A la mañana siguiente toda la posada sentía una gran curiosidad ante la noticia de la explosión ocurrido aquello noche, de la que hablaban todos los periódicos.
GRAN EXPLOSIÓN EN LA BAHÍA SECRETA —decían los titulares—. ¿FUE SABOTAJE? ¿ESTARÁN SEGUROS NUESTROS SECRETOS? LOS HABITANTES DE LOS ALREDEDORES CASI SE CAEN DE SUS CAMAS.
—¡Valiente mentira! —exclamó Chatín—. La cama se tambaleó un poco, pero nada más. Y tú ni siquiera te despertaste, Roger. ¡Yo sí!
—¿De veras? —replicó Roger—. ¿Fue realmente una explosión muy grande?
—Terrible —dijo Chatín—. Tremenda. Más fuerte que un trueno. Yo salté de la cama y subí la escalera que lleva al tejado… y desde allí vi que algo ardía en el agua, y los reflectores, como locos, trataban de iluminarlo todo.
—¡Chisss! Te va a oír la señorita Pimienta —exclamó Diana—. Se pondrá furiosa si sabe que te has levantado a medianoche… y nada menos que para ir al tejado.
—No se enterará —dijo Chatín mirando a su alrededor—. El viejo profesor James estaba allí cerca leyendo el periódico, pero como era sordo tampoco podía oír. El señor Maravillas y el payaso también estaban cerca… y tal vez les hubieran oído, pero lo más probable es que desconocieran la existencia de la escalera. Hice algo más —continuó Chapín—. Salí al exterior y fui a sentarme junto a una chimenea que estaba caliente. Entonces alguien subió por la escalera para ver qué ocurría. Creo que era el viejo profesor. ¡Figúrate, él oyó la explosión y tú no, Roger!
—Supongo que debió despertarle la vibración y no el ruido —intervino Diana—. Oíd… es bastante serio, ¿no? ¡Uno de nuestros submarinos más modernos emergió a la superficie donde estuvo ardiendo hasta desaparecer! ¡Ojalá me hubieras despertado, Chatín!
—No te hubiera gustado verlo —replicó su primo—. ¿Vosotros creéis que habrá sido sabotaje? Quiero decir… ¿es posible que alguien penetrase en la bahía e hiciera una cosa así para perjudicar? Yo hubiera creído que las cosas eran mucho más estrictas y que por parte del Gobierno estaban mejor guardadas.
—Probablemente sería un accidente —exclamó Roger—. No es posible realizar ningún experimento sin que ocurran accidentes. ¡Mira las cosas que ocurren en el laboratorio del colegio!
—Oh, bueno…, pero algunas las preparamos nosotros —replicó Chatín—. ¡Son unos truquitos muy bien organizados! De todas maneras… me gustaría saber si ha sido un accidente. No quisiera tener que pensar que por aquí hay gente interesada en hacer volar más submarinos… sobre todo mientras nosotros estemos aquí.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de verte complicado en otro misterio? —le preguntó Roger con una mueca.
—¡Miedo! —exclamó Chatín dolido—. Me encantan los misterios. Me pirro por ellos, pero éste no es ningún misterio, me parece. Apuesto a que se trata de un accidente.
Si lo fue o no, no lo supieron por los periódicos de la mañana o de aquella noche. La prensa parecía querer echar tierra sobre el asunto, cosa que contrarió a los niños en gran manera.
Aquella tarde hizo mal tiempo. La lluvia caía incansable y los niños estaban aburridos.
—Hace una tarde de perros —dijo Chatín—. ¿Qué haremos? ¿Queréis que toque el banjo?
—No, a menos que vayas a tocarlo al tejado o cualquier otro sitio que esté bien lejos —replicó su primo.
Chatín ya había tocado su banjo, su cítara, su guitarra y su arpa imaginarias a diversas horas del día, y Roger y Diana empezaban a cansarse de los imitados ruidos producidos por Chatín.
—Subamos por la escalerita para ver si el submarino sigue ardiendo —propuso Chatín—. ¡Os prometo que no llevaré conmigo ningún instrumento!
Subieron hasta el primer piso y luego se llegaron hasta la puerta que ocultaba la escalera. Chatín trató de abrirla, pero ¡no se abría!
—¿Qué ocurre? ¿Se habrá atrancado? —dijo tirando violentamente del pomo. Y lo que ocurrió es que se quedó con él en la mano cayendo sentado sobre el pobre «Ciclón».
—¡Tonto! ¡Ya tenías que haber sido tú! —dijo Roger.
—Siempre me quedo con las cosas en la mano —se quejó Chatín—. ¿Y qué hacemos ahora?
—Tendrás que ir a decírselo a la señora Gordi —dijo su prima—. Vamos Chatín. Si fuiste lo bastante valiente para estar en el tejado anoche, también has de serlo para ir a confesar lo ocurrido a la señora Gordi.
Así que Chatín tuvo que ir en busca de la señora Gordi, que estaba en una habitación muy reducida, anotando columnas y columnas de números, y que no pareció alegrarse mucho al verle. El niño le explicó lo ocurrido.
—¿Pero por qué tiraste del pomo con tanta fuerza? —le preguntó la señora Gordi apoyando su rostro sobre sus cuatro o cinco sotabarbas con aire majestuoso. Chatín deseó tener también muchas sotabarbas para que le dieran aquel aire de majestad. Se sentía muy pequeño junto a la señora Gordi que le hacía sentirse como un niño travieso.
—Pues tiré con fuerza porque la puerta se resistía —repuso Chatín—. Creo que está cerrada con llave.
—¡Cerrada! Pero en ese caso la llave estaría en la cerradura —replicó la señora Gordi.
—La llave no estaba. Lo miré bien —repuso Chatín—. Estoy seguro de que está cerrada, señora Gordi. Yo pensé que la habría cerrado usted. Siento haber roto el pomo. Aún me queda algún dinero de los cinco duros que gané ayer en el concurso infantil. ¿Cree que me llegará para comprar uno nuevo?
—Supongo que sí —dijo la señora Gordi—. Pero estoy segura de que Cazurro tendrá alguno que podrá colocar rápidamente. Ve a preguntárselo. Me han dicho que debo felicitarte por el premio que ganaste ayer. Veamos… tocaste el banjo, ¿no es cierto?
—Pero no de verdad, sino uno imaginario. ¡Por el que pagué mil pesetas! —repuso Chatín con una sonrisa e inmediatamente se puso a tocar una tonadilla estridente con el tuang-tuang acostumbrado.
La señora Gordi empezó a reír. Tenía una risa muy curiosa. Parecía comenzar en lo profundo de su interior y luego salía al exterior como una catarata a través de sus magníficas papadas.
Al fin Chatín terminó, inclinándose para saludar.
—Eres tremendo —exclamó la buena mujer—. ¡Vamos! Ve a buscar a Cazurro y que te dé otro pomo. Y no cierres la puerta con demasiada violencia, no sea que te quedes con ella en la mano.
Chatín se marchó agradablemente sorprendido. ¡Al fin y al cabo no era tan antipática! Y se dirigió a la cocina en busca de Cazurro a quien encontró abrillantando los estribos uno por uno, cosa que hacía muy bien.
—Hola, Cazurro. ¿Puedo ayudarte? Yo también colecciono estribos —dijo el alegre Chatín—. Oye, ¿te has enterado de que gané el premio de veinticinco pesetas anoche en el concurso infantil?
Cazurro escuchó e hizo un gesto de asentimiento.
—Tú —dijo—. Tú ganar. Buen chico.
—Vaya, estás muy parlanchín hoy —le dijo Chatín frotando enérgicamente el metal.
—¿Qué hiciste? —le preguntó Cazurro interesado.
—Esto —replicó Chatín poniéndose a tocar de nuevo su banjo imaginario, y ante su sorpresa, Cazurro también hizo además de coger un banjo invisible y se puso a tocarlo produciendo su ruido peculiar casi tan bien como Chatín.
—¡Vaya…! ¿Qué ocurre aquí? —preguntó una voz, y la cabeza del camarero asomó por la puerta—. ¿Es que está tocando alguna banda?
Cazurro huyó en seguida al patio de atrás donde se sentó parpadeando confundido. Años atrás había tenido un banjo de verdad y solía tocarlo, pero cuando se cayó de la cuerda floja, durante una representación, se hirió en la cabeza… y después cambió mucho. ¡Pobre Cazurro!
Su mente se fue aclarando un poco, y empezó a sonreír. Sí… recordaba su viejo banjo… y las canciones que tocaba, Volvió a imitar su sonido con la lengua… tuang-tuang… tuang-tuang…
Chatín salió al patio para buscarle.
—Oh, estás ahí, Cazurro. Oye, me había olvidado de decirte para qué te buscaba. ¿Tienes algún pomo para una puerta? He tirado con demasiada fuerza del de la que oculta la escalera que va al tejado.
—Tejado —repitió Cazurro mirando fijamente a Chatín, y luego se inclinó hacia delante para susurrar en su oído—. ¡Cuidado, allí hay hombres malos! ¡Hombres malos!
Chatín se echó hacia atrás sobresaltado, y Cazurro le sonrió asintiendo con la cabeza. Luego volvió a ponerse serio.
—Malos, malos, malos —volvió a susurrar—. Cazurro ve. Cazurro observa. Cazurro les sigue. ¡Malos!
Chatín le contempló pensativo. Pobrecillo… ¿qué imaginaciones se le ocurrían ahora? ¡No podía creer que Cazurro vigilara a la gente y la siguiera! Lo tomó a risa.
—Chatín ve. Chatín observa. Chatín sigue —dijo en el mismo tono solemne—. ¡Troncho!, parecemos pieles rojas. Cazurro, ¿dónde hay un pomo para la puerta? Ve a buscarlo y entremos. No me agrada estar sentado bajo la lluvia… tuanga-tuang ziz-azizz-ziz. ¡Ker-plonk! Vaya… ya sabía yo que saltaría alguna cuerda si tocaba bajo la lluvia. ¿Lo ves?
Levantó su banjo imaginario y Cazurro rió encantado. Era la primera vez que Chatín le oía reír, y su risa era como la de un niño muy pequeño. Le dio unas palmaditas en la espalda.
—Eso está bien. ¡Ríe para olvidar tus penas! ¿Tienes algún pomo para la puerta? Te lo pregunto por tercera vez…
Sí que lo tenía, y fue a buscarlo a un cobertizo. Luego subieron arriba. Tenía unas manos muy hábiles y en poco tiempo lo tuvo colocado. Luego tiró de él.
—Cerrada —dijo Chatín—. Y la llave ha desaparecido. ¿Quién ha sido y por qué? ¡Te aseguro, Cazurro, que anoche ocurrieron cosas muy misteriosas aquí!
—¿De veras? ¿Y cuáles fueron? —preguntó una voz.
Chatín pegó un respingo y se volvió en redondo. El señor Maravillas, el quiromántico, estaba de pie ante la puerta de su habitación. Chatín pensaba a toda prisa. No… no iba a descubrirse y a meterse en líos.
—Oh, nada —dijo en tono indiferente—. Estaba asustando al pobre Cazurro. Oiga, señor… qué maravillosa representación la suya de anoche. ¿Cómo adivinó tantas cosas… incluso las iniciales de la tapa de un reloj? ¡Me dejó asombrado!
—Ése es mi secreto —replicó el señor Maravillas— ¿Oíste la explosión de anoche?
—Sí. Perfectamente —repuso Chatín—. ¿Y usted?
—No. Yo no —dijo el señor Maravillas, cosa que sorprendió a Chatín en sumo grado. ¿Acaso no había visto luz en la habitación del mago cuando bajó del tejado para volver a la cama?
—Pues me pareció ver luz en su habitación —exclamó Chatín y luego se hubiera dado de cachetes.
—¿De veras? ¿Y qué hacías tú en el descansillo a esas horas de la noche? —preguntó el señor Maravillas al punto.
—Sólo ver si alguien más se había despertado al oír la explosión —dijo Chatín—. Oiga, señor… ¿cómo pudo adivinar los números de anoche?
Pero el señor Maravillas había vuelto a entrar en su habitación, y Chatín se quedó mirando la puerta cerrada. Hizo una mueca. ¡Está bien… sea todo lo brusco que quiera, señor Maravillas, pero anoche estaba usted despierto! Y Chatín, levantando el puño cerrado con aire amenazador, se dirigió a su propia habitación y cerró la puerta de golpe.