Chatín regresó aquella noche a la posada presa de gran excitación.
—Ahora no dejes que se te suba el triunfo a la cabeza —le dijo su primo Roger, temeroso de que Chatín se volviera insoportable—. Al fin y al cabo, tú no sabes tocar realmente el banjo ni la cítara… y apenas tocas el piano con un solo dedo. No eres músico, vaya.
—Y por lo que más quieras, no toques banjos y otras cosas en la posada —suplicó Diana—. No les gustará nada.
Chatín no les hizo el menor caso.
—He estado pensando si sabría imitar el órgano —dijo—. O el tambor.
—No, Chatín —le dijo el aya en tono enérgico—. ¡Oh, Dios mío, ahí viene la señorita Pío! ¡De prisa!
Pero la señorita Pío estaba resuelta a volcar sus alabanzas sobre Chatín.
—¡Eres una maravilla! —exclamó acercándose a ellos—. ¡Y qué maravilla! Qué niño tan listo. Es un músico innato, ¿no es cierto, señorita Pimienta?
—Pues… yo no diría eso —replicó el aya—. En realidad no sabe distinguir ni una nota.
—¡No me diga! ¡Eso demuestra lo maravilloso que es haciendo creer a la gente que sabe tocar! —gorjeó la señorita Pío—. Yo casi creí que tocaba un banjo de verdad, ¿sabe? Tendría que trabajar con esa compañía, ¿no creen? ¡Todo el mundo acudiría a oírle!
La señorita Pimienta miró a Chatín quedando horrorizada al ver la sonrisa fatua y satisfecha de sus labios. ¡Cómo disfrutaba oyéndola!
—Los trucos de Chatín están bien para divertir a sus compañeros de colegio —dijo el aya en tono firme—. Pero nada más. Es una tontería pensar en otra cosa de mayor importancia, señorita Pío.
Por fortuna habían llegado ya a la posada.
—Quiero beber algo —dijo Chatín—. Todo ese tuang-a-tuang me ha dado sed. ¿Puedo tomar una limonada, señorita Pimienta… o dos? Oh, oiga… espere un poco, aunque… me había olvidado de mis cinco duros. ¡Les invito a todos! ¿Qué va a tomar, señorita Pimienta? ¿Naranjada? ¿Limonada? ¿O hará un extraordinario y tomará Coca-Cola?
Diana empezó a reír. La verdad es que Chatín era muy gracioso. El aya pidió los refrescos y luego envió a los tres niños, y a «Ciclón», que tenía mucho sueño, a la cama.
—Es tarde —les dijo—. Muy tarde. Llévate la naranjada a tu cuarto, Chatín. No, no me importa que tengas cinco o diez duros, no puedes tomar más que una. No «Ciclón» tampoco puede tomar más. A él le basta con el agua. No le deis otra cosa.
Chatín se marchó muy contrariado. Hubiera querido quedarse abajo hasta que regresaran Iris, el señor Maravillas, el payaso, e incluso el profesor James, que todavía no había vuelto. Sus alabanzas valdrían mucho más que las tontas palabras de la señorita Pío.
Chatín estaba demasiado excitado para dormir. Roger roncaba suavemente mientras su primo daba vueltas y más vueltas en la cama con la mente llena de planes maravillosos. Ensayaría muchas más imitaciones de instrumentos musicales, y aparecería en los escenarios de los grandes teatros. Actuaría por la radio… aunque tal vez no fuera conveniente, porque la gente creería que realmente tocaba el banjo, la cítara o la guitarra… ya que no vería que no tenía ningún instrumento en sus manos.
Entonces, ¿por qué no actuar en la televisión? Eso sería lo mejor. ¿Y si probara de imitar el tambor? Estaba seguro de poder imitar su potente bum-bum, y empezó a ensayar muy bajito, pero no pudo resistir la tentación de lanzar un fuerte «bum».
Y entonces ocurrió algo aterrador. En cuanto Chatín hubo lanzado su «bum», sonó otro «bum»… lejano, pero potentísimo haciendo estremecer toda la posada. Chatín se sentó en la cama muy asustado.
«¡Bomba! —pensó—. No… no es posible. Claro… es una explosión procedente de la base submarina. Algún experimento como el que oímos el otro día.»
Reflexionó unos instantes.
«Pero aguarda un momento… ahora es medianoche… deben ser más de las dos y media… calculo. No creo que hagan experimentos a estas horas para despertar a todo el mundo.»
No obstante, el ruido no había despertado a Roger, que seguía durmiendo profundamente, ni tampoco a Diana. La señorita Pimienta al oír la explosión se incorporó en la cama escuchando, pero al ver que no se repetía volvió a dormirse.
Chatín estaba inquieto. Aquella noche le era imposible dormir, y se le ocurrió una idea. Subiría por aquella escalerita que terminaba en el tragaluz y se asomaría. Tal vez pudiera ver algo de lo que estaba ocurriendo en la bahía de los submarinos a través de la grieta del acantilado.
Y bajando de la cama abrió la puerta de su habitación y salió al descansillo. Al parecer nadie se había levantado. ¿Acaso no oyeron el ruido?
Chatín se dirigió a la puertecita que daba a la escalera, y la abrió procurando no hacer ruido. Sí… allí estaba la escalera… la tocó con el pie ya que no podía verla en la oscuridad. Fue subiendo con suma precaución. Era una noche clara y Chatín pudo ver las estrellas brillando a través del pequeño rectángulo de cristal enmarcado por la puerta de la trampa que daba al tejado.
La abrió con mucho cuidado para no hacer ruido, y miró al exterior.
¡Cielos! Algo había sucedido en la base submarina. Chatín pudo ver claramente a través de la grieta del acantilado. Allá abajo, al otro lado del mismo, en la bahía, algo estaba ardiendo en el agua. Los reflectores dirigían sus haces de luz por todas partes, y Chatín contuvo el aliento. Algo acababa de ocurrir. Quizá algún terrible accidente, y deseó poderlo ver más y mejor.
«Quizá si saliera de esta trampa, encontraría algún lugar más elevado desde donde mirar —pensó—. No sería difícil.»
Y subiendo hasta el último escalón salió con facilidad al exterior. Allí el tejado era plano y Chatín miró a su alrededor. A la derecha se elevaba un poco hasta un grupo de chimeneas, junto a las que podría sentarse.
Comenzó a andar cautelosamente en dirección a la parte donde se elevaba el tejado, que subió a gatas. Ahora estaba junto a una chimenea, pero el viento soplaba allí con fuerza, y continuó gateando hasta situarse entre dos chimeneas que le protegían. Una de ellas estaba caliente… ¡qué bien!
Pero ante su desilusión no pudo ver mucho más que antes, aunque ahora estaba un poco más alto. Los reflectores no cesaban de iluminarlo todo y las llamas de lo que ardía continuaban igual de altas. Tal vez había estallado algún submarino, incendiándose.
Chatín acurrucose junto a la chimenea caliente, temeroso de enfriarse en el terrado a aquellas horas de la noche. De pronto olfateó el aire.
Olía a algo. ¿Qué era? ¡Humo de un cigarrillo! ¡Imposible! ¡En el tejado no había nadie sino él… y menos aún alguien fumando!
Alargó el cuello fuera de la chimenea, y vio en la distancia, el resplandor del extremo de un cigarrillo. Alguien más había oído la explosión y subido al tejado para ver qué ocurría.
No tardó en darse cuenta de que el intruso estaba precisamente en la puerta de la trampa que daba al tejado. Seguramente de pie en la escalera y fumando un pitillo. Chatín estuvo a punto de gritar para avisarle su presencia, pero se contuvo.
No. Iban a reñirle mucho por haber salido al tejado de noche, y si se enteraba la señorita Pimienta se pondría furiosa. ¡Ya no le dejaría hacerlo por segunda vez durante el resto de las vacaciones! Lo mejor era guardar silencio. Pero ¿quién estaba allí? Chatín esforzó la vista, pero sólo pudo distinguir la sombra de una cabeza y lo punta roja del cigarrillo encendido.
Al cabo de un rato, el fumador terminó el pitillo que arrojó al tejado, y luego Chatín oyó el ligero crujido de la escalera. Ya se iba… pero aquel individuo había cerrado primero la puerta de la trampa. El corazón de Chatín dejó de latir por un instante. Ya se veía allí sentado toda la noche… quedándose dormido… rodando por el tejado… ¡Oh, qué horror!
Dirigiose a la puerta de la trampa, y al llegar allí vio el resplandor de una ventana a cierta distancia. ¿Quién estaría dentro? Fuera quien fuese, lo más probable era que se tratase del fumador de unos minutos antes, que debió haber regresado a su habitación y encendido la luz. Chatín decidió descubrir quién era.
Y gateando fue a ocupar otra posición desde donde se veía directamente la habitación iluminada. Las cortinas estaban corridas, pero en el centro quedaban entreabiertas cosa de un palmo.
—¡Troncho! ¡Si es el viejo profesor James! —exclamó Chatín—. Menos mal que no le hice saber que yo estaba aquí arriba. ¡Se lo hubiera dicho a la señora Gordi y la señorita Pimienta me hubiera reñido mucho!
Trató de abrir la trampa con manos temblorosas. ¿El profesor habría corrido el pestillo de manera que no pudiera abrirla?
Con un profundo suspiro de alivio, Chatín descubrió que sí se abría. ¡Gracias a Dios! Una vez abierta se introdujo por la abertura para bajar por la escalera de madera. Luego cerró la trampa con sumo cuidado, y regresó a su habitación. Roger seguía durmiendo profundamente.
Cuando iba a volver a cerrar la puerta vio la luz por debajo de la puerta del señor Maravillas. De manera que él también había oído la explosión. Chatín estuvo dudando si ir o no a charlar un rato con él… ¡Seguramente ahora que había actuado tan magníficamente en el concurso habría de recibirle bien!
Sin embargo, decidió no hacerlo. El señor Maravillas no era de esas personas con quien uno desea hablar a medianoche. ¡Y tal vez empezara a hacerle víctima nuevamente de su magia!