Segunda Parte
Por un camino sombrío
Por un camino sombrío
A medida que conocía más cosas acerca de la iglesia a la que Avelyn servía —la iglesia de mis padres y de todos los seres humanos que he conocido— y a medida que conocía a más monjes abellicanos, empecé a darme cuenta de cuán sutil podía llegar a ser la naturaleza del mal. Jamás me había planteado esta cuestión con anterioridad: ¿el hombre malo es intrínsecamente malo? ¿Se da cuenta de la maldad de sus actos? ¿Cree que son malos o, por el contrario distorsiona su perspectiva de forma que cree que actúa correctamente?
En estos tiempos en que el Dáctilo ha despertado y el mundo ha conocido el caos, parece que muchos han llegado a cuestionarse la auténtica esencia del mal. ¿Quién soy yo —o quién es cualquiera—, podrían argüir, para juzgar si un hombre puede considerarse malo o bueno? Cuando me pregunto si el hombre malo es intrínsecamente malo, doy por supuesta una distinción absoluta que muchos se niegan a admitir. Su concepto de moralidad es relativo y, aunque acepto que las implicaciones morales de muchos actos pueden depender de ciertas circunstancias, la distinción moral global es independiente de ellas.
En efecto, en el seno de esa verdad, sé que existe otra de mayor alcance. Sé que, por supuesto, existe una diferencia absoluta entre el bien y el mal, sin que eso signifique oponerse a justificaciones y perspectivas individuales. Para los Touel’alfar, el bien común es la vara de medir, y anteponen siempre el bien del pueblo élfico, aunque también tienen en cuenta los intereses particulares de todos los demás. Aunque a los elfos les gusta poco la relación con los humanos, desde hace siglos han tomado humanos bajo su tutela y los han adiestrado como guardabosques, no con objeto de conseguir ventajas para Andur’Blough Inninness, ya que esa tierra está lejos de la influencia de los guardabosques, sino para mejorar el mundo en general. El pueblo élfico jamás es agresivo. Pelean cuando es necesario, para defenderse y contra el imperialismo. Si los trasgos no hubieran ido a Dundalis, los elfos nunca los habrían perseguido, pues, aunque no sienten la menor simpatía por trasgos, powris o gigantes, y desde luego consideran que esas tres razas son una auténtica calamidad para el mundo, los elfos los habrían dejado tranquilos. Ir a las montañas y atacar a esos monstruos, según las normas de los elfos, rebajaría a los Touel’alfar al nivel de aquellos a quienes desprecian por encima de todo.
Por el contrario, los powris y los trasgos han demostrado ser criaturas guerreras y perversas. Atacan siempre que cuentan con ventaja, y poco puede sorprender que el demonio Dáctilo los escogiera como secuaces. Tengo tendencia a considerar que los gigantes son un poco distintos, y me pregunto si son malos por naturaleza o si, simplemente, miran el mundo de forma distinta. Un gigante puede mirar a un humano y, al igual que un felino cazador hambriento, ver en él sólo un suculento manjar. Pero, lo mismo que me sucede con trasgos y powris, no tengo remordimientos por matar gigantes.
En absoluto.
De las cinco razas de Corona, considero a la de los humanos la más misteriosa. Algunos de los mejores seres del mundo —el hermano Avelyn sería el primer ejemplo— eran humanos, igual que lo fueron, y posiblemente lo son, algunos de los mayores tiranos de la historia. En general, mi propia raza es buena, pero ciertamente no es tan predecible y disciplinada como la de los Touel’alfar. No obstante, nuestro temperamento y nuestras creencias están en general mucho más cerca de los elfos que de las razas de powris, trasgos y gigantes.
Pero esos tonos grises…
Tal vez en ningún otro lugar el desconcertante concepto del mal es más evidente que en el seno de la iglesia abellicana, la autoridad moral aceptada por la mayor parte de la humanidad.
Probablemente ello se deba a que se ha confiado a esa orden la misión más elevada, nada menos que servir de vanguardia a las almas humanas. Un error de perspectiva entre los jerarcas de la iglesia puede tener consecuencias desastrosas, como demuestra el caso del hermano Avelyn. Para estos jerarcas él era un hereje, aunque, en realidad, dudo de que haya existido alguien más piadoso, caritativo, generoso y más dispuesto a sacrificarse hasta donde hiciera falta por el bien común.
Quizás el padre abad, que envió al hermano Justicia contra Avelyn, pueda justificar sus actos —ante él mismo, por lo menos— con el pretexto de que pretenden alcanzar un bien mayor. Al fin y al cabo, un padre resultó muerto durante la fuga de Avelyn, y este no tenía ningún amparo legal para llevarse las gemas.
Pero afirmo que el padre abad no tiene razón, puesto que, aunque Avelyn podría legalmente ser tachado de ladrón, las piedras eran suyas en términos estrictamente morales. Al analizar lo que hizo, incluso antes de sacrificarse él mismo para liberar al mundo del demonio Dáctilo, me reafirmo en ello.
La capacidad de todos los individuos para justificar sus actos particulares me temo que siempre me sorprenderá.
Elbryan Wyndon