Capítulo 28- Noche de sorpresas

¡Agua! Entonces aquello significaba que la marea estaba creciendo rápidamente, y el agua comenzaba a penetrar ya en el túnel. No era posible regresar. Sólo les restaba avanzar lo más deprisa posible esperando que no surgiera una ola mayor que les cubriese en el interior del pasadizo.

Nabé avanzó ansiosamente golpeándose continuamente por su afán de ir más de prisa, hasta que él también lanzó un grito:

—¡Otra vez el agua! ¡Es la segunda vez! Ha llegado hasta mis pies. Ponte cerca de mí, Cazurro. Así podremos ayudarnos mutuamente.

Las aguas volvieron a retirarse. La marea todavía no era lo bastante fuerte para enviar una ola hasta el final del túnel y hacerla salir por el agujero-soplador. Pero en cualquier momento llegaría una ola mayor que las otras inundando el paso.

—Aquí es más ancho —le susurró Nabé—. Podremos avanzar más ligeros. Estoy cansado, y apenas consigo mover las piernas. ¿Estás ahí, Cazurro?

—¡Sí, Cazurro está aquí! —dijo la asustada voz del pobre hombre—. ¡Cazurro oye el agua, Nabé, agua!

Esta vez el agua llegó más allá de donde estaban ellos, volviendo a retirarse. Nabé tropezó… y entonces, ¡oh, qué alegría! ¿Qué era aquello que brillaba ante él? ¡Una abertura por la que penetraba la luz de la luna! ¡El agujero-soplador!

Cazurro lanzó un grito de advertencia.

—¡Viene una ola más grande, Nabé!

Cierto que aquella vez era mayor la ola, ya que casi les hizo caer al suelo y arrojó a Cazurro sobre Nabé. «Miranda» refugiose entre los brazos de su amo a tiempo de escapar de la oleada.

—Esta vez nos ha cubierto hasta la rodilla —dijo Nabé con pesar—. Vamos… sólo un minuto más y saldremos de aquí.

Y echó a andar en dirección a la luz de la luna que penetraba por la abertura, que era redonda y tan grande que les permitía salir por ella fácilmente. Trepó al exterior, sentándose sobre las rocas que había en la parte de fuera del agujero para descansar un momento; no era conveniente, pero no tuvo otro remedio.

Se oyó un grito en el interior del túnel, y el fragor del agua. ¡Había cogido a Cazurro! Aquella era la primera ola con potencia suficiente para barrer todo el pasadizo y salir por el agujero como un surtidor. Tenía una fuerza terrible.

Nabé aguardó aterrorizado, y el agua surgió por el agujero como el chorro de una ballena, impulsando al exterior a Cazurro que gritaba de miedo. Fue lanzado por el aire como una pelota, y luego amaró junto a Nabé, que quedó cubierto de espuma.

—¡Oh, Cazurro muerto, Cazurro ahogado! —sollozaba el pobre tonto—. ¡Oh, salva al pobre Cazurro!

—Estás bien —le dijo Nabé—. Los dos estamos a salvo. Todo ha salido perfectamente. ¡Vaya, Cazurro, creo que eres el primer hombre que ha salido lanzado por un agujero soplador!

Cazurro estaba deshecho, y lloriqueó y sollozó como un niño de tres años y Nabé tuvo que rodearle con su brazo para animarle.

—Te aseguro que ahora ya ha pasado todo, y nos iremos a la posada. Comeremos y beberemos alguna cosa, y verás qué bien te encuentras dentro de poco.

—Nabé es bueno —dijo el pobre Cazurro acurrucado junto a él como un niño, y el muchacho le dedicó una sonrisa triste. ¡Vaya noche! ¡Después de todas sus esperanzas, todo lo que tenía era al pobre Cazurro sollozando sobre su hombro!

Al fin se puso en pie, aunque las piernas le flaqueaban después de la larga lucha en el túnel.

—Vamos, Cazurro. Regresemos. Yo cuidaré de ti ahora. Mientras estés conmigo no te ocurrirá ningún daño. Te lo aseguro.

Cazurro le siguió como un perro. Nabé apenas sabía dónde se encontraban… al principio del gran arrecife rocoso que se unía a la tierra. Sólo tenía que dirigirse hacia ella, y luego tomar el camino de la posada.

El agujero-soplador estaba ya en plena actividad y chorros gigantescos de agua surgían continuamente produciendo un ruido tremendo. Nabé lo observó un par de veces. Era fantástico… ¡pero qué horrible hubiera sido verse en mitad del túnel estando el surtidor en plena actividad!

Nabé, Cazurro y «Miranda» echaron a andar hacia tierra, que no estaba muy lejos. Había un pequeño sendero para las personas que gustaban de ir a contemplar el agujero-soplador, y lo fueron siguiendo cautelosamente.

Al fin llegaron a la posada.

—Entraremos por la puerta lateral —susurró Nabé—. ¿Sabes si estará abierta, Cazurro? ¿Por dónde entras tú por las noches?

Cazurro conocía una entrada abandonada, una puerta de madera del jardín que daba a un pasillo pequeño, y que abrió para que entrasen ambos en silencio, llevando a «Miranda» dentro de la camisa de Nabé, donde trataba de dormir después de la aventura del túnel.

—Me pregunto que será más conveniente hacer ahora —exclamó Nabé—. Yo creo que telefonear a la policía. ¡Oh, cielos!, ¿qué es eso?

Habían ido hasta la cocina con la intención de buscar algo que comer y beber. La luz de la luna penetraba por la ventana… y junto a la alacena había una figura robusta y formidable semioculta por las sombras. Se oyó un clic… la estancia quedó espléndidamente iluminada por la luz eléctrica.

—¿Qué significa esto? —dijo la voz furiosa de la señora Gordi—. ¡Supongo que otra vez limpiando mi despensa! ¡Tú también, Cazurro! ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¡Estaba dispuesta a llamar a la policía! Y esta noche esperaba sorprender al ladrón de mi despensa… pues sabía que más pronto o más tarde habría de venir. ¿No te da vergüenza, Nabé? ¿Qué dirán tus amigos?

Nabé la interrumpió desesperado.

—¡Nosotros sí que hemos de avisar a la policía! —le dijo—. Queremos que detengan al señor Maravillas. ¡Es un espía, un traidor! Señora Gordi… déjeme ir en busca de la señorita Pimienta… ella le dirá que no soy capaz de contarle ningún cuento de hadas.

—Prefiero llamar a otra persona —replicó la señora Gordi estupefacta—. Si es cierto lo que has dicho, desde luego le cogeremos… o mejor aún, iremos a buscarle. ¡Pero, como me estés mintiendo, la policía te perseguirá inmediatamente! ¡Que ocurran estas cosas en mi posada! ¡Nunca se ha visto cosa semejante!

—¿A quién quiere ir a buscar? —preguntó Nabé extrañado.

—Al profesor James —repuso la señora Gordi, cosa que asombró a Nabé. ¡El profesor James! ¡Vaya, si también sospechaban de él! Probablemente sería carne y uña del señor Maravillas, de manera que ¿para qué acudir a él?

Pero a la señora Gordi no había quien le discutiera y haciéndoles pasar delante les empujó escaleras arriba, mojados como estaban, y llamó a la puerta del profesor James.

—Adelante —dijo una voz grave e inmediatamente se encendió la luz. Ante el asombro de Nabé, el profesor James estaba sentado en la oscuridad completamente vestido. ¿Por qué motivo?

—Estos dos acaban de aparecer empapados y contando no sé qué historias del señor Maravillas; señor —le dijo la señora Gordi—. Quieren telefonear a la policía. Así que era eso lo que usted me había recomendado que hiciera si algo nuevo surgiera.

—¿Pero para qué contárselo a él? —exclamó Nabé—. ¡Que nosotros sepamos puede ser carne y uña del señor Maravillas! Le hemos sorprendido haciendo cosas muy extrañas, y no quiero contarle lo que ha ocurrido esta noche. Es absolutamente necesario que averigüe en seguida si ha regresado ya el señor Maravillas para detenerle antes de que tenga oportunidad de escapar.

—¿Qué sabes de él? —exclamó el profesor con voz tan imperiosa y crispada que sorprendió a Nabé, quien se negó a contestar.

El profesor volvió a dirigirle la palabra, esta vez con más amabilidad.

—Escucha, muchacho. Puedes confiar en mí. Trabajo para la policía. La señora Gordi puede decírtelo. Estoy aquí investigando algunos extraños sucesos, y a algunas personas no menos misteriosas. Es tu deber decirme todo lo que sepas.

Nabé estaba atónito.

—El señor Maravillas dijo que él pertenecía al Servicio Secreto y que también trabajaba para la policía, señor. Y que usted era una de las personas que estaba vigilando. Pero, oh, señor… esto es muy urgente. Aquí tenemos ciertos documentos secretos, que no sé exactamente qué son… creo que unos planos, y hay que hacerse cargo de ellos rápidamente.

—¿Dónde están? —preguntó el profesor que de repente parecía muchísimo más joven. Nabé estaba asombrado de su transformación.

—Aquí —replicó Nabé dejando el paquete sobre la mesa delante del profesor, que lo abrió sacando un documento doblado, y al ver de qué se trataba lanzó un enorme suspiro alivio, reclinándose en su butaca.

—¡Gracias a Dios! —dijo y parecía que su agradecimiento era sincero—. ¡Nuestros planos mejores y más nuevos! Esto valdría una fortuna para cualquier enemigo. Sabíamos que habían sido copiados… y que ese individuo estaba esperando una oportunidad para sacarlos de la base. ¡Muchacho, no sabes lo que significa que este documento haya caído en mis manos! ¡Pero todo esto es extraordinario! ¿Cómo diantre conseguiste apoderarte de estos papeles?

—Señor… es una historia bastante larga —dijo Nabé—. ¿No podría detener primero al señor Maravillas y dejarle bien seguro bajo llave y cerrojo?

—No necesitas preocuparte. Le vieron llegar esta noche muy tarde —repuso el profesor—. Hay un hombre vigilando en el tejado… y otro en el descansillo de este piso. Ahora está seguro. De todas maneras pensábamos encerrarle, pero esto es lo que necesitábamos para sacarlo todo a relucir. Y ahora…, ¿y si me contaras tu historia? ¿Te gustaría contármela aquí, a mí solo… o tengo que traer a la policía para que te convenzas de que soy de confianza?

—No es necesario, señor. Le creo —replicó Nabé—. ¡Pero me engañó de tal manera el señor Maravillas… que…, bueno… ya empezaba a desconfiar de todo el mundo! Oiga, señor… ¿fue usted quien encendió la linterna iluminando a Chatín la otra noche después de salir del reloj?

—Sí —replicó el profesor—. Yo, igual que Chatín, Roger y… Cazurro aquí presente… había estado investigando por mi cuenta. ¡De manera que Chatín se escondió… en el reloj! ¡Válgame Dios; qué criatura! ¡No podía adivinar dónde se había metido!

La señora Gordi observó que Nabé y Cazurro estaban tiritando de frío y dijo:

—Señor, ¿qué le parece si bajásemos a la cocina y yo avivara el fuego para calentar a estos dos? Están temblando. Podemos cerrar las puertas con llave, y mientras sus ropas se secan pueden tomar algo caliente.

—A la cocina entonces —respondió el profesor accediendo—. A mí tampoco me vendría mal algo caliente, señora Gordi. Todos estos paseos nocturnos dan bastante frío.

Bajaron todos a la cocina, y la señora Gordi cerró las puertas. Luego dio a Cazurro y Nabé unas mantas secas para que se envolvieran en ellas mientras ella secaba sus ropas junto al fuego. Puso la leche a calentar sobre el fogón, y sacó un pedazo de pastel de carne de la alacena.

—No está mal, señora Gordi —dijo el profesor contemplando las viandas—. Y ahora, ¿qué os parece si me lo contarais todo mientras nos lo comemos? ¡Empieza tú, Nabé!