Capítulo I - El primer día de vacaciones

–¡Buenos días, mamá! ¡Buenos días, papá! –exclamó Roger alborotando los cabellos de su padre al pasar junto a él, y depositando un beso en los rizos de su madre.

–No hagas eso, Roger –dijo su padre nervioso mientras se alisaba los cabellos–. ¿Cómo bajas a desayunar tan tarde? ¿Y dónde está Diana?

–No tengo la menor idea –replicó Roger alegremente sirviéndose una enorme cantidad de potaje–. Durmiendo, supongo.

–No importa –intervino su madre–. Hoy es sólo el primer día de vacaciones. Roger, no es posible que te comas todo ese potaje... luego hay salchichas.

–Oh, estupendo –dijo el niño sentándose ante el plato lleno–. ¿Con cebollas fritas?

–No, Roger, ya sabes que no las tomamos en el desayuno.

–No veo la razón –repuso el niño empezando a comer con el cuello ladeado para leer la parte posterior del periódico de su padre.

Como el diario estaba doblado por la mitad lo que Roger quería leer quedaba al revés, y su padre le miró enojado.

–¡Roger! ¿Por qué tuerces la cabeza de ese modo? ¿Quieres tener tortícolis?

–No... sólo trato de leer algo muy interesante de un perro que...

–Pues se acabó. Ya sabes que es de mala educación leer el periódico que está leyendo otra persona –le dijo su padre–. ¿Es que en el colegio no te enseñan a tener buenos modales?

–No. Suponen que los aprendemos en casa –replicó Roger con insolencia.

El señor Lynton le miró por encima de su periódico.

–Bien, en este caso tal vez será mejor que te enseñe a tenerlos durante estas vacaciones –comenzó a decir en el preciso momento en que Diana hacía su entrada en la habitación con el rostro resplandeciente.

–¡Hola, mamá! ¡Buenos días, papá! ¿Verdad que hace un día espléndido?.. ¡Hay tantos narcisos y primaveras y tanto sol! ¡Cuánto me gustan las vacaciones de Pascua!

–Tómate el potaje, querida –le dijo su madre–. Roger, ¿no te habrás comido toda la crema?

–No, queda un poquitín –repuso el niño–. De todas maneras a Diana no le iría mal tomar la leche sola. Está demasiado gorda.

–¡No es verdad! ¿Lo estoy, mamá? –preguntó Diana indignada provocando un gesto de impaciencia en su padre.

–Siéntate, Diana, y cómete el potaje. Ya que llegas tarde, por lo menos no alborotes. El desayuno se sirve a las ocho... ¡y son las ocho y media!

El señor Lynton dobló el periódico colocándolo junto al plato de su esposa, y salió del comedor.

–¿Qué le ocurre a papá esta mañana? –preguntó Diana subiéndose un calcetín–. Dichosos calcetines. Siempre se me bajan. ¿Por qué está tan enfadado, mamá?

–No hables así. Diana –dijo la señora Lynton–. A tu padre no le pasa nada aparte de que le gusta que seáis puntuales a las horas de comer... y de que se ha enterado de que su tío Roberto va a venir a pasar una temporada. Ya sabéis que el pobrecillo pone muy nervioso a vuestro padre.

–Oh, Dios santo... ¿va a venir de veras tío Roberto? –exclamó Roger–. ¿Para qué? ¿Y dónde vas a meterle? Chatín llega mañana... y soto hay una pieza disponible.

–Pues... esta vez Chatín tendrá que dormir contigo –repuso su madre–. Pondremos otra cama. Lo siento, Roger... pero no hay otro remedio. Tío Roberto debe ocupar la habitación de los huéspedes.

–Oh, Chatín durmiendo conmigo... y gastándome sus estúpidas bromas continuamente –gruñó Roger–. No me importaría tener a “Ciclón” en mi habitación... pero Chatín es terrible.

–Preferiría que “Ciclón” no durmiera con vosotros –le dijo la señora Lynton–. Es un perro muy bonito, lo sé, aunque completamente loco... pero no me gusta que los perros duerman en los dormitorios.

–¡Mamá! Eso lo dices siempre que viene Chatín y “Ciclón” –intervino Diana–. Y sabes perfectamente que si pusieras a “Ciclón” en la perrera, Chatín iría cada noche a dormir con él.

–Sí, lo sé –replicó la señora Lynton suspirando–. No sé lo que es peor... si Chatín o “Ciclón”.

Chatín era primo de los dos niños y propietario de un “cocker” negro llamado “Ciclón”, debido a su temperamento. Los padres de Chatín habían muerto, y por eso pasaba sus vacaciones en casa de diversos parientes. La señora Lynton le quería mucho y el niño iba más a menudo a su casa que a la de nadie.

–Llega mañana, ¿verdad? –preguntó la niña–. Pediré un hueso bien grande para “Ciclón” cuando vaya esta mañana al carnicero. ¿Seguirán volviéndole loco los cepillos? Mamá, el verano pasado cogía todos los que encontraba y algunos los escondía en una madriguera. Un día encontramos toda una colección.

La señora Lynton apresuróse a tomar nota de que debía prevenir al servicio para que guardara todos los cepillos fuera del alcance de “Ciclón”. Oh... con Chatín, “Ciclón” y tío Roberto las próximas semanas iban a resultar una dura prueba.

–Me pregunto qué dirá Chatín a tío Roberto –dijo Diana, conteniendo la risa mientras servíase unas salchichas–. Oh, mamá... no puedo imaginarlos juntos. Tío Roberto tan afectado y ceremonioso y... Chatín tan loco y bromista.

–Tendré que procurar que vuestro tío abuelo no tropiece con Chatín y “Ciclón”, eso es todo –le dijo su madre levantándose de la mesa–. Bueno, siento no poder esperar a que acabéis. Ya veo que terminasteis las tostadas y empezado el pan. ¡Esto es una comida y no un desayuno! No sé cómo podéis comer tanto.

–Es bien sencillo –replicó Roger sonriendo a su madre mientras ésta salía de la habitación devolviéndole la sonrisa. Era agradable volver a tener a los niños en casa, pero costaba algún tiempo acostumbrarse a su insaciable apetito, sus costumbres y sus peleas constantes.

Cuando la señora Lynton se hubo marchado hízose el silencio. Los dos masticaban a dos carrillos mirando por la ventana. Los narcisos adornaban los bordes del césped y los alhelíes dejaban sentir el aroma de sus pétalos aterciopelados. La luz del sol bañaba el jardín y los dos niños sentíanse felices y excitados, ante la perspectiva de aquellas semanas... sin clases, sin disciplina... días y días de sol, vacaciones, comidas extraordinarias, helados... y “Ciclón”, el perro, para llevarle a pasear.

–Delicioso –dijo Diana despertando de su sueño. Roger adivinando sus pensamientos respondió:

–Sí, imponente. Me pregunto qué tal se llevará “Ciclón” con “Arenque”.

“Arenque” era un gran gato negro, llamado así por su extraordinaria afición a comer arenque en conserva, y el tendero siempre quedaba asombrado al ver la cantidad de latas que compraba la señora Lynton... ¡Imaginaos una familia comiendo tantísimos arenques! Pero era el gato quien los comía, poniéndose gordo y lustroso.

–Creo que “Ciclón” le va a hacer pasar muy malos ratos –dijo Roger rebañando con avidez el plato de la mermelada.

–No me sorprendería que “Arenque” no supiera contenerse –repuso Diana–. Déjame un poco de mermelada, Roger. No seas egoísta.

–Ojalá no viniera tío Roberto –dijo el niño ofreciéndole el tarro de mermelada–. Me pregunto por qué viene. No suele venir durante nuestras vacaciones. Es lo último que se le ocurriría hacer, considerando que para él los niños son una molestia.

–¡Diana! ¿Todavía no habéis terminado? –gritó la señora Lynton desde arriba–. Vamos. Quiero que me ayudéis a preparar la cama de Chatín. Voy a poner el diván del cuarto de jugar en la habitación de Roger. Roger, ven a ayudarme.

–¡Ni un momento de tranquilidad! –exclamó Roger haciendo una mueca–. Vamos. Echemos una mano a nuestra buena mamá.

Subieron al piso de arriba tropezando con “Arenque” en la escalera. El gato negro salió corriendo delante de ellos con el rabo tieso y los ojos verdes, brillándole con aire perverso.

–¡“Arenque”! ¿Todavía te tiendes en la escalera, gato malvado? –le gritó Roger–. Anda con cuidado mañana, o “Ciclón” te alcanzará si no te espabilas.

–¡“Ciclón” te cogerá si no te espabilas, “Ciclón” te cogerá si no te espabilas! –cantó Diana entrando en la habitación de Roger para ayudar a su madre. “Arenque” estaba ya sentado en el repecho de la ventana meneando su larga cola de un lado a otro.

–¿Qué habéis hecho para que “Arenque” esté tan enfadado? –preguntó su madre.

–¡Vaya, me gusta eso! Estaba echado como un perro en la escalera para hacernos caer –repuso Diana indignada.

–¡Querrás decir como un gato! –replicó Roger con una carcajada.

–Oh... Roger..., te pareces a Chatín cuando dices esas cosas –dijo su madre– Diana, haz la cama de Roger mientras él y yo traemos el diván.

Estuvieron ocupados todo el día preparando la llegada de tío Roberto y Chatín... ¡vaya una pareja curiosa! Tío Roberto era ton viejo, ceremonioso y correcto en todos los aspectos... y Chatín todo lo contrario..., insolente, bromista e inesperado en todas sus cosas. A la señora Lynton le daban mareos sólo de pensar en tenerlos en su casa juntos.

Y en cuanto a “Ciclón”, probablemente volvería loco al pobre viejo. De todas formas, “Ciclón” era un encanto, y la señora Lynton, como todo el mundo, había sucumbido a su hechizo. Pobrecito “Ciclón”, con su piel de seda y sus ojos acariciadores... En toda la casa sólo había un ser que aborreciera a “Ciclón” con todas sus fuerzas... y éste era “Arenque”.

Al fin quedaron arregladas las dos habitaciones. La de los invitados era bonita, alegre y limpia, tas flores que Diana había colocado sobre el tocador eran narcisos de un amarillo fuerte y entonaban con las toallas colgadas junto al lavabo.

El dormitorio de Roger tenía un aspecto distinto con el diván. Como no era muy grande parecía haber quedado aún mas reducido, con la cama y una silla más. La señora Lynton colocó también una alfombra vieja en un rincón para que durmiera el perro.

–¡Oh, mamá! ¿Para qué la has puesto? –dijo el niño–. Ya sabes dónde duerme siempre “Ciclón”... a los pies de Chatín.

Su madre suspiró. Al parecer aquellas vacaciones iban a ser muy excitantes. ¡Y estaba en lo cierto... lo fueron!