Tío Roberto cumplió su palabra. En cuanto vio a la señora Lynton le anunció su intención de marcharse aquella misma tarde, y fue a preparar su equipaje.
Su sobrina estaba asombrada y miró a los niños.
–¿Qué le ocurre? ¿Qué es lo que le ha trastornado de ese modo? ¿Qué habéis estado haciendo?
–¡Nada! –replicó Roger, indignado–. Oh, mamá, escúchame... tenemos grandes noticias que comunicarte.
–Bueno, aquí está vuestro padre... decídselo a él también –repuso su madre–. Y haced el favor de entrar en casa. Es tardísimo y la cocinera os ha preparado merengues paro postre.
–Caramba... ¿os habéis dado cuenta de que no hemos merendado? –exclamó Chatín, contrariado–. ¿Es posible? No me extraña que tenga apetito.
–Han ocurrido tantas cosas que es difícil saber por dónde empezar nuestra historia –dijo Roger a su madre.
–Id a lavaros antes de empezar –repuso la señora Lynton fijándose en los sucios que estaban–. Andad... id en seguida y sin chistar. Las novedades pueden esperar. No deben ser tan importantes como decís.
Pero lo eran, desde luego... y cuando los tres niños estuvieron por fin instalados ante una suculenta comida, el matrimonio escuchó con asombro el extraordinario relato de los acontecimientos que fueron contando los niños mientras comían.
–¡Debieras haber visto a qué velocidad subía el chimpancé por la pared! –dijo Chatín blandiendo el tenedor.
–¡Y debierais haberle visto bajar por la chimenea! –intervino Roger, poniéndose fuera del alcance del tenedor de su primo.
–¡Y debierais haberle visto olfateando los documentos para saber cuáles debía coger! –dijo Diana.
Fue una tarde muy agitada. Tío Roberto se avino a comer algo, una vez tuvo hecho el equipaje, y también agregó su parte al relato. El inspector llegó para hacer su informe. Lord Marloes telefoneó a tío Roberto para pedirle detalles de los últimos acontecimientos ocurridos en el castillo, invitándole a que fuera a su casa de la ciudad. Y entonces el anciano telefoneó pidiendo un taxi y allá se fue.
–Siento muchísimo que hayas tenido uno estancia tan agitada –le dijo la señora Lynton, apenada por la repentina marcha de su invitado.– Desde luego, parece que atraes las complicaciones como nadie, tío Roberto. ¡Decidle adiós, niños!
Los tres le despidieron desde la puerta del jardín, y la última visión que tuvo de ellos tío Roberto fue verles con las manos alzadas diciéndole adiós, y a Chatín, con “Ciclón” en brazos, haciéndole agitar una de sus patas.
–¡Ese perro! –dijo el anciano reclinándose en el asiento del taxi–. ¡Bueno, gracias a Dios que ya no podrá volver a rascarse en mi presencia!
Y entonces llegó Nabé, que se puso a silbar debajo de la ventana, semioculto en la sombra.
–¡Ahí está Nabé! –dijo Chatín, que casi se cae de la silla en su prisa por asomarse a la ventana que tenía más próxima.
Nabé al ver asomarse a su amigo, salió de la oscuridad y le saludó con la mano.
–Dile que entre –dijo la señora Lynton–. También queremos escuchar su parte. ¡Nunca imaginé que un grupo de niños pudieran correr tantas aventuras!
–¡Entra, Nabé! –le gritó Chatín, y “Ciclón” salió corriendo del jardín ladrando como un perro. Nabé entró muy pálido y preocupado.
“Miranda” iba sentada en su hombro como de costumbre y lanzó grititos de alegría al ver a sus amigos, bajándose del hombro de Nabé para subirse velozmente al de Chatín.
–No dejéis que se me acerque –dijo la señora Lynton alarmada–. Me gusta..., pero la verdad es que no puedo soportar los monos.
–La meteré dentro de mi camisa –repuso Chatín–. Tiene frío, y a ella le gusta.
“Miranda” desapareció de la vista de todos por espacio de unos minutos, y “Ciclón” fue a olfatear la camisa de su amo sintiéndose celoso de que “Miranda” estuviera tan cerca de su querido amo.
–¿Qué ocurrió cuando nos marchamos, Nabé? –le preguntó Roger–. ¿Salió todo bien?
–Bastante bien –repuso el muchacho–. Tonnerre ha sido detenido, igual que Vosta. He oído decir que no regresarán, de manera que no sé si eso significa que les han llevado a la cárcel.
–No habrán encerrado a “Hurly” y “Burly”, ¿verdad? –preguntó Chatín, alarmado.
–Claro que no –dijo Nabé–. Billy Tell se ha hecho cargo de ellos. Yo me ofrecí, pero la gente de la feria dice que ya no me quieren allí por más tiempo. Dicen que fui yo quien entregué a Tonnerre y Vosta a la policía de este pueblo.
–¡Pero tú no fuiste! –exclamaron los tres niños, indignados–. ¡Tú no fuiste!
–Pues ellos creen que sí –dijo Nabé–. De manera que me han echado, y a “Miranda” también. La feria termina mañana y cada uno se irá por su fado, pero nadie quiere que vaya con ellos.
–¿Qué?... ¿Hasta Jun-un se ha portado así... y la vieja Ma? –preguntó Chatín extrañadísimo.
–Jun-un es bueno... pero tiene que hacer lo que hacen los otros –repuso Nabé–. A los feriantes no les gusta la policía... y creen que si alguien les ha delatado, bueno, le expulsan.
–Eso no es justo –dijo Diana casi llorando–. No fue culpa tuya que cogieran a Tonnerre, Vosta y al hombre de la barba. Les hubieran detenido de todas formas.
–¿Qué ha sido del hombre de la barba? –le preguntó Roger–. ¿También se lo llevaron?
–Sí. Era quien planeaba todos los robos –explicó Nabé–. Pagaba a Tonnerre para que, de acuerdo con Vosta, preparase al chimpancé para que robase los documentos. Él siempre iba primero para señalar los pergaminos que deseaba. Bueno, me alegro que hayan detenido a Tonnerre. Era un hombre de mal corazón.
–Eso es lo que dijo la vieja Ma –intervino Roger–. Bueno, Nabé, ¿qué piensas hacer? ¿Dónde vas a dormir esta noche?
–Hace una noche espléndida –replicó Nabé–. Y dormiré en un granero que hay por aquí cerca. El granjero me dio permiso.
–Oh, no –exclamó la señora Lynton, interviniendo en la conversación.
Nabé miró sorprendido, así como los demás niños. Habían olvidado que estaba allí cosiendo y escuchándoles.
–Tío Roberto se ha ido –dijo la señora Lynton–. De manera que tenemos libre la habitación de los huéspedes, y si Diana quiere ayudarme, prepararemos la cama para Nabé. Puede quedarse con vosotros hasta que tengáis que volver al colegio... y para entonces es posible que le hayamos encontrado un empleo.
Nabé estaba emocionado.
–Es usted muy buena –empezó a decir, pero no pudo terminar porque Chatín pasó junto a él, y casi le tira al suelo para ir abrazar a su tía.
–¡Tía Susana! ¡Estaba deseando que lo dijeras! Y no cesaba de repetirme... que diga “Nabé puede quedarse”, que diga “Nabé puede quedarse”, y lo dijiste.
–Oh, no seas ridículo, querido –repuso su tía–, y deja de abrazarme. No ha sido por eso... estaba decidida a invitar a Nabé a pasar una temporada con nosotros en cuanto se marchara tío Roberto.
El rostro de Nabé se iluminó.
–Vaya... podré estar aquí dos semanas... –dijo–. Dos semanas enteras. Pero... ¿y “Miranda”? A usted no le gustan los monos, señora Lynton.
–Oh, podré soportarla siempre que no se suba a mi hombro –replicó tía Susana con gran valentía–. Y me atrevo a asegurar que llegaré a acostumbrarme a los monos si se queda. ¡Al fin y al cabo me he acostumbrado a “Ciclón”, y la verdad es que no creía posible que llegara nunca a semejante cosa!
–¡Guau! –ladró Ciclón al oír mencionar su nombre. No había cesado de olfatear el bulto de la camisa de su amo, y que significaba que “Miranda” seguía allí acurrucada.
–Será estupendo –dijo Diana, pensando en las dos semanas que tenían por delante–. Estaremos los cuatro juntos... y “Miranda”... y “Ciclón”...
–Y “Arenque” –concluyó Roger viendo al gran gato negro que estaba silenciosamente mirando a “Ciclón” como si estuviera a punto de saltar sobre él–. Sí... lo pasaremos en grande.
–Y muy tranquilamente, espero –dijo la señora Lynton levantándose para ir a preparar la cama de Nabé–. ¡Han sido demasiadas emociones para mí! –exclamó suspirando.
–Oh, mamá... ¡me ha encantado el Misterio de la Feria de Rilloby! –exclamó Roger–. Me gustaría que volviera a empezar.
–No... otro sería mejor aún –dijo Chatín acariciando a “Miranda” debajo de su camisa–. Yo preferiría otro misterio tan importante como éste... ¡y lo tendremos! ¿No es verdad, “Ciclón”?
–Guau –ladró “Ciclón” saltando para olfatear a “Miranda”, y la mona, sacando una de sus manilas, le tiró de la oreja.
–Bueno, ¡mientras estéis juntos los cuatro con “Miranda” y “Ciclón”, seguro que hay jaleo! –dijo la señora Lynton–. Pero dejaos de misterios por una temporadita, ¿queréis? ¡Aún no he terminado de digerir éste!
–Bueno –prometió Chatín generosamente–. Te dejaremos descansar un poco, tía Susana... y luego... zas... de cabeza a otro misterio... ¡el más grande que existió jamás!... ¡de seguro!