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Capítulo 15- Chatín es un estorbo

Chatín se despertó muy temprano con el afán de regresar a la casa antes de que nadie se hubiera levantado. Nabé le acompañó y quedó esperando en la ruinosa glorieta. Chatín prometió llevarle algo de desayuno.

Pero la señora Redondo vio a «Miranda» junto a la glorieta cuando llegaba a la casa para realizar la limpieza y preparar el desayuno, y al asomarse, descubrió a Bernabé.

—¡Ah…, otro más para el desayuno, supongo! —exclamó.

Nabé sonreía. Él y la señora Redondo se llevaban muy bien. Algunas veces el niño le ayudaba en pequeñas cosas…, desatascando la fregadera cuando se embozaba, colocando nuevas cuerdas para tender la ropa…, etcétera, etcétera. Ella le consideraba un niño habilidoso y servicial, aunque no podía soportar a «Miranda».

Nabé desayunó con los demás con el permiso de la señorita Pimienta. Uno más no tenía importancia, y Nabé parecía un niño simpático, aunque un poco raro. El señor King estaba allí también con aspecto cansado. Bajó a desayunar muy tarde.

Chatín le aguardaba preparado. Había referido a Roger y Diana los acontecimientos de la noche anterior, que ellos escucharon emocionados y atónitos.

—¡Qué suerte… haber corrido tantas aventuras a medianoche y con Nabé! —exclamó Roger.

Chatín no le dijo lo asustado que se sentía…, ahora que era de día y el sol brillaba con fuerza, casi había olvidado cómo le castañeaban los dientes y se le erizaban los cabellos. Sentíase valiente… ¡Ajá! ¡Había pasado una noche maravillosa mientras los otros dormían tranquilamente en sus camas!

Quedaron muy sorprendidos al oír que el señor King también andaba de ronda. Roger lanzó un silbido como era su costumbre.

—¿Qué diablos estaría buscando? Es un competidor. ¿Por qué no dijo nada?

El señor King se disculpó por llegar tarde a desayunar, y en cuanto se hubo sentado Chatín, comenzó su interrogatorio.

—¿Ha pasado mala noche, señor King?

El profesor pareció sorprenderse ante el repentino interés de Chatín.

—No —dijo—. He dormido muy bien, gracias.

—Pues yo no —replicó el niño—. He estado muchos ratos despierto. ¿No ha oído ruidos esta noche?

El señor King pareció sobresaltarse y volvió sus ojos hacia Chatín, que había adoptado una expresión inocente.

—¿Qué clase de ruidos? —preguntó con cautela.

—Oh…, ruidos simplemente —repuso Chatín—. Quizá duerme usted demasiado bien para oír nada, señor King.

—Desde luego, duermo muy bien…, como un tronco —repuso el señor King—. Señorita Pimienta, ¿quiere darme la mostaza?

Chatín no iba a dejar que cambiara de tema, y continuó interrogándole.

—Anoche me pareció oír pasos. Tal vez fuese alguien caminando en sueños. ¿Ha paseado alguna vez dormido, señor King?

—-Nunca —replicó el profesor en tono seco—. Estas salchichas son excelentes, señorita Pimienta. Siempre he dicho que en el campo todo sabe mejor que en la ciudad.

—Quisiera saber quién se ha levantado esta noche —insistió Chatín, con aire inocente—. ¿Fuiste tú, Roger? ¿O tú, Diana? Estoy seguro de que alguien bajó la escalera.

—Nosotros no —dijeron Roger y Diana, disfrutando al ver los apuros del pobre profesor.

—Y usted tampoco, ¿verdad, señor King? —dijo Chatín, volviéndose a él—. A menos que sea sonámbulo.

—Ya te he dicho que no lo soy —replicó el señor King, exasperado—. Ahora, ¿quieres dejarme hablar con la señorita Pimienta? Si esto es lo último que se te ha ocurrido para hacerte el gracioso, ya puedes ir pensando otra cosa. Resulta pueril.

—¿Qué es pueril? —preguntó Chatín en el acto.

—Te lo explicaré en la clase de latín —repuso el señor King con voz que prometía una lección muy embarazosa para Chatín—. Aunque yo hubiera asegurado que ya sabías lo que significa «pueril». Es una lástima que estés tan atrasado.

Chatín guiñó un ojo a sus compañeros. Había descubierto lo que deseaba saber. El señor King no estaba dispuesto a admitir que salió la noche pasada…, ya que al parecer era asunto suyo, y si lo guardaba en secreto…, significaba que tal vez volviese a sus exploraciones y sería divertido vigilarle por si acaso.

—¿Va usted de paseo hoy también? —preguntó Chatín, dirigiéndose al señor King—. ¿Puedo acompañarle?

—Voy a ir de paseo…, pero no quiero que vengas conmigo con lo pesado que estás hoy —replicó el señor King, y Chatín tomó la resolución inmediata de seguirle. «Ciclón» que estaba debajo de la mesa, empezó a mordisquear los cordones de los zapatos del profesor. «Miranda» había quedado en el cobertizo para evitar que empezara a pelearse con el perro.

Chatín estuvo aún más pesado durante la clase que a la hora del desayuno. Le ordenaron que escribiera tres frases en francés, y formó las siguientes que leyó en tono muy alegre.

«Ils étaient de bruits dans la nuit.» —Hubo ruido durante la noche.

«Je me promene dans mon sommeil.» —Me paseo dormido.

«Je ne parle pas toujours le vrai.» —Yo no siempre digo la verdad.

El señor King escuchó aquellas curiosas frases en silencio, y tras observar a Chatín, pareció a punto de perder los estribos, pero luego cambió de opinión.

—Están llenas de errores elementales —le dijo fríamente—. Haz el favor de escribir tres más. Y si también te equivocas, escribirás otras tres.

Chatín decidió no molestar más al señor King, y escribió tres frases inocentes en francés sin la menor equivocación…, cosa que no es de extrañar, puesto que las había copiado de su libro de francés. El señor King no parecía recelar estos pequeños trucos. Chatín hubiera deseado que el profesor de francés de su colegio fuera tan ingenuo, pero por desgracia «monsieur» Riu era capaz de oler los trucos antes de que los pusiera en práctica.

Después de comer, los niños se reunieron en la glorieta, y comentaron riendo la frescura de Chatín.

—De todas maneras, el señor King es muy especial —dijo Roger—. ¿Por qué ese misterio? Podía haber dicho sencillamente que no podía dormir y que salió a dar un paseo. No es muy rápido improvisando.

—Esta tarde pienso seguirle —dijo Chatín—. ¿Verdad, «Ciclón», viejo amigo?

«Ciclón» dio su consentimiento apoyando sus patas en la rodilla de Chatín, y lamiéndole la nariz a su gusto. Luego quiso tumbarse, pero al ver a «Miranda», echó a correr tras ella hasta que se subió a un árbol y desde allí se burló de él.

—¡Las cosas que le está diciendo! —dijo Nabé, fingiendo sorprenderse—. ¿Dónde las habrá aprendido?

El señor King salió de paseo a las dos y media, llevando consigo un mapa y su bastón. Chatín, que estaba a la espera, le dejó adelantarse y luego salió tras él. «Ciclón», que había recibido orden de no hacer ruido, caminaba a su lado olfateándolo todo.

El señor King caminaba a campo traviesa en dirección al río. Chatín estaba un poco decepcionado. Había esperado que volviera a explorar la vieja casona. De ser así, hubiera podido entrar, ya que la puerta del porche estaba abierta, pues desgraciadamente la llave no cerraba por la parte de fuera.

Chatín fue siguiendo al señor King con sumas precauciones, agachándose cuando el profesor se detenía y miraba a su alrededor. Esto causó gran asombro a una anciana que pasaba por allí cerca en el momento en que Chatín se dejaba caer al suelo repentinamente. Se había tumbado siseando a «Ciclón» para que también se echara, y la anciana se le acercó preocupada.

—¿Te encuentras bien, pequeño? —le dijo—. ¿No te sientes mal?

—¡Chisssss! —dijo Chatín, contrariado, arrastrándose hasta un seto como un cangrejo ante la alarma de la anciana. Aquel niño debía estar loco…, como no fuese…

—¿Estás jugando a los pieles rojas? —le preguntó.

El señor King había vuelto a emprender la marcha, y Chatín se puso en pie refugiándose tras el seto.

—Soy el gran jefe Pluma Roja —dijo a la viejecita—. Tenga cuidado con mis hombres. ¡No consienta que le arranquen el cuero cabelludo! Y dejó a la anciana buscando a sus «hombres» para continuar tras los pasos del señor King, asustando a varias vacas al echarse repentinamente al suelo cada vez que el señor King se detenía para estudiar el camino. Chatín se estaba divirtiendo de lo lindo. Se consideraba bastante listo…, ¡qué bien estaba siguiendo al señor King!

Llegaron al río, y el profesor, tras consultar su mapa, echó a andar corriente arriba. Era una región bastante selvática y el señor King y su seguidor, encontraron dificultades para avanzar. A decir verdad, Chatín, después de caerse dos o tres veces en zonas pantanosas y de tener que sacar del barro a «Ciclón» por lo menos seis, casi abandona la persecución.

Unas colinas escalonadas, se levantaban ahora a un lado del río. Un arroyuelo se desviaba hacia el este, y ante la sorpresa de Chatín, el señor King dejó el río para seguir aquel pequeño afluente. El pobre niño lanzó un gemido. Aquello era mucho peor de lo que había imaginado. Debía ser casi hora de merendar… ¡y tenía que recorrer todo aquel trecho para volver a casa!

Para empeorar las cosas, el señor King se sentó de pronto en una zona seca, y sacando un paquete de su bolsillo, lo abrió, poniendo al descubierto una serie de bocadillos y un pedazo de pastel. ¡Chatín hubiera llorado de rabia! ¿Por qué no había tenido la precaución de averiguar si el señor King pensaba regresar antes de la hora de la merienda?

Tuvo que tenderse bajo un arbusto bastante espeso y observar cómo el señor King devoraba bocadillo tras bocadillo, y un gran pedazo de pastel de frutas de la señora Redondo. «Ciclón» lanzó un gemido cuando el viento llevó hasta él el apetitoso aroma, pensando que su amo era muy tonto por no haber llevado también algo que comer.

Chatín vio que el señor King levantaba la cabeza al oírlo y siseó al asombrado «Ciclón».

—¡Cállate, estúpido! ¡Ni una palabra!

El perro miró a su amo unos instantes, pensando que se había vuelto loco, y luego se hizo un ovillo, disponiéndose a dormir. Chatín se alegró al ver que el profesor doblaba los papeles de su merienda y los guardaba en el bolsillo. ¡Ahora tal vez regresara a casa!

Pero no fue así. Continuó siguiendo el arroyo y Chatín tuvo que abandonar la persecución porque aquel paraje era demasiado desolado para poderle seguir sin ser visto. ¡Haber andado tanto para nada!

Aguardó un momento. El señor King estaba ahora muy quieto, mirando algo con gran interés. ¿Qué era? Chatín estaba lleno de curiosidad. Vio que el profesor se inclinaba sobre el arroyo y tocaba algo. Luego se agachó todavía más hasta casi desaparecer, permaneciendo unos minutos fuera de su vista. Al fin volvió a verle cuando sacaba unos prismáticos y examinaba todos los alrededores. ¿Qué estaría buscando? ¿Y qué fue lo que encontró en el arroyo? Chatín tomó la decisión de ir a verlo, aunque llegase tarde para la cena.