Capítulo 29- Por la mañana

Pasaron una hora muy extraña abajo en la cálida cocina. Nabé refirió toda su historia, y de cuando en cuando Cazurro fue añadiendo algunas palabras. El profesor le asustaba.

—Me parece que habéis realizado muchas investigaciones por vuestra cuenta —dijo el profesor James—. ¡Escalar el tejado! Eso es muy peligroso. ¡Y luego tratando de atisbar por mi ventana! Vaya… vaya… supongo que os creeríais los grandes detectives.

—No mucho —repuso Nabé—. Siento tener que confesar que sospechábamos de usted, señor… por unas cosas y otras…, ¿sabe?, al no encontrarle en su habitación aquella noche… al descubrir que no era tan sordo como parecía… bueno, seguíamos unas pistas equivocadas, claro. ¡Ahora lo comprendo! Oiga, señor… ¿quién cerró la puerta de la escalera del tejado y se llevó la llave?

—El señor Maravillas, por supuesto —repuso el profesor—. Utilizaba el tragaluz superior para hacer señales a sus amigos del puerto, y cuando supo que vosotros andabais por el tejado, cerró esa puerta con llave. Es un individuo osado y astuto ese señor Maravillas. A propósito, su verdadero nombre es Paulus, y realmente es un mago… y muy bueno. De veras os lo digo.

—Sí, pero… en realidad no adivinaba los objetos que yo mostraba al público —explicó Nabé—. Me enseñó varias maneras de hacerle las preguntas. Por ejemplo: «¿Qué tengo en la mano?» significaba algún artículo de joyería, y. «¿Qué tengo aquí?» significaba un reloj… etcétera. Y algunas veces, señor, tenía algún amigo entre el público que entregaba algo con iniciales… para que resultara maravilloso que las adivinase.

—Sé todo eso —dijo el profesor—. En realidad, parte de su trabajo de adivinación era sólo un pretexto para lanzar sus mensajes cifrados. Por ejemplo… ¡aquellas cifras tan largas! Eran únicamente un mensaje cifrado para un marinero que había entre el público, y que luego transmitía a sus jefes desde su barco… ¡Un traidor!, ¿comprendes?

—Sí, señor. Comprendo —fue la respuesta de Nabé—. Pero no adivinaba esos números, señor. Me decía los tarjetones que yo debía exhibir cada noche… que estaban marcados de alguna manera para que yo los distinguiese… y él se los sabía de memoria. Yo pensé que era un truco muy mezquino…, pero él era un mago, y los trucos cosa de su oficio.

—Primero transformaba el mensaje en el número de la clave —explicó el profesor—. ¡Le llevaba mucho tiempo! ¿Puedo tomar más pastel, señora Gordi? Gracias. Es delicioso. Bien, muchacho, tu historia es muy interesante, y debes estar muy cansado después de la excursión por el interior del túnel. Eres un chico muy valiente, mucho. Lamento lo de tu padre… esa carta falsa describiendo a tu padre… el encuentro frustrado… debe haber sido una gran desilusión para ti. Tendrás que volver a intentarlo por otro lado… ¿no te parece?

—No, señor —contestó Nabé—. No pienso intentarlo más. Con una desilusión tengo bastante. Y por favor, no quiero hablar más de esto. De todas maneras… ¡me alegro de que aquel individuo no fuese mi padre!

—¿No podrías describírmelo detalladamente? —le dijo el profesor.

—Pues no —respondió Nabé—. Sólo sé que era un sujeto de aspecto robusto y rostro desagradable, y creo que tenía el cabello rizado… oh, y un dedo meñique contrahecho. Sí, me fijé, aunque no creo que sirva de mucho.

—Quién sabe, quién sabe —contestó el profesor tomando algunas notas.

—Señor… ¿qué hará el señor Maravillas cuando abra su bolsa y no encuentre el paquete de los documentos secretos? —quiso saber Nabé.

—No tengo la menor idea. Creo que perderá la cabeza —exclamó el profesor—. Sin embargo… ahora está bastante seguro, aunque se le ocurriera bajar a la playa a buscar en el bote el paquete perdido. Pero no me cabe duda de que está durmiendo profundamente, pensando que los documentos están a salvo… y que tú estás aislado en el arrecife. ¡Es muy listo el señor Maravillas!

—¿Puedo contárselo todo a Diana, Roger y Chatín? —preguntó Nabé.

—Hasta mañana no —repuso el profesor—. Entonces espero que todo esté terminado satisfactoriamente. Ahora vete a la cama, muchacho… ¿cómo te llamas?… Nabé. Lo has hecho muy bien. Es una lástima que tu padre no lo sepa… se sentiría muy orgulloso de ti.

Nabé dio las buenas noches al profesor, a la señora Gordi y a Cazurro, que estaba semidormido junto al fuego. La señora Gordi le había dicho que estaría muy contenta de tenerle de nuevo en su casa, y que no volviera a esconderse en el sótano… ni a llevarse nada de la despensa por la noche.

Nabé no tardó en encontrarse en el ático durmiendo apaciblemente, agotado por las emociones y la lucha en el túnel rocoso. ¡Cuántas veces habría de soñarlo durante su vida!

A la mañana siguiente Chatín y Roger fueron despertados por un gran alboroto que tenía lugar en el rellano de su piso. Se oían gritos y voces, y ruidos de lucha. ¡Y luego como si dos o tres personas rodaran por la escalera!

Los dos niños saltaron de la cama, y seguidos de «Ciclón» y sus ladridos, salieron al descansillo para presenciar un espectáculo inesperado. ¡El señor Maravillas estaba luchando con dos robustos policías al pie de la escalera! Uno había pasado la noche escondido dentro de un armario, y el otro había ido a relevarle… en el preciso momento en que el señor Maravillas, sorprendido al descubrir que el paquete precioso no estaba en la bolsa, disponíase a bajar aprisa para examinar el bote que utilizara la noche anterior.

Tenía mucha prisa… y los policías ninguna. Le detuvieron sugiriéndole que volviera a su habitación a descansar un rato más. Naturalmente, el señor Maravillas no tenía intención de hacerlo, y en el descansillo se desarrolló una pelea muy interesante, de resultas de la cual cayeron los tres por la escalera.

Nabé, atraído por el estrépito, subió corriendo para ver lo que ocurría. Había estado ayudando a Cazurro en las tareas de la mañana, y el señor Maravillas al verle se quedó de una pieza.

¡Vaya sorpresa! ¿Cómo? Nabé allí, vivito y coleando cuando debiera estar en las rocas temblando de frío y a la espera de que a algún bote se le ocurriera visitar el famoso remolino. No podía dar crédito a sus ojos, y sentándose en la escalera le miró fijamente.

—¿De dónde vienes? —le preguntó con voz débil.

—De la cocina —replicó Nabé en el acto—. ¿Ha perdido usted algo, señor?

Naturalmente, aquellas palabras hicieron comprender al señor Maravillas que no sólo lo había perdido, sino que estaba en poder de Nabé, y dándose por vencido se dejó llevar por los dos furiosos policías, sin perder su expresión de asombro.

—¿Qué es lo que ocurre, Nabé? —le preguntó Chatín boquiabierto—. ¿Por qué se llevan al señor Maravillas? ¿Han cogido ya al profesor? ¿Fuiste remando hasta las rocas? ¿Qué hay de tu padre?

—No puedo contestar a todas tus preguntas al mismo tiempo —respondió Nabé—. Pero tengo muchas cosas que contaros. Os veré después del desayuno.

Nadie volvió a ver al señor Maravillas. Aquel hombre astuto, traidor y malvado; fue tratado de tal manera que quedó imposibilitado para volver a hacer daño a nadie, ni a nada. Todos los huéspedes del hotel quedaron horrorizados al saber que el mago era un traidor y un espía de los más redomados.

Ruiseñor Iris lloró incluso y dijo:

—Nunca me gustó. Era un hombre falso y cruel.

El payaso dejó de hacer gansadas durante el día entero y no sonrió ni una vez siquiera. Estaba realmente sorprendido.

La señorita Pío, dejándose caer sobre una butaca, dijo que iba a desmayarse, y que ya tuvo el presentimiento de que aquel hombre no era lo que parecía, pero como nadie hizo caso de sus presentimientos, pronto dejó de pensar en desmayarse y escuchó con la boca abierta todos los comentarios que se hacían a su alrededor.

Los tres niños apenas podían dar crédito a sus oídos cuando Nabé les contó su aventura nocturna.

—¡Gateando por el agujero-soplador! ¡Uy! ¡Qué horror! —exclamó Diana.

—Fantástico. Ojalá hubiera ido contigo —dijo Chatín.

—¡Fanfarrón! —le dijo su prima—. Te hubieras arrepentido al primer instante.

—Siento lo de tu padre —intervino Roger—. Eso fue una mala jugada. Aunque no debes perder las esperanzas, Nabé. Seguiremos buscándolo.

—Ya no pienso preocuparme más —replicó Nabé con el rostro ensombrecido—. ¡Después de tanto buscarle… y cuando ya iba a verle por primera vez… resulta que no era más que una broma! No… he terminado de buscar a mi padre. ¡Si quiere, que me busque él a mí!

—¡Pero si él no sabe que existes! —le dijo dolorida la niña.

—Entonces nunca llegaremos a conocernos —le replicó Nabé con obstinación—. Y escuchadme los tres… ¡no quiero que volváis a nombrar jamás a mi padre! ¿Me lo prometéis?

—No —dijo Diana—. No seas tonto, Nabé. Oh, Nabé, no seas así.

—Bueno, pues lo digo muy en serio —insistió Nabé—. Os aseguro que he comprendido que era sólo un ridículo sueño mío. Me he pasado sin padre todos estos años, y ahora he decidido que yo no quiero ninguno. Ni que vosotros volváis a mencionarle. ¿Comprendido?

—De acuerdo —dijeron los tres de mala gana, al ver que Nabé hablaba en serio. ¡Qué lástima! Pero al fin y al cabo, debía haber sido un terrible golpe para él, aquella burla cruel y despiadada que le gastara el señor Maravillas.

—¿Qué aspecto tenía el individuo que te dio el paquete? —preguntó Roger.

—No pude verle muy bien —repuso Nabé—. Ojalá me hubiera fijado más…, pero la luna se había ocultado detrás de unas nubes. Sé que el profesor cree que en eso he fallado un poco… si hubiera podido describírselo con detalle, él hubiese descubierto a uno de los principales traidores de la base. Todo lo que recuerdo es que era un hombre corpulento, tal vez con cabellos rizados… y un dedo meñique contrahecho.

Chatín lanzó una exclamación:

—¡Un dedo meñique contrahecho! Entonces yo puedo describirle… con todo detalle… escuchad.

Y cerrando los ojos volvió a ver mentalmente a los dos marinos sentados en el tren que iba a Rockypool, donde ellos enlazaron con el de Tantán.

—Sí… es el mismo… un individuo bien afeitado… con un lunar grande en la mejilla derecha… dos dientes montados uno sobre otro… con vello en las orejas… y un dedo meñique deforme. ¡Vaya… si la policía puede encontrar a ese hombre en la base submarina, es el traidor que te dio los documentos secretos la noche pasada, Nabé!