Chatín volvió de nuevo junto a Nabé, pero el muchacho no quiso ningún caramelo. ¡Había cenado tan bien!
–Vuelve a tu casa –le suplicó a Chatín–. Tu tía estaba muy disgustada. No volverá a invitarme a cenar. Anda, vete ya, Chatín.
Y el niño se marchó. Por fortuna, su tía estaba hablando por teléfono cuando él llegó, y pudo darle un beso y escapar escaleras arriba antes de que le riñera.
–Llegas tardísimo, Chatín –le dijo Roger con voz somnolienta–. Oye, ¿sabes que a mamá no le gustó nada que te dejáramos en la feria?
Chatín bostezó, descubriendo de pronto que estaba muy fatigado, y tras dirigir algunas palabras a su primo, se acostó después de lavarse los dientes y asearse un poco.
Fue a la mañana siguiente cuando hizo un descubrimiento que emocionó tanto a los tres niños, que apenas fueron capaces de realizar bien sus tareas matinales.
Chatín durmió más de la cuenta, y como bajara tarde a desayunar su tía tuvo que reprenderle, y después del desayuno subió rápidamente a hacer su cama para evitar más reprimendas de su tía.
Al deshacer la cama debajo de la almohada encontró la bolsa de caramelos que había rescatado la noche antes del bolsillo de “Hurly”, y al cogerla con la esperanza de que no se hubieran reblandecido, vio que había un pedazo de papel pegado a la bolsa, que cogió sin fijarse mucho.
Había algo escrito en él, pero al principio ni siquiera se molestó en leerlo hasta que una palabra de en medio llamó su atención:
“Castillo.”
Aquello despertó un recuerdo en su mente y al instante alisó el fragmento de papel sucio y pegajoso, en el que se leía parte de dos palabras y una entera.
Y lanzó tal silbido de asombro que Roger acercóse a ver qué ocurría.
–¿Qué es esto? –le dijo–. ¿De dónde lo has sacado? ¿Por qué estos tan excitado?
–¡Roger! Anoche “Hurly” me robó una bolsa de caramelos... y yo fui a su carromato para cogerla de su bolsillo... y pegado a ella iba este pedazo de papel. Debe ser un fragmento de uno nota –dijo Chatín con el rostro encendido por la emoción– ¿Has visto lo que dice?
Roger lo miró con mayor atención, tomándolo de manos de su primo, y su rostro también se acaloró.
–Cielos, sí... éste es el final de medianoche, supongo. “Medianoche. Castillo Marloes.” Esta última palabra debe ser sin duda parte de “Marloes”. ¡Oye, Chatín... creo que esto es algo!
Se miraron emocionados, y “Ciclón” acercóse a las piernas de su amo. ¿Qué estaría tramando?
–Hay que decírselo a Diana –exclamó Chatín, y la llamaron. La niña se emocionó tanto como ellos.
–Pensemos un poco –dijo Roger–. En primer lugar, ¿cómo fue a parar este pedazo de papel al bolsillo de “Hurly”?
–Bueno, ya sabes cómo es “Hurly”... coge todo lo que encuentra en el suelo –repuso Chatín–. O lo roba de los bolsillos de los demás. ¡Pudo cogerlo de cualquier parte! Alguien debió romperlo, eso es evidente... y es probable que lo tirara y éste es uno de los fragmentos.
–¿Quién escribió esta nota, y quién la recibió? –preguntó Diana–. ¿O acaso la llevaron a mano a la feria para entregarla a alguien personalmente? ¿O le llegó por correo a una persona, que la leyó, rompiéndola después? No es posible asegurarlo.
Lo único que sabemos es que alguien recibió esa nota... y que alguien va a ir al Castillo Marloes a medianoche... ¡y no es difícil adivinar para qué! –dijo Chatín–. Oíd... esto es emocionante... imponente.
–Estupendo –convino Roger–. Quisiera saber quién recibió la nota. ¿Vosotros creéis que quien la recibió irá a entrevistarse con quien la escribió?
–Sólo hay un medio de averiguarlo –dijo Chatín con los ojos brillantes y tono solemne–. Sólo hay un medio... y es ir nosotros mismos allí a observar.
Se hizo un silencio.
–¡Vaya... qué emocionante! –exclamó Roger–. Pero... no sabemos qué noche será. La nota sólo dice “Medianoche”... no dice si lunes, martes o miércoles... aunque supongo que en la nota entera debía ponerlo, desde luego.
–¡Bueno, entonces iremos cada noche! –dijo Chatín.
Hubo otro silencio.
–¿Alguno de vosotros sabe cuánto tiempo va a estar la feria en Rilloby? –preguntó Diana al fin.
–Nabé dice que hasta el miércoles –repuso Chatín–. Y hoy es jueves. Seis noches más hasta que se marchen... y sabemos que en una de ellas va a cometerse un robo.
–¿No creéis que sería mejor avisar a la policía? –preguntó Diana, y los niños la contemplaron con aire de reproche.
–¡Qué! ¡Ahora que estamos sobre una buena pista! ¡No seas aguafiestas! –dijo Roger–. Además... ¿qué podríamos decir exactamente a la policía? ¿Que Diana tuvo una corazonada... que sospechamos de Tonnerre... y que hemos encontrado esta nota? Se reirán un rato largo de todos nosotros.
–Claro que se reirán –dijo Chatín, que no podía soportar la idea de poner aquel misterio en manos ajenas–. Es muy femenino eso de pensar en la policía.
–Está bien, está bien. Yo no quiero avisar a nadie –dijo Diana–, pero no veo cómo vamos a poder vigilar el Castillo Marloes durante seis noches consecutivas. Tendríamos tanto sueño, que al día siguiente no seríamos capaces de hacer nada a derechas.
–La nota dice medianoche –replicó Roger exasperado–. Eso significa que el robo tendrá lugar a esa hora... y luego podremos volver a casa y acostarnos.
–Bah... como si alguno de nosotros iba a dormir después de presenciar un robo –exclamó Diana–. De acuerdo. No quiero crear complicaciones, sólo procuro ver qué sería lo más conveniente.
Realmente era un tema de discusión emocionante. La señora Lynton no pudo adivinar qué les ocurría aquella mañana... ¡no hicieron las camas, ni nada... ni siquiera cepillar o “Ciclón”!
–Quisiera saber qué diabluras estás tramando –le dijo–. ¡Diana, las camas! Si no están hechas dentro de veinte minutos “me enfadaré de verdad”.
Naturalmente había que avisar a Nabé, y en cuanto les fue posible emprendieron la marcha hacia la feria de Rilloby, le llevaron a un rincón donde nadie pudiera oírles ni ver el pedazo de papel que le mostraban.
Nabé quedó asombrado.
–¡Vaya, quién iba a imaginarlo! –dijo–. Diana tenía razón. En la feria hay alguien que tiene que ver con los robos.
–La otra noche vimos ir hacia el castillo a Tonnerre explicó Diana–. Pero el casi es... que no puedo imaginármelo haciendo acrobacias... trepando por las paredes...
Chatín recordó lo que le dijera la vieja Ma.
–Había sido un buen acróbata –dijo a los otros–. Y la vieja Ma dice que todavía puede pasar la maroma y hacer cosas por el estilo, pese a su corpulencia.
–¿Cómo crees tú que atraviesa las puertas cerradas? –preguntó Diana.
–Tal vez tenga llaves maestras o como se llamen –dijo Chatín–. O tal vez sepa abrirlas con un alambre como algunos ladrones. O tal vez...
–Tal vez, tal vez... y nada más que tal vez –replicó Diana, impaciente–. Si descubriéramos algo sólido... es imposible creer que Tonnerre sea el autor de esos robos... y sin embargo la otra noche fue al castillo... y sabemos que es quien decide adonde va a ir la feria... y al parecer siempre va a sitios donde hay colecciones de documentos valiosos.
–Es un buen misterio –dijo Chatín–. Y nosotros vamos a resolverlo. Sólo tenemos que escondernos por los jardines del castillo un poco antes de medianoche, y observar lo que ocurre, quién va, y lo que hace. ¡Es bien sencillo!
–¡Oh, es muy sencillo! –repitió Diana en son de mofa–. ¿Y cómo crees tú que podremos entrar en los jardines del castillo?... ¿Acaso tú puedes atravesar la puerta de hierro o el muro de piedra?
–Entrar en el jardín es bien fácil –dijo Nabé–. En la parte superior de la tapia hay unos espigones. Podemos sujetar una escalera de cuerda y subir por ella.
–Bueno, pues yo no pienso sentarme encima de ningún espigón, gracias –repitió Diana.
–Diana no se muestra muy cooperadora, ¿no os parece? –dijo Chatín empezando a enfadarse con ella–. Pues que no intervenga.
–No –replicó Nabé–. Diana tiene que ayudarnos. Es natural que no le guste sentarse encima de unos pinchos. A nadie le gusta. Pero llevaremos media docena de sacos y los colocaremos bien doblados encima de los espigones. De esta manera podremos pasar por encima de ellos con facilidad.
–Y escondernos en algún lugar desde donde podamos observar las ventanas de esa ala –dijo Chatín–. Troncho... ¡iremos esta noche! ¿verdad? ¡Todos! ¡Qué aventura!
–Sí... esta noche –repuso Nabé–. Nos encontraremos a las once cerca de la verja. Y por amor de Dios, no hagáis bulla... por si hubiera alguien más por allí escondido.