Capítulo 1- Planes para las vacaciones

¡Chatín! —gritó una voz airada—. ¡«Chatín»! ¿No te dije que ataras a «Ciclón»?

El niño bajó corriendo la escalera para acudir al lado de su tía.

—¡Oh, tía Susana, si lo até! ¿Es que ha vuelto a soltarse? ¡Oh, Dios mío…! ¿Ha sido él quien ha armado ese estropicio en el recibidor?

El «spaniel» negro estaba sentado, encima de las páginas de un periódico destrozado, con la lengua fuera, como si sonriera.

—Ése es el periódico de tu tío —le dijo tía Susana—. Aún no lo ha leído. Chatín, tú sabes que tenemos mucho quehacer con los preparativos de nuestra marcha, pues hemos de salir de viaje hoy mismo, y la verdad es que no puedo tener a «Ciclón» suelto por la casa.

—Encerraré a «Ciclón» en mi cuarto, mamá —dijo Diana acercándose—. Cerraré la puerta con llave y guardaré la llave en mi bolsillo, y de esta manera estará seguro.

—¡Vaya, entonces en tu habitación no habrá nada seguro! —replicó la señora Lynton—. Haz lo que quieras con él…, ¡pero procura que no vuelva a verle en toda la mañana! De otra manera tu padre y yo no podremos marcharnos esta tarde…

Los Lynton se iban a América a pasar unas semanas, y los tres niños y «Ciclón», el perro, irían a la playa con la señorita Pimienta, que fue el aya de la señora Lynton, y que solía tomarles a su cuidado cuando los Lynton precisaban ausentarse.

Chatín había llegado el día anterior, después de pasar la primera semana de vacaciones con otros primos. No teniendo padres, pasaba temporadas en casa de diversos parientes, pero, entre todos, él prefería a los Lynton. Quería mucho a su tía Susana, y admiraba y respetaba a tío Ricardo, aunque éste no admiraba ni respetara a Chatín.

—Ese niño es lo más impertinente del mundo —solía decir continuamente del pobre Chatín.

«Ciclón» fue llevado arriba por Diana. «Arenque», el gato, le estaba esperando en el descansillo de la escalera y saltó sobre él, y para esquivarle, «Ciclón» se echó hacia atrás tan bruscamente, que casi tira a la niña, que no pudo contener un grito.

—Esta casa parece un manicomio —dijo su padre desde arriba—. ¿Dónde está la señorita Pimienta? ¿Es que no puede llevaros a algún rincón tranquilo hasta que nos hayamos ido? América va a parecerme un lugar muy tranquilo y apacible después de esto. La verdad es que cuando los niños vuelven del colegio, es…

—Oh, papaíto…, siempre dices eso —dijo Diana tirando de la correa de «Ciclón»—. Y ya sabes que cuando te marchas luego nos echas de menos. ¡Ojalá nos llevarais a América con vosotros!

—¡Dios me libre! —replicó su padre horrorizado—. Lo primero que haríais sería caeros por la borda… y Chatín se pasaría el tiempo en la Sala de máquinas con Roger…

—Oh vaya… ¿nos lo permitirían? —gritó Chatín—. Sería fenomenal.

—¿De dónde sacas esas expresiones? —exclamó su tío—. ¿Es que no puedes hablar como un rey?

—Apuesto a que los reyes dicen «fenomenal» algunas veces —replicó Chatín—. Apuesto a que…

—Quítate de en medio y déjame pasar —le dijo su tío con impaciencia—. Primero Diana y el perro en la escalera, y ahora tú… «Arenque» ya veo que me espera para hacerme caer como de costumbre… en fin, ésta es, realmente, una casa de locos.

—Ricardo…, ¿quieres bajar a ayudarme a poner las etiquetas? —llamó la señora Lynton—. ¡Nos meteremos en el despacho y cerraremos la puerta y las ventanas a ver si así no oímos ese tormento!

—Caramba…, mira que llamarnos tormento, tía Susana —exclamó Chatín indignado—. Eh, tía Susana…

Abajo se oyó cerrar una puerta de golpe y Chatín tuvo que dejarlo. Ayudó a Diana a llevar a «Ciclón» hasta su dormitorio, ya que el perro se resistía.

Allí estaba la señorita Pimienta sacando la ropa de los cajones y armarios. Los niños debían marcharse a la playa al día siguiente, y el aya iba ordenando algunas cosas cuando no ayudaba a la señora Lynton.

—Hola, señorita Pimienta —dijo Chatín como si hiciera un mes que no la viera y dándole un abrazo tan brusco que la sobresaltó.

—¡No hagas eso, Chatín! ¿Por qué estás tan cariñoso de repente? ¿Qué es lo que quieres ahora?

—Nada —replicó el niño disgustado—. Sólo que estoy tan emocionado por las vacaciones…, ¿sabe?, no tener que trabajar durante tanto tiempo…, y marcharnos a la playa. ¿A qué sitio vamos, señorita Pimienta? Todavía no me lo ha dicho nadie.

En aquel momento entró Roger con los brazos cargados de trajes de baño.

—Aquí tiene, señorita Pimienta —dijo dejándolos sobre la cama—. He encontrado tres trajes de baño para cada uno. ¿Es suficiente?

—Ya lo creo —repuso el aya—. Oh, no dejes que «Ciclón» los coja. Chatín, llévatelo de aquí.

—Teníamos que encerrarlo en esta habitación —dijo Chatín.

—Pues no es posible —contestó la señorita Pimienta en tono resuelto—. Tengo que escoger la ropa que habéis de llevar y no quiero que me encierren con «Ciclón», ni con ningún perro loco.

—Él no está loco —replicó Chatín—. ¿No es verdad, «Ciclón»?

Y el perro inmediatamente se tumbó patas arriba pedaleando en el aire, y ladeando la cabeza en espera de los comentarios admirativos de su amo.

—Eso es —dijo la señorita Pimienta dirigiéndose al perro—. Quédate así de espaldas dando pataletas durante el resto de la mañana, y así no estorbarás y podremos trabajar tranquilos.

—Todavía no me ha dicho nadie a dónde vamos mañana —insistió Chatín en tono de protesta.

—Pero si llegaste ayer —repuso Roger—. Y teniendo en cuenta que te pasaste prácticamente toda la tarde contando el partido de cricket que jugaste el sábado pasado, detallando cada jugada, comentando cuántos jerseys llevaba el árbitro, y lo que harías si te escogieran para el equipo de Selección, y…

—Eso no tiene gracia —dijo Chatín—. Señorita Pimienta, hábleme de lo que haremos mañana.

—Pues saldremos tempranito, y cogeremos el tren para Woodlingham; allí haremos transbordo y tomaremos otro tren, más lento hasta Rockypool, y luego iremos en taxi hasta Tantán —dijo el aya—. Bueno… ahora ya lo sabes, y deja de preguntarme.

—¡Tantán! ¡No lo creo! ¡No existe ningún lugar llamado Tantán! —exclamó Chatín con incredulidad.

—Sí lo hay —repuso Diana—. Está señalado en el mapa. A mí me parece un nombre estupendo, y me encanta pensar que voy a quedarme en Tantán. La señorita Pimienta solía ir cuando era pequeña… ¿Verdad, señorita Pimienta?

—Sí —contestó el aya vaciando otro cajón—. Diana, selecciona lo que hay que llevar y ve colocándolo sobre la cama… Sí, solía ir allí muy a menudo. Es el pueblecito más pintoresco que podáis imaginaros. No tiene escollera, ni paseo, sólo unas pocas tiendas, algunas casas y… la antigua posada. ¡Nunca adivinaríais cómo se llama!

—¿Posada de Tantán?

—No. ¡Se llama «Tres Hombres en una Cuba»! —dijo el aya—. Ya conocéis la vieja canción… «Tantán-tan. Tres Hombres en una Cuba». Dios sabe por qué se llamaría así, pero así se llamaba… y aún se sigue llamando. En realidad al pueblo le llamaron Tantán debido a un extraño lugar donde el agua se arremolina entre dos rocas de extraña forma. Una es igual que una tabla de lavar, y debajo el agua gira, bulle y gorgotea.

—¡Como en el desagüe de un lavabo, supongo! —exclamó Diana—. «¡Tantán-tan, mirad cómo lavamos…!»

—Eso es —dijo la señorita Pimienta—. El remolino se llama la Hoya de Tantán, y supongo que de ahí le viene el nombre al pueblo.

—Suena muy bien —dijo Chatín en tono aprobador—. Debo confesar que me atrae ese lugar… en donde hay una posada llamada «Tres Hombres en una Cuba», y un remolino que se llama Hoya de Tantán…, oiga, ¿nos hospedaremos en la posada, señorita Pimienta?

—Sí —repuso el aya—. Estuve en ella cuando niña y es muy cómoda. Mi sobrina estuvo también el año pasado y me dio tan buenas referencias, que cuando vuestra madre no sabía a dónde enviaros estas vacaciones, me acordé del pueblo de Tantán.

—Será muy agradable estar en la posada de ese pueblecito pesquero —dijo Diana—. Sin muelle, sin paseo, sin…

—Oh, ahora sí que hay muelle y paseo, y muchas cosas más —se apresuro a replicar la señorita Pimienta—. Y también construyeron un enorme puerto secreto más allá de la Hoya de Tantán…, donde prueban los nuevos submarinos. ¡Oh, Tantán ha dejado de ser un diminuto pueblecito dormido!

—¡Vaya! ¡Un puerto secreto! —exclamó Chatín emocionado—. Me gustaría mucho verlo.

—He dicho «secreto» —replicó el aya—. «Alto secreto», Chatín, y tan bien guardado, que nadie, ni siquiera un curioso como tú, puede acercarse a él. De manera que quítatelo de la cabeza.

Se oyó gritar desde abajo:

—¡Señorita Pimienta! ¿Puede usted venir? Quiero que haga algunas cosas.

—¡Voy en seguida, señora Lynton! —respondió la señorita Pimienta, saliendo apresuradamente de la habitación. El perro saltó para seguirla olvidándose de que estaba atado, y casi se ahoga.

—Me parece todo estupendo —dijo Chatín consolando al pobre chucho—. Siento que tía Susana no nos acompañe, aunque no me importa que no venga tío Ricardo. Más pronto o más tarde siempre termino ganándome una buena reprimenda.

—Las vacaciones pasadas fueron dos —dijo Diana—. Una por dejar que «Ciclón» le mordiera sus mejores zapatillas, y otra por burlarte de él.

—No me lo recuerdes —contestó Chatín—. Ahora tengo que pensarlo dos veces antes de decirle nada a tío Ricardo por si acaso cree que le tomo el pelo. Es muy molesto ir con tanto cuidado.

—Es algo estupendo —dijo Roger—. Necesitas enmendarte, Chatín, y ya que estás en ello, puedes pensar también dos veces lo que vayas a decirme a mí, para no molestarme. Oh, diantre/ «Ciclón»… ¿cómo has conseguido tirar los trajes de baño de encima de la cama?

Un fuerte sonido resonó en toda la casa y los tres niños lanzaron gritos de alegría acompañados de los ladridos del perro.

—¡El gong! ¡Creí que no iba a sonar nunca!

—¡Hagamos una carrera hasta abajo! ¡Vamos, «Ciclón»!

Y allá bajaron a toda velocidad como un torrente. El señor Lynton lanzó un gemido.

—¡Cómo me alegraré al ver la costa de la tranquila y apacible América! ¡Esta casa es un manicomio…, no hay ni un minuto de paz en ninguna parte!