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Capítulo 16- Chatín no demuestra ser muy inteligente

El señor King, ante la sorpresa de Chatín, echó a andar en dirección opuesta. Después de echar un vistazo a su mapa, se encaminó hacia el sur…, a campo traviesa… y por las colinas. El niño que no tenía la menor idea de dónde se encontraba, y se sentía a kilómetros y kilómetros de su casa, miró al profesor con desesperación.

«¿A dónde irá ahora? ¡Qué persecución más disparatada es ésta!».

Aguardó a que el señor King desapareciera de su vista tras un pequeño bosquecillo y luego lo más rápidamente que pudo fue al lugar donde le viera detenerse junto al arroyo. Allí había un pequeño remanso…, como una ensenada, semioculta por los árboles y arbustos, y casi escondido entre ellos, en el fondo del remanso, había un bote sin nombre con un par de remos y un rollo de cuerda. Nada más. ¡Qué misterioso!

Chatín contempló el bote abandonado. ¿De quién sería? Por allí no parecía haber ninguna casa. Qué extraño dejar un bote en aquel arroyo y tan escondido. ¿Por qué? ¿Quién lo utilizaba? ¿Y dónde vivía su propietario? Chatín hubiera deseado tener unos prismáticos como el señor King para poder escudriñar aquellos alrededores y descubrir si había alguna casa o granja escondida entre las colinas.

Cuando hubo terminado de examinar el bote, que no le dijo absolutamente nada, el señor King había desaparecido por completo y no pudo ver rastro de él por parte alguna. Miró a su fiel perrito.

—¿Crees que sabrías dar con él? —le preguntó—. Así podríamos seguirle sin perdernos.

«Ciclón» le miró con inteligencia meneando el rabo.

—De acuerdo…, síguele —dijo Chatín, indicando con la mano la dirección por donde desapareciera el señor King.

«Ciclón» emprendió la marcha ávidamente, aunque sin tener la menor idea de lo que quería su amo. El niño estaba encantado.

—Es el perro más inteligente del mundo —díjose echando a andar tras él, pero cuando «Ciclón» le hubo llevado hasta ocho madrigueras consecutivas, empezó a variar de opinión.

—Estás loco —le dijo, pesaroso—. ¿De verdad crees que te dije que buscaras madrigueras? No tienes sentido común, «Ciclón».

El perro ladró meneando el rabo y dispuesto a buscar otra madriguera, pero Chatín ya tenía bastante. Aparte de su hambre y sed, estaba cansado, sucio de barro y además muy ofendido con el señor King. Su persecución no le demostró más que el profesor era muy aficionado a los paseos largos… y habían visto un bote escondido que no parecía pertenecer a nadie. El señor King había saboreado una rica merienda antes de desvanecerse en el aire, y Chatín se perdería, tratando de seguir su pista. Debía volver al arroyo y seguirlo hasta el río y de allí hasta el lugar que ya conocía para regresar a casa.

Al pobre niño se le hizo muy largo el camino e incluso «Ciclón» parecía abatido cuando emprendieron el regreso junto a la pantanosa orilla del pequeño arroyo.

Chatín no llegó a casa hasta las ocho, encontrando a todos muy preocupados por él, incluso al señor King. Miró a su profesor, como si él tuviese la culpa de que hubiera pasado una tarde tan terrible.

—¿Cuánto tiempo hace que ha regresado? —le preguntó.

—Oh…, pues estoy aquí desde las cinco y media —repuso el señor King ante su asombro.

¡Las cinco y media! Vaya, el señor King había regresado desde el arroyo en cosa de media hora… o menos. ¿Pero cómo lo hizo? Chatín no podía ni imaginarlo. Estaba a punto de saltársele las lágrimas de hambre y cansancio.

La señorita Pimienta se compadeció de él, y olvidando su enojo e inquietud, le preparó un baño caliente y luego le acostó, llevándole a la cama un plato de la deliciosa sopa de tomate de la señora Redondo, ternera asada y melocotones con nata. ¡Chatín se encontró como en el séptimo cielo! ¡Vaya festín! Sinceramente valía la pena haber pasado aquellas penalidades para conseguir aquella estupendísima cena.

Dijo muy tajante a la señorita Pimienta todo lo ocurrido durante su larga ausencia.

—Salí a dar un paseo y me perdí —fue su explicación—. Eso es todo.

—¿Adonde fuiste? —le preguntó el señor King, con curiosidad.

—En realidad no lo sé —le contestó en tono amable—. ¿Dónde fue usted?

—Oh, a dar una vuelta —dijo el señor King—. Pero yo me llevé la merienda. Es una lástima que no tropezaras conmigo, nos la hubiéramos repartido.

Chatín sonrió para sus adentros. ¡Qué poco imaginaba el señor King que estuvo lo bastante cerca de él para poder ver lo que comía! Hasta que la señorita Pimienta y el profesor se hubieron marchado de su habitación, Chatín no contó a los otros niños qué había ocurrido exactamente, y que les interesó mucho.

—Imaginaos, un bote escondido bajo los árboles, sin ningún propietario visible —dijo Roger—. ¡Un misterio!

—Sí, pero lo que parece ser mucho más misterioso…, es cómo consiguió regresar tan pronto el señor King —replicó Chatín—. Quiero decir… que se tardan horas en llegar hasta el bote, ¡y, sin embargo, el señor King sólo necesitó media hora para volver a casa!

—Bueno…, pudo tomar un atajo —repuso Roger—. Echemos un vistazo al mapa y lo averiguaremos.

Roger bajó a la planta baja para buscar un mapa de aquella región, y de nuevo arriba, señaló Rockingdown con el dedo.

—Aquí estamos… Mirad, éste es el pueblo… y éste es el camino del río. Ahora dices que fuiste río arriba…, así.

—Sí. Y llegamos hasta un arroyo… bastante grande, que se une al río —dijo Chatín, pinchando un trozo de ternera con el tenedor—. ¿Está indicado el arroyo?

—Sí, aquí está…, río Rocking —exclamó Roger—. Dices que lo seguiste un buen trecho…, bien, por aquí vamos —y fue corriendo el dedo por el mapa.

Diana lanzó una exclamación.

—¡Vaya! ¡Está clarísimo por qué el señor King regresó tan de prisa! Mirad…, había trazado casi un círculo… y tomando un atajo por esta colina, debió salir muy cerca de Villa Rockingdown. Fijaos…, apenas hay distancia.

Diana tenía razón. Porque debido a la curva que describía el río, Chatín había caminado en semicírculo, y luego arroyo arriba, lo cual formaba casi las tres cuartas partes de una circunferencia, y el cuarto restante es el que separaba la colina de Villa Rockingdown. ¡Bien sencillo!

Chatín exhaló un profundo suspiro.

—¡Cáscaras! He sido un estúpido. Estando a tan poca distancia de aquí, anduve kilómetros y kilómetros por el camino largo, pero yo no lo sabía.

—Debieras haber llevado una brújula —dijo Roger—. De todas formas, si quieres que veamos el bote, no está muy lejos…, iremos por este camino de aquí hasta el arroyo, atravesando la colina y esta pequeña zona pantanosa… ¡hemos de encontrar ese bote!

Todo parecía muy sencillo teniendo el mapa ante los ojos. Chatín estaba realmente desesperado al ver el rodeo innecesario que había dado para regresar a casa. ¡Al señor King debía gustarle mucho pasear para hacerlo por terrenos pantanosos y entre espesa maleza! Bueno, era la última vez que seguía a nadie. El profesor podía seguir paseando a diario si lo deseaba…, ¡pero por lo que a Chatín respecta, lo haría solo!

Chatín se quedó dormido inmediatamente después de haber terminado su cena. Tras la inquieta noche anterior y la caminata de la tarde, estaba agotado. ¡Aquella noche sí que no saldría de excursión!

Nabé estuvo jugando con Roger y Diana hasta que fue hora de acostarse. El mapa que habían estado mirando, yacía olvidado debajo de una mesa cercana.

Nabé, a quien no le tocaba jugar en aquel momento, ya que el juego era sólo para dos y se turnaron, se entretuvo mirando el mapa…, fue siguiendo el arroyuelo… y al fin exclamó, intrigado:

—¡Aquí hay algo raro! ¡Mirad!

—¿Qué? —dijo Diana, meneando el cubilete de los dados—. ¡Un seis…, bien! Lo que estaba esperando.

—Mirad —continuó Nabé—. ¿Veis este arroyo en donde Chatín encontró el bote? Mirad a dónde va.

Todos miraron con atención.

—Bueno, no veo nada de particular —dijo Roger—. Sólo que pasa muy cerca de la Mansión Rockingdown…, luego tuerce hacia el Norte… donde están las colinas… y al parecer sigue su curso.

—Sí…, ¿pero no comprendéis? —dijo Nabé—. ¿Habéis visto algún riachuelo por estos alrededores? La vieja casona está situada en mitad de estas tierras. Pues bien, este mapa indica que el arroyo pasa muy cerca de la casa…, pero vosotros sabéis tan bien como yo que no hay ningún riachuelo por estos alrededores.

Los otros dejaron su juego para mirar el mapa más de cerca. Sí…, verdaderamente parecía que el arroyo pasaba muy cerca de la casa. Era un mapa en gran escala y el riachuelo estaba indicado en los mismos terrenos de la antigua finca.

Y, sin embargo, lo que decía Nabé era cierto. Ninguno de ellos había visto ningún río por allí, y eso que habían explorado la finca a conciencia.

«Miranda» saltó encima del mapa y los niños la apartaron. Ahora estaban intrigados. ¿Dónde estaría el riachuelo? Trataron de averiguarlo.

—No está cerca de nuestra casa, eso es seguro. Ni tampoco del pueblo, o habríamos tenido que cruzar algún puente. Debe estar al otro lado de la casona. Iremos a verlo. Esto me intriga.

—Si no está, debe haberse secado, o habrá alterado su curso —dijo Roger.

—Podemos averiguarlo fácilmente —replicó convencido Nabé.

—¿Cómo? —preguntó Diana.

—¡Utiliza tu cerebro!

—Oh, claro, podemos seguir el riachuelo desde que se separa del río —dijo Diana—. No se me había ocurrido. ¡Qué tonta soy!

—Sí. Podemos seguirlo fácilmente y ver cuál es su curso —dijo Nabé—. No es que tenga gran importancia. Sólo me ha interesado lo cerca que pasa de la vieja casona, al verlo en el mapa.

Dejaron aquel tema para empezar otra partida. Al cabo de un rato, la señorita Pimienta asomó la cabeza por la puerta de la sala de estudio.

—Nabé, es hora de que te marches. Está lloviendo mucho. ¿Duermes muy lejos de aquí?

La señorita Pimienta pensaba que Bernabé dormía en alguna parte. Le dijo que en una habitación, y ella se imaginó que sería en el pueblo. Nadie la sacó de su error. ¿Cómo iban a decirle dónde dormía Nabé en realidad?

—No. No muy lejos, señorita Pimienta —replicó Nabé levantándose para marcharse. En realidad era un niño bien educado—. Os veré mañana —dijo a Diana y Roger—. ¡Hasta la vista!

Salió llevando a «Miranda» sobre el hombro, como siempre, y «Ciclón» le escoltó hasta la puerta, dedicándole algunos ladridos, que en realidad eran para «Miranda».

—¡Al fin nos libramos de tanta tontería! —parecía querer decir, y luego volvió trotando junto a los otros niños, satisfecho de sí mismo.

Nabé recorrió los antiguos jardines de la vieja casona con sumas precauciones, preguntándose si andaría por allí el señor King… o cualquier otro…, pero no vio a nadie. De todas maneras, cerró con llave la puerta del porche y también la del pasillo… ¡No quería que volvieran a molestarle en plena noche!