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Capítulo 14- Noche de misterio

Chatín estaba lleno de asombro. ¿Qué diablos estaba haciendo el señor King alrededor de la vieja casona a media noche cuando todos le creían en la cama? Permaneció inmóvil a la sombra de un gran arbusto pensando en todo aquello que no tenía pies ni cabeza.

Decidió ir hasta la puerta del porche, entrar lo más silenciosamente posible y subir a avisar a Nabé. Luego cerraría la puerta para que el señor King no pudiera entrar. El profesor estaba ahora en la parte de la casa opuesta al porche, o sea en el lado norte. Si se daba prisa, podría entrar sin ser visto ni oído. Echó a correr hacia la casa con «Ciclón» pegado a sus talones.

Una vez hubo subido los escalones del porche, tuvo que encender la linterna para buscar el pomo de la puerta. Lo hizo girar y empujó. La puerta se abría con más facilidad y sin mucho ruido ahora que los niños lo utilizaban a menudo. Chatín entró con «Ciclón», cerrándola tras sí. Luego corrió el pestillo y echó la llave. ¡Ahora el señor King ya no podría entrar!

Atravesó el vestíbulo de puntillas, entrando en otra habitación para ver si lograba distinguir la linterna del señor King al otro lado de la casa. ¡Sí, allí estaba!

Chatín salió disparado escaleras arriba, pasó el primer rellano y luego el segundo. Se acercó a la puerta que daba al pasillo de las habitaciones de los niños y quiso abrirla.

¡Estaba cerrada! Chatín quedó intrigado. ¿Por qué estaba cerrada? Nabé la dejaba abierta para que ellos pudieran entrar y salir cuando quisieran. Llamó suavemente con los nudillos, y en seguida oyó el parloteo de «Miranda» al otro lado.

—¡«Miranda»! —exclamó en voz baja—. ¿Dónde está Nabé? ¡Busca a Nabé!

La puerta fue abierta inmediatamente y Bernabé apareció tras ella, llevando a «Miranda» sobre su hombro. Hizo entrar a Chatín y volvió a cerrar la puerta. Luego, en silencio le condujo a la habitación donde dormía.

—¿Por qué cerraste la puerta? —susurró Chatín.

—Porque anda alguien por ahí —repuso Nabé en voz baja—. ¿No has tropezado con él?

—¡Sí, por poco! Y además sé quién es —replicó Chatín.

—¿Quién? —quiso saber Bernabé.

—¡El señor King! —dijo Chatín—. Sí… es sorprendente, ¿verdad? Pero es cierto. Está examinando toda la casa por fuera, como si buscara por dónde entrar.

—«Miranda» me despertó hace unos minutos —explicó Nabé—. Y por su nerviosismo comprendí que ocurría algo, no cesaba de parlotear y de tocarme la cara con su manita. Así que me levanté para mirar por la ventana…, ¡y vi que había alguien abajo con una linterna!

—¿Por qué no bajaste corriendo a cerrar la puerta del porche? —preguntó Chatín.

—¡Porque pensé que podía llegar a la puerta al mismo tiempo que él! —repuso Nabé—. Por eso cerré la puerta del pasillo. Luego viniste tú, y me asusté un poco. Pensé que serías ese hombre… o tal vez otro. Sólo cuando «Miranda» empezó a demostrar alegría, adiviné que erais uno de vosotros tres. ¿Están los otros también aquí? ¿Por qué has venido?

Chatín se lo explicó entre susurros.

—Quise venir a pasar la noche contigo… y vi a ese hombre en cuanto me acerqué a la casa. Me sorprendí mucho al verlo. Los otros no han venido. Están en cama.

—¿Qué crees tú que está haciendo? —dijo Nabé, intrigado—. ¿Qué andará buscando?

—No puedo imaginarlo —replicó Chatín—. A propósito, ¿has oído más ruidos desde la otra noche?

—Ninguno —dijo Nabé—. Creo que debió ser el viento golpeando la puerta, nada más.

Fue hasta la ventana asomándose cautelosamente. No había nada que ver.

—Puede que esté al otro lado de la casa —dijo Bernabé—. Bueno, ahora que la puerta del porche está cerrada, sabemos que no puede entrar. Bajemos a ver si averiguamos dónde está el señor King.

Y echaron a andar. «Miranda» iba encima del hombro de Bernabé sin cesar de parlotear y «Ciclón» disfrutando de lo lindo.

Una vez abierta la puerta del pasillo, bajaron silenciosamente la escalera hasta las habitaciones del primer piso. Una de ellas tenía balcón…, desde el que tratarían de descubrir la linterna del señor King.

La vieron en seguida…, moviéndose lentamente como si examinara todos los cierres de las ventanas. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué querría entrar?

Y entonces…, cuando estaban observándose en silencio, oyeron un ruido.

¡Bang! ¡Pam! ¡Pam! ¡Bang!

Casi se desmayan del susto. Evidentemente, el señor King lo había oído también, porque apagó la linterna en el acto. Chatín se arrimó a Bernabé, muy asustado. «Ciclón» gruñó sordamente y «Miranda» permaneció muy quieta, escuchando.

—Ése es el ruido que oí la primera noche —dijo Nabé en voz baja—. ¿Tú crees que es una puerta que golpea?

—Pues…, podría ser —repuso Chatín, escuchando.

¡Bang!

—Ahí está otra vez —dijo Nabé—. ¿De dónde viene el ruido?

—De debajo —repuso Chatín, mientras le castañeaban los dientes.

Estaba avergonzado de su miedo y trató de apretar las mandíbulas para que sus dientes no se comportaran de un modo tan estúpido. ¡Deseaba con toda su alma volver a subir a las habitaciones de arriba y cerrar la puerta! Le sorprendía descubrir que no era tan valiente como había creído.

Nabé estaba muy tranquilo y sin asustarse, escuchaba atentamente. Los ruidos volvieron a oírse. Sí…, desde luego sonaban abajo.

No volvieron a ver la linterna del señor King. O se había escondido o se había marchado. ¿O tal vez se hubiera reunido con las personas autoras del ruido? Nabé consideró muy probable que fuese aquélla la razón que le llevara hasta allí aquella noche…, ¡el reunirse con sus amigos!

Permaneció inmóvil, escudriñando el exterior, y aguardando más ruidos. Se oyó un quejido semi-ahogado que puso los pelos de punta a Chatín… y luego un silencio absoluto. No volvieron a oírse más golpes.

—Bien —dijo Nabé al fin, apartándose de la ventana—. ¡Creo que por esta noche la función ha terminado…, fuera lo que fuese! El señor King ha desaparecido y los ruidos han cesado. Bajemos a explorar la planta baja para ver si descubrimos la causa.

Chatín estaba horrorizado. ¿Qué? ¿Bajar con aquella oscuridad para ver qué era lo que producía aquellos ruidos tan aterradores? ¡Nabé debía estar loco! Se asió de su brazo.

—¡No, Nabé! ¡Subamos a la habitación y encerrémonos con llave!

—Ve tú —repuso Nabé—. Y llévate a «Ciclón». Yo iré a explorar.

Mas el pobre Chatín no se atrevía a subir solo…, no, ni siquiera llevando a «Ciclón» pegado a sus talones. Y pensó que de los dos males, el menor era quedare con Nabé…, ¡de momento no se atrevía a ir solo a ningún sitio!

Temblando de pavor, fue bajando la escalera con Nabé. Sentía a «Ciclón» pegado a sus piernas y eso le confortaba. Chatín hubiera deseado ser perro también. ¡Los perros no parecían asustarse de nada!

—Creo que los ruidos venían de la parte de la cocina —dijo Nabé en un susurro—. Aguardaremos un momento aquí en el recibidor y escucharemos.

Se detuvieron… ¡Y entonces, ante el horror de Chatín, algo tocó sus cabellos! Casi gritó de terror. Pero al notar que luego tiraban de ellos…, suspiró aliviado. ¡Era sólo «Miranda» que desde el hombro de Nabé quería demostrarle su afecto!

Penetraron en la gran cocina. Nabé encendió la linterna, y su haz de luz jugueteó por la estancia, apartando las sombras de los rincones. Chatín temblaba y Nabé lo notó.

—Estás asustado —le dijo, sorprendido—. No te preocupes, Chatín. «Miranda» y «Ciclón» nos avisarían en seguida si hubiera alguien cerca. No es posible que haya nadie por aquí o «Miranda» hubiera empezado su parloteo y «Ciclón» gruñiría.

Era cierto y Chatín se animó en el acto. En la gran cocina no había nada que ver. El haz de luz recorrió todo el suelo iluminando las huellas… de los pies de los niños y el perro, pero ninguna otra.

—Nadie ha entrado aquí —susurró Nabé, yendo al lavadero. Éste era una gran estancia con una bomba para el agua y una fregadera con sus grifos correspondientes. Allí, ni siquiera estaban las pisadas de los niños, puesto que nunca habían entrado en el lavadero.

Era muy extraño. ¿Cómo era posible que alguien hiciera ruido en la planta baja y sin embargo no dejara huellas ni el menor rastro de su paso?

—Es cosa de fantasmas —dijo Chatín al fin, y Nabé se echó a reír.

—¡No lo creas! Esos ruidos fueron hechos por personas…, no tenían nada de fantasmales. ¡No irás a creer en fantasmas! ¡Qué niño eres!

—Bueno…, es muy extraño —dijo Chatín—. Todos esos ruidos… y sin que encontremos la causa. ¡Ni siquiera la huella de una pisada! ¿Puedes explicarme cómo es posible que alguien haya armado tanto, estrépito aquí y no haya dejado huellas en el polvo?

—No, no puedo —replicó Nabé—. ¡Pero voy a averiguarlo! Eso es bien cierto. Hay algo raro en todo esto…, muy raro…, ¡y yo voy a dedicarme ahora a resolver este misterio!

—¿Tú crees que el señor King tiene algo que ver en esto, sea lo que fuese? —preguntó Chatín.

Nabé reflexionó.

—No me sorprendería —dijo—. Mañana hazle algunas preguntas, a ver qué dice. Pregúntale si ha dormido bien…, si ha oído ruidos durante la noche… ¡y si acostumbra a andar en sueños!

Chatín sonrió en la oscuridad.

—¡De acuerdo! ¡Veremos qué dice! Oye, ¿de veras ha terminado ya la función, Nabé? Tengo un sueño verdaderamente terrible.

—Sí, parece que ha terminado —repuso Nabé—. ¡Vamos, «Miranda», a la cama! ¿De veras vas a dormir aquí esta noche, Chatín?

—Pues, por nada del mundo volvería a Villa Rockingdown esta noche tan oscura —repuso Chatín—. ¿Me harás sitio en tu cama?

—¡Supongo que habrá que hacerle sitio también a «Ciclón»! —dijo Nabé—. Sí, espero que quepamos los cuatro. ¡Vamos!

Volvieron a subir la escalera, cerrando la puerta del pasillo y las de las habitaciones de los niños, y luego entraron en el tercer dormitorio. Chatín creía que le costaría mucho dormirse, pero los ojos se le cerraron en cuanto apoyó la cabeza en la almohada. Y allí durmieron los cuatro hasta la mañana siguiente… «Miranda» acurrucada junto al cuello de Nabé y «Ciclón» a los pies de su amo… ¡Qué cama más bien aprovechada!