Y vaya si descubrieron algo. Descubrieron muchísimo. Era difícil descifrar los antiguos caracteres de las páginas del libro…, pero mucho más sencillo leer un plano o mapa.
Al parecer se trataba de un plano del Antiguo Ayuntamiento en el que se dibujaba toda la planta baja, así como las dos torres, una cuadrada y otra circular en cada extremo del edificio. Las campanas señaladas en la cuadrada ponían de manifiesto que se trataba de la Torre de las Campanas.
—¿Dónde está la pequeña habitación donde comienza el pasadizo secreto? —preguntó Roger.
—Aquí —Diana la señaló—. Debe de ser ésta… está lejos del recibidor y cerca de la cocina, y es muy pequeña.
—¿Y el pasadizo secreto? —quiso saber Chatín asomando la cabeza por encima del mapa.
—No está señalado —replicó Diana decepcionada.
—Hay una P escrita en esa habitación —exclamó Roger señalándola—. ¿Por qué? P, quiere decir Pasadizo, naturalmente. Eso es una P, ¿no es cierto?
Todos estuvieron de acuerdo en que era una P, pero aquella letra les dijo lo que ya sabían… ¡que de aquella habitación partía un pasadizo secreto!
—Bien…, es un mapa interesantísimo, muy antiguo, muy bien dibujado…, pero no nos dice lo que queremos saber —dijo Roger desilusionado—. ¿Supongo, Diana, que no habrá nada más en el interior de ese bolsillo de la cubierta?
Diana introdujo sus dedos con sumo cuidado, y lanzó una ligera exclamación:
—¡Sí…, creo que sí!
Y muy despacito y con grandes precauciones extrajo otro fragmento de pergamino mucho más pequeño que el otro y que estaba doblado por la mitad. Todos se apresuraron a examinarlo.
Al principio no comprendían lo que significaba, y les pareció solamente el plano de una zona campestre. Al fin Chatín señaló el papel con un dedo poco limpio.
—¡P! —exclamó—. Otra vez la letra P. P, que significa Pasadizo. Mirad, empieza en esta casa, o lo que sea esto.
—Yo diría que quiere ser el Antiguo Ayuntamiento —dijo la niña—. Tiene la misma forma, aunque toscamente trazada… ya sabéis cómo sobresale por la parte posterior, por así decir. Bueno, de acuerdo… digamos que esta P significa Pasadizo…, el pasadizo secreto. ¿De qué nos sirve todo eso?
—¿Es que no lo ves? —replicó Chatín impaciente volviendo a señalar el mapa—. Hay. una línea roja descolorida que parte de esa P… mirad, sigue por aquí… por la derecha del ayuntamiento, sobre el arroyo, atraviesa el bosque… y termina en otra P.
—¡Diantre, tienes razón, Chatín! —dijo Roger—. Esto es el pasadizo… tiene que serlo. Pero no pasa por encima del arroyo, naturalmente… sino por debajo… y por debajo del bosque… y parece terminar en cierto edificio pequeñito, si es eso lo que quiere indicar este cuadrado.
—¿Qué puede ser? —preguntó Diana reflexionando—. ¿Podría ser la casita del bosque?
—Podría ser… ¡y lo es! —exclamó Roger—. Claro, claro. ¿No recordáis lo que no cesaba de repetir el abuelo cuando le preguntamos a dónde conducía el pasadizo? «Preguntad a Mamá Barlow, preguntad a Mamá Barlow». Iba hasta su casita, claro, por eso debíamos preguntárselo a ella… aunque haga años que ha muerto, él lo ha olvidado.
—Y ahora es Noemí Barlow quien vive allí —dijo la niña—. Me pregunto si sabrá algo de esto… pero yo digo… ¿cómo diantre termina en su casa? ¿No recordáis el suelo de piedra de todas sus habitaciones? No me pareció que hubiese ningún lugar por donde se abriera la entrada de un pasadizo.
—Ni lo había —replicó Chatín—. Apuesto lo que queráis a que no hay ningún pasadizo secreto bajo el suelo de la casita del bosque.
—No obstante, este viejo mapa indica que el pasadizo termina ahí —comentó Roger extrañado—. Tal vez termine por algún lugar próximo… en el bosque, bajo una trampa, o algo por el estilo.
—Sí…, es posible —dijo Nabé—. De todas formas ahora ya sabemos a dónde lleva el pasadizo… parte de la habitación que conocemos, rodea la casa, pasa por debajo del jardín, va hasta el arroyo, lo atraviesa… aquí debe ser muy profundo, o de otro modo el agua se filtraría… luego sigue por debajo del bosque hasta la casita, o sus alrededores.
—¡Troncho…, es estupendo! —exclamó Chatín muy excitado—. ¿Qué hacemos ahora?
—Yo te diré lo que vamos a hacer —replicó Diana a quien se le acababa de ocurrir una idea maravillosa—: iremos a la casita del bosque y preguntaremos a Noemí Barlow si tiene la amabilidad de dejar dormir a Nabé en su despensa con «Miranda»… ya que no encontramos otro alojamiento para él en el pueblo.
—¡Y podremos inspeccionar, hacer preguntas y ver si descubrimos el pasadizo! —dijo Chatín—. ¡Qué buena idea!
—Le gustó «Miranda»… y estoy segura de que dirá que sí —dijo Diana—. Iremos a preguntárselo inmediatamente después de comer.
Muy entusiasmados fueron a su casa para disfrutar de una buena comida. Nabé comió en el jardín con «Miranda», que estuvo divirtiéndose media hora mientras quitaba la piel a un tomate y se lo comía.
Después de comer emprendieron la marcha hacia la casita del bosque, y ya estaban llegando cuando vieron que Noemí Barlow iba hacia ellos como Caperucita Roja, ya que llevaba puesta su capa encarnada. Les saludó afectuosamente.
—Supongo que no vendríais a verme, pequeños. Voy a limpiar la iglesia y no regresaré hasta las seis.
—Sí que veníamos a verla —repuso Diana decepcionada—, para decirle que no encontramos hospedaje en ningún sitio para el pobre Nabé y su mono… y la señorita Ana no quiere tenerle en cosa porque le dan miedo los monos. Así que nos preguntamos… nos preguntamos si…
—Si yo le dejaría dormir en mi vieja casita… —terminó Noemí con una sonrisa—. Claro que sí… puede ocupar la habitación donde yo solía dormir cuando niña. ¿Recordáis la despensa que os enseñé? Puede dormir allí… y yo tendré un monito con quien jugar otra vez.
—Gracias, señora, muchísimas gracias —dijo Nabé, agradecido.
—Ahora id a mi casa y preparad la despensa —les dijo Noemí—. Aseadla, y estirad el colchón que veréis en un rincón. Así me evitaréis el tener que hacerlo yo cuando regrese cansada de mi trabajo.
—Es usted muy buena —dijo Diana—. Lo haremos con mucho gusto… y si hay alguna otra cosa que podamos hacer… limpiar los cristales de las ventanas, o cualquier otra cosa…
—Oh, no… lo único que podéis hacer es comeros mis galletas de canela —dijo la anciana riendo—. Están en una lata grande que hay encima de la repisa de la chimenea. Ahora debo darme prisa. Id a mi casa… la puerta no está cerrada.
Se marchó apresuradamente pareciéndose más que nunca a Caperucita Roja. Los niños se miraron unos a otros encantados. ¡No habría podido salirles mejor! Una cama y un refugio para Nabé y «Miranda» en el mismo sitio donde comenzaba el otro extremo del pasadizo.
—Tenemos la suerte de frente —dijo la niña echando a andar por el sendero de la casita de Noemí.
—Sí…, podremos examinar el suelo de cada habitación y asegurarnos de que no hay ningún pasadizo debajo —dijo Roger—. Ojalá pudiéramos hacer algo por corresponder a la amabilidad de la anciana.
—Cogeré campanillas azules y con ellas adornaré la casa —dijo Diana yendo a cortar un ramo. Los niños siguieron adelante con los perros, y «Miranda» se montó sobre el hombro de Chatín para variar.
Llegaron a la casita, y como la puerta no estaba cerrada, la abrieron y entraron.
—Primero echemos un vistazo —dijo Roger, y estaban examinando el suelo de la cocina, cuando entró Diana con las campanillas azules.
—¿Habéis encontrado algo? —les preguntó colocando las flores en un jarro y buscando un poco de agua que al fin encontró en un cubo. No habían grifos en la casa, desde luego, y Noemí tenía que sacarla del pozo del jardín.
—Mirad este suelo —dijo Roger que estaba examinándolo de rodillas—. ¡Apostaría cualquier cosa que estas losas de piedra no han sido movidas durante cientos de años! No se mueve ninguna, y además están demasiado juntas. Si existe un pasadizo aquí debajo, es seguro que no lo descubriremos nosotros.
Todos los suelos de las habitaciones eran iguales, sólidos y firmes, sin ninguna losa suelta.
—Eso demuestra lo antiguas que son —exclamó Roger maravillado.
Entraron en la despensa que arreglaron para que durmiera Nabé.
—Huele bien —dijo el niño olfateando los tarros de encurtidos y mermelada—. Me gustará dormir aquí. ¡Soñaré con platos de escabeche y té con mermelada!
Encontraron un colchón viejo que tendieron sobre el suelo y que en realidad casi lo ocupaba todo. Aquello parecía más bien un armario que una habitación, pero Nabé no era exigente.
—Bien, ya está hecho —dijo la niña—. Y ahora, ¿qué os parece si echamos un vistazo al jardín y el bosque para ver si encontramos algo… una vieja trampa de piedra, por ejemplo… tal vez escondida bajo la hierba?
Salieron a la luz del sol, y primero registraron el jardincito sin encontrar nada. Luego atravesaron la cerca y separándose fueron a examinar el terreno que rodeaba el jardín, centímetro a centímetro, mas… allí tampoco había nada que descubrir.
—Es enloquecedor —dijo Diana—. La entrada tiene que estar en alguna parte. Nabé tiene que hablar con Noemí Barlow esta noche y ver si ella sabe algo. Al parecer hace tantísimo tiempo que no se usa ese pasadizo que la gente debe haberlo olvidado, pero tal vez ella recuerde alguna cosa que le contara Mamá Barlow.
—Bien. Haré lo que pueda —repuso Nabé—. ¿Y si comiéramos las galletas de canela?
—Oh, sí —respondió Chatín alcanzando la lata. Cogieron una cada uno y volvieron a ponerla en su sitio, a pesar de que «Ciclón» y «Tirabuzón» reclamaban con fuertes ladridos su parte.
—Vosotros no —les dijo Chatín con firmeza—. No estáis incluidos en la invitación. De todas maneras, lo habéis pasado estupendamente correteando por el bosque.
—Volvamos a casa para merendar —dijo la niña—. Tengo apetito.
De manera que regresaron a casa de la señorita Ana para disfrutar de sus espléndidas meriendas. ¡Ojalá Nabé consiguiera averiguar algo hablando con la anciana Noemí!