Se acercaron a la barraca de tiro al blanco, donde el muchacho rubio seguía limpiando las escopetas sin cesar de silbar.
–¿Hay en la feria un muchacho que se llama Nabé? –le preguntó Roger.
–Sí. Esta mona es suya –dijo el chico con su amplia sonrisa–. ¡Vaya! Es curioso que “Miranda” haya ido con vosotros... como si os conociera de toda la vida, ¿no?
–¡Nabé está aquí! –dijo Diana, contenta, y los tres sonrieron–. ¡Qué suerte hemos tenido... y qué sorpresa!
“Ciclón” saltaba intentando alcanzar a “Miranda”. ¡La conocía muy bien! De pronto la mona saltó sobre su lomo montándole como si fuera un caballo, como hiciera otras veces, pero él sabía cómo librarse de “Miranda”... y echándose sobre la hierba empezó a dar vueltas hasta que la monita se marchó, para subir de nuevo a hombros de Chatín. Le habían puesto una faldita roja y una chaquetilla azul con botones plateados y su aspecto era graciosísimo.
–¡La pequeña “Miranda”! –le dijo Roger acariciando su patita–. Tú nos viste primero, ¿verdad?... ¡y al reconocernos te acercaste en seguida!
–¡Encontraréis a Nabé en la barraca de las anillas! –les gritó el muchacho rubio–. Es el encargado.
Corrieron a la barraca que les indicaba, donde un muchacho de espaldas a ellos estaba acomodando los géneros en una plataforma redonda, para que la gente pudiera arrojar anillas y tratar de ganar algún premio.
–¡Es Nabé! –gritó Diana, y al oír su nombre el muchacho se volvió... y sí, era Bernabé, sin lugar a dudas... Nabé con sus cabellos color de trigo, su rostro tostado por el sol, sus extraños ojos azules tan separados... y su maravillosa sonrisa.
–¡Vaya... si estamos todos! –exclamó asombrado–. Vosotros tres... ¡Hola, Roger y Diana! ¡Hola, Chatín y “Ciclón”! ¡Ya veo que, por el momento, sigues siendo el loco de siempre!
“Ciclón”, naturalmente, había reconocido a Nabé en el acto, abalanzándose sobre él con su impetuosidad acostumbrada, ladrando y lamiéndole por donde podía, para demostrarle lo que se alegraba de volverle a ver.
–“Miranda” nos encontró primero –explicó la niña–. Vino directa hacia nosotros. Al principio no la reconocimos, porque ahora va vestida. Oh, ¿verdad que es una monada, Nabé?
–Cuánto me alegro de veros... cuánto –dijo Nabé y sus ojos azules brillaban de alegría–. He pensado mucho en vosotros... y deseaba volver a veros. ¿Qué estáis haciendo aquí? Vosotros no sabíais que estaba aquí, ¿verdad? No os lo podíais figurar.
–No, claro que no –replicó Roger–. Vinimos por una razón... que te contaremos cuando estemos solos... y no soñábamos con verte, naturalmente.
–Debieras habernos dicho que estabas tan cerca, Nabé –le dijo Diana en tono de reproche–. Ya sabes que vivimos sólo a unos kilómetros de aquí.
–¿De veras? –exclamó Nabé, sorprendido. Sus conocimientos geográficos no eran del todo buenos, y nunca tenía la menor idea de dónde se encontraba mientras deambulaba por el mundo– ¡Vaya, quién lo iba a pensar! No me gusta escribir cartas, ya lo sabéis, pero ahora nos hemos reunido. ¿Estáis de vacaciones?
–Sí. Vinimos a casa a pasar las de Pascua –dijo Chatín–. Aún nos quedan tres semanas, Nabé. ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?
–Estaremos una semana –repuso Nabé–. Perdonadme un momento... tengo que preparar este barracón. Estoy encargado del tiro de argollas, ¿sabéis? Claro que no es mío. Soy sólo encargado. ¡Vosotros observad a “Miranda” y veréis lo que hace! ¡Es una maravilla!
Y entregando un montón de anillas recibió a cambio unas monedas. La cliente junto al mostrador, que la separaba de la barraca, se dispuso a arrojar la primera.
–¿Se ha fijado usted en ese reloj despertador, señorita? –le gritó Nabé–. Bien, ¡a ver si acierta!
La anilla rebotó en la plataforma tocando el reloj, pero sin rodearlo. La señorita probó una vez y otra hasta terminar todas las anillas.
–Mala suerte, señorita –le dijo Nabé con simpatía–. Casi lo consigue. ¡“Miranda”, date prisa!
¡Y la monita comenzó a trabajar! Saltando sobre la plataforma fue recogiendo todas las anillas con sus pequeñas manilas para entregárselas a su amo. Los niños reían encantados.
–¡Oh, Nabé! ¡Qué lista es!
–Miradla ahora –dijo el muchacho mientras se aproximaban más clientes–. Vamos, “Miranda”, a tu trabajo. “Miranda” le miró interrogadoramente lanzando sus grititos de costumbre y fue a recoger una docena de anillas que introdujo en su brazo izquierdo, luego entregó tres a cada cliente alargando la mano para recoger el dinero que le daban.
La gente reía divertida, llamando a sus pequeños para que vieran a “Miranda” y pronto la barraca de Nabé vióse rodeada de una gran multitud.
–No sabe contar más que hasta tres –dijo Nabé–, así que es una suerte que sólo se entreguen tres anillas. De todas formas, si se equivoca y sólo da dos, ya se encarga el cliente de avisarla.
–Es maravillosa –dijo Diana–. Nabé, debe irte muy bien en esta barraca con “Miranda”, que atrae a la gente de esta manera.
–Sí. Gano más dinero que nadie, claro que no puedo quedármelo. Lo entrego a Tonnerre, el dueño de toda la feria.
–¡Tonnerre! ¡Qué nombre más extraño! –exclamó Diana–. ¿Es francés?
–Sí –replicó Nabé, sorprendido–. ¿Cómo lo sabes?
–Pues porque “tonnerre” en francés significa trueno –explicó la niña.
–¿De veras? –repuso Nabé–. Vaya, no sabía que se llamara así. ¡Pero es un nombre que le sienta a las mil maravillas!
–¿Por qué? –quiso saber Chatín, que observaba cómo “Miranda” iba entregando anillas y recibiendo a cambio dinero que daba a Nabé.
–Pues tiene una voz de trueno, es muy corpulento y no cesa de reñir –dijo Nabé–. Tiene un genio de mil diablos, y es un viejo avaro... paga lo menos que puede y despide al que no hace las cosas como a él le gustan. Mirad... está ahí... esos elefantes son suyos.
Los niños miraron donde señalaba Nabé y vieron a dos elefantes que estaban siendo desatados para que los pequeños pudieran montarlos. El hombre que estaba con ellos era casi un gigante; sus piernas eran como troncos de árbol, los pies enormes y sus espaldas anchísimas. Gritaba sin cesar a los pacientes animales y su voz se oía por todo el campo.
–¡Parece una radio puesta a toda potencia! –dijo Roger con una mueca–. ¡Vaya voz!, Tonnerre es un buen nombre para él, y además parece tener un carácter “tormentoso”.
–Siempre –replicó Nabé–. No resulta agradable trabajar con él. Hay unas veinte personas que van siempre con la feria vaya ésta a donde vaya... el resto se agrega aquí y allí, unos se van y otros llegan en su lugar. Yo llevo ya cuatro meses aquí... hemos recorrido toda la comarca de punta a rabo.
–No me gusta la voz del señor Trueno –dijo Diana–. ¿Existe la señora Relámpago, por casualidad?
Nabé lanzó una de sus carcajadas características que obligaban a todos a corearle.
–No, no está casado. Si hay alguien a quien pudiera llamarse así es a la vieja Ma que está ahí... junto a ese carro. ¿La veis? Os aseguró que tiene la lengua más afilada que un cuchillo. Y cuando se mete con alguien lo deja encogido. ¡Hasta Tonnerre se apresura a marcharse si ella empieza a reñirle!
Ma era una vieja de aspecto singular. Cualquiera hubiera dicho que era una bruja, y además estaba revolviendo en un gran caldero de hierro colocado sobre una hoguera junto al carromato. Tenía el cabello completamente blanco, ojos parecidos a los de un mono, y su nariz y barbilla casi se tocaban. No cesaba de revolver murmurando entre dientes.
–¡Estoy segura de que está preparando un encantamiento! –dijo Diana riendo.
–Hay mucha gente entre nosotros que piensa lo mismo –repuso Nabé–. Yo no, pero otros sí. Tienen miedo de la vieja Ma. Sólo hay una persona que pueda manejarla y ése es Jun-un. Es el chico encargado de la barraca del tiro al blanco, mirad... ¡ése de ahí!
–Oh... el chico de los cabellos alborotados –exclamó Chatín–. Sí... ya le habíamos visto. Parece un duende con esas orejas tan salientes... aunque un duende guapo. Tiene el pelo igual que la vieja Ma, aunque de distinto color, claro... pero erizado como el de ella.
–Es su abuela –explicó Nabé–. Y es el único que puede acercarse a ella. ¡No os pongáis muy cerca... o bufará como un gato!
–¿Podríamos ver a los dos chimpancés? –le preguntó Diana–. Vimos el anuncio en el periódico... Se llaman “Hurly” y “Burly”.
–Oh, sí... pertenecen al señor Vosta –dijo Nabé–. Os gustará. Es muy divertido y hará cualquier cosa por vosotros... a veces demasiado. ¡No sabe decir que no a nadie! Hace años que está en la feria y trabaja día y noche como un esclavo para Tonnerre. Yo no lo comprendo. ¡No podría quedarme mucho tiempo en la feria si Tonnerre me tratara a patadas y tuviera que soportar constantemente su mal genio!
La feria parecía un lugar fascinante, con sus diversos personajes: Tonnerre y su mal humor; la vieja Ma y su afilada lengua; Jun-un y sus cabellos erizados; Vosta y sus chimpancés... y Nabé y “Miranda”, naturalmente. Los tres niños apoyados contra la barraca del tiro a las anillas contemplaban la feria con ojos maravillados, preguntándose cuál de aquellos personajes podría ser el ladrón que atravesaba las puertas y ventanas cerradas.
Todavía no se lo habían contado a Nabé. No tuvieron oportunidad con la afluencia continua de clientes, y era mejor no decir nada hasta que estuvieran tranquilamente a solas con él.
–Id a dar una vuelta por la feria –les dijo Nabé–. Yo podría dejar a “Miranda” al cuidado del puesto... lo hace tan bien como yo... pero si Tonnerre viera que me voy con vosotros empezaría a dar voces.
–Bien, echaremos un vistazo –repuso Roger–. Volveremos más tarde. ¡Palabra, que ha sido una sorpresa verte, Nabé! ¡La mejor de estas vacaciones!