Los dos niños estaban tan cansados después de su expedición nocturna, que durmieron más de lo previsto, y la señorita Pimienta tuvo que ir a despertarles cuando sonó el gong anunciando el desayuno.
—¡Vaya! —exclamó—. Tendréis que acostaros más temprano si tenéis tanto sueño por las mañanas. ¡Escuchad, ése es el gong del desayuno!
Mientras contemplaban a la aya con aire somnoliento, no recordaron los acontecimientos de la noche anterior, pero cuando se hubo marchado, Chatín se sentó en la cama al acordarse de lo ocurrido.
—¡Troncho! ¿Te acuerdas de anoche? ¿Qué vamos a hacer?
—Primero decírselo a Nabé, cuando regrese de Pearley —dijo su primo, pero no le vieron hasta después de comer. Estuvieron dudando si comunicarlo a la policía, puesto que la mañana iba transcurriendo y no había el menor rastro de Nabé y «Miranda».
Al fin le vieron corriendo por el paseo con «Miranda» en el hombro. Les saludó agitando el brazo y luego bajó a la playa. La señorita Pimienta había ido a dar un paseo, de modo que los niños estaban solos.
—¡Escuchad! —les dijo Nabé con ojos brillantes—. ¡Tengo grandes noticias!
—¿Qué? —exclamaron los tres a una.
—¡Han encontrado a mi padre! —gritó Nabé—. ¡Ya le han encontrado! ¿No es maravilloso? ¡Mirad!
Y les mostraba una carta en la que iba adherido un documento de aspecto oficial y que Nabé señaló.
—Leedlo —les dijo.
—Hugo Paul Johnson —leyó Roger—. De cuarenta años de edad. Nacido en Westminster, Londres. Casado con Teresa Lorimer. De profesión actor y productor, especialmente de obras de Shakespeare. Sirvió en la Marina durante la guerra mundial. Ha permanecido en la Marina en la sección de Servicio Secreto. En la actualidad su paradero es secreto.
El documento escrito a máquina, estaba firmado por alguien que ostentaba un cargo oficial. Los tres niños volvieron a leerlo una y otra vez. ¡Qué estupendo! Al fin habían encontrado al padre de Nabé. Claro que era una lástima que su paradero fuese secreto.
—¡Oh, Nabé… cuánto me alegro por ti! —exclamó Diana impulsivamente.
Roger y Chatín también estaban muy conmovidos, y estrecharon la mano del muchacho considerando que aquella ocasión requería alguna ceremonia que la celebrara.
—¿Qué dice esa carta? —preguntó Diana—. La que va unida al documento.
—Poca cosa. Es de un amigo del señor Maravillas y dice que ha conseguido la información que le pedía y la cual le remite —explicó.
—¡Si pudiéramos saber dónde estuvo tu padre! —exclamó Diana—. Es lo único que falta. ¿Lo podría averiguar también el señor Maravillas?
—¡Ya lo ha averiguado! —replicó Nabé con orgullo—. Y todo a causa de algo realmente extraordinario… a él no le importa que os lo diga, pero debéis jurarme no repetirlo a nadie más.
—Lo juramos —exclamaron los tres al punto.
—Bien —dijo Nabé bajando la voz—. El señor Maravillas es algo más de lo que parece. Él también está en el Servicio Secreto.
Hubo un silencio mientras los tres digerían sus palabras, y Nabé rió al ver sus caras de asombro.
—Pensé que os sorprendería —les dijo—. Es un mago de primera categoría, y hace uso de su habilidad para disimular sus actividades secretas. Ha estado espiando los sabotajes ocurridos por aquí… puesto que le enviaron para ver si lograba descubrir algo. Es extraordinario, ¿verdad?
—¡Sí, troncho! —exclamaron todos.
—Y —agregó Nabé con el rostro más resplandeciente que nunca—, uno de los hombres con quien está en contacto constantemente es casualmente el propio Hugo Paul Johnson… ¡mi padre! ¡Aunque él lo ignora! Dice que nunca le ha visto, sólo ha tenido contacto con él… y ¿dónde diríais que está ahora mi padre?
—¿Dónde? —preguntaron todos a una y sin atreverse a dar crédito a aquellas sorprendentes noticias.
—¡En la base submarina! —exclamó Nabé—. ¿Verdad que parece increíble? ¡Pensar que estaba tan cerca de aquí, y yo sin saberlo!
—Parece una novela —exclamó Diana—. ¡Oh, me gustaría volver a oírlo todo de nuevo!
Y lo oyó, puesto que Nabé se lo repitió desde el principio al fin… ya que no sabía hablar de otra cosa. ¡Estaba tan contento de que su padre viviera y estuviese tan cerca!
—¿Vas a ir a verle? —le preguntó Diana.
—Sí —repuso Nabé—. Pero todavía no sé cómo ni cuándo. Al parecer se están realizando algunas investigaciones secretas debido a la explosión del submarino. Entre los hombres que se encuentran en la base hay traidores, y no obstante han sido todos interrogados y examinados de nuevo. Mi padre está ayudando a descubrirles, y pasa las informaciones al señor Maravillas, quien las envía a los departamentos correspondientes.
—¡Es tan emocionante que no sé cómo expresarlo en palabras! —dijo Chatín—. Espero que veas pronto a tu padre. ¡Apuesto a que es exactamente igual a ti! ¡Le reconocerás en el acto!
—Eso espero —replicó Nabé—. Hasta dentro de un par de días no sabré si será posible preparar una entrevista con mi padre… todos los hombres de la bahía están bajo estrecha vigilancia desde la explosión, y ninguno puede salir de la base bajo ningún concepto. Pero el señor Maravillas dice que si es posible preparará una entrevista secreta en algún sitio… y que si puede, él lo arreglará. Y lo hará. Ese hombre es una maravilla… y no es un chiste, sino la verdad.
—Nabé, nosotros también tenemos algunas noticias… y apuesto a que interesarán al señor Maravillas —exclamó Roger, recordando lo ocurrido la noche anterior, y se dispuso a contárselo todo, ayudado por Chatín, que no cesaba de interrumpirle agregando múltiples detalles.
Nabé les escuchaba asombrado. Diana ya lo sabía todo, por supuesto.
—¡Vaya! —dijo Nabé—. ¡Eso sí que son novedades! ¡Qué lástima que yo no estuviera! Podía haber ido con vosotros, pero tuve que llevar esas ropas a aquella anciana para que las arreglara y no volví hasta después de desayunar, y entonces tuve mucho que hacer. Diantre… cuánto tendréis que contar.
—Pensábamos avisar a la policía —continuó Roger—. ¿Qué te parece, Nabé?
—Os diré lo que opino —replicó el muchacho—. Dejad que se lo cuente todo al señor Maravillas y a ver qué sugiere. Entonces, si él cree que debemos acudir a la policía podrá acompañarnos, y es seguro que creerán todo lo que les digáis yendo con él.
—Oh, sí… es una gran idea —replicó Roger complacido—. ¿Entonces, se lo dirás? No te olvides de nada. Incluso el detalle más pequeño puede ser importante. Es una lástima que él estuviera durmiendo durante toda la noche… le oímos roncar en su habitación cuando volvimos a acostarnos después.
—¿Sabéis que son la una y cuarto? —exclamó de pronto la niña—. No es de extrañar que la playa esté desierta. Oh, Dios mío, la señora Gordi va a enfadarse con nosotros… llegamos tarde al desayuno y ahora a la comida.
—Nos dedicará una de sus miradas más despectivas —dijo Chatín—. ¡Vamos, «Ciclón»… a comer, a comer! ¡Comida, hueso, galleta!
—¡Guau! —ladró «Ciclón» feliz, corriendo con su amo hasta la posada a toda velocidad.
—Nabé, ven a decirnos lo que aconseje el señor Maravillas en cuanto lo sepas —le dijo la niña cuando se separaron—. No diremos una palabra a nadie hasta que tú hayas hablado con el señor Maravillas.
La señorita Pimienta se emocionó mucho al saber lo del pobre de Nabé, y estuvo hablando de ello con el señor Maravillas. Los niños no le habían dicho más que el mago había encontrado al padre de Nabé y esperaba poder concertar una entrevista. Claro que no le dijeron nada del trabajo secreto del señor Maravillas.
—Qué buena noticia para Nabé, señor Maravillas —le dijo el aya después de comer—. Es usted muy bueno al interesarse tanto por él.
—Se lo merece —explicó el mago—. Es un muchacho muy bueno y de confianza. Existen algunas dificultades para organizar una entrevista, pero puede arreglarse… puede arreglarse. ¡Puede tener la seguridad de que haré cuanto pueda por Nabé!
En aquel momento apareció el propio Nabé, deseoso de hablar con el mago para contarle lo que acababan de explicarle los niños.
—¿Podría hablar un momento con usted, por favor? —le rogó—. Es muy importante.
El señor Maravillas se puso en pie al punto.
—Perdóneme —dijo a la señorita Pimienta y desapareció en el jardín con Nabé y allí permanecieron un buen rato. El aya se preguntaba por qué los niños correteaban por la posada en vez de ir a la playa. Al fin se enfadó y les hizo salir.
—No tendréis tiempo de bañaros antes de merendar si estáis más tiempo aquí —les reprendió—. ¿Qué os pasa? ¡Estáis hechos un atajo de holgazanes!
Nabé se reunió con los niños al cabo de una hora, muy excitado.
—Siento no haber podido venir antes —les dijo mirando de soslayo a la señorita Pimienta, semidormida en su butaca—. ¿Y si fuéramos a dar un paseo? ¡Me apetece andar un buen rato!
—Sí, podéis ir —respondió el aya—. Estoy cansada de que «Ciclón» haga hoyos a mi alrededor, y quedaros a merendar por ahí si queréis. No he traído merienda esta tarde, ya que la señora Gordi no parecía muy contenta con vosotros por haber llegado tan tarde a las comidas.
—Podemos merendar en la tienda de los mariscos —le dijo Chatín—. ¡Langosta para merendar! Y yo me comeré una entera —agregó en cuanto la señorita Pimienta ya no podía oírle.
Fueron más allá del muelle hasta encontrar un lugar desierto.
—Ahora cuenta —dijo Roger sentándose cómodamente—… ¿Qué ha dicho el señor Maravillas? ¡Repítelo palabra por palabra!
—Bien, ante todo, debo advertiros que no me es posible contaros todos los planes del señor Maravillas —comenzó Nabé—. Es tan secreto… pero os diré todo lo que pueda… y vosotros debéis prometerme que no diréis ni una palabra a nadie hasta que el señor Maravillas os autorice.
—Lo prometemos solemnemente —dijeron todos a una y con tal seriedad que «Ciclón» agregó también un ladrido en tono grave.
—Bueno —continuó Nabé— se mostró muy interesado, naturalmente, por lo que me contasteis de la noche pasada. ¡Y hubiera querido darse de cachetes por no haberse despertado! ¡Se quedó horrorizado al oír lo de las señales luminosas! Dice que deben estar planeando otra cosa… otra explosión o el robo de planos valiosos…
—¿Le dijiste que sospechábamos del profesor James? —le preguntó Diana.
—Sí. Y dice que también estamos en lo cierto. Los detectives que vinieron también sospechaban de él, pero no pudieron probar nada. Se lo dijeron al señor Maravillas… le conocen muy bien, claro. Lo que no comprende es lo de la pelea. Dice que uno debía ser el profesor, claro. No sabe quién pudo ser la tercera persona, pero cree que alguien pagado por el profesor. Pero ¿sabéis de quién sospecha? ¡Nunca, nunca lo adivinaríais! Intentadlo.