Transcurrieron un par de días, y tío Roberto trató de continuar escribiendo lo que él llamaba “sus memorias”, y que Roger decía era sólo “dormitar sobre su pipa”. Chatín, como de costumbre, se había adaptado ya y se encontraba como en su casa. La habitación de Roger, por lo general tan ordenada, estaba ahora siempre como si la hubiera arrasado un huracán.
–Cuando no la revuelve Chatín lo hace “Ciclón” –se lamentaba Roger–. Estoy cansado de guardar mis zapatos, zapatillas y cepillos en un cajón para que el perro no los encuentre.
–Yo también –dijo Diana–. Y quisiera que no pusiese todas las alfombras amontonadas en el rellano de la escalera o en el recibidor para que la gente tropiece y se caiga. Ayer casi me rompo un tobillo, y en cuanto al pobre tío Roberto, tiene tanto miedo de caerse con las alfombras y cepillos que aparecen por todas partes que anda como sobre ascuas..., levantando los pies cuanto puede.
Roger se echó a reír.
–O... esta mañana ese perro loco ha tirado al estanque media docena de cepillos, y dos eran de tío Roberto y va Chatín y le dice que mamá los estaba lavando en el estanque porque esa agua les iba muy bien... ¡y se lo ha creído!
–Ahí está “Ciclón”..., ladrando a “Arenque”, supongo –dijo la niña asomándose a la ventana–. ¡“Ciclón”! ¡“Ciclón”! ¡Cállate! ¿Es que todavía no aprendiste que cuando “Arenque” se sube a la tapia tú no puedes alcanzarle? “¡Cállate!”
La voz de su madre les llegó desde el Jardín.
–¡Diana! No grites tanto. Tu tío está trabajando.
–Eso significa que “Ciclón” acaba de despertarle de su siesta –dijo Diana volviendo al interior de la habitación. Luego se asomó de nuevo–. ¡Mamá! ¡Mamá! ¿Tengo que cortar flores esta mañana?
–¿Quieres dejar de gritar por la ventana? –gritó su madre mientras tío Roberto dejaba su pipa exasperado y se levantaba dispuesto a marcharse–. ¡Iría a dar un paseo! Con los ladridos del perro, los gritos de los niños, y ahora las voces de su sobrina, aquella casa resultaba insoportable. ¡Sí, iría a dar un paseo!
Pero al verle aparecer con la chaqueta, sombrero y un bastón en la mano, “Ciclón” se quedó encantado. ¡Un paseo! Las personas con sombrero y bastón sólo significan una cosa..., ¡un “paseo”! Y “Ciclón”, contento, comenzó a dar vueltas alrededor de las piernas de tío Roberto, poniéndose patas arriba y pedaleando en el aire “como si fuera en bicicleta”, cual decía Chatín.
–Tú no vienes conmigo –le dijo el buen señor con firmeza–. No me gustas. Sólo sabes bien dos cosas y no me agrada ninguna de ellas. Eres capaz de ladrar más fuerte que ningún otro perro, lo sé, y rascarte con mayor energía.
Pero “Ciclón” estaba resuelto a ir con él y se arrimó tanto a sus piernas mientras caminaba hacia la verja que casi le hace caer.
–¡A casa! –le decía tío Roberto–. “¡A casa!”
–Guau –replicó “Ciclón”, sentándose con aire expectante igual que si le hubieran dicho “hueso” y no “a casa”. El anciano trató de abrir rápidamente la verja, y marcharse sin el perro..., pero “Ciclón” conocía el truco de sobras y en un periquete estuvo con él en la calzada, bailando a su alrededor como un loco.
El buen señor perdió los estribos.
–¡Chatín! –gritó–. Llama a tu perro. ¡“Llámale”, te digo! ¿No me oyes, muchacho?
Una señora se acercó a tío Roberto para suplicarle:
–Perdone, pero he de pedirle que no grite y no permita que su perro ladre tanto. Con sus gritos y sus ladridos no dejan dormir a mi bebé.
El pobre anciano estaba fuera de sí, y echó a andar calle abajo, golpeando el pavimento con su bastón.
–Que yo no dejo dormir a su niño. ¡Qué tonterías! ¡Y decir que “Ciclón” es mi perro! No lo querría ni aunque me dieran cien duros.
Pero desde luego parecía suyo, ya que lo estuvo siguiendo fielmente durante todo el paseo, alejándose de cuando en cuando en busca de las madrigueras, pero siempre regresaba. ¡Pobre tío Roberto!
Compró el periódico y emprendió el regreso leyéndolo. De pronto se detuvo lanzando una exclamación, y el perro sentóse a su lado mirándole expectante. ¿Qué le ocurría ahora al buen señor? “Ciclón” apenas le conocía, ya que sólo había salido de cuando en cuando a pasear con él y siempre en cortos trayectos.
–¡Mira esto! –decía el anciano–. Otro robo... de la misma clase... ¡y estando las puertas cerradas! ¡Es extraordinario!
Cuando regresó, fue a mostrar la noticia a la señora Lynton, y los niños le rodearon interesados.
–¿Ves? –dijo tío Roberto, señalando el periódico con una uña limpia y pulida–. Otro robo. Otra vez se han llevado papeles de valor y no hay rastro de los ladrones. Todas las puertas y ventanas estaban cerradas, y, sin embargo, los documentos han desaparecido. Hay algo extraño en todo esto.
–Manos Verdes –susurró Chatín misteriosamente a sus espaldas, y el anciano volvióse a toda prisa, pero el niño había adoptado una expresión inocente.
–¿Me dejas el periódico, por favor? –preguntó Diana–. Muchísimas gracias.
Y lo llevó a la glorieta donde los tres lo estuvieron leyendo. Diana parecía muy satisfecha.
–He descubierto una cosa –les dijo–. ¿Y vosotros?
Roger reflexionó unos instantes.
–Pues, en el primer periódico que leímos, el que trajo tío Roberto, venía un anuncio de una feria, ¿os acordáis?
–Sí. ¿Qué hay? –dijo Roger–. En éste no dice nada de la feria.
–Lo sé. Ya lo he mirado –replicó Diana–. ¿Pero recordáis lo que decía el otro periódico..., que la feria se trasladaba a otra localidad? A Pilbury. Pilbury. ¿No os dice nada?
–Caramba, sí –replicó Roger en seguida–. Este robo ha tenido lugar en Pilbury. Ya sé a dónde quieres ir a parar. O bien la feria va a los lugares donde roban papeles raros... o alguien que va en ella hace averiguaciones en todos los sitios donde van para ver si hay algo que valga la pena.
–Eso es lo que quiero decir –dijo la niña–. Averigüemos si la feria estaba en Pilbury cuando desaparecieron los papeles.
–Sí. Aunque me parece que estamos sacando conclusiones precipitadas –dijo Roger–. Probablemente será una simple coincidencia.
–¡Apuesto a que sí! –exclamó Chatín–. Es muy propio de Diana creer que ha descubierto algo con su inteligencia.
Diana le dio un empujón.
–Vete de la glorieta si vas a hablar así. ¡Vete! Si no te interesa, no necesitas quedarte.
–Sí que me interesa –protestó Chatín–. Y no me empujes así. Si quieres que organicemos un combate de boxeo; ya sabes quién ganará. Tú, desde luego, no. Y lo único que he dicho es que...
–Si vuelves a repetirlo, te marchas –le dijo Diana, enfadándose–. Hoy estoy cansada de ti, Chatín. Me has escondido los guantes, lo sé, y has dejado abierta la puerta de mi dormitorio para que “Ciclón” vuelva a sacar la alfombra. Y ahora mira a tu perro. Ha vuelto a coger un cepillo..., esta vez es el de tío Roberto.
Chatín corrió a quitarle el cepillo a “Ciclón” quien creyendo que se trataba de un juego nuevo, comenzó a correr por el jardín tirando el cepillo al aire y recogiéndolo con los dientes.
Diana volvióse a su hermano.
–Roger, es posible, que mi idea no conduzca a nada, pero averigüemos primero si la feria está en Pilbury, y luego a dónde irá a continuación..., para ver si vuelve a aparecer en los periódicos la noticia de otro robo cometido allí también.
–Buena idea –dijo Roger–. Esta tarde podemos ir en bicicleta..., no está a más de dos kilómetros y medio. Dejaremos aquí a Chatín. Me estoy cansando de él y de su impertinente perro.
De manera que no comunicaron sus proyectos a Chatín, y sacaron sus bicicletas, sin que él les viera, para mirar si todos los neumáticos estaban en buenas condiciones. Sí, lo estaban.
Salieron después de comer, aprovechando un momento en que su primo discutía con su madre acerca de unos calcetines que habían desaparecido y que ella estaba segura de que “Ciclón” tendría algo que ver con su desaparición. Montaron en sus bicicletas, pedaleando alegremente calle abajo.
–¡Chatín que se fastidie! –exclamó Roger–. ¿No te parece que se volverá loco buscándonos por todas partes?
Pilbury estaba muy lejos, mucho más de lo que habían supuesto, pero al fin llegaron. Lo recorrieron todo sin dar con la feria, y Diana quedó un poco decepcionada.
–Preguntaremos a alguien –dijo su hermano desmontando de la bicicleta para llamar a un muchacho que pasaba por allí cerca.
–¡Eh, chico! ¿Sabes si actualmente hay una feria en Pilbury?
–¡La hubo! –le respondió el muchacho–. Pero se ha ido. Se marcharon ayer a... Ricklesham, según creo.
–¡Gracias! –dijo Roger, sonriendo a Diana–. Bien..., estuvo aquí... y ahora van a Ricklesham. Veremos si también roban allí, y entonces sabremos que tu idea era acertada. Oye..., resultará emocionante, ¿verdad?