Capítulo XXII - La noche de Chatín

Chatín fue a acostarse temprano, por dos razones. La primera, porque la señora Lynton estaba preocupada por sus primos, y sentíase inclinada a reprender a Chatín, y por ello creyó mejor apartarse de su camino. Y la segunda, porque estaba decidido a vigilar los alrededores del castillo aquella noche, y deseaba dormir un poco antes de salir.

De manera que se acostó Inmediatamente después de cenar, y cogiendo un despertador, lo preparó para que sonara a las once y cuarto, y tras envolverlo en una bufanda, lo puso debajo de su almohada para que no pudiera oírlo nadie sino él. Confiaba no despertar a Roger.

Roger estaba profundamente dormido, agotado por su repentina indisposición. Chatín no se desnudó, y en cuanto puso la cabeza en la almohada, se quedó dormido hasta que sonó el timbre del despertador. “Ciclón”, que estaba encima de su cama, levantóse asustado, y empezó a ladrar.

–¡Cállate, tonto, estúpido! –le dijo su amo en tono fiero, y el perro obedeció. Chatín estuvo escuchando unos instantes después de desconectar el despertador. ¿Lo habría oído alguien?

Al parecer, no. Roger murmuró unas palabras entre sueños, pero nada más. Nadie, pues, pareció despertarse. ¡Bien! Chatín bajó de la cama con sumas precauciones y al ir a buscar sus ropas recordó con satisfacción que ya estaba vestido, y sólo tuvo que sacar el abrigo del armario. La noche antes había pasado un poco de frío, y a Chatín no le gustaba el frío.

–Vamos, “Ciclón”... y si tropiezas con “Arenque” en la escalera..., te ahogo –le amenazó Chatín. Bajaron sin contratiempos, y pronto corrían por los campos, ante la sorpresa de “Ciclón”, que disfrutaba de aquella segunda e inesperada excursión nocturna.

Llegaron ante el muro del castillo cuando el reloj de la iglesia daba los tres cuartos.

“Falta un cuarto de hora para la medianoche –pensó Chatín buscando frenéticamente el arbusto donde escondieron la escalera–. Caramba..., ¿dónde estará la escala de cuerda? ¿No era en ese arbusto?

No lo era. “Ciclón” conocía el lugar donde la dejaron, y la sacó con los dientes. Luego transcurrieron unos cinco minutos de agonía mientras Chatín intentaba sujetarla en los espigones.

No era tan sencillo como pareciera al vérselo hacer a Nabé. Chatín estaba nervioso y acalorado.

–¡Vamos, engánchate, maldita escalera! –murmuraba, y milagrosamente al fin se sostuvo en unos espigones.

Chatín subió muy contento al ver que había quedado sujeta cerca del montón de sacos que Nabé colocó sobre los hierros agudos, y los fue acercando a la escala. No tardó en sentarse sobre ellos, que amortiguaban las puntas de los espigones. Fue subiendo la escala igual que lo hiciera Nabé y pronto colgó la mitad por un lado y la otra mitad por el otro. Chatín sentíase muy satisfecho de sí mismo.

Cuando bajaba por el otro lado del muro, el reloj de la iglesia empezó a das las doce.

–Dong, dong, dong. –Un aullido llegó hasta él, y se detuvo en seco.

–¡Troncho! Me olvidaba de “Ciclón”. No veo cómo voy a poder subirle esta noche sin ayuda de nadie. Tendré que dejarle al otro lado de la tapia. Le pondré de guardia.

Y volviendo a subir por la escalera, susurró estas palabras a su perro:

–Está bien, camarada. No tardaré. Tú te quedas de guardia, ¿comprendes? De guardia.

“Ciclón” sentóse dando un gemido. Muy bien..., montaría la guardia..., pero consideraba que Chatín era un egoísta al dejarlo allí.

Chatín arrastróse hasta el grupo de árboles donde él y sus compañeros se ocultaron la noche antes. También aquel día había Luna..., pero con bastantes nubes. Había períodos de luz brillante y otros de oscuridad cuando la Luna se escondía tras las nubes. Chatín se acomodó debajo de un arbusto y esperó.

Estaba muy satisfecho de sí mismo. Fue el único lo bastante sensato para no comer bocadillos de salchichas. Había logrado pasar el muro sólito... y no tenía ni pizca de miedo. Ni una pizca. Ni siquiera tenía a “Ciclón” a su lado, y sentíase valiente como un león. Sí, Chatín estaba muy satisfecho y dispuesto a hacer frente a cualquier cosa que pudiera ocurrir.

La Luna se ocultó, y todo quedó sumido en la sombra... y en aquella oscuridad Chatín creyó oír un ruido. No sabía si cerca o lejos. Escuchó, y tuvo la impresión de oír otro ligero rumor. No, no era cerca de donde él estaba..., sino junto al castillo. Aguardó con impaciencia a que volviera a salir la Luna.

Cuando al fin asomó, Chatín llevóse un susto morrocotudo. Una sombra negra trepaba por una de las paredes del castillo. Iba subiendo..., subiendo, segura y ágil. Chatín esforzó la vista. ¿Qué era aquello? Estaba demasiado lejos para distinguir. ¿Sería Tonnerre? No, no era lo bastante grande... pero la Luna suele engañar.

Parecía como si aquella figura negra estuviera subiendo por una cañería, apoyándose en los repechos de las ventanas, volviendo a subir... y luego trepando por la hiedra. ¡Aquél era el ladrón sin duda alguna, nadie actuaría así de no serlo!

¿Pero cómo pensaba atravesar las rejas de las ventanas? Chatín contuvo el aliento para ver mejor. ¡Los barrotes estaban tan juntos! Oh, maldita Luna..., había vuelto a ocultarse tras una nube.

Cuando volvió a salir ya no había ni rastro de la figura que trepaba. Había desaparecido. Chatín empezó a sentirse realmente asustado, y los cabellos se le erizaron produciéndole una sensación horrible, mientras un escalofrío recorría toda su espina dorsal. ¡Si por lo menos tuviera allí a “Ciclón”!

Los ojos empezaron a gastarle jugarretas. ¿No era aquélla una figura de pie junto a la pared donde estaban las ventanas enrejadas? ¿O era tan sólo una sombra? ¿Y aquello otro, era una figura que trepaba por la pared? No, no, sólo la silueta de una ventana pequeña. ¿Había otra encima del tejado, junto a la chimenea? No, no, claro que no, era sólo una sombra..., la sombra de la chimenea. ¿Y no era aquello una...?

Chatín cerró los ojos con un gemido. Estaba asustadísimo. ¿Por qué habría ido? ¿Por qué se creyó tan valiente? No se atrevía a mirar por temor a ver más figuras siniestras arrastrándose, trepando, corriendo... ¡Oh, “Ciclón”, “Ciclón”, si por lo menos estuviera a este lado de la tapia!

Oyó un ruido cerca. Alguien jadeaba no lejos de allí. Chatín se quedó helado de miedo y permaneció completamente inmóvil, esperando que se alejase quienquiera que fuese.

Pero no fue así. Cada vez se acercaba más, como lo denunciaba el crujir de ramas, y el roce de las hojas muertas bajo los árboles.

Chatín casi se muere de susto.

Y entonces ocurrió lo peor de todo– algo tocó su espalda y empezó a olfatearle. Chatín quedó completamente petrificado. ¿“Qué” era aquello?

Un ligero plañido llegó hasta él, produciéndole tal alivio que casi se echó a llorar. ¡Era “Ciclón”!

Cogiendo la cabeza del perro entre sus manos, dejó que le lamiera hasta que tuvo el rostro mojado.

–¡“Ciclón”! –susurró–. ¿Eres realmente tú? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¡Tú no puedes subir por esa escalera! ¡Oh, “Ciclón”, en mi vida me había alegrado tanto de volver a verte!

“Ciclón” estuvo realmente encantado con aquel recibimiento. Habiendo abandonado la guardia, había temido que su amo se enfadara al verle, pero no era así. Chatín estaba contento, muy contento. No le importaba que hubiera abandonado la guardia y encontrado un lugar conveniente junto a la pared donde había un agujero que fue agrandando hasta poder pasar por debajo de ella gracias a muchos esfuerzos.

Todo había salido bien. ¡Encontró a su amo y vaya bienvenida que le había dedicado!

Chatín recobróse completamente de su miedo y sentóse abrazando a su perro, y entre caricias le fue contando lo que había visto. Luego quedó en actitud expectante al ver que “Ciclón” gruñía sordamente y se le erizaban los pelos del lomo.

–¿Qué es esto? ¿Qué ocurre? ¿Es que vuelve el ladrón? –susurró Chatín, pero era imposible ver nada porque la Luna estaba ahora detrás de una nube muy tupida. “Ciclón” continuaba gruñendo, y el niño no se atrevió a moverse. Creyó oír ruidos procedentes del castillo, deseando que la Luna volviera a salir pronto.

Apareció un solo instante y “Ciclón” creyó ver una figura negra bajando otra vez por la pared, mas no podía asegurarlo. De todos maneras, estaba seguro de una cosa..., de que no iba a moverse de su escondite durante un buen rato. ¡No quería tropezar con aquel ladrón temible!

Se acurrucó junto a “Ciclón, apoyando su cabeza contra el cálido cuerpo del perro que le lamió toda la cara con cariño.

Por sorprendente que os parezca, Chatín se quedó dormido, y al despertar no se acordaba de donde estaba. Al fin lo recordó con un sobresalto. Cielo santo..., ¿cuánto tiempo habría dormido? Aguardó a que el reloj del campanario volviera a dar horas, descubriendo aliviado que no había estado durmiendo más que media hora. ¿Cómo pudo dormirse de aquella manera? Sea como fuere, lo mejor era regresar a casa en seguida. Seguramente el ladrón ya se habría ido. ¡Qué aventura para contar a sus compañeros cuando regresara!

Sintiéndose mucho más valiente, gracias a la presencia de “Ciclón”, se dispuso a salir de debajo del arbusto con sumas precauciones. La Luna apareció de nuevo iluminando brillantemente el castillo. No se veía figura alguna que trepara por sus paredes, y con un suspiro de alivio, Chatín emprendió el camino hacia el muro.

Sin saber cómo, se equivocó de dirección y anduvo demasiado hacia la izquierda, en dirección a la verja de hierro, y, ¡entonces sí que se llevó un buen susto! ¡Morrocotudo!

Penetró en un espacio cubierto de maleza encontrándose ante un barranco donde muchos pares de ojos brillantes le contemplaban. Pudo ver tras ellos pequeños cuerpos envueltos en las sombras..., pero eran los ojos los que le asustaron. La Luna lanzaba sus rayos iluminando el pequeño barranco, haciendo brillar aquellos ojos vidriosos y estáticos que parecían observar fijamente a Chatín sin el menor pestañeo.

“Ciclón” gruñía y luego empezó a ladrar con el lomo erizado, hasta que dando media vuelta se alejó aullando. Chatín comprendió entonces que el pobre también estaba asustado e imitándole echó a correr. ¡Y cómo corrió tropezando con los árboles y la maleza, rasgando su abrigo, arañándose las piernas, con tal de alejarse de aquellos ojos brillantes que le aguardaban en el barranco!

Nunca supo cómo encontró la escalera, pero subió por ella, la izó tras él, y soltándola de los espigones la arrojó al suelo. Luego dejando los sacos donde estaban, se dispuso o saltar, pero como no era tan diestro como Nabé para aquella clase de cosas, cayó con demasiada fuerza, torciéndose un tobillo y pelándose las rodillas, pero se levantó en seguida, dispuesto a huir.

“Ciclón” corrió en busca de su agujero y atravesándolo con cierta dificultad logró llegar junto a su amo que estaba temblando y a punto de echarse a llorar y que le echó los brazos al cuello.

–No te separes de mí, “Ciclón”. Vámonos a casa. Aquí hay algo extraño que no me gusta nada. No te apartes de mi lado.

“Ciclón” no tenía intención de hacerlo; tampoco estaba muy tranquilo, y se pegó cuanto pudo a los talones de Chatín haciéndole tropezar más de una vez. Tomaron el atajo a campo traviesa y al fin llegaron a la casa sanos y salvos.

Roger seguía profundamente dormido, igual que Diana. Chatín hubiera querido despertarlos para contárselo todo, pero no tuvo valor. Los dos habían estado tan malitos...

Los despertó a primera hora de la mañana y se lo dijo. Sacudió a Roger y fue a llamar a Diana. Hizo que Roger fuese a la habitación de su hermana y allí se lo explicó a los dos.

–Anoche corrí una gran aventura –empezó–. Nunca podríais imaginarlo. ¡Escuchad!