Capítulo XII - ¡Planes!

Aquella noche los cuatro niños estuvieron hablando mucho rato en la glorieta. Ahora que también Nabé parecía creer en la corazonada de Diana, estaban más seguros que nunca de descubrir el misterio.

Inesperadamente, Chatín tuvo una idea muy buena.

–Oíd..., quisiera saber si hay algún museo o coleccionista en Rilloby o cerca de allí –les dijo.

–Ahora has dado una muestra de talento –dijo Diana con calor–. Nada suele ocurrir a menudo..., pero ésa sí que es una buena idea.

–Sí. Si pudiésemos encontrar un lugar así cerca de la feria... o en un kilómetro a la redonda..., tal vez pudiéramos vigilarlo –insinuó Roger.

–Troncho, sí, vigilar y ver si Tonnerre va por allí a inspeccionar –dijo Chatín.

–¡Si lo hiciera, no podríamos dejar de verle..., es tan enorme! –dijo la niña.

–Y si por casualidad le viéramos rondando por allí por la noche, podríamos procurar sorprenderle cuando entrase –continuó Chatín, muy excitado–. ¡Entonces aprenderíamos un par de cosas acerca de las puertas cerradas y cómo atravesarlas!

Todos estaban muy excitados. ¿Podrían llegar realmente a descubrirlo? Bueno, tal vez no lo consiguieran..., pero sería emocionante intentarlo.

–Lo primero que hay que hacer... es descubrir si hay un museo o algo por el estilo cerca de Rilloby –dijo Roger.

–¿Cómo podemos hacerlo? –preguntó Diana–. Nunca oí hablar de ninguno, y llevamos varios años viviendo aquí. Lo sabríamos si lo hubiera.

–Tal vez no sea un museo –continuó Roger–. Puede ser una colección particular, como la que tío Roberto estaba arreglando en la casa solariega de Chelie. ¡Caramba, ya sé cómo averiguarlo!

–¿Cómo? –preguntaron todos a una.

–¡Pues preguntándoselo a tío Roberto, por supuesto! –replicó Roger, triunfante–. Él lo sabrá. Yo creo que conoce el lugar donde se encuentra toda carta de valor, mapas, planos, crónicas, y demás en toda la Gran Bretaña. Ya sabéis que es muy instruido..., como lo son todos los anticuarios.

–¿Anti... qué? –preguntó Nabé, que no había oído nunca aquella palabra, y Diana se lo explicó.

Nabé la escuchó muy serio, pues siempre estaba dispuesto a adquirir nuevos conocimientos.

–Bueno, y..., ¿quién va a preguntárselo a tío Roberto? –dijo Roger.

–Yo no –replicó Chatín con presteza–. ¡Pensaría que estaba consiguiendo información para comunicársela a la banda Manos Verdes!

–No seas tonto –dijo Diana.

–Sí que lo creería –insistió Chatín–. Puede que sea instruido y todo eso, pero se cree todo lo que uno le cuenta. Quiero decir que se tragó todo lo de la banda Manos Verdes..., absolutamente todo. Debierais haber visto cómo se le pusieron los pelos de punta cuando se lo contaba.

–No exageres –dijo su primo–. De todas maneras, ni por soñación vas a preguntarle nada. Sólo conseguirías complicarlo todo, y decir alguna tontería.

Chatín se sometió mientras Diana consideraba el problema.

–Yo se lo preguntaré –dijo–. Le llevaré mi libro de autógrafos..., eso le gustará... y luego empezaré a hablar de colecciones de firmas o algo por el estilo... y de ahí pasaré a la colección de documentos..., puedo preguntárselo como por casualidad, y no sospechará nada.

–Muy bien pensado. Diana –exclamó Roger en tono de aprobación–. Hazlo mañana. Será mejor que Chatín se mantenga alejado de tío Roberto por si acaso le hiciera alguna pregunta embarazosa acerca de cómo sabía que iba a haber un robo en Ricklesham. Fuiste muy tonto, Chatín, ¿No te parece?

–Está bien, está bien, repítelo –dijo Chatín, dolido–. Siempre os metéis conmigo... y, sin embargo, yo he tenido la mejor idea de la tarde.

–Sí, fue una buena idea –dijo Roger–. ¡Queda anulado tu error! ¡Mirad, está oscureciendo!

–¡Mamá no tardará en venir a buscarnos diciendo que es hora de acostarnos! –dijo Diana.

–Entonces será mejor que me marche –dijo Nabé, levantándose–. Ha sido una noche maravillosa para mí. Muchísimas gracias. ¿Vais a ir a la feria mañana?

–Desde luego –repuso Diana–. Iremos a verte cada día hasta que volvamos al colegio, Nabé. Celebro que le hayas sido simpático a mamá. Ahora podrás venir más a menudo.

–A papá también le has gustado –dijo Roger–. Bueno, te veremos mañana, Nabé. ¿Se ha dormido “Miranda”? Está muy quieta.

–Está como un tronco –dijo Nabé–. Está dentro de mi camisa. ¡Fijaros qué calentita..., como una tostada! Trabaja mucho en la barraca de las anillas conmigo... “Ciclón” también está quieto. Supongo que le habrá cansado el largo paseo.

¡Y así era! Estaba tumbado en los escalones de la glorieta profundamente dormido.

–¡Esta noche no ha sido un guardián demasiado bueno que digamos! –exclamó Roger, empujándole con el pie–. ¡Vamos, despierta, dormilón! ¿No sabes que estabas de guardia?

–Buf –resopló “Ciclón”, sentándose de pronto.

–Adiós, Nabé –dijo Diana–. Estoy muy contenta de haberte encontrado otra vez. No te olvides de vigilar a Tonnerre.

–No me olvidaré –replicó Nabé con una carcajada–. Su carromato está muy cerca del nuestro. Estaré toda la noche con el oído alerta para ver si sale... y vigilaré para ver si enciende la luz a medianoche.

–Y si sale, síguele –insistió Roger.

Nabé montó en su bicicleta en el momento en que la voz de la señora Lynton llegaba hasta ellos llamando a los niños. Ahora era ya noche cerrada, pero la temperatura seguía siendo cálida.

–Me encanta el olor de estos alhelíes –dijo Chatín, aspirando el aire con fuerza mientras caminaba hacia la casa–. Si fuera perro iría oliendo estas flores..., tendría la altura apropiada para ello.

–Mirad..., ahí está el tío Roberto con mamá –dijo Diana, acercándose a su primo–. Apuesto a que está esperando a Chatín para decirle unas palabras.

–Troncho –exclamó el niño deteniéndose.

–Sube en seguida a acostarte –le dijo Roger–. Ve por la puerta de atrás y no te desnudes. Métete en seguida en la cama, para que si sube tío Roberto te crea dormido. ¡Rápido!

Chatín entró por la puerta de atrás de la casa, y atravesando la cocina a todo correr ante el asombro de la cocinera y Ana, desapareció escaleras arriba seguido de “Ciclón”. Por el camino tropezó con “Arenque”, claro está, y “Ciclón” tuvo la oportunidad de darle un pequeño mordisco al pasar. (¡Ajá! Eso le enseñaría a no tumbarse en la escalera), y sus potentes bufidos le siguieron hasta el dormitorio de Chatín.

El niño se quitó los zapatos sin molestarse en desatar los lazos, y se introdujo entre las sábanas, dejando que asomara sólo su roja cabeza.

–¿Dónde está Chatín? –dijo la señora Lynton cuando sus hijos aparecieron ante la puerta–. Tío Roberto quiere hablar con él.

–Oh, creo que ha ido a acostarse –repuso Diana.

–¿Sí? –exclamó su madre asombrada al oír que se había ido a la cama antes de que se lo ordenaran, ya que por lo general costaba lo suyo mandarle a dormir–. Debe estar muy cansado.

–Claro, dimos un buen paseo en “bici” –dijo Roger–. Yo también me despido, mamá. Estoy medio dormido. ¿Te ha gustado Nabé?

–Mucho –dijo su madre–. Invítale siempre que quieras. Y... si puedes decírselo sin ofenderle..., dile que puede tomar un baño caliente cuando lo desee. Estoy segura de que no tiene oportunidad de tomar muchos en la feria.

–Oh, mamá..., ¡hasta has pensado en eso! –exclamó Roger, riendo, y dándole un abrazo–. Me alegro tanto de que te guste. Buenas noches y que descanses. Buenas noches, tío Roberto.

–Buenas noches –le contestó el anciano–. Eh... Voy a subir contigo para ver si Chatín aún está despierto. Quisiera hablar con él.

Subió con ellos, y la señora Lynton les acompañó también bastante intrigada. ¿Por qué tendría tanto empeño en hablar con Chatín? ¿Qué habría hecho el pobre niño?

De Chatín no se veía otra cosa que sus rojos cabellos, y un ligero bulto bajo las ropas de la cama. “Ciclón” estaba echado a sus pies.

–¡Duerme como un bendito! –exclamó la señora Lynton–. No le moleste, tío Roberto. Está rendido. Oh, Dios mío..., mira, “Ciclón” está encima de la cama, pero no quiero quitarle de ahí por miedo a despertar a Chatín.

Chatín lanzó un ligero ronquido.

“¡Idiota! –pensó Roger–. Ahora va a exagerar la nota, como de costumbre.”

–Bueno..., lo dejamos para mañana –dijo el anciano saliendo con la madre de los niños.

–Chatín, ya se han ido –le dijo Roger destapándole, pero el niño no se movió. ¡Estaba dormido! Y sin haberse desnudado siquiera.

–¡Vaya un niño! –exclamó Diana–. Déjale. Está verdaderamente agotado. ¡Igual que “Ciclón”..., no se mueve en absoluto! Buenas noches, Roger. ¡Ahora que hemos encontrado a Nabé sí que vamos a divertirnos!