—¿Sospecha de la señora Gordi? —preguntó Diana después de una pausa.
—No. Inténtalo otra vez. Es alguien a quien conocemos muy bien.
—¿El payaso?
—¡Oh, no! Prueba otra vez. ¡Y no digas la señorita Pío, porque tampoco es ella!
—Nos damos por vencidos —le dijo Roger—. Dinos quién es.
—¡Cazurro! —replicó Nabé—. Dice que Cazurro no es la mitad de todo de lo que parece, que es un enlace muy útil, y además muy amigo del profesor.
—No lo creo —exclamó Chatín desde el fondo de su corazón—. A mí me gusta Cazurro.
—Bueno, ¿no recuerdas cómo desapareció en cuanto vino la policía? El señor Maravillas dice que eso refleja una conciencia culpable —continuó Nabé—. Tuvo miedo de que le cogieran.
—No lo creo —insistió Chatín—. Ni nunca lo creeré. Cazurro no es así.
—Eso demuestra que es mucho más listo de lo que pensábamos —replicó Roger—. Sí… Yo lo creo. Siempre me pareció extraño que huyera en cuanto llegó la policía.
—¡Pues yo no lo creo! —dijo Chatín tomándoselo muy a pecho.
—No te enfades, Chatín —le dijo Nabé—. Tú no sabes lo falsa y engañosa que puede ser la gente, incluso aunque parezca todo lo contrario. Tú no has rodado por el mundo como yo.
—Eso no importa —dijo Chatín en un rapto de obstinación—. Lo importante no es que yo no reconozca a la gente mala cuando la veo… estoy seguro de que pueden engañarme fácilmente… sino que yo sé cuándo una persona es buena en cuanto la veo. Y yo sé que Cazurro es bueno, aunque ande un poco mal de la cabeza.
—Bueno, como quieras —replicó Nabé—. Como se ha ido, es inútil discutir por él. ¡Lo cierto es que no volveremos a verle! Probablemente ahora está a miles de kilómetros de aquí. ¡A mí también me era simpático… pero ahí tienes! Estaba equivocado.
—¿Iremos a avisar a la policía? —preguntó Diana.
—Todavía no. Hasta que el señor Maravillas haya reunido las últimas pruebas que necesita —respondió Nabé—. Tengo el presentimiento de que ahora lo que está esperando son los nombres de los traidores y saboteadores. Dice que espera conseguir la última prueba muy pronto. Tal vez mañana. ¡Y yo tengo que intervenir! No puedo deciros cómo ni por qué… es un secreto realmente terrible. Después podré contároslo todo… pero tiene relación con el primer encuentro que voy a tener con mi padre.
Nabé se quedó sin aliento después de este largo discurso, y Roger y Diana estaban demasiado emocionados para poder hablar. Chatín continuaba enfadado, pues se resistía a creer que Cazurro fuese malo.
—Vamos a merendar —dijo Diana, y en el acto Chatín se animó mientras Nabé le daba una palmada en la espalda.
—Siento lo de Cazurro —le dijo—, pero ya sabes que ocurren esas cosas.
Chatín no contestó, pero le dirigió una sonrisa. A partir de entonces volvió a ser el mismo de siempre, y cumplió su palabra comiéndose una langosta entera para merendar.
—No sé cómo puedes hacer una cosa así —le dijo su prima—. Te pasarás toda la noche soñando. ¡Ya te oiremos gritar pidiendo ayuda! Y será la langosta vengándose por tu glotonería.
Estuvieron nerviosos y excitados durante el resto del día. La señorita Pimienta les soportó hasta después de cenar y entonces les dijo que lo mejor era que volvieran a ver el espectáculo del muelle.
—La verdad es que tengo que librarme de vosotros —les dijo—. Estáis pesados y nerviosos. Idos… estoy segura de que a Nabé le gustará que le veáis ayudando al señor Maravillas ahora que ya se habrá habituado.
Así pues, fueron a ver de nuevo el espectáculo. Estaba también allí el profesor, pero no la señorita Pío. Todos miraron ceñudos al profesor. ¡Oh! ¡Él ignoraba que conocían sus terribles hazañas! No obstante, no les hizo el menor caso, limitándose a hundirse más en su butaca mientras dormitaba, despertándose sólo cuando el señor Maravillas comenzó su actuación acompañado de Nabé, ahora convertido en un ayudante guapo y bien vestido.
Nabé desde luego era rápido, atendiendo a todo lo necesario, y un ayudante de primera en la parte de lectura del pensamiento. Una vez más el mago identificó los objetos escogidos entre el público, y también adivinó correctamente las largas series de números. Aquella noche fueron más… seis en vez de tres. El público aplaudía a más y mejor, pero el mago se negó a adivinar más de seis números.
—Es muy cansado —dijo disculpándose ante el público—… La transmisión de pensamiento y la adivinación de números son de lo más difícil.
Aquella noche los niños tenían intención de no dormir en espera de ver si ocurría algo más, pero desgraciadamente estaban tan cansados por sus andanzas de la noche anterior que no se despertaron, ni siquiera cuando «Ciclón» lanzó un ladrido en plena pesadilla.
Chatín tuvo sueños horribles. Tropezaba con un hombre escondido detrás de unas cortinas, y se veía envuelto en una vaporosa explosión; la gente se sentaba encima de su estómago, y le perseguían por una escalera de miles de escalones que sus piernas apenas lograban subir. ¡Oh… aquella langosta!
Ninguno oyó nada durante la noche, ni siquiera Nabé, quien dijo estar tan excitado que no consiguió dormir. El señor Maravillas había celebrado una larga conversación con él prometiéndole que cuando llegara el correo de la mañana podría decirle cuándo se celebraría el encuentro con su padre.
Nabé vio al señor Maravillas después del desayuno y sus ojos ansiosos formularon una pregunta. ¿Había llegado la carta? El mago asintió.
—Ven a verme a las once cuando tengas unos minutos libres —le dijo el señor Maravillas, y Nabé se alejó silbando, con «Miranda» en el hombro, y ni siquiera una reprimenda que le dedicó la señora Gordi por llevarse cosas de la despensa, fue capaz de enturbiar su buen humor.
—Yo no he cogido nada —le dijo—. Nunca lo he hecho. No soy de esa clase de personas. Lo siento, señora Gordi, pero si usted cree que soy yo quien coge los pasteles y la comida que usted me da por nada, no tiene por qué tenerme en su casa. ¡Me iré!
Pero la señora Gordi no deseaba perder tan buena ayuda. Aún no tenía noticias de Cazurro y estaba convencida de que nunca volvería. Así pues, no dijo nada más al indignado Nabé, y empezó a preguntarse si el joven camarero de ojos brillantes sería tan honrado como parecía serlo.
Nabé fue al encuentro del señor Maravillas a las once en punto, ya que disponía de unos diez a quince minutos libres, y el mago ya le esperaba impaciente. Cogió al muchacho por el brazo llevándole a un lugar desierto del paseo donde se sentaron.
—Lo he arreglado todo, Nabé —le dijo el señor Maravillas—. Ya está planeado hasta el menor detalle. Por el correo de esta mañana he recibido la carta de uno de mis hombres con los nombres de los saboteadores; los que volaron el submarino han sido todos descubiertos, pero claro que eso es un gran secreto.
—Sí, señor —repuso Nabé.
—Y desde la base submarina van a enviarme la lista de nombres —explicó el señor Maravillas—. Esta noche… me los traerán a mano. Pero no aquí, naturalmente, donde hay tantas personas como el profesor James. ¡Demasiado peligroso! Tengo que encontrarme en el mar con el hombre que trae esos nombres.
—Ya comprendo, señor —replicó Nabé excitado.
—Yo no sé remar —continuó el señor Maravillas—. Así que quiero que tú me acompañes, Nabé, para que me lleves y me traigas. ¿Sabrás hacerlo?
—Con toda facilidad, señor —dijo el muchacho.
—Y, como recompensa, Nabé, te diré una cosa —prosiguió el mago—. ¡El hombre que va a traerme ese documento secreto es… tu padre!
Nabé no pudo articular palabra, limitándose a mirar al señor Maravillas con gran nerviosismo. ¡De manera que había cumplido su promesa de arreglarlo todo para que él, Nabé, pudiera ver a su padre frente a frente! Su corazón rebosaba gratitud.
—Ahora, ni una palabra de esto a nadie, muchacho —le dijo el señor Maravillas—. Comprende que ha sido muy difícil para mí conseguir que fuese tu padre quien trajera la lista… y lo he hecho por ti. De manera que no debes decir una palabra, ni siquiera a tus tres amigos, como ya te dije antes… porque yo mismo me vería en un grave apuro si mis planes fueran descubiertos.
—Puede usted confiar en mí, señor —le dijo Nabé mirando al señor Maravillas con sus extraños ojos azules, que ahora brillaban más que nunca de excitación y felicidad.
—Sí, creo que puedo confiar en ti —replicó el mago—. Nabé, ve a la playa a medianoche. Entonces será luna llena, y te diré hacia dónde has de remar. Yo te estaré esperando con un bote que iré a contratar ahora. Adiós, hijo mío… y recuerda… ¡ni una palabra a nadie!
—Señor… antes de marcharme… quisiera decirle una cosa… —dijo Nabé—. ¿Me conocerá mi padre? ¿Sabe él que va a verme esta noche?
—En cuanto te haya entregado el paquete, puedes preguntárselo —dio el señor Maravillas—. ¡Creo que descubrirás que te conoce, Nabé! De lo contrario, vuelves a mi lado y yo aclararé las cosas. Es posible que le resulte difícil de creer. ¡Al fin y al cabo… ni siquiera sabe que tiene un hijo!
Y dejando a Nabé fue en busca de un pescador para que le alquilara un bote. El muchacho regresó al hotel temeroso de que le hubieran echado de menos. Los niños estaban ahora en la playa y no encontró a nadie. Se puso a cantar a voz en grito mientras limpiaba la plata.
De pronto apareció la señora Gordi con su aire más «displicente», como hubiera dicho Chatín.
—¡Nabé! ¿Pero qué es lo que estás pensando para hacer un ruido semejante?
Nabé no podía decirle lo que pensaba, aunque rabiaba por contárselo a alguien. Estaba pensando en aquella noche… en el misterioso viaje en barca… y en el encuentro con aquel hombre que era su padre. ¿Qué se dirían? ¿Estaría su padre contento de verle?
Nabé se contempló en el espejo de la cocina. ¿Tendría su padre sus brillantes ojos azules y sus cabellos color de trigo? Esperaba que hubiera alguna semejanza entre ellos.
El día se le hizo interminable, y muy corto a los demás, que se bañaron y nadaron como de costumbre. Tomaron un bote en el que fueron hasta el extremo del muelle. Después de merendar fueron a buscar cangrejos y regresaron con una magnífica colección de ellos de gran tamaño y Chatín estaba dispuesto a pedir a la señora Gordi que se los guisara.
No vieron a Nabé hasta poco antes de la cena, y el muchacho les sonrió feliz.
—¿Alguna noticia? —le preguntó Roger.
—Sí, muchas. Y buenas —replicó Nabé—. Pero no puedo deciros más. Ya sé que comprenderéis el porqué. ¡Esta noche van a ocurrir muchas cosas! ¡Mañana os lo contaré todo!