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Capítulo 21- Extraños sucesos

Junto a la pared había un cajón vacío. «Miranda» vio algo que se movía…, ¿una araña o una polilla?, y en un abrir y cerrar de ojos se lanzó en su persecución, deslizándose detrás del cajón que Nabé apartó para ver lo que era.

Y allí, en la pared, vio una argolla de hierro llena de herrumbre. Estaba muy baja y tuvo que arrodillarse para examinarla de cerca.

¿Por qué habría una argolla de hierro en aquella parte de la pared? Sin duda la pondrían allí por algo. Tal vez en los viejos tiempos aquel sótano fuera utilizado como mazmorra y ataron los prisioneros a aquella argolla.

Nabé, dejando la linterna, tiró de ella con ambas manos. Estaba fuertemente incrustada en el muro y no se movió. Insistió sin resultado. Y volvió a intentarlo mientras «Miranda» la contemplaba con gran interés.

Descubrió el secreto de la argolla de hierro por pura casualidad. Observó que giraba, y empezó a darle vueltas hasta… ¡qué ocurrió algo!

Nabé no llegó a comprender del todo lo que estaba ocurriendo. La rotación de la argolla parecía accionar algún resorte…, ya que de pronto la piedra contigua empezó a moverse muy…, muy… despacito. Se abría hacia fuera…, hacia el niño…, chirriando un poco al girar sobre sus goznes escondidos. Sorprendido, dejó de mover la argolla y la piedra también cesó de moverse, quedando medio dentro y medio fuera de la pared. Temblando de excitación, Nabé hizo girar nuevamente la argolla y una vez más la piedra comenzó a moverse.

Al salirse del lugar iba dejando una pequeña abertura en el muro. Nabé lo examinó. Podía pasar por ella fácilmente y también un hombre pequeño…, pero le hubiera resultado difícil a uno corpulento. Iluminó el hueco con su linterna, mas era imposible distinguir lo que había al otro lado.

—¿Nos metemos por ahí? —preguntó a «Miranda», que sin darle respuesta se introdujo limpiamente por el agujero, regresando casi en seguida con su acostumbrado parloteo.

No estaba asustada, de manera que Nabé decidió que no debía haber peligro al otro lado de la piedra movediza, y quiso verlo. Tal vez los ruidos tuvieran origen en aquel lugar.

De manera que se deslizó por la abertura. ¡Al otro lado del muro reinaba la oscuridad más completa! Nabé encendió su linterna para ver qué era aquello.

Se encontraba en un lugar curioso por demás…, muy pequeño, no mayor que una cabina telefónica con el techo o tejado tan bajo que Nabé no podía permanecer de pie. Las paredes rezumaban humedad y también se olía a moho.

Nabé contempló sorprendido aquel extraño lugar. ¿Qué diantre era aquello? Allí no había nada.

¡Y entonces oyó uno de los «ruidos»! ¡Cielos, y tan fuerte que por poco se cae del susto! Casi parecía haber sonado en aquella reducida habitación.

Tuvo la impresión de que sonaban bajo tierra; iluminó el suelo con su linterna… ¡y vaya sorpresa!

No lejos de donde estaba, había un agujero oscuro, redondo y muy estrecho. Se acercó a él y a gatas, ya que su linterna no podía iluminar el fondo, viendo los restos de una vieja escalerilla de hierro que partía de aquel curioso agujero… ¡y de allí venían los ruidos!

Desde la boca del agujero se oían muy fuertes. «Miranda» estaba aterrada, y desapareció por la abertura de la pared temblando de miedo. Nabé la llamó para que volviera, pero tardó mucho en regresar y tuvo que acercarse al muro y llamarla desde allí.

Al fin apareció de nuevo y, ¡entonces sí que ocurrió algo verdaderamente terrible! Nabé debió tocar algún resorte escondido, o presionado alguna palanca…, ya que la piedra que se había movido descubriendo el agujero empezó a moverse lentamente hasta cerrarlo de nuevo. Al principio Nabé no comprendía lo que estaba ocurriendo, entretenido en acariciar a «Miranda» para calmar su miedo.

Luego un pequeño ruido le hizo alzar la cabeza… ¡y horrorizado vio cómo se iba cerrando el agujero! Trató de sujetar la piedra para abrirla de nuevo…, pero era muy pesada y no pudo impedir que volviera a su posición inicial.

Entonces Nabé fue presa del pánico. Tenía frío y humedad en aquel terrible recinto de paredes rezumantes, y buscó frenéticamente alguna argolla o palanca que volviera a poner en movimiento la losa y de este modo escapar de aquella trampa. ¡Si no la encontraba, estaba perdido! Tenía que haber algún modo de mover la piedra desde aquel lado… ¿o no lo habría? ¿Sería acaso una horrible mazmorra donde se abandonaba cruelmente a los prisioneros tiempo atrás?

Otro ruido retumbó fuertemente en el agujero y Nabé escuchó.

¡Si eran hombres los que producían aquellos ruidos, debía de haber un medio de salir de aquel agujero! Pero ¿adónde diantre conduciría? Nabé no deseaba bajar por él. Era demasiado oscuro y estrecho, y además aquella escalerilla de hierro no ofrecía seguridad.

Hizo algunos esfuerzos más por encontrar el medio de mover la piedra, pero fue inútil.

Miró por el agujero del suelo y otra vez creyó oír voces. ¿Eran realmente voces humanas? Si allí abajo había hombres, tal vez pudieran ayudarle…, sólo que lo que estuvieran haciendo debía ser algo muy secreto y probablemente contra la ley. ¡Y no se alegrarían de verle!

¡Supongamos que el señor King estuviera allí también! ¡Valiente situación! Nada divertida…, distaba mucho de serlo…, en realidad era terriblemente grave.

No sabía otra cosa que hacer que empezar a bajar por aquel pozo oscuro. Nabé arrodillose sobre el suelo de piedra y luego introdujo una pierna por el agujero hasta poner un pie en la escalerilla. Apoyó todo el peso de su cuerpo en el primer travesaño.

¡Se rompió en el acto! ¡Vaya, aquello iba a resultar muy difícil si la escalera no resistía!

Buscó el segundo peldaño, hizo presión… y ¡también se rompió! Nabé volvió a dejarse invadir por el pánico, y «Miranda» castañeteaba asustada, agarrada a su hombro.

Entonces el niño fue tanteando los extremos de los travesaños. ¿Habría algún saliente: clavos… o siquiera un fragmento de los peldaños rotos?

Encontró un agudo pedazo de hierro, parte de uno de los peldaños que habían cedido, y pensó que lo mejor sería apoyar los pies en los extremos de los mismos para ver si así no se rompían.

De manera que con sumo cuidado fue tanteando un peldaño tras otro.

Ahora no se rompían y el niño respiraba con más tranquilidad.

Pronto tuvo todo el cuerpo dentro del pozo, y mientras sus pies tanteaban los extremos de los peldaños con las manos se sujetaba a los que iban quedando encima de su cabeza. ¿Adónde conducía aquel pozo? Mientras descendía, llegó hasta él uno de aquellos ruidos. «Miranda» casi se cae de su hombro del susto.

El pozo tendría unos tres metros y medio de profundidad y al fin llegó a su término, y Nabé pudo pisar tierra firme. Luego de soltarse giró en redondo, viendo una especie de puerta baja y estrecha en la pared que había a sus espaldas. Y se agachó cuanto pudo, para poder pasar por ella.

Ahora podía oír claramente voces masculinas llamándose mutuamente. Luego pegó un respingo. Acababa de oír aquel quejido agudo y espeluznante, comprendiendo lo que era…, el chirriar de alguna máquina…, un torno, tal vez.

Miró de reojo a su alrededor, sin atreverse aún a encender su linterna, que había apagado en cuanto puso pie en tierra firme, y permaneció en la oscuridad escuchando, sin atreverse a dar un paso más por temor a caer en otro agujero.

Luego tuvo conciencia de otro sonido… que se dejaba oír de cuando en cuando…, un rumor que de cuando en cuando se hacía más fuerte. ¡El murmullo del agua!

—Sí…, eso es… agua —exclamó Nabé para sus adentros lleno de asombro—. ¿Dónde está? Parece que muy cerca.

Encendió su linterna un breve instante. Se encontraba en un pasadizo estrecho que partía del pozo, ¡y al final del mismo vio brillar el agua!

—¡Vaya! —exclamó Nabé, estupefacto—. ¿Qué es esto? ¿Un estanque subterráneo?

Avanzó cautelosamente por el estrecho pasillo hasta llegar al agua, haciendo pantalla con la mano sobre la linterna para que la luz no fuera vista con facilidad. Sí…, ¡allí estaba el agua negra y brillante deslizándose ante su vista!

¡Deslizándose! Entonces debía ser una especie de río…, no, un arroyo, porque no tenía la anchura suficiente para ser río.

¡Y entonces, como por ensalmo, comprendió lo que era! ¡El afluente Rocking…, el riachuelo marcado en el mapa y que pasaba cerca…, muy cerca, de la Mansión Rockingdown! ¡No sólo pasaba cerca…, sino que prácticamente debía deslizarse por debajo de la vieja casona! No era de extrañar que la pared cercana al agujero del pozo estuviera tan húmeda.

Olvidando su prudencia, encendió la linterna para iluminar el arroyo que discurría sobre un fondo de piedras y bajo un techo abovedado que en algunos sitios era muy bajo. En el lado donde estaba el niño había un borde lo bastante ancho para andar por él. En el otro lado no había borde alguno.

¡Qué cosa más extraordinaria! Un río subterráneo, hombres trabajando en aquel túnel y produciendo ruidos que sonaban en la vieja casona…, apagados, distantes…, pero acusados por el oído.

Nabé se preguntó si aquellos hombres sabrían que los ruidos podían oírse. Sin embargo, aunque lo supieran, no debía importarles, por considerar la vieja casona deshabitada… y por lo tanto nadie podía oírles.

Algo más abajo, hacia la izquierda, en la dirección en que discurría el arroyo, brillaba una luz opaca, y era allí donde sonaban las voces y otros ruidos. Bernabé echó a andar cautelosamente por el borde pedregoso junto a la corriente, agachándose en los lugares en que el techo descendía. Luego vio que el riachuelo torcía hacia la izquierda, y tras aquel recodo la luz brillaba con más fuerza…, evidentemente era el lugar donde estaban los hombres.

Nabé comenzó a sentirse animado. ¡Si aquellos individuos tenían un medio para entrar allí, también conocerían la salida y él podría encontrarla y escapar, pero antes quería ver lo que estaba pasando allí!

Llegó al lugar donde el río torcía hacia la izquierda y se asomó cautelosamente, quedando asombrado ante lo que vieron sus ojos. El estrecho túnel por donde corría el arroyo se ensanchaba de pronto hasta formar una gran cueva de techo bajo, y allí habían varios hombres haciendo girar un cabestrante que producía el chirrido que Nabé oyera tan a menudo. Otro cabestrante funcionaba asimismo no muy lejos, produciendo un sonido agudo y gutural que resonaba en el túnel.

Nabé distinguió las voces de tres hombres que gritaban para hacerse oír por encima de los cabestrantes. ¿Qué estarían haciendo? ¡Si pudiera averiguarlo!