Chatín al poner el pie en el andén, tropezó con su perro, cayendo sentado, y escuchando un torrente de carcajadas a modo de saludo.
–¡Ah, Chatín! –gritó la voz de Diana–. ¡Siempre te caes del tren! ¡Hola, “Ciclón”!
El perro abalanzóse sobre la niña como un loco y casi la tira al suelo. Ladraba y aullaba golpeándola con sus pezuñas, hasta que al fin tuvo que apartarle airadamente.
–Basta, “Ciclón”, basta. Basta ya. Chatín, díselo. Sigue tan loco como siempre, ¿verdad? Oye, Roger ha sentido mucho no venir a recibirte, pero tuvo que ir a la estación siguiente a esperar a tío Roberto. ¡No comprendo por qué no pudisteis apearos los dos en la misma estación! Supongo que tío Roberto habrá creído que la próxima queda más cerca de nuestra casa.
–¿Quién es tío Roberto? –preguntó Chatín sorprendido–. Nunca te oí hablar de él. ¿No vendrá para quedarse?
–Pues sí. Es muy molesto, ¿verdad?, considerando que estamos de vacaciones –dijo Diana mientras salían de la estación–. No es malo, sino terriblemente ceremonioso y educado. Mamá no supo que venía hasta ayer, y hemos tenido que instalarte en la habitación de Roger.
–¡Ooooh, estupendo! –exclamó el niño–. A “Ciclón” le gustará.
–¿Sigue apoderándose de todos los cepillos que encuentra? –preguntó Diana–. Se portó pésimamente durante las últimas vacaciones, veraniegas.
–Sí, siguen volviéndole loco los cepillos –replicó Chatín–. Y las alfombras, y también los gatos... Oye..., ahora tenéis un gato, ¿no es cierto?
–Sí. Uno muy grande, negro, que se llama “Arenque” –dijo la niña–. Ya casi tiene un año, pero sigue siendo muy tonto a ratos. No sé qué tal se llevará con “Ciclón”.
–Será una casa muy animada –repuso Chatín satisfecho–. Gatos y perros corriendo por todas partes, y nosotros tres y vuestro anciano tío.
–No es tan anciano –contestó Diana–. Es tío de papá. Bueno..., ahí está nuestra casa. Mira. “Ciclón” la recuerda, ha echado a correr hacia la verja. Caramba, asustará a “Arenque”... está en su cesta junto a la pared.
Chatín corrió tras el can, que ya había descubierto a “Arenque” y le perseguía como un loco por el jardín aullando de excitación. El gato se metió en la casa seguido de “Ciclón” y Chatín que gritaba llamando a su perro.
La señora Lynton quedó sorprendida al ver a “Arenque” pasando como una exhalación ante ella para subirse encima de una librería, y todavía más al ver a “Ciclón” semejante a un relámpago negro seguido de Chatín y sus gritos.
–¡Oh! Es que ya has llegado, Chatín. Debía haberlo adivinado –le dijo–. Realmente no hay mucha diferencia entre un tornado y tú. ¿Cómo estás, querido?
–¡Hola, tía Susana! –dijo Chatín–. Ven aquí, “Ciclón”. Oh, bueno..., “Arenque” se ha marchado por una ventana. Cielos... y “Ciclón” también.
Y desapareció a toda prisa mientras la señora Lynton se sentaba suspirando. La paz siempre terminaba con la aparición de Chatín. Se oían voces en el jardín y por último un grito de Diana.
–¡Mamá! Aquí llega tío Roberto con Roger en un taxi.
La señora Lynton apresuróse a levantarse preguntándose qué diría tío Roberto cuando oyera aquellos grifos y aullidos que invadían el jardín.
Salió de la casa y dijo a Chatín:
–Coge a “Ciclón” en seguida y llévatelo. ¡Vete a lavar las manos o lo que sea!
Chatín le dirigió una mirada de extrañeza. ¡Qué enfadada parecía! Lanzó un silbido prolongado y el perro respondió en el acto acercándose a los pies de Chatín como una bala de cañón, y los dos desaparecieron en el interior de la casa en el momento en que tío Roberto abría la puerta de la verja. Diana se alisó los cabellos saliendo a su encuentro.
–Qué agradable es estar aquí por fin, mi querida Susana –decía el anciano señor–. Es un lugar tan tranquilo... ¡y tan alejado de los ladrones, las guerras y los espías internacionales!
La señora Lynton estaba perpleja.
–Oh, aquí en el campo se respira mucha paz –le dijo–. Sube a ver tu habitación. Supongo que querrás lavarte.
–Gracias, querida, gracias –repuso tío Roberto siguiendo a su sobrina por la escalera hasta llegar a la habitación de los huéspedes.
–Es un dormitorio muy bonito –dijo tío Roberto–. Con una vista magnífica. Muy hermosa. ¡Ah...!, ¿qué es esto?
Era “Ciclón” que había entrado olfateando al desconocido, y se detuvo en la puerta moviendo su corto rabo mientras sus largas orejas colgaban a ambos lados de la cabeza como la peluca de un juez. Tío Roberto le miró.
–Es muy curioso –dijo–. ¡En mi departamento del tren había un perro exactamente igual que éste!
–Oh, bueno..., los “cockers” negros son todos muy parecidos –dijo la señora Lynton–. Ahora puedes lavarte, tío Roberto, y luego baja a comer. Debes tener apetito.
Y fue hasta el armario del descansillo para sacar unas cosas. Chatín estaba silbando en el dormitorio de Roger mientras cepillaba sus cabellos, sin conseguir otra cosa que ponerlos más tiesos que nunca, y de pronto echó de menos a su perro.
–¡Eh, “Ciclón”! ¿A dónde has ido? –exclamó saliendo en su búsqueda. Ah, allí estaba parado en la puerta de una de las habitaciones, y fue a cogerle cuando alguien salía de allí en aquel momento pasando con sumo cuidado por encima de “Ciclón”, que ni siquiera se molestó en apartarse (¿para qué si la gente era lo suficiente estúpida para dar un rodeo y no pisarle?)
Chatín se detuvo preso del mayor asombro al ver a tío Roberto contemplándole como si no pudiera dar crédito a sus ojos.
El anciano también le miraba extrañado.
–¡Increíble! –musitó retrocediendo un paso, y estuvo en un tris de no pisar a “Ciclón”–. ¡Tú otra vez! ¿Qué estás haciendo aquí?
–Estoy en casa de mis primos –replicó el niño horrorizado al ver que el anciano del tren se había convertido de pronto en tío Roberto. ¡Troncho!, aquello era terrible. ¡Y con la espantosa historia que le había contado..., de una banda llamada Manos Verdes! Supongamos que se lo explicara» a tía Susana, ¿qué diría la pobre? No entendería nada, y se pondría furiosa.
–De modo que viniste a esconderte aquí –empezó a decir tío Roberto–. ¿Y tus primos conocen el motivo?
–¡Chisss! –dijo el niño desesperado–. Ni una palabra a nadie. ¡Recuerde los Manos Verdes! Le cogerán a usted también si “canta”.
–¿Si canto? –repitió tío Roberto con voz feble, sin entender.
–Si suelta prenda. Si habla. Si los descubre –replicó Chatín a toda prisa–. No diga una palabra. ¡Recuerde los Manos Verdes!
Sonó un gong que anunciaba la comida sobresaltando a tío Roberto y a Chatín.
–¡Chisss! –repitió el niño mirando a su alrededor como si le espiasen.
–Me acordaré de los Manos Verdes –dijo el anciano con voz más gruesa–. Pero ten cuidado, hijo mío, ten cuidado.
Y bajó la escalera enjugándose la frente con su pañuelo de seda. Acababa de escapar de una casa donde los ladrones atravesaban las puertas cerradas... para ir a caer en otra donde había un niño perseguido por los Manos Verdes. ¿A dónde iría a continuación? ¡Increíble! ¡Absolutamente increíble!
Arriba en el descansillo, semioculta por la puerta del armario, estaba la señora Lynton asombrada por la extraordinaria conversación que acababa de oír, de la que no había entendido ni une palabra. ¿Qué era aquello de los Manos Verdes, tantos siseos y advertencias? Estaba llena de asombro.
–¿Qué estará tramando Chatín? ¿Y cómo conoce a tío Roberto? ¿Y qué será eso de los Manos Verdes? –pensó cerrando la puerta del armario con un gesto de impaciencia. En el acto un maullido agónico la obligó a abrirla de nuevo apresuradamente, y “Arenque” salió pitando.
–¡Si serás tonto! ¿Por qué pones el rabo en la puerta cuando sabes que voy a cerrarla? –dijo la señora Lynton–. Siempre haces cosas así. Vamos, siento haberte hecho daño. ¡Y vigila a “Ciclón”, por que no estoy dispuesta a consentir que te pasees por encima de la mesa del comedor en cuanto lo veas!
“Ciclón” estaba abajo con los otros y no se apartaba de tío Roberto ante la sorpresa de Diana. No cesaba de olfatearle los pies y se encaramaba a sus piernas para demostrarle su simpatía.
–Parece como si ya te conociera –comentó la niña.
–Er..., ¿sí? –repuso tío Roberto sin saber qué decir–. Chatín, llámale, ¿quieres?, no me interesan sus pulgas, ya lo sabes.
–¿Cómo sabes que tiene pulgas? –preguntó Roger sorprendido–. ¿Tiene pulgas, Chatín?
Parecía que la conversación iba tornándose embarazosa y Chatín apartó a “Ciclón” empujándole debajo de la mesa.
–Claro que no tiene pulgas –dijo–. Lo sabrías de sobra si las tuviera. Vaya, un chico de mi colegio tenía un perro con cerca de trescientas.
La señora Lynton entraba en el comedor en aquel momento.
–¿De qué estás hablando? –preguntó ocupando la cabecera de la mesa.
Nada se dijo, ya que no le agradaba que se hablase de ciertas cosas a las horas de las comidas, y tío Roberto fue a ocupar su sitio desde el que miró debajo de la mesa para ver exactamente dónde estaba el perro.
–¿Qué es ese ruido? –quiso saber la señora Lynton al oír un pam, pam, pam, pam, en el suelo debajo de la mesa.
–Oh, es “Ciclón” que se está rascando –repuso Diana.
–Oh, Dios mío, Chatín..., espero que no habrás traído a tu perro con... –empezó a decir la señora Lynton.
–No, tía Susana –apresuróse a responder Chatín–. Vaya..., si son costillas... con patatas fritas... y ¡“cebollas”! ¡Troncho, qué imponente!
Había cambiado hábilmente de tema y la señora Lynton empezó a servir el pescado preguntándose qué sería aquello de los Manos Verdes. Miró a tío Roberto. Parecía una persona tan agradable e inofensiva... ¿Qué quiso decir al hablar de salir huyendo, y de Manos Verdes, con Chatín en el descansillo de la escalera?
¡Era realmente extraordinario!