Transcurrieron tres o cuatro días. Cada mañana los niños cogían el periódico, cuando los mayores habían terminado de leerlo, y lo repasaban de cabo a rabo.
Pero Ricklesham nunca aparecía en la sección de sucesos... Era descorazonador... pero, ¡de pronto ocurrió lo que esperaban!
Una mañana el señor Lynton estaba leyendo el diario cuando algo le llamó la atención. Lo leyó rápidamente y luego dirigióse a tío Roberto.
–Tío –le dijo–, aquí hay una noticia que va a interesarte. ¿No tuviste algo que ver en la clasificación de algunos documentos o cortas del siglo XVII... he olvidado de qué se trataba... para la colección de Forbes-King?
–Sí, sí –replicó el buen señor–. Una colección espléndida... y unas cartas antiguas muy interesantes. Vaya, ¿qué dice de ellas?
–¡Que las han robado! –exclamó el señor Lynton, haciendo que los tres niños le miraron excitados.
–¡Las han robado! –repitió tío Roberto como un eco–, No... no es posible. ¿De dónde?
–Las habían prestado a un tal señor Curtice-Knowles, que las tenía en su casa de Ricklesham –dijo el señor Lynton, y Diana lanzó una exclamación. Roger le propinó un puntapié por debajo de la mesa y Chatín miró preocupado a tío Roberto.
–¡De Ricklesham! ¿Has dicho Ricklesham? –dijo tío Roberto con voz feble–. ¡Cielo santo! ¡Ricklesham!
Y miró a Chatín. El niño le había dicho que la banda Manos Verdes operaría a continuación en Ricklesham... y he aquí que lo que habían hecho era robar antiguos documentos de gran valor. Tío Roberto pensó a toda prisa. Entonces aquello significaba... sí, tenía que ser... que aquella banda Manos Verdes que atemorizaba a Chatín, ¡era la misma que estaba mezclada con los continuos robos de documentos preciosos!
–Debe de haber sido la misma banda que penetró en la casa solariega de Chelie cuando yo estaba allí, y robó todos aquellos papeles –pensó el anciano–. Es curioso que un niño tenga que ver con ellos. Es extraordinario. Tendré que hablar con él de todo esto... y en realidad habría que avisar a la policía.
Chatín no se atrevía a mirar al anciano por temor a que le hicieran preguntas embarazosas, pero afortunadamente, la señora Lynton intervino en el asunto, preguntando:
–¡Pero, Ricardo! ¿Tú crees que son los mismos ladrones que entraron en la casa solariega de Chelie cuando tío Roberto estuvo allí? ¿Dice acaso que las puertas estuviesen cerradas y que los ladrones las atravesaron también? Cuéntanos.
–Sí. Al parecer ha sido un robo tan misterioso como los otros –repuso su esposo–. En esta casa de Ricklesham parece ser que hay una habitación separada donde se guardaban estos valiosos documentos que se exhibían en vitrinas de cristal. La puerta de esta habitación estaba cerrada, por supuesto, y también las ventanas, que, según el periódico, están reforzadas, con barras de hierro.
–¡Y, sin embargo, robaron los documentos! –exclamó la señora Lynton–. Bueno, la verdad es que resulta muy misterioso. La policía debe estar intrigadísima.
Tío Roberto cogió el periódico para leer la noticia con suma atención. No se mencionaba la banda Manos Verdes. ¿Cómo diablos sabía Chatín que iba a cometerse un robo en Ricklesham? Alzó la cabeza para mirar al niño, pero éste había desaparecido.
Después de decir a su tía en voz baja que no deseaba comer más, le pidió permiso para marcharse.
–¿No te sientes bien, querido? –le preguntó la señora Lynton, pero viendo que conservaba las mejillas tan sonrosadas como siempre comprendió que no le ocurría nada grave y le dio permiso para retirarse, cosa que hizo Chatín aprovechando que tío Roberto estaba enfrascado en la lectura del periódico.
Aquella mañana celebraron una reunión en la glorieta. Chatín, Diana y Roger acudieron allí en cuanto terminaron sus tareas, y también “Ciclón”, comprendiendo que algo inusitado ocurría.
–Roger... tío Roberto no ha cesado de mirarme durante el desayuno –dijo Chatín en cuanto estuvieron a salvo en la casita de madera–. Sé que empezará a hacerme preguntas embarazosas. No quiero verle. Si os pregunta por mí, no le digáis dónde estoy.
–Bueno, no podemos decir mentiras... si sabemos donde estás –repuso Diana–. Pero haremos cuanto podamos por no descubrirte. Te está bien empleado por hablar tanto. Ahora, claro, tío Roberto creerá firmemente en tan estúpida banda Manos Verdes, debido a este robo ocurrido en Ricklesham.
–Lo sé –gimió Chatín–. “Ciclón”, ve fuera a montar la guardia. Guardia, ¿has oído? Y tú sabes bien lo que significa. ¡Ladra si ves que alguien se acerca!
“Ciclón” fue a sentarse al sol meneando la cola. Sabía perfectamente lo que significaba “montar guardia”. Pues no faltaba más, y a poco se puso a ladrar desafortunadamente, haciendo que Chatín, presa de terror se escondiera debajo del banco de la glorieta, mientras Roger y Diana se sentaban encima escondiéndole con sus piernas.
Pero era sólo “Arenque” quien llegaba. Había visto a “Ciclón” y quería jugar un poco, por eso se iba acercando por el camino, ondeando la cola en el aire como de costumbre, y tan negro y lustroso como siempre.
“Ciclón” sabía el significado de sus maullidos: “¡Paz! ¡No me persigas!”, igual que el gato sabía que cuando él meneaba el rabo quería decir lo mismo.
Sin embargo, tuvo que ladrar, ya que estaba de guardia, y el gato se detuvo sorprendido y sentándose a cierta distancia se puso a lavarse la cara. “Ciclón” no se explicaba por qué se lavan tanto los gatos. Siempre observó que hacían lo mismo.
–No viene nadie, Chatín... puedes salir... es sólo “Arenque” –le dijo Diana, asomándose fuera de la glorieta–. Cállate, “Ciclón”. ¡Tienes que avisar cuando vengan personas y no gatos! ¡Chisss!
“Ciclón” cesó de ladrar y “Arenque” se fue acercando a él sin cesar de ronronear. Al fin se tendió en el camino y con su pata acarició el hocico del perro, que con un ligero ladrido le dio a entender:
–Lo siento, pero ahora no puedo jugar, estoy de guardia, ¿no lo ves?
De manera que el gato se dispuso a dormir con un ojo abierto por si acaso. “Ciclón” también se tumbó cerrando los ojos, pero con sus largas orejas bien alertas.
Chatín salió de debajo del asiento cubierto de telarañas y polvo.
–Qué estúpido es “Ciclón” –gruña–. Miradme... estoy hecho una lástima.
–Estás como de costumbre –repuso la niña mirándole–. Vamos, vuelve a sentarte. Tenemos que discutir algo muy importante.
Y estuvieron hablando y hablando del asunto después de leer la noticia de cabo a rabo. Ahora sabían que se trataba de otro robo de cartas valiosas, y que también el ladrón, al parecer, había pasado a través de las puertas y ventanas cerradas.
Y lo que era más importante todavía... el saber que la feria había estado en el mismo distrito donde se cometió el robo. No podía tratarse de mera coincidencia... ni de una casualidad. La feria... o alguien que viajaba con la feria... estaba relacionado con aquellos extraños robos, y ese alguien era lo bastante inteligente para conocer el valor de los documentos y saber dónde estaban y cómo apoderarse de ellos.
–Sin embargo, estas dos cosas no ligaban –comentó Roger pensativamente–. Quiero decir... que los feriantes no suelen tener esa clase de conocimientos. Ha de ser una persona... bueno, como tío Roberto... Para conocer los documentos históricos se precisan estudios especiales.
–Quieres decir que hay que ser anticuario –dijo Diana–. Así es cómo se llaman esas personas. Me lo explicó tío Roberto.
–¡Troncho... yo siempre había creído que un anti... anti... lo que sea, era alguien que aborrecía los acuariums! –exclamó Chatín sorprendido.
Roger se echó a reír.
–¿De veras? Pero si no es anti-acuarium, tonto, sino anticuario.
–A mí me suena lo mismo –replicó Chatín–. Oye..., ¿vamos a ir a Ricklesham? ¡Decid que sí!
Roger miró a su hermana y ambos asintieron con gesto solemne.
–Sí –dijo Roger–. Iremos a la feria y echaremos un vistazo para ver si encontramos a alguien que sea anticuario. ¡Entonces estaremos sobre la pista!
–Es una idea estupenda –replicó Chatín–. Entonces podremos indicárselo a la policía en seguida.
–¡No será tan sencillo! –dijo Diana–. Hemos...
“Ciclón” empezó a ladrar de nuevo, y Chatín refugióse debajo del asiento de madera una vez más, mientras Roger y Diana sentábanse muy juntos para ocultarle de nuevo a miradas inoportunas.
–Esta vez sí que es –tío Roberto –dijo Roger–. Estate quieto, Chatín. Haremos lo que podamos para no descubrirte.
El anciano llegó a la entrada de la glorieta, asomando la cabeza.
–¡Ah! –exclamó–. Creí que os encontraría aquí. Quiero hablar con Chatín.
–Se lo diremos, tío –repuso Roger, cortés.
–Vuestra madre me dijo que estaba aquí –continuó el buen señor.
–¿Sí? –dijo Diana–. ¿Está muy atareada, tío Roberto? ¿Aún no me necesita?
“Aquello fue un cambio de tema rápido e inteligente” –pensó Chatín desde debajo del banco.
–No. No me dijo que os necesitaba a ninguno de los dos –repuso tío Roberto–. ¿Sabéis dónde está vuestro primo Chatín?
–No andará lejos –replicó Roger, sin mentir–. Ya sabes que “Ciclón” nunca está muy lejos de su amo. Son inseparables.
“Ciclón” meneó la cabeza al oír mencionar su nombre. Estaba asombrado al ver a Chatín debajo del asiento y le hubiera gustado reunirse con él, pero cada vez que se acercaba, Roger o Diana le aportaban en seguida enérgicamente con el pie.
–¿Creéis que me oirá si le llamo? –preguntó su tío-abuelo–. Quiero hablar con él. Es importante.
–Puedes intentarlo –le dijo Diana.
Tío Roberto gritó:
–¡“Chatín!” ¡“Chatín”! ¡“Te necesito”! ¡“Chatín”!
No obtuvo respuesta, desde luego, aparte de los ladridos de “Ciclón” y de que “Arenque” se encaramó rápidamente a la tapia.
–¿Os parece que me habrá oído? –les preguntó el anciano.
–Pues... si está lo bastante cerca seguro que te habrá oído –repuso Roger con grandes precauciones–. No importa tío. En cuanto hable con él le diré que le estás buscando.
Tío Roberto volvió a gritar, convencido de que Chatín no podía estar muy lejos, pues de no ser así... ¿cómo iba a estar allí “Ciclón”?
–¡“Chatín”! ¡“Te necesito”!
–¡Tío Roberto! Esa señora de la casa de al lado que tiene un niño nos está mirando por la ventana –dijo Diana–. ¡Espero que su bebé no se habrá despertado!
–¡Dios nos asista! Me había olvidado del pequeño –repuso el anciano–. Y su madre volverá a reñirme. Bueno, decidle a Chatín que le estoy buscando, ¿queréis?
Y se alejó por el camino, mientras Roger y Diana exhalaban sendos suspiros de alivio.
–Ya puedes salir, Chatín –le dijo Roger–. Se ha marchado.
Su primo apareció más sucio que nunca.
–Lo hicisteis muy bien –les dijo admirado–. Sin decir una sola mentira y sin descubrirme tampoco. Muchísimas gracias..
–No sé cómo vas a arreglártelas para esquivar a tío Roberto durante todo el día –dijo la niña. –¡Será muy difícil!
–No –repuso Chatín sonriente–. Podemos ir a pasar el día a Ricklesham... y llevarnos comida.
–¡De acuerdo! Es una buena idea –dijo Roger–. Iré a pedir permiso a mamá ahora mismo. Vamos, Diana. Quédate aquí, Chatín, y te pasaremos a recoger cuando estemos preparados. ¡Hasta luego!