Capítulo 26- El encuentro en las rocas

Aquella noche Nabé se fue a acostar a las diez y media. Por lo menos subió a su habitación…, pero ni siquiera se echó sobre su cama, ni intentó descabezar un sueñecito, tan excitado estaba. Aquella iba a ser una noche muy importante. Iba a ayudar a un miembro del Servicio Secreto… ¡y además a encontrar a su propio padre!

Paseó nervioso de un lado a otro de la reducida habitación, cosa que intrigó a «Miranda». ¿Qué le ocurría? Sentada sobre su hombro mientras paseaba, cuchicheaba junto a su oído de cuando en cuando para recordarle que estaba allí sin hacerle caso.

«¿Cómo le llamaré? —se preguntaba el muchacho—. ¿Papaíto? ¿Padre? ¿Papá? ¿Y cómo será? ¿Querrá que vaya a vivir con él? ¿Resultará que tengo tías y tíos… y tal vez primos?… No… no debo esperar demasiado. ¡Con tal que consiga encontrar a mi padre es bastante!»

Las once. Las once y media. Las doce menos veinte. ¡Hora de ponerse en marcha!

Nabé bajó la escalera con sumas precauciones llevando todavía a «Miranda» sobre el hombro. No podía dejarla porque se habría enfadado mucho con él por salir de noche sin llevarla consigo.

Se dirigió cautelosamente a la escalera posterior y entró en la cocina, donde abriendo la puerta del jardincillo se deslizó al exterior como una sombra.

No tardó en llegar o la pequeña playa particular del hotel, donde sabía que estaba el bote aguardando. En el interior de la posada el gran reloj del comedor dio los tres cuartos para las doce. Nabé llegaba con antelación.

Esperó en la playa. La luna salió tras una nube inundándole de luz plateada. Era una noche muy hermosa, y la marea bajaba rápidamente. Sería fácil remar mar adentro.

Entonces oyó un ligero ruido a sus espaldas. Era el señor Maravillas.

—Ya estás aquí… buen chico —le dijo el mago con su voz profunda—. Vamos.

El bote era muy espacioso. El señor Maravillas ocupó uno de los asientos, y Nabé otro con un remo en cada mano. En la popa había un montón de lonas alquitranadas, y varios rollos de cuerda en la proa.

Pronto estuvieron sobre las pequeñas olas que rompían cerca de la playa, y Nabé remó vigorosamente mar adentro. Aquélla era una de las noches más importantes de su vida. ¡Qué suerte haber conocido al señor Maravillas!

La luz de la luna hacía brillar el agua que iba resbalando de los remos mientras Nabé remaba.

—Ve hacia ese gran grupo de rocas —le ordenó el mago—. Mira… ese arrecife que sale de tierra.

—Vaya, si fuimos allí el otro día —dijo Nabé—. Vimos el Remolino de Tantán. Es un espectáculo muy bonito.

—Ah, bien —exclamó el señor Maravillas—. Precisamente es cerca de ese remolino donde he de encontrar a ese hombre… ¡tu padre!

—Oh, bien… en ese caso es bien sencillo. Conozco el camino perfectamente —replicó el muchacho remando vigorosamente hasta que llegaron al extremo del arrecife de rocas altas. Allí sabía que se encontraba la entrada del canal que conducía al remolino. Se fue acercando a las rocas en busca del angosto canal rocoso.;

—¡Ahí está! —dijo el señor Maravillas—. Da un poco más la vuelta, Nabé. Eso es. Ahora estamos enfrente mismo del canal.

Pronto estuvieron en el estrecho pasadizo serpenteante que ahora parecía distinto, ya que Nabé lo había visto a la radiante luz del sol, y en la oscuridad parecía mayor, más oscuro y más misterioso. Además el nivel del agua era mucho más bajo, porque ahora la marea había bajado, aunque pronto volvería a subir de nuevo.

Nabé hizo avanzar el bote por el canal, hasta oír el ruido absorbente y gorgoteante del extraño remolino, y entonces buscó el poste donde amarrarlo.

—Ah… ahí está —dijo—. Voy a pasar la cuerda por ese poste, señor, y así no podrá arrastrarnos el remolino. ¡Una vez abajo nadie volvería o vernos!

Al fin el bote quedó inmóvil sujeto por la cuerda, y Nabé saltó sobre la roca.

—¿Qué hago ahora, señor? —le preguntó—. ¿Cómo llegará mi padre hasta aquí…? ¿También en barca y por el canal?

—No. Vendrá nadando —repuso el señor Maravillas.

Nabé quedó asombrado.

—¡Nadando! ¿Pero cómo es posible? ¿Y por qué? La bahía está completamente rodeada por un muro de piedra, ¿no? Y hay grandes verjas bajo el agua para impedir que nadie pueda entrar.

—Tu padre es un hombre muy notable —replicó el señor Maravillas—. Nadará por debajo de esas verjas y luego trepará por esas rocas. Lo ha hecho ya antes de ahora. Es de la única manera que puede proporcionarnos informaciones. Es un hombre muy valiente.

—¿Pero por qué ha de hacerlo con tanto secreto? —quiso saber Nabé—. Si le viera uno de los guardas que vigilan desde el muro dispararían contra él.

—¡Calla! —exclamó el mago—. Alguien viene. ¡Ahora, ya sabes lo que has de hacer! Sal al encuentro de ese hombre, dile el santo y seña «Noche de Luna»… y luego recoge el paquete que te entregue, y que irá envuelto en género impermeable. Me lo das y luego puedes volver a hablar con tu padre. Yo no quiero estar presente porque sin duda será un encuentro emocionante para los dos.

Nabé asintió. Sentía sus nervios tensos y estaba muy excitado. Él también oía que alguien se acercaba, trepando por las rocas, jadeando y exhausto, después de una travesía a nado tan agotadora, y aguardó mientras el corazón le latía con violencia.

Un hombre se asomó sobre el arrecife rocoso. No llevaba más que unos calzones cortos y su cuerpo desnudo chorreaba agua y parecía de plata bajo la luz de la luna. Nabé le contempló.

Era un individuo corpulento de grandes espaldas cuadradas y cabellos oscuros y ensortijados que ya comenzaban a secarse.

—El santo y seña —dijo ásperamente cuando vio a Nabé que se acercaba.

—Noche de Luna —tartamudeó el muchacho que no pudo ver el rostro de aquel hombre, ya que en aquel momento se ocultó la luna caprichosamente detrás de una gran nube.

El hombre desató un paquete que llevaba sujeto a la parte posterior de su pantalón de baño, y que estaba envuelto en tela impermeable tal como le dijera el señor Maravillas, y se lo arrojó a Nabé.

—Cógelo —le dijo. Nabé así lo hizo y luego corrió a entregárselo al señor Maravillas que lo cogió ansiosamente.

—Buen chico. ¡Ahora ve a hablar con tu padre! —le dijo, y Nabé se volvió casi temblando de emoción.

Pero el mensajero estaba ya trepando de nuevo a las rocas. Nabé le llamó:

—¡Espere! ¡Espere! ¿Sabe usted quién soy?

El hombre se volvió.

—¿Cómo voy a saberlo? —le preguntó.

—Soy su hijo —exclamó Nabé—. ¿No se lo dijo el señor Maravillas? ¡Él me ha dicho que usted es mi padre! Me lo aseguró.

El hombre echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír, con una risa dura y burlona.

—Habrá estado burlándose de ti —le dijo—. No creas ni una palabra de lo que te diga. Ni siquiera estoy casado.

La luna salió un momento y Nabé pudo ver el rostro de aquel hombre retrocediendo horrorizado. Era el rostro de un traidor… ¡No, no; aquél no podía ser su padre! Nabé le contempló con horror y desilusión. Y el hombre se volvió para marcharse después de lanzar otra carcajada estentórea y divertida.

—¡Apuesto a que se trata de otra de sus bromas! —le gritó al marchar y antes de desaparecer sobre la cima del acantilado sin dejar de reír.

Nabé sintió náuseas y se sentó sobre una roca. Había dejado a «Miranda» en el bote…, pero de pronto apareció a su lado parloteando, según su costumbre y subiéndose a sus brazos, le abrazó.

—Oh, «Miranda» —dijo Nabé—. No era él. No acabo de entenderlo, estoy hecho un lío. No entiendo nada en absoluto. ¡Oh, «Miranda»!

Y entonces, con un repentino ataque de furor, se puso en pie. ¿Por qué le había engañado el señor Maravillas de aquella manera? ¿Con qué objeto? Le exigiría una explicación… y si el señor Maravillas no se la daba… divulgaría sus secretos.

Regresó junto al poste tan indignado que incluso temblaba, ¡pero allí no había ningún bote!

—¿Dónde está la barca? «Miranda», ¿qué ha ocurrido? ¿Dónde está la barca? —exclamó Nabé, a quien le parecía estar viviendo una pesadilla.

Y corrió por el arrecife que conducía a la salida del canal entre las rocas. Si lograba dar alcance al señor Maravillas lucharía con él golpeándole hasta que le pidiera clemencia, y le arrojaría al mar si no le explicaba el significado de todo aquello.

Cuando Nabé llegó al final de las rocas el bote ya había salido del canal, y el muchacho se arrojó al agua llevando todavía a «Miranda» sobre su hombro, y empezó a nadar en dirección al bote mientras gritaba:

—¡Señor Maravillas! ¡Espere! Tengo algo que preguntarle. ¡«Le digo que espere»!

Pero el señor Maravillas continuaba remando. ¡Nabé era un buen nadador y estaba tan lleno de coraje que avanzaba más de prisa que de costumbre! Alcanzó el bote y trató de asirse a uno de sus lados.

El mago le golpeó con el remo.

—¡Lárgate! —le gritó—. Ya no te necesito, ¿no lo comprendes? ¡Has sido un tonto al creer todas mis bonitas historias! ¡Te mereces lo que recibes!

—¡Señor Maravillas! ¡Espere! ¡No comprendo nada! —le gritaba el pobre Nabé todavía confundido ante aquellos hechos inesperados.

Y entonces, repentinamente, lo comprendió. ¡Se dio cuenta de todo! El señor Maravillas le había utilizado para sus propios fines. No pertenecía al Servicio Secreto. Era un espía, un traidor, que estaba en tratos con otros traidores de la base submarina. Tuvo miedo de descubrir que Nabé y los otros sabían demasiado… y por eso había engatusado al muchacho con el estúpido cuento de su padre. Le había conseguido el paquete secreto que deseaba, y ahora huía con él y podría escapar fácilmente, ya que Nabé quedaría aislado en las rocas del remolino.

—¡Traidor! —gritaba Nabé con rabia—. ¡Espía! ¡Espere a que le coja!

—No podrás —le respondió el señor Maravillas burlándose mientras se alejaba remando—. Ya he conseguido lo que quería, gracias a tu amable ayuda… y ahora voy a entregarlo a mis jefes… pero no se trata de los nombres de quienes volaron el submarino. ¡Oh, no! Tengo en mi poder los planos del próximo submarino secreto, y no la lista de los nombres que ya sé. Y mucho antes de que alguien te vea en esas rocas y venga a rescatarte, yo ya estaré a muchos kilómetros de distancia. ¡Eres un niño muy tonto, Nabé! ¡Oh sí, «muy» tonto!

Nabé hubiera llorado de rabia al ver que ahora ya no lograría dar alcance al bote. No le quedaba más remedio que nadar de nuevo hacia el arrecife con «Miranda», y esperar rezando a que alguien fuera a rescatarle dentro de uno o dos días.

Pero ¿qué pasaba?… ¿qué estaba ocurriendo en el bote? Se oyó un grito del señor Maravillas, y la barca osciló violentamente. ¿Qué podría estar ocurriendo?