Capítulo XV - Una tarde divertida... y un final inesperado

Fue una merienda regocijante, ya que “Miranda” y “Ciclón” asistieron también. “Miranda” se comportó pésimamente..., como una niña malcriada, echando mano a esto y a lo otro, quitando lo que le apetecía del plato de “Burly”, e importunando a “Ciclón” con el mayor descaro.

–¡“Miranda”! Si no te portas como es debido, haré que Tonnerre se las entienda contigo –le dijo Nabé severamente.

–Oh, déjala hacer lo que quiera –suplicó Chatín encantado–. Así resulta divertidísima. Mira..., ahora está quitando todas las guindas del pastel.

“Hurly” alargó uno de sus brazos peludos para pegar a “Miranda”. ¡A él también le gustaban las guindas! “Miranda” empezó a lanzar gritos como si llorase, y “Burly” la tomó en sus brazos acunándola junto a un jersey rayado, mientras “Hurly” le tiraba del rabo que estaba tendido encima de su plato.

“Burly” entonces pegó a “Hurly”, Vosta tuvo que intervenir descargando su puño con fuerza sobre la mesa.

–¡Reportaros! ¿Es que no sabéis cómo hay que conducirse cuando hay visitas?

Los chimpancés le miraron avergonzados, y “Hurly” quitóse el gorrito de marinero para ocultar su rostro tras él. Los niños se desternillaron de risa.

La merienda fue espléndida..., algo original, pero muy apetitosa.

–Es la clase de merienda que me gusta –dijo Chatín, complacido–. Carne en conserva, pan con mantequilla, melocotón en almíbar, crema, pastel de guindas, galletas, bocadillos de tomate y tartas de mermelada.

–Y también hay jamón, si te apetece –le dijo Vosta, invitándole.

Y Chatín aceptó. Era sorprendente su capacidad cuando le gustaba una cosa. Los otros hicieron cuanto pudieron, pero les ganó o todos. Vosta sonreía al verle devorar los alimentos. Chatín le era muy simpático y le gustaba su perro “Ciclón”.

“Ciclón” tenía la cabeza encima de los pies de Vosta, y Chatín estaba celoso. ¡Su perro no solía encariñarse tan pronto con nadie!

–Vosta es un mago para los animales –le dijo Nabé–. Y maneja mejor los elefantes de Tonnerre que el propio Tonnerre.

–¡Oh, Tonnerre! ¡Brrrrr! –exclamó Vosta inopinadamente–. He trabajado para él todos estos años, y todavía me grita. ¡B-r-r-r-r!

“Burly” le imitó.

–¡B-r-r-r! –Y luego se agachó para mirar debajo de la mesa. “Ciclón” estaba cerca de él todavía con la cabeza encima de los pies de Vosta y el chimpancé empezó a llamarle produciendo unos ruidos muy peculiares, hasta que el perro le miró asombrado.

De pronto, “Burly” desapareció debajo de la mesa y cogió en sus brazos al sorprendido “Ciclón”, tratando de levantarlo. Él se debatía y ladraba, pero no le mordió, hasta que al fin su amo tuvo que rescatarle.

–No pasa nada –dijo Nabé–. Es que a “Burly” le vuelven loco los monos, los perros y los gatos..., creo que tiene complejo de niñera... y quiere mecerlos a todos. Vosta, enséñenos su colección de animales de juguete.

Vosta abrió el armario en cuyo interior había un buen número de animales de juguete..., un oso de felpa, un monito diminuto, dos gatos color de rosa, un ratón, y algunos otros. “Burly” los fue cogiendo y colocando sobre la mesa sin dejar de observar a su alrededor por si acaso alguien quería quitárselos, pero nadie lo intentó siquiera. Eran sus juguetes un tesoro para él y contemplaron cómo los ordenaba a su gusto.

Entonces “Miranda”, apoderándose del oso de felpa, se subió con él hasta el techo del carromato, sentándose juntó a la chimenea. “Burly” se dispuso a perseguirla, gruñendo con aire siniestro, pero Vosta se lo impidió.

–Basta ya. He sido un tonto en dejarle sacar sus juguetes estando aquí “Miranda”. Nabé, ¿no podrías recuperar el oso antes de que se arme jaleo?

Nabé salió del carromato y llamó severamente a “Miranda”, que continuaba asida a la chimenea con su faldita y chaqueta que le daba un aspecto tan cómico.

“Burly” lanzó un gruñido triste y Diana, recordando que había llevado una cosa para él, buscó en sus bolsillos hasta encontrar el perrito de juguete que le dieron como premio en el tiro de pelotas, y se lo dio a “Burly”.

El chimpancé la miró sorprendido y tomando el juguete lo puso encima de la mesa sin soltarlo y lo acarició con su pata izquierda, canturreando. ¡Era un chimpancé muy extraño!

Se olvidó del oso que “Miranda” se había llevado, dedicando toda su atención al perrito de juguete.

–Le ha entusiasmado –dijo Vosta–. Ha sido usted muy amable, señorita Diana. Ahora ya se ha olvidado del oso. Menos mal. Por un momento pensé que iba a ponerse desagradable.

“Burly” cogió en brazos al perrito de juguete y mirando a Vosta comenzó a lanzar grititos como si estuviera hablando, y su amo le comprendió.

–Sí, es tuyo, “Burly” –le dijo–. Tuyo. Puedes guardarlo con tus otros juguetes.

“Burly” los recogió todos, volviéndolos a meter en el armario en el momento en que entraba Nabé con el oso de felpa. “Burly” lo cogió para guardarlo también, y luego puso el perrito de juguete en el centro.

Vosta cerró el armario, acariciándole la cabeza afectuosamente.

–Eres muy extraño, ¿no te parece? ¿Verdad que esta niña es muy simpática por haberte traído un regalo así?

“Burly” comprendió y yendo hasta donde estaba Diana le puso una pata sobre su brazo, produciendo un ruido muy curioso.

–Le está dando las gracias –dijo Vosta–. Y ahora miren al pobre “Hurly”..., ¡se siente relegado a segundo término!

“Hurly” tenía ambas manos extendidas como diciendo:

–¿Y yo? ¿No hay nada para mí?

–Le he traído unos caramelos –dijo Chatín, recordándolo de pronto, y buscando en sus bolsillos. Roger empezó a buscar también en los suyos.

–Yo le traje un poco de chocolate –repuso.

Pero ninguno de los dos encontró ni los caramelos ni el chocolate, cosa que les extrañó sobremanera.

–¡Los he perdido! –exclamó Chatín–. ¡Qué lástima!

Nabé exhibió una amplia sonrisa.

–Me parece que el señor Vosta podrá encontrarlos. ¡Fijaos!

Vosta habló severamente al chimpancé.

–¡“Hurly”! Vuélvete los bolsillos. Vamos..., ya has oído lo que he dicho..., ¡los bolsillos!

“Hurly” se puso en pie produciendo unos ruidos semejantes a sollozos y tirando de sus bolsillos. Vosta introdujo su mano en ellos, sacando una bolsa de caramelos y una barra de chocolate.

–Es un ladronzuelo cuando se trata de dulces –dijo Vosta–. No le riñáis. Es sólo un chimpancé y no sabe distinguir lo bueno de lo malo cuando se trata de honradez. ¡Eres muy malo, “Hurly”! ¡Muy malo!

“Hurly” se quitó el gorrito escondiendo de nuevo su rostro tras él, pero miró por encima a Vosta con ojos brillantes.

–Devuélvaselos, señor Vosta –dijo Chatín–. Es una monada. Los dos lo son. Diantre, ojalá tuviera un par de chimpancés como éstos. Es lo primero que voy a comprar cuando sea mayor.

–Sería divertido ver tres chimpancés paseando juntos por la carretera –dijo Vosta con aire solemne, y se echó a reír al ver la expresión indignada de Chatín.

–Hola... Tonnerre se lleva sus elefantes a alguna parte –dijo Nabé, cuando terminaron de merendar y la gente menuda bajaba del carromato para salir al campo.

–Probablemente los llevará a Rilloby –repuso Vosta–. Ahí es donde vamos mañana, y algunas veces se lleva los elefantes el día anterior de que nos marchemos, ya que andan tan despacio.

Chatín se puso alerta. Si Tonnerre se había marchado, sería una buena idea inspeccionar su carromato..., por la ventana o por el agujero de la cerradura..., para ver si había alguna caja de caudales en cuyo interior pudiera guardar los valiosos documentos.

No dijo nada a los otros, pues quería ir solo..., aparte de que tres o cuatro niños llamarían la atención si se acercaban al carromato. Esperó a que Roger y Diana hubieran montado de nuevo en el tiovivo, y luego dirigióse al gran carromato de Tonnerre.

“Ciclón” fue con él intrigado por los repentinos “chisss” y “siseos” que le dirigía su amo de repente, pero contento de acompañarle. Le gustaba la feria. Estaba llena de aromas sorprendentes, y animales extraños, aunque no le agradaron mucho la pareja de perros mastines y procuraba no acercarse a ellos.

Chatín llegó al carromato de Tonnerre. No había nadie por allí, y lo estuvo examinando por debajo, donde había toda clase de cosas al igual que en los otros carros. La parte inferior la consideraban un lugar apropiado para poner toda suerte de objetos que no se necesitaran durante algún tiempo.

Se subió encima de una rueda para atisbar por una ventana, pero la cortina estaba echada y no pudo ver nada. Fue al otro lado del carromato. Ah..., allí no había cortina y se veía muy bien el interior.

Chatín estuvo observándolo todo con suma atención. En realidad era un carromato como cualquier otro..., una litera por cama..., una mesa plegable..., una estufa en un rincón para calentarse..., una silla y un taburete.

Pero, ¿qué era lo que había dejado de la litera? Chatín distinguió algo que sobresalía un poco y que parecía una caja negra... muy grande.

¿Estarían allí los preciosos documentos? Cuanto más miraba la caja, más se convencía de que estaba llena de papeles robados.

Decidió acercarse a la puerta para ver si estaba abierta, pero no era así, naturalmente. Estaba cerrada con llave y Chatín inclinóse para mirar a través del agujero de la cerradura para ver si conseguía otra perspectiva de la gran arca negra.

¡Y en aquel preciso momento ocurrieron tres cosas! “Ciclón” lanzó un aullido terrible. Alguien gritó de tal manera que casi deja sordo a Chatín... en el instante en que una mano descendía con fuerza terrible sobre una parte muy delicada de su cuerpo.

Chatín lanzó un grito y se cayó por los escalones del carromato. “Ciclón” aulló también cuando la mano le propinó un golpe a él también, y su amo pudo ver la gigantesca figura que se disponía a pegarle de nuevo, y poniéndose en pie, echó a correr a toda prisa.

Un enorme vozarrón grita a sus espaldas:

–¡Tú! ¡Ven aquí! ¡Ya te enseñaré yo a fisgonear! ¡Vaya si te enseñaré!

Era Tonnerre que sólo había llevado a sus elefantes a dar un corto paseo... y al regresar sorprendió a Chatín.

Corrió detrás del niño y su perro gritando desaforadamente, y todos tuvieron que enterarse. Roger y Diana vieron pasar a su primo como si fuera una bala, con “Ciclón” pegado a sus talones, y detrás de ellos a Tonnerre, gritando con su vozarrón de trueno.

–Troncho..., será mejor que nos marchemos –dijo Roger–. Vamos, Diana..., demos la vuelta a esta barraca y así podremos pasar por detrás de los carromatos y llegar hasta la empalizada. ¿Qué es lo que habrá hecho ese tonto de Chatín? Mañana te veremos en Rilloby, Nabé..., por lo menos ¡eso espero!