Capítulo XVII - La feria se traslada a Rilloby

Regresaron a casa en el automóvil sin que tío Roberto dejara de hablar. Los niños le escucharon molestos y Roger deseaba poder mostrar su excelente dibujo a Diana.

–Muchísimas gracias, tío –le dijo Roger cortés–. Hemos pasado una mañana imponente.

–¿Una mañana qué? –preguntó el buen señor extrañado.

–Imponente... Estupenda. Super –explicó Chatín–. Muchísimas gracias.

–Lo celebro mucho, mucho –sonrió tío Roberto pensando que de pronto se habían convertido en unos niños muy interesantes. Tendría que llevarles a ver alguna otra colección–. Ahora será mejor que vayáis a asearos para la comida –les dijo–. Vaya... espero que vuestra madre no crea que os he traído demasiado tarde.

Considerando que eran sólo las doce menos diez, y no la una menos diez, como creía el pobre señor, la señora Lynton pensó que habían regresado muy temprano, y no tarde. Y en cuanto a tío Roberto, quedó asombrado al ver el tiempo que transcurría de que sonara el gong anunciando la comida, sin poder comprenderlo.

Roger enseñó el plano a Diana.

–Ahora –le dijo–, si robaran ya tenemos el plano de todo el local, y puede resultar muy útil.

“Ciclón” se alegró tanto de volver a verles que tuvo uno de sus ataques de locura, corría y bajaba la escalera a toda velocidad, entrando y saliendo de todas las habitaciones y tirando las alfombras en todas direcciones. “Arenque” se llevó un susto de muerte y refugióse encima del gran reloj del abuelo, donde permaneció meneando el rabo como un péndulo, hasta que la locura de “Ciclón” se apaciguó.

Tío Roberto encerróse en su dormitorio al comprender que “Ciclón” sufría un ataque de locura. ¡Aquel perro! Cuando no ladraba, se rascaba, y cuando no se estaba rascando se volvía loco. Los únicos perros aceptables eran los disecados, pensó el anciano. ¡Por lo menos no tenían pulgas!

Los niños no fueron a ver a Nabé aquel día, en parte debido a que el señor Lynton estaba en casa y les dijo que salieran al jardín para ayudarle a podar unos árboles; y en parte a que sabiendo que la feria se trasladaba a Rilloby, pensaron que Nabé tendría demasiado trabajo para atenderles.

Chatín tenía, además, una tercera razón. Aún le dolía el azote que le diera Tonnerre, y consideraba más prudente darle algún tiempo para olvidar lo ocurrido. ¡En el futuro no pensaba volver a acercarse a Tonnerre!

Nabé fue a verles aquella noche con “Miranda” y esperó en el jardín o que saliera Roger y entonces silbó con todas sus fuerzas.

El niño se volvió.

–¿Eres tú, Nabé? ¡Qué bien! ¿Has cenado? Nosotros ya lo hicimos, pero podemos pedir a la cocinera que te dé algo.

–No me vendría nada mal un pedazo de pastel –repuso Nabé, que había comido muy poco aquel día con los trajines del traslado a Rilloby.

–Vamos por la puerta de atrás y le pediremos algo a la cocinera –propuso Roger, y al presentarse en la puerta de la cocina la buena mujer se llevó un gran sobresalto al ver a “Miranda”.

–¡Por todos los santos! ¡Pero si es un mono! ¡No os atreváis a meterlo en mi cocina! ¿A dónde vamos a parar?

Sin embargo, se calmó lo bastante como para preparar unos bocadillos para Nabé y cortarle un gran pedazo de tarta. El niño le acercó un bocadillo a “Miranda” para que cogiese un pedazo de tomate que había en el centro y se lo comiera.

–¡Ahora un mono! ¿Qué será lo que venga a continuación? –exclamó la buena mujer.

–Venga a la feria de Rilloby y verá un par de chimpancés –le dijo Roger–. Debería haberlos visto montados en bicicleta.

–Eso sí que no lo creo –repuso la buena mujer–. De acuerdo, iré... y si veo a los dos chimpancés montados en bicicleta... bueno, creo que me comeré mi sombrero de los domingos.

–Ande con cuidado... ahora tendrá que ir a la iglesia con su sombrero de los lunes... pues se habrá comido el de los días festivos –rió Roger.

Nabé no tenía ninguna noticia que comunicar, aparte de que se habían trasladado a Dolling Hill en Rilloby con toda felicidad y que Tonnerre parecía haber recobrado su buen humor y había estado lavando a sus dos elefantes.

–¡Lavarlos! ¿Cómo lo hace? –dijo Diana, que se había unido a ellos con su primo Chatín.

–Oh, coge una escalera de mano, una lata de aceite y un cepillo... engrasa todas sus arrugas con aceite y las restriega con el cepillo –explicó Nabé comiéndose los bocadillos a toda prisa–. Le encanta hacerlo. Es un trabajo que le pone de buen humor.

–Me dio un golpe terrible –dijo Chatín–. Apenas si puedo sentarme.

–Te está bien empleado –exclamó Diana–. Si siempre te dieran tu merecido nunca podrías sentarte.

–No me gusta lo que has dicho –replicó Chatín cuando lo hubo asimilado palabra por palabra.

–¿Cómo están “Hurly” y “Burly”? –preguntó Diana–. ¿No les incomodan los traslados?

–En absoluto –replicó Nabé dando a “Miranda” un pedacito de tarta–. Oh, eres una calamidad... ¡la has dejado caer por mi cogote!

–¿Qué... el pedazo de tarta? –inquirió Diana con simpatía–. Qué molesto.

Aquello trajo algo a la memoria de Roger.

–¿Te gustaría darte un baño? –le preguntó a Nabé–. Mamá dice que puedes bañarte cuando gustes.

Nabé vacilaba.

–Pues... sí que me gustaría si a ella no le importa. Hoy me he ensuciado mucho con el traslado, y parece que no consigo limpiarme con agua fría, que es cuanto puedo conseguir.

De manera que acompañaron a Nabé hasta el cuarto de baño donde estaba la gran bañera color crema. Diana le trajo una toalla del mismo color, amplia y esponjosa.

–¿Qué es esto? –le preguntó creyendo que sería una colcha o algo por el estilo, y quedó atónito al oír que era sólo una toalla. La suya, por lo general, consistía en un trapo viejo o un pañuelo. ¡Cómo disfrutó con aquel baño caliente! “Miranda”, sentada sobre el grifo le miraba asombrada. ¿Qué estaría haciendo Nabé en aquella agua humeante? La monita introdujo una de sus pequeñas manitas retirándola en seguida con un grito.

–¿Te ha mordido? –le preguntó Nabé enjabonándose y volviendo a dejar el jabón en su sitio. “Miranda” lo cogió para olerlo. Olía muy bien. Le dio un mordisco y tiró la pastilla al agua para escupir luego el poquitín que había mordido.

–“Miranda”, ésta no es manera de comportarse en un cuarto de baño como éste –dijo Nabé–. ¿Ahora a dónde ha ido el jabón?

Lo estuvo buscando por el agua y al encontrarlo lo depositó en la jabonera. “Ciclón” empezó a rascar la puerta deseoso de que la abrieran.

–Lo siento. El cuarto de baño está ocupado, “Ciclón” –murmuró Nabé semidormido. Luego oyó las voces de los niños en el jardín y se dispuso a secarse con aquella toalla maravillosa.

Hacía una noche espléndida y los niños acompañaron a Nabé a la feria paseando bajo la luz de la luna. “Miranda” no alcanzaba a comprender aquel nuevo perfume dulzón que exhalaba su amo. ¡No era el de siempre! Permaneció todo el trayecto sentada sobre su hombro con la esperanza de que recuperara su olor normal.

Cuando llegaron a la empalizada que rodeaba el campo donde se estaba instalando la feria, alguien salía. Era Tonnerre, y al reconocerle, Chatín apresuróse a esconderse tras un seto, mientras los otros continuaban la marcha valientemente.

–Buenas noches, señor –le dijo Nabé cortés, y Tonnerre se volvió.

–Oh, eres tú. Echa una mirada a mis elefantes cuando entres, ¿quieres? Jun-un está ahora con ellos, pero están nerviosos... no les gustan los cambios.

–Sí, señor –repuso Nabé–. ¿Tardará mucho, señor?

–No. Cosa de una hora –fue la respuesta de Tonnerre–. Sólo ir carretera abajo y volver.

Roger se acercó a Nabé.

–¿A dónde irá? Tú entra en el campo, y lo seguiré para ver a dónde se dirige ¡Nunca se sabe!

Nabé hizo un gesto de asentimiento y penetró en la feria, y Chatín salió del seto, pues oyó hablar a Roger.

–Oye... ¿vamos a seguir a Tonnerre? –le preguntó encantado–. “Ciclón” es estupendo para seguir pistas, en caso de que le perdiéramos.

–No podrá demostrarlo porque no va a venir conmigo –repuso su primo–. Ni tú tampoco. Acompaña a Diana a casa, yo le seguiré. Vamos, Chatín. Tengo que irme ya, o voy a perderle de vista.

Y dejando a los dos niños echó a correr por el campo. ¿A dónde iría Tonnerre? ¿Iba sólo a la carretera como había dicho?

Llegó a una bifurcación divisando a distancia la figura de Tonnerre, que parecía gigantesca a la luz de la luna.

–¡Oh! –díjose Roger para sus adentros–. Se dirige al Castillo Marloes. ¿Qué te parece?