–Tendré que andar con cuidado para no dar ocasión a que tío Roberto me haga preguntas embarazosas –dijo Chatín durante el camino de regreso.
–Será fácil teniendo a un invitado –repuso Roger–. Mira por dónde vas, tonto... has pasado por encima de un bache y “Ciclón” por poco se cae.
–¡Lo siento, “Ciclón”! –le dijo su amo volviendo la cabeza.
Nabé había intentado lavarse un poco antes de presentarse en casa de la señora Lynton. Se puso unos pantalones de franela, y un jersey limpio, o casi limpio. ¡Sus zapatos estaban rotos, pero no le era posible remediarlo, puesto que no tenía otros! Le asomaban los dedos y Roger estuvo pensando si tendría algún par que le fuera bien a Nabé; pero seguramente tendría los pies más grandes que él.
Llegaron a la casa cansados y con buen apetito. “Ciclón” saltó del cajón yendo directamente a la cocina para pedir un hueso, pero la cocinera no estaba allí. Había un plato con arenques para el gato y el perro acercóse a olerlo. ¿Y si probara un poco? Tenía tanta hambre... No... le desagradaba aquel aroma. ¡Que se lo comiera el gato!
“Arenque” llegó bufando, y “Ciclón” le persiguió por la cocina, el pasillo y la escalera, y luego le vio encaramarse a la cómoda de la habitación de Roger.
–¡Pero allí estaba “Miranda” esperando a los niños!, y “Arenque” se llevó el mayor susto de su vida. No Había visto nunca un mono, y salió disparado como un cohete, bufando y con el rabo en alto. “Miranda” le contemplaba horrorizada. ¿Qué era aquel animal tan explosivo?
Asustada, la monita se bajó al suelo saliendo al descansillo desde donde entró en la habitación de tío Roberto que se encontraba allí cepillando su mata de cabellos blancos y que se llevó un gran sobresalto al ver un mono saltando sobre su cama. Luego llegó “Arenque”, y tras él “Ciclón” excitadísimo. Los tres recorrieron la habitación dos veces y luego salieron disparados.
Tío Roberto tuvo que sentarse. ¡Qué casa aquélla! ¡Un mono! ¿Habría visto bien? Realmente, su habitación se estaba convirtiendo en un parque de fieras... tendría que hablar con su sobrina Susana. Ningún invitado tiene la obligación de soportar a una horda de monos, gatos y perros corriendo como locos por su dormitorio.
Roger estaba probando sus zapatos a Nabé, pero le iban pequeños, y entonces recordó la gran cantidad de zapatos que tenía su tío-abuelo. Seguramente podría prestarle un par... y sin pensarlo dos veces fue corriendo a llamar a la puerta.
–¿Quién es ahora? –preguntó tío Roberto con aspereza, como si aguardase ver todavía la llegada de más animales.
–Soy yo, Roger –dijo el niño–. Tío, ¿no tendrías un par de zapatos viejos que pudieras prestarme?
–¿Pero qué es lo que ocurre en esta casa? –exclamó el buen señor–. Primero mi dormitorio se llena de... oh, bueno, no importa. ¿Para qué diantre quieres un par de zapatos míos? ¡Si no te irán bien!
–Son para un amigo mío que ha venido a cenar –explicó Roger.
–¿Es que ha venido descalzo? –dijo tío Roberto–. ¡Cielo santo, aquí está otra vez ese mono! Si descubro quién ha traído un mono a esta casa dejándolo suelto, le voy a... le... le...
Roger apresuróse a marchar. Si tío Roberto supiera que quería los zapatos para el dueño de la mona, no se los daría, estaba seguro.
–¡Vamos, “Miranda”, no seas traviesa! –le gritó a la excitada monita–. No corras por toda la casa, vas a darle un susto a mi madre si te encuentra por la escalera.
Estuvo revolviendo en el armario del recibidor y encontró un par de zapatillas de tenis de su padre. Por lo menos Nabé no iría enseñando los dedos, y su amigo se las calzó agradecido.
–¿Estoy muy mal para cenar con vosotros? –preguntó a Diana con ansiedad cuando la niña fue a ver si estaban listos.
–No, estás muy bien –le dijo con la esperanza de que su madre pensara lo mismo... y más que ella, su padre–. Le he dicho a mamá que estabas aquí, y está deseando conocerte.
Nabé estaba nervioso. Pocas veces visitaba casas como aquélla y temía que sus modales desentonasen, pero no debiera haberse preocupado. Era bien educado por naturaleza, tenía una voz agradable, y cuando la señora Lynton vio sus extraños ojos azules, le dedicó una bienvenida incluso más calurosa de lo que había planeado.
–¡De manera que tú eres Nabé! He oído hablar mucho de ti. Ricardo, éste es Nabé, el muchacho que corrió todas esas espeluznantes aventuras con nuestros hijos el verano pasado.
El señor Lynton alzó los ojos esperando ver un gitanillo de aspecto tímido y astuto a la vez, y en vez de eso vio a Nabé con sus cabellos brillantes, color de trigo, peinados hacia atrás. Vio sus ojos de mirada franca, y le tendió la mano.
–Sé bien venido, Nabé –le dijo–. Cualquier amigo de Roger es amigo mío.
Roger se alegró mucho al oír a su padre. ¡Qué bueno era! Podía ser de carácter violento, muy severo y demás... pero siempre pensaba y sentía como es debido. Nabé enrojeció de contento y alivio. ¡Qué padres más simpáticos tenían Roger y Diana... y qué afortunados eran!
–Mamá... ¿te molesta “Miranda”? –preguntó Diana preocupada al ver que su padre dirigía la vista por primera vez hacia donde estaba la mona, sentada en el respaldo de una silla con su faldita y chaqueta que le daba un aspecto tan divertido. Diana le había dado el sombrero de una muñeca y también lo llevaba puesto.
–¡Oh, Dios mío! –dijo su madre echándose a reír sin poder evitarlo–. Ricardo... mira esto. No creo que me moleste, Diana, si no se me acerca demasiado. Ya sabes que no me gustan los monos.
–¿Quiere que la eche? –preguntó Nabé en seguida, al oír el comentario.
–No, no –repuso la señora Lynton–. Si he podido soportar a “Ciclón” y “Arenque”, seguro que me acostumbraré a un animalito tan inofensivo como éste, pero no sé lo que dirá vuestro tío-abuelo.
Tío Roberto bojó algo tarde a cenar. “Ciclón” le había escondido sus zapatos y tardó un buen rato en encontrarlos, y cuando al fin bajó, fue para encontrar a la familia ya encariñada con Nabé y “Miranda” y por eso le hubiera resultado difícil hacer algún comentario poco agradable para ellos.
Nabé disfrutó de lo lindo. Le encantaron los alimentos bien condimentados, la conversación, las risas, las alfombras inmaculadas, las flores encima de la mesa, en resumen, todo, y la señora Lynton al verle tan simpático, se preguntaba cómo era posible que fuese un artista de circo, un niño que iba de un lado a otro con las ferias, que casi nunca se habría dado un baño... y, sin embargo, que no le desagradase como amigo de su hijo...
Al señor Lynton también le agradó Nabé.
–¿No tienes padres? –le preguntó.
–Mi madre murió hace poco –repuso el niño–. Y no he conocido a mi padre. Me temo que tampoco él sepa nada de mí. Todo lo que sé es que es actor, señor... y que solía representar obras de Shakespeare. He estado buscándole por todas partes, pero todavía no le he encontrado.
–¿Sabes qué nombre utiliza como actor? –preguntó el señor Lynton, pensando que cualquier padre hubiera deseado tener un hijo así que le reclamase.
Nabé meneó la cabeza.
–No, ni siquiera sé qué aspecto tiene. Desconozco también su verdadero nombre, señor, porque mi madre trabajaba en el circo, y siempre utilizaba su nombre de soltera, y no el de casada. Temo no encontrarle nunca.
–Debo confesar que parece algo difícil –repuso el padre de los niños–. Vaya... parece que has sabido arreglártelas bastante bien sólito.
Después de cenar, los cuatro niños salieron al jardín. Eran casi las ocho y media, pero aún había luz. Entraron en la glorieta dejando a “Ciclón” otra vez de guardia.
“Miranda” fue también, naturalmente. Se había portado muy bien durante la cena sentada en el hombro de Nabé, que le daba pedazos de tomate y de melocotón. Ahora se había trasladado al hombro de Chatín introduciendo sus manitas por el cuello de su camisa para conservarlas calientes. El niño la adoraba, y “Ciclón” estaba celoso e intentaba subirse a sus rodillas.
–Vamos... ¿qué es lo que queríais decirme? –preguntó Nabé, cuando hubieron dejado a “Ciclón” de guardia.
–Pues... –empezó Roger sin saber cómo seguir–. En realidad es una historia bastante peculiar... en la que está mezclado también nuestro tío-abuelo. Es así...
Y se lo contó todo con la colaboración de sus compañeros.
–De manera –terminó–, que nos preguntamos si la feria tiene algo que ver con esos robos... si alguien de la feria sabe lo suficiente para conocer los papeles y documentos antiguos para robarlos cuando pasan cerca de un museo, o de cualquier otro lugar donde se sabe que se guardan papeles de valor.
–Y nosotros queremos descubrir cómo puede atravesar las puertas cerradas el ladrón –dijo Diana–. Parece cosa de magia. ¡Se necesita ser brujo para hacer una cosa así!
–¡Tal vez sea la vieja Ma! –exclamó Chatín recordando su aspecto de hechicera inclinada sobre el caldero de hierro.
Todos rieron, y luego Nabé guardó silencio mientras reflexionaba.
–No conozco a nadie en la feria que se interese por las antigüedades, excepto Tonnerre –dijo al fin–. Tonnerre colecciona estatuillas de marfil tallado... pero nunca oí que coleccionara documentos. No hubiera dicho que fuera lo bastante educado para distinguir si eran de valor o no... ni siquiera dónde encontrarlos.
–¡Y seguro que no puede atravesar una puerta cerrada! –exclamó Diana recordando la corpulencia de Tonnerre.
–No, no podría –repuso Nabé.
Se hizo un silencio.
–¿Quién escoge los lugares a donde ha de ir la feria? –preguntó Diana de pronto.
–Pues... Tonnerre, supongo, puesto que es el amo de la feria –replicó Nabé–. ¿Por qué? Oh..., ya comprendo lo que quieres decir. Alguien sabe dónde pueden encontrarse documentos antiguos... y ese alguien decide llevar allí la feria con ánimo de robarlos. Sí..., pues, que yo sepa, Tonnerre es siempre quien decide. Por lo menos, él da las órdenes.
–¿Hay algún otro coleccionista en la feria? –quiso saber el revoltoso Chatín, jugueteando con el rabo de “Miranda”.
–No..., sólo “Burly”, uno de los chimpancés –repuso Nabé con una carcajada–. Colecciona animales de juguete..., ¿no lo sabíais? ¡Si alguien le regala uno, se convierte en su esclavo para toda la vida! Es curioso, ¿verdad?
–Muy curioso –dijo Diana, riendo–. ¿Y qué colecciona “Hurly”?
–¡Golosinas! ¡Pero no le duran mucho! –replicó Nabé–. Debéis tener buen cuidado con vuestros bolsillos cuando esté “Hurly”. Si lleváis algún caramelo o chocolatín, os lo quitará con la velocidad del rayo.
–Hemos de hacer amistad con los chimpancés –dijo Diana–. Hoy apenas hemos hablado con ellos..., había tanto que ver. Bueno, Nabé..., no puedes ayudarme mucho, ¿verdad?, en esto de quién puede ser el ladrón..., sólo nos has dicho que Tonnerre es el más sospechoso.
–Luego está Vosta –continuó Nabé, pensativo–. Y Billy Tell. Los dos son grandes artistas, pero no creo que conozcan tampoco lo que son documentos de valor. ¡Vaya, yo creo que Billy Tell ni siquiera sabe leer!
–Oh, bueno..., tal vez sea sólo una coincidencia que los robos ocurran en los lugares que visita la feria –dijo Diana–. Me pregunto a dónde irá ahora.
–¿No os lo dije? Va a venir muy cerca de aquí –replicó Nabé–. A cosa de un kilómetro, según creo. Se montará sobre la colina Dolling cerca de Rilloby.
–¡Qué imponente! –exclamó Chatín–. “Qué super estupendo”. Entonces podremos verte cada día..., ¿y sabes una cosa?... ¡Nos turnaremos para vigilar a Tonnerre! Apuesto a que es él. ¡Me lo da el corazón!