bata ni las zapatillas bajó la escalera sin hacer ruido. Corrió hasta la puerta principal y al abrirla vio una figura que iba en dirección a la verja. Aquella noche había un poco de luna y Roger pudo distinguir quién era…, ¡el señor King!
Sí…, el señor King en otra de sus misteriosas rondas nocturnas. Muy bien…, estaba dispuesto a seguirle para ver a dónde iba. Tal vez le condujera hasta Nabé. Roger consideraba al profesor lo bastante malvado para tenerle encerrado en alguna parte…, por alguna razón secreta.
No era agradable caminar descalzo, sobre todo cuando el señor King penetró en los terrenos de la vieja casona. Debía dirigirse allí. El niño le fue siguiendo, mordiéndose los labios cada vez que pisaba una piedra o una espina con sus pies desnudos.
El señor King se detuvo, y dos hombres surgieron de entre los arbustos. Luego hablaron en voz baja. Roger aguzó el oído, pero sólo pudo pescar algunas frases sueltas.
—Le hemos cogido…, pero no hablará.
Luego siguió una conversación que Roger no pudo entender.
—¡Oh, sí…! ¡Resulta un buen escondite! Vaya si lo es…, nadie lo hubiera adivinado nunca.
Más cuchicheos en voz baja y luego otra frase del señor King:
—¡Bueno…, si esos niños a quienes doy clase adivinaran lo que busco, realmente se morirían!
Roger tembló entre los arbustos. ¿Entonces habrían cogido a Nabé? ¿De qué escondite estaban hablando…? ¿De la vieja casona? «Muy bien, señor King, usted cree que no sabemos nada, pero sabemos que usted es una mala persona», pensó Roger sonriendo.
Los tres hombres continuaron hablando un rato más y luego se dirigieron a la casa. Roger había oído bastante. A la mañana siguiente iría a contar a la policía todo lo que sabía, y suplicarles que buscaran a Bernabé. ¡Y también para pedirles que arresten al señor King…, el impostor! No quería seguir más a aquellos hombres. Tenía los pies heridos y le sangraban. Debía regresar. De todas maneras ya había averiguado lo bastante para inutilizar las armas del señor King y detener su juego…, ¡fuera el que fuese!
Se volvió a la cama, pero no pudo dormir. Estuvo dando vueltas y más vueltas en su cerebro al problema del señor King… ¿Qué estaría haciendo? ¿Por qué había secuestrado a Nabé?… y cientos y cientos de otras preguntas que continuaron aún en sus sueños produciéndole pesadillas. Se despertó por la mañana, agotado por aquel sueño inquieto.
Contó a los otros lo que pensaba hacer.
—Voy a dar parte a la policía —dijo—. Vosotros asistid a la clase como de costumbre para que el señor King no sospeche nada. Decidle solamente que he tenido que ir a hacer unas compras urgentes por encargo de la señora Redondo. Sé que necesita patatas. ¡Me ofreceré para ir a comprarlas!
De manera que Diana y Chatín quedaron solos con el señor King. Sin Nabé y sin Roger. Diana estaba pálida y con aspecto preocupado. El profesor la contempló igual que al intranquilo Chatín. ¿Qué diantre les sucedía a aquellos tres niños desde que se había ido la señorita Pimienta?
A eso de las once se oyeron pasos ante la puerta principal…, ¡los pasos de dos personas! Diana empezó a temblar. ¿Vendría Roger acompañado de un policía? Desde la ventana de la sala de estudios no podía ver quién llegaba.
Se abrió la puerta y entró Roger con aire de gran importancia, y tras él un robusto policía. Diana contuvo el aliento, y el señor King pareció muy sorprendido.
—¿Qué significa esto? —dijo atónito—. Roger…, ¿no habrás hecho nada malo, verdad?
—«Yo» no —repuso el niño.
—Ocurre lo siguiente, señor —dijo el policía sacando un librito de notas y volviendo algunas de sus páginas—. Este niño vino a hacer una denuncia esta mañana. Parece ser que un amigo suyo ha desaparecido hace dos días…, se llama Bernabé, sin apellido conocido. Y aquí, maese Roger, cree que usted sabe algo de su desaparición.
—Esto es absurdo —dijo el señor King furioso—. Roger, ¿qué significa esto?
—Pues que conocemos sus rondas nocturnas, sus misteriosos paseos y las exploraciones realizadas en la vieja casona —replicó Roger con osadía—. Usted penetró en la Mansión Rockingdown registrándolo todo…, destrozó las habitaciones de los niños tirándolo todo por el suelo…, se encontró con hombres extraños de noche…, para trazar algún plan. No sabemos cuál es…, pero estamos seguros de que tiene algo que ver con la desaparición de Nabé…, por eso fui a la policía esta mañana y di parte de todo.
—Eso es, señor —dijo el policía en tono firme—. Es una historia extraña, y nos gustaría que nos diera alguna explicación…, si no le molesta…, en particular con respecto al allanamiento de la Mansión Rockingdown. Eso es grave, señor.
El señor King había fruncido el ceño y miró a Roger, que sostuvo su mirada.
«¡Ajá! —decían los ojos de Roger—. ¿Qué dice usted a todo esto, señor impostor?».
El señor King se puso en pie pareciendo de pronto mucho más alto e imponente, y dijo con voz crispada y en tono de mando:
—Agente, eche un vistazo a esto, ¿quiere?
Y le alargó algo que el agente estudió, poniéndose muy colorado. Luego cerró el librito de notas y retrocedió apresuradamente.
—Le ruego me perdone, señor. No tenía la menor idea. No hemos recibido notificación alguna de jefatura, señor.
—No se preocupe —dijo el señor King conservando el mismo tono—. Creí mejor no decir nada a la policía local. Puede retirarse. Yo me encargo ahora de este asunto.
El agente se marchó ruborizado hasta las raíces de sus cabellos. Diana estaba completamente sobrecogida de asombro, y en cuanto a Roger y Chatín no sabían qué pensar de todo aquello y contemplaban estupefactos al señor King, que volvía a sentarse.
—Sentaos —les dijo, y Roger obedeció, mientras el señor King sacaba un cigarrillo de su pitillera que golpeó sobre la mesa antes de prenderle fuego. Nadie pronunció una palabra y él les miró con expresión grave.
—De manera que me habéis estado espiando, ¿eh? Quisiera saber el motivo… y por qué no acudisteis a mí en seguida para contármelo todo en vez de ir en busca de un policía del pueblo. ¿Qué es lo que sabéis exactamente?
De momento nadie respondió. Estaban completamente desorientados.
—Señor King…, ¿qué enseñó usted al agente, por favor? —preguntó al fin Diana.
—Algo que demuestra que ocupo un puesto muy superior al suyo en el cuerpo de policía —repuso el señor King tras una pausa—. Estoy aquí realizando una importante investigación, y siento que me creyerais un malvado. Os aseguro que no lo soy.
Hubo otro silencio, el pobre Roger se sentía muy violento. Entonces el señor King era… un detective…, un agente secreto… o, ¿qué? ¡Ni siquiera se atrevía a preguntárselo! Estaba avergonzado.
—Lo siento mucho, señor —consiguió decir al fin—. Pero…, pero estaba tan preocupado por la desaparición de Nabé que avisé a la policía y… y…, bueno…, les dije que sospechaba de usted. Lo siento muchísimo.
—Me lo imagino —repuso el señor King—. ¿Pero qué es esa historia de la desaparición de Nabé? Ignoraba que estuvierais seriamente preocupados por él. Escuchadme…, es evidente que habéis estado espiando tanto o más que yo… y tal vez sepáis cosas que yo ignoro. Será mejor que intercambiemos nuestros conocimientos y nos ayudemos mutuamente en vez de trabajar unos contra otros…, aunque yo ni remotamente sospechaba vuestras actividades secretas. ¡Sois una banda de pequeños delincuentes!
Sonrió y los niños sonrieron más aliviados. Tenía una sonrisa muy agradable. ¿Cómo pudieron creerle un impostor, un malvado? Era alguien importante, con dotes de mando, y en conjunto un personaje admirable.
—Hemos sido unos estúpidos —exclamó Chatín recuperando el habla—. Unos súper estúpidos.
El señor King les dedicó una sonrisa aún más amplia.
—Aunque he de confesar que sí he sido un poco impostor. ¡En realidad no soy maestro! Sé lo suficiente para enseñar a tres ignorantes como vosotros, pero no es un trabajo que me guste. Lo acepté porque necesitaba estar por estos barrios, como probablemente ya habréis adivinado.
—Sí…, adivinamos que era un… impostor en ese sentido —convino Diana enrojeciendo—. ¿Hemos de contarle todo lo que sabemos, señor King? Entonces tal vez pueda usted ayudarnos a encontrar a Nabé.
Y los tres niños se lo contaron todo mientras el señor King les escuchaba atentamente.
—Bueno…, casi todo lo sabía ya —les dijo—. Sin embargo, todo ayuda. Ahora, yo os comunicaré algo…, que espero no repitáis a nadie.
Le escucharon emocionados.
—En esta región se lleva a cabo mucho contrabando —dijo el señor King—. Yo lo vengo sospechando desde hace tiempo. Hay un avión misterioso que aterriza en algún sitio de noche y vuelve a elevarse casi inmediatamente. Y también una lancha motora igualmente misteriosa, que aparece de cuando en cuando en el río por estas cercanías. Creemos que existe una especie de central de recepción por aquí… donde esconden las mercancías hasta poder disponer de ellas con libertad… o donde las reparten en cantidades menores para venderlas o trasladarlas en seguida a alguna otra parte. Pero ignoramos dónde está ese escondite, y quiénes son los principales contrabandistas. Hemos capturado a uno de la banda, pero no quiere hablar. Tuvimos la impresión de que el centro era la vieja casona… la Mansión Rockingdown…, pero la hemos registrado de arriba abajo sin encontrar nada que lo pruebe. Nada en absoluto.
—¿Y qué hay de esos ruidos —preguntó Roger excitado— cuyo origen Nabé pensaba descubrir?
—Ah…, sí…, muy interesante —-dijo el señor King—. ¡Y creo que la desaparición de Nabé es debido a su curiosidad por averiguar la procedencia de esos ruidos! Me temo que ahora lo esté pagando.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Diana palideciendo—. ¿Qué cree usted que le habrá ocurrido? ¿Dónde estará?
—No tengo la menor idea —replicó el señor King—. Pero le encontraremos lo antes posible. Hay tantos cabos sueltos en todo esto… que parecen no conducir a ninguna parte. Por ejemplo, yo creí que el río Rocking, que corre bajo tierra, podría conducirme al fondo del misterio…, pero no, está bloqueado por una barrera absolutamente infranqueable…, ¡así que hemos de descartarlo!
—Menos mal que la señorita Pimienta no está aquí ahora —dijo Chatín de pronto—. Se hubiera puesto mala con todo esto.
—Sí…, es mejor que no esté —convino el señor King—. ¿Ahora…, queréis dejarme solo un rato? Debo reflexionar y rehacer mis planes. Os veré a la hora de comer para comunicaros lo que voy a hacer. Hasta luego, entonces… y por lo que más queráis…, ¡alegrad esas caras!