Chatín estaba muy enfadado con sus primos cuando regresaron.
–¿Dónde habéis estado? ¡Qué frescos, os vais a pasear en bicicleta y no me decís nada!
–Bueno, te mostraste tan incrédulo en la glorieta que decidimos irnos solos –dijo Diana–. ¡Ahora te fastidias, Chatín!
–¿Qué le ocurre a “Ciclón”? –preguntó Roger, mirando al perro con extrañeza–. ¿Por qué está tan triste? Ni siquiera ha venido corriendo a recibirnos.
–Se ha metido en un buen lío –replicó Chatín–. Igual que “Arenque”. Estuvieron corriendo tras el ovillo de lana de vuestra madre por toda la sala de estar sin ver que estaba unido al jersey que está tejiendo y lo desovillaron casi todo, llevándolo por la cocina hasta cerca del estanque. Tía Susana está muy enfadada; pegó tan fuerte al pobre “Ciclón”, que estuvo escondido debajo del sofá durante media hora, y también quiso pegar a “Arenque”, pero se le escapó.
–¡Como gato que es! –exclamó Roger–. ¡Pobrecito “Ciclón”!
–Ve y cómete la comida de “Arenque” –dijo Diana, para animar al perro.
–No tocaría un arenque aunque se estuviera muriendo de hambre –repuso Chatín–. ¿Dónde habéis estado?
Se lo contaron.
–De manera que ahora sabemos que la feria ha ido a Ricklesham –dijo Roger–. Y sólo nos queda esperar y ver si también allí tiene lugar un robo.
–Ojalá tuviéramos noticias de Nabé –dijo la niña–. Él debe conocer a los integrantes de la feria. Está recorriendo todo el país tomando parte en ferias, circos y espectáculos.
–Me gustaría volver a verle... y a la pequeña “Miranda” –dijo Chatín, que sentía debilidad por la monita de Nabé–. ¿Sería inútil escribir a la última dirección que nos indicó?
–Ya lo hemos hecho y no recibimos contestación –le respondió Roger–. Esperaremos a que nos escriba.
Un perro desconocido penetró en el jardín, volviendo a salir a toda velocidad cuando “Ciclón” le recibió ladrando desaforadamente.
–Ya se encuentra algo mejor –dijo Chatín mirándole–. Vuelve a menear el rabo.
“Ciclón” desapareció en el interior de la casa sin cesar de mover su rabo corto, y al poco rato volvió a salir con el cepillo de la chimenea de la salita.
–¡Mira esto! –gritó Roger, exasperado–. Siempre tengo que ir cargado con cepillos..., para devolverlos a su sitio. “Ciclón”, eres un pesado.
Roger y Diana fueron a devolver el cepillo y Chatín dirigióse a la glorieta con un libro, pero allí estaba tío Roberto fumando su pipa.
–Oh, perdone –le dijo Chatín, disponiéndose a emprender la retirada.
–No tengo nada que perdonarte. Entra –le repuso el buen señor–. Aquí hay sitio de sobra para los dos, y quiero hablar contigo.
A Chatín no le gustaba oír que una persona mayor deseaba hablar con él. Por lo general, el resultado era una reprimenda por cualquier cosa, y sentóse suspirando.
–Es con respecto a esa banda de que me hablaste –le dijo el anciano con voz pomposa–. Esa..., eh..., banda de los Manos Verdes..., ¿no es así como tú la llamas? ¿Has sabido algo más de ellos? ¿O sería por casualidad una invención tuya?
Chatín reflexionó unos instantes. No deseaba echar por tierra aquella maravillosa idea de la banda Manos Verdes que usaban guantes verdes, y por otro lado no era conveniente insistir demasiado para evitar que tío Roberto fuera lo bastante tonto como para ir a contárselo a tío Ricardo... y entonces se armaría la gorda. El señor Lynton no querría comprender que una broma tonta no tiene importancia, y la llamaría una mentira, considerándola como tal, pero Chatín no estaba dispuesto a echarlo todo a rodar tontamente.
–Creo que la banda debe haber perdido mi pista –dijo al fin decidiendo que lo más conveniente era despistar–. Desde que estoy aquí no he vuelto a saber ni una palabra –agregó sinceramente.
–¿De veras? –exclamó tío Roberto, mirándole de una manera que no le gustó nada–. Eh... ¿Tal vez crees que habrá sido porque los de la banda tienen algún pez más gordo del que ocuparse, o que hacer cosas más importantes que perseguirte a ti?
Chatín parpadeó. ¿Es que tío Roberto le había descubierto? Una idea repentina cruzó su cerebro y lo tradujo en palabras antes de poder contenerse.
–Sí, creo que tiene razón, señor... ¡y creo que habrá noticias de sus reprobables actividades próximamente en Ricklesham!
–¡Ricklesham! –exclamó el anciano, sorprendido–. ¿Por qué en Ricklesham?
El niño hubiera deseado no hablar tan de prisa y removióse intranquilo sobre el asiento de madera.
–No lo sé, señor. Es sólo una corazonada. Comprenda, si conociera esta banda tan bien como yo, sabría dónde iban a... operara continuación.
–¡Válgame el cielo! –exclamó el anciano mirando a Chatín–. No sé qué pensar de ti. Hablando de bandas y de cómo operan... con ese aspecto de niño sucio y descuidado, y las uñas más cochinas que vi en mi vida.
Aquél era un comentario muy ofensivo, y el niño se apresuró a mirarse las uñas. Siempre le estaban dando la lata para que se las limpiara. ¿Es que las personas mayores no podían ocuparse de sus asuntos? Él no se metía en si llevaban o no las uñas limpias... Se puso en pie.
–Iré a limpiármelas, señor –le dijo satisfecho de tener una excusa tan buena para marcharse antes de que le hiciera más preguntas sobre la banda.
–Es una buena idea –replicó el anciano–. Y ya puesto a ello, lávate detrás de las orejas a ver si alcanzas a tocarte el cuello por detrás.
Chatín salió corriendo. ¡Qué sarcástico era aquel viejo! Se estuvo frotando las uñas fuertemente con el cepillo, mientras pensaba con aire sombrío lo agradable que sería tener una verdadera banda que asustar a las personas como tío Roberto.
Diana le llamó desde su habitación.
–¿Eres tú, Chatín? Ven en seguida.
El niño fue a la habitación de Diana, donde ella y Roger estaban contemplando un mapa.
–¿Qué es eso? –preguntó Chatín.
–Es un mapa donde aparece Ricklesham –repuso Diana–. Pensamos que lo mejor era ver dónde cae exactamente en caso de que queramos ir a la feria. Está a unos seis kilómetros. La próxima vez te llevaremos con nosotros, si te portas bien.
–¡Troncho... mira las uñas de Chatín! ¡Se las ha limpiado! –dijo Roger, atónito–. ¿Has empezado una nueva vida, primo?
–Cállate –replicó Chatín, avergonzado de sus uñas inmaculadas–. Tío Roberto me ha reñido por llevarlas sucias... oíd... le he dicho una cosa bastante tonta.
–Bueno, eso no es ninguna novedad –replicó Roger–. ¿Qué le dijiste esta vez?
–Empezó a preguntarme con mucha sorna por la banda Manos Verdes –explicó Chatín–. Y cuando yo le contesté que no había vuelto a saber de ellos, me dijo en un tono horrible: “Supongo que tendrán un pez más gordo del que ocuparse”, y yo le contesté que sí... que la próxima vez operarían en Ricklesham.
Se hizo un silencio durante el cual Diana y Roger le miraron con desaliento.
–¡Vaya! ¡Eres más tonto de lo que suponía! –dijo Roger al fin–. Supongamos que roban en Ricklesham, ¿qué es lo que pensaría tío Roberto? Que es cosa de tu estúpida banda Manos Verdes, y que tú tienes algo que ver con ellos, y es seguro que se lo dirá a papá.
–Lo sé –repuso el pobre niño muy abatido–. Después lo pensé.
–Estás loco –repuso Diana–. Cuando estábamos sobre la pista de algo interesante... tú vas y se lo cuentas a tío Roberto mezclándolo con tu absurdo cuento de hadas.
–Tal vez no haya ningún robo en Ricklesham –sugirió Chatín esperanzado, pero sin encontrar apoyo en sus compañeros.
–Eso es. Ahora échanos un jarro de agua fría sobre nuestras ideas –replicó Diana–. Di que estamos equivocados... y que es una tontería el...
–¡No, Diana, no! –exclamó el pobre Chatín comprendiendo que todo lo que dijera lo interpretarían equivocadamente–. Creo todo lo que me dijiste... de veras.
–¿Le dejaremos que venga con nosotros si vamos a Ricklesham? –preguntó Roger muy serio a su hermana.
–Veremos –repuso la niña–. Cualquier otra bobada por su parte, y no le diremos nada más.
Chatín se fue en busca de “Ciclón” con el ánimo abatido, y en la escalera tropezó con “Arenque”, y sus primos le oyeron rodar por la escalera quejándose.
Sonrieron.
–Ése es “Arenque” otra vez –dijo la niña–. Siempre se tumba en la escalera esperando que pase Chatín, para hacerle caer.
–¿De verdad crees que habrá robo en Ricklesham? –le preguntó Roger, guardando el mapa.
–Pues... a medias –replicó Diana–. Creo que fue una especie de corazonada, ¿sabes? Supongo que no ocurrirá nada.
–Vigilaremos los periódicos –dijo Roger–. ¡Y qué emocionante si viéramos la noticia de un nuevo robo en Ricklesham!