5

Jilly

—Jilly —repitió Connor, con tanta suavidad y ternura como pudo. El rostro de la mujer se quedó a medio camino entre la incredulidad y el horror más absolutos; era la expresión de un chiquillo enfrentado a circunstancias imposibles y terribles.

Elbryan, que observaba a su amada, sólo había visto aquella expresión en una ocasión, en lo alto de la ladera que domina Dundalis por el norte, cuando su primer beso había sido interrumpido por los estertores de agonía de su pueblo. Posó con firmeza una mano en el muslo de Pony para darle ánimo y para sostenerla, pues ciertamente se tambaleaba sobre el amplio lomo de Sinfonía.

Aquel momento pasó; Pony apartó las turbadoras emociones y recuperó la misma resolución interior que la había acompañado en las dificultades a lo largo de tantos años.

—Jilseponie —lo corrigió—. Mi nombre es Jilseponie, Jilseponie Ault —añadió, y lanzó una mirada hacia Elbryan, sacando fuerzas de su infinito amor—; en realidad, Jilseponie Wyndon —rectificó.

—Y en otro tiempo, Jilly Bildeborough —dijo Connor con calma.

—Nunca —espetó la mujer con más brusquedad de la que habría querido—. Borraste ese nombre al proclamar ante la ley y ante Dios que nunca había existido. ¿Le conviene ahora al noble Connor reclamar lo que desechó?

El guardabosque volvió a posar su mano con firmeza sobre Pony para calmarla.

Las palabras de la mujer causaron una profunda impresión a Connor, pero las aceptó al considerar que se las merecía.

—Era joven y alocado —replicó—. Nuestra noche de bodas… tu conducta me hirió, Jilly… Jilseponie —corrigió rápidamente al ver la mueca de Pony—. Yo…

Pony levantó la mano para imponerle silencio y miró a Elbryan. Advirtió lo doloroso que aquello debía resultarle. ¡Realmente no hacía falta que tuviera que soportar el relato de su noche de bodas con otro hombre!

Pero el guardabosque no se inmutó; sus ojos brillantes sólo mostraban comprensión hacia la mujer a la que tanto quería. Ni siquiera dejó que sus ojos verdes reflejaran su enfado con Connor, su enfado por celos, pues sabía que si lo hacía sería injusto con Pony.

—Los dos tenéis mucho de que hablar —dijo—. Y yo tengo que vigilar una caravana.

Dio una palmada en el muslo de Pony, esta vez con ternura, casi alegremente, para demostrarle que estaba seguro de su amor, y se alejó tras dedicarle un guiño juguetón, el gesto más adecuado para rebajar la tensión.

Pony lo observó mientras se alejaba, sintiendo cómo crecía su amor por él. Luego miró alrededor y, al ver que había gente demasiado cerca que podría oírlos, espoleó a Sinfonía para ponerlo al paso. Connor y su montura la siguieron de cerca.

—Aquello no iba contra ti —intentó explicar Connor cuando estuvieron solos—. No quería herirte.

—Me niego a hablar de aquella noche —dijo Pony de modo terminante. Sabía muy bien qué había sucedido; sabía que, desde luego, Connor había tratado de ofenderla, pero únicamente porque ella había herido su orgullo al negarse a hacer el amor con él.

—¿Tan fácilmente puedes olvidarlo? —preguntó él.

—Si la alternativa es explayarse en lo que no necesita explicación alguna y sólo puede traer dolor, entonces, sí —contestó ella—. Lo pasado no es tan importante como lo que tiene que venir.

—Entonces, con el olvido otorga tu perdón —pidió Connor.

Pony lo miró a la cara: observó profundamente sus ojos grises y recordó los tiempos en que habían sido amigos y confidentes, antes de la desastrosa noche de bodas.

—¿Te acuerdas cuando nos vimos por primera vez? —preguntó Connor adivinando su expresión—. ¿Cuando salí al callejón para protegerte y me encontré con una lluvia de canallas que se me venían encima?

Pony consiguió sonreír; había buenos recuerdos, muchos buenos recuerdos mezclados con el definitivo y doloroso final.

—Nunca fue amor, Connor —dijo con sinceridad.

El hombre la miró como si le hubiera pegado un duro golpe.

—No supe lo que era el amor hasta que regresé y encontré a Elbryan —prosiguió Pony.

—Estuvimos muy unidos —protestó el hombre.

—Fuimos amigos —corrigió Pony—. Y tendré en gran estima el recuerdo de aquella amistad siempre que no intentemos convertirla en algo más. Te lo prometo.

—Entonces todavía podemos ser amigos —razonó Connor.

—No —fue la respuesta que a Pony le surgió desde el fondo del corazón y sin haberla meditado un solo instante—. Eras amigo de otra persona, de una chiquilla perdida que no sabía de dónde había venido ni tampoco a dónde iba. Ya no soy aquella persona. Ni Jilly, ni en realidad tampoco Jilseponie, sino Pony, la compañera, la amante, la esposa de Elbryan Wyndon. Mi corazón es suyo y sólo suyo.

—¿Y no hay espacio en ese corazón para Connor, tu amigo? —preguntó el hombre con afecto.

Pony sonrió otra vez sintiéndose más cómoda.

—Ni siquiera me conoces —replicó.

—Claro que sí —arguyó el noble—. Incluso cuando eras aquella chiquilla perdida, como proclamas, había fuego en tu interior. Incluso cuando eras más vulnerable, cuando estabas más perdida, detrás de tus ojos maravillosos había una energía que la mayoría de la gente nunca llegará a conocer.

Verdaderamente Pony apreció tan emotivas consideraciones. Su relación con Connor nunca se había resuelto de forma adecuada, se había roto de una forma demasiado amarga que no hacía justicia a los agradables meses que habían pasado juntos. Ahora, al oír aquellas simples palabras, experimentó una sensación de conclusión, una auténtica sensación de sosiego.

—¿Por qué viniste hasta aquí? —preguntó.

—Llevo varios meses en este territorio al norte de la ciudad —repuso Connor, recuperando en parte su jactancia—, dedicado a cazar trasgos y powris e, incluso me atrevería a decir, algún gigante.

—¿Por qué viniste hasta aquí precisamente ahora? —le urgió la sensible mujer. Lo había notado en la cara del hombre: Connor se había sorprendido al verla muchísimo menos que ella al verlo a él y, dado el tiempo que hacía que no sabían nada uno del otro, la sorpresa del hombre habría tenido que ser mucho mayor.

—Sabías que estaba aquí, ¿verdad?

—Lo sospechaba —admitió Connor—. Había oído hablar del empleo de magia contra los monstruos por estas tierras, y a ti se te había relacionado con las gemas encantadas.

Aquello hizo reflexionar a Pony.

—Llama a tu… marido —dijo Connor—, si estás, como dices, dispuesta a olvidar el pasado y a ocuparte del futuro. Por supuesto, vine hasta aquí por una razón, Jill… Pony. Por otra razón además de por verte de nuevo, aunque habría recorrido Honce el Oso a lo largo y a lo ancho sólo para eso.

Pony se tragó su réplica, preguntándose por qué, entonces, Connor no la había buscado en todos aquellos años en que había estado alistada en el ejército. Ahora aquel encuentro no tenía mucho sentido, no había necesidad alguna de reabrir viejas heridas.

Poco después se reunieron los dos con Elbryan; en las protectoras ramas de un árbol cercano Juraviel había encontrado un cómodo refugio.

—¿Te acuerdas del abad Dobrinion Calislas? —empezó diciendo Connor, después de pasear nerviosamente durante un rato que le pareció una hora, pensando por dónde comenzar su relato.

—El abad de Saint Precious —dijo Pony, asintiendo con la cabeza.

—Ya no lo es —explicó Connor—. Fue asesinado hace algunas noches, en su propia habitación de la abadía.

Hizo una pausa para examinar la reacción de Pony y de Elbryan y, en un principio, se sorprendió al ver que ninguno de los dos parecía demasiado preocupado. Connor advirtió que, desde luego, no conocían bien a Dobrinion ni la bondad de su corazón; sus relaciones con la iglesia no eran precisamente buenas.

—Dijeron que lo había hecho un powri —continuó Connor.

—Desde luego, qué tiempos más siniestros si un powri puede entrar con tanta facilidad en lo que debería ser el edificio más seguro de una ciudad en pie de guerra —intervino Elbryan.

—Creo que lo mataron los de su misma iglesia —dijo Connor con franqueza, mientras observaba atentamente al guardabosque; entonces Elbryan, intrigado, se inclinó hacia adelante—. Los monjes de Saint Mere Abelle estuvieron en Palmaris —explicó Connor—. Una nutrida representación, incluyendo al mismísimo padre abad; se dice que un buen número de ellos acababan de llegar del lejano norte, de Barbacan.

Ahora sí había captado su atención.

—Roger Descerrajador vio esa caravana a la altura de Caer Tinella y Tierras Bajas viajando a toda velocidad hacia el sur —recordó Pony.

—Ahora te buscan a ti —dijo Connor sin tapujos, señalando a Pony—. A causa de las gemas que, según ellos, fueron robadas de Saint Mere Abelle.

Los ojos de Pony se abrieron desmesuradamente; pronunció tartamudeando unas pocas palabras ininteligibles mientras se daba la vuelta hacia su amado en busca de apoyo.

—Nos lo temíamos —admitió Elbryan—. Esa es la razón por la cual insistimos en llevar a la gente a un sitio seguro como Palmaris —explicó a Connor—. Pony y yo no podemos seguir con ellos, pues el riesgo al que los expondríamos sería excesivo. Los dejaremos en un lugar seguro y luego emprenderemos nuestro propio camino.

—El riesgo es mayor del que creéis —puntualizó Connor—. El padre abad y la mayoría de sus colegas se marcharon de regreso a su propia abadía, pero han dejado, como mínimo, a un par de hombres adiestrados para matar, no lo dudéis. Creo que fueron ellos quienes mataron al abad Dobrinion. También me persiguieron a mí, pues conocían mi relación con Pony, pero me las apañé para eludirlos y ahora os buscarán a vosotros.

—Hermano Justicia —dedujo el guardabosque, y se estremeció al pensar que tendría que habérselas con otro ser parecido a Quintall… y esta vez, al parecer, con dos a falta de uno.

—Pero ¿por qué querían asesinar al abad Dobrinion? —preguntó Pony—. ¿Y por qué te perseguían de ese modo?

—Porque nos oponíamos a los métodos del padre abad —repuso Connor—. Porque… —empezó a decir pero se interrumpió y lanzó una mirada de sincero afecto hacia Pony; aquellas noticias no le gustarían en absoluto, pero tenía que comunicárselas—. Porque no aprobamos el trato dado a los Chilichunk, un trato que también me habrían dado a mí de no ser por la intervención de mi tío, el barón.

—¿Trato? —replicó Pony poniéndose en pie de un salto—. ¿Qué trato? ¿Qué quieres decir?

—Se los llevaron encadenados, Pony —explicó Connor—, cuando regresaron a Saint Mere Abelle, junto con un tal Bradwarden, el centauro.

Ahora fue el asombrado Elbryan, demasiado abrumado para verbalizar la pregunta, quien se puso en pie de un salto y se situó frente a Connor.

—Bradwarden está muerto —afirmó la voz de Juraviel entre los árboles.

Connor miró alrededor pero no vio nada.

—Murió en Aida —prosiguió el elfo—. Cuando fue derrotado el demonio Dáctilo.

—No murió —insistió Connor— o, si lo hizo, los monjes encontraron la manera de resucitarlo. Lo he visto con mis propios ojos: se encontraba en un estado lastimoso y deplorable, pero sin ninguna duda vivía.

—Yo también lo vi —indicó Roger Descerrajador, que acababa de salir de entre los árboles para reunirse con el grupo. Se detuvo junto a Elbryan y le puso una mano en el poderoso hombro—. En la caravana, en la parte de atrás de la caravana; ya os lo dije.

Elbryan asintió, pues recordaba perfectamente la descripción de Roger, al igual que sus propias emociones cuando Roger le había contado el paso de los monjes por los dos pueblos. Se volvió hacia Pony, que lo estaba mirando fijamente: en sus iris azules ardía un familiar y expresivo fuego.

—Debemos ir a por ellos —dijo Pony, y el guardabosque asintió: su rumbo de repente parecía muy claro.

—¿Por los monjes? —preguntó Roger sin comprender.

—Sí —intervino Connor—; y yo iré con vosotros.

—No es tu problema —dijo el guardabosque súbitamente, y mientras lo decía se arrepintió de sus palabras, pues sólo estaban motivados por el deseo de alejar a aquel hombre de Pony lo antes posible.

—El abad Dobrinion era mi amigo —arguyó el noble—, y también los Chilichunk, los tres. Tú lo sabes —se dirigió a Pony en busca de apoyo; la mujer asintió con la cabeza—. Pero en primer lugar, nosotros o, mejor dicho, vosotros debéis ocuparos de los asesinos. No podéis tomarlos a la ligera. Atraparon a Dobrinion e hicieron creer que el criminal era un powri para desviar la atención. Son astutos y mortalmente peligrosos.

—Y no tardarán en estar muertos —sentenció el guardabosque con tal determinación que ninguno de los presentes se atrevió a dudarlo.

—Volveremos a encontrarnos —aseguró Elbryan a Belster O’Comely a primera hora de la mañana siguiente, mientras le estrechaba la mano con firmeza. Sabía que Belster se esforzaba por retener las lágrimas, pues sospechaba, y Elbryan no podía disentir, que aquella era la última vez que se veían—. Cuando acabe la guerra y abras de nuevo tu taberna en las Tierras Boscosas, ten por seguro que el Pájaro de la Noche irá para beber tu agua y ahuyentar a tus clientes.

En el rostro de Belster se dibujó una cálida sonrisa, pero no esperaba poder regresar a Dundalis aunque los monstruos se marcharan pronto. Ya no era joven y el dolor que le producirían los recuerdos sería demasiado intenso. Belster había huido de Palmaris a causa de una deuda que había contraído, y sólo a causa de esa deuda, pero, teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido, parecía que hacía siglos de todo aquello y estaba seguro de que podría abrir un establecimiento en la ciudad sin temer que lo persiguiera su pasado. No obstante, no había razón para contarle todo eso al guardabosque, por lo menos en aquel momento, y por esa razón se limitó a brindarle una tranquilizadora sonrisa.

—Guíalos bien, Tomás —dijo el guardabosque al hombre que estaba junto a Belster—. La carretera debería estar despejada, pero si encontráis algún problema antes de llegar a Palmaris, confío en que conseguirás superarlo.

Tomás Gingerwart inclinó la cabeza con gravedad y golpeó el suelo con su nueva arma, una horca.

—Te debemos mucho, Pájaro de la Noche —declaró—. Y también debemos mucho a Pony y a tu pequeño e invisible amigo.

—No olvides a Roger —se aprestó a responder el guardabosque—. Tal vez es a él a quien debe más la gente de Caer Tinella y Tierras Bajas.

—¡Roger jamás nos dejaría olvidar a Roger! —dijo de repente Belster alegremente, con una voz que a Elbryan le recordó mucho a la de Avelyn.

Todos estallaron en carcajadas: un buen punto final para la conversación. Se estrecharon las manos y se separaron como buenos amigos; Tomás corrió hacia la cabeza de la caravana y les dio la señal de que se pusieran en marcha.

Pony, Connor y Juraviel no tardaron en reunirse con Elbryan, y todos juntos observaron la marcha de los carruajes; pero, después de recorrer una corta distancia, Tomás detuvo al grupo un momento, y una figura solitaria se separó de ellos y corrió hacia el guardabosque y sus amigos.

—Roger Descerrajador —dijo Pony, sin sorprenderse, mientras la caravana reemprendía la marcha hacia el sur.

—Tenías que servir de guía principal a Tomás —dijo Elbryan cuando Roger llegó junto a ellos.

—Tiene otros que pueden desempeñar esa misión —replicó el joven.

La mirada del guardabosque era severa e intransigente.

—¿Por qué se queda él? —protestó Roger señalando a Connor—. ¿Por qué os quedáis vosotros, estando Palmaris sólo a tres días de viaje? ¿Acaso no serían Pony y Elbryan de gran valor para la guarnición de la ciudad, en estos tiempos oscuros?

—Hay otros asuntos que no comprendes —repuso Elbryan con calma.

—¿Asuntos que le conciernen a él? —preguntó Roger señalando de nuevo a Connor, que reprimió el impulso de ir hacia el joven y pegarle un buen puñetazo.

Elbryan movió la cabeza con gravedad en un gesto de asentimiento.

—Deberías ir con ellos, Roger —le dijo en un tono de voz amistoso—. Nosotros no podemos, pues debemos resolver un asunto antes de que ninguno de nosotros se deje ver por la ciudad. Pero confía en mí cuando te digo que aquí el peligro es mucho mayor para ti que cualquiera que puedas encontrar en Palmaris. Ahora, date prisa y alcanza a Tomás y a Belster.

Roger sacudió la cabeza con resolución.

—No —contestó—. Si vosotros os quedáis aquí para continuar la lucha en el norte, yo también me quedo.

—No tienes nada que demostrar —puntualizó Pony—. Tu nombre y tu reputación son sólidos y bien ganados.

—¿Mi nombre? —discrepó Roger—. Bien pronto en Palmaris volveré a ser Roger Billingsbury. Sólo Roger Billingsbury, un huérfano, un niño abandonado, un marginado.

—Una de tus cualidades en especial interesaría a mi tío el barón —declaró Connor.

—Entonces, cuando puedas regresar junto a tu tío para hablarle de mí, me reuniré contigo —repuso el joven rápidamente con una sonrisa afectada. Sin embargo, esa actitud frívola desapareció de golpe y miró a Elbryan con una expresión muy seria.

—No me hagas volver —imploró—. No puedo regresar y ser de nuevo Roger Billingsbury. Todavía no. Aquí, peleando contra los monstruos, fui capaz de encontrar una parte de mí mismo que jamás creí que existiera. Esa parte de mí me gusta y tengo miedo de perderla en la vida mundana de una ciudad segura.

—No tan segura —bromeó en voz baja Connor.

—No perderás el prestigio ganado —dijo muy serio el guardabosque—. Jamás volverás a ser aquella persona que fuiste antes del asalto a tu hogar. Lo sé por experiencia, mejor de lo que puedas imaginar. Te aseguro con toda sinceridad que, aquí o en Palmaris, eres y seguirás siendo Roger Descerrajador, héroe del norte. —Elbryan observó a Pony, consideró el peso de tal responsabilidad, pensó en el celibato a que se habían visto obligados él y su amante, forzados por las circunstancias, y añadió—: Puede resultar menos grandioso de lo que crees, Roger.

El joven se puso un poco rígido y se las arregló para asentir con la cabeza, pero su expresión, que imploraba ser aceptado, no cambió y dejó la decisión directamente sobre las espaldas del guardabosque.

Elbryan miró a Pony, quien hizo un gesto de asentimiento.

—Hay dos hombres que nos persiguen a Pony y a mí —explicó el guardabosque—, y también a Connor, al que intentaron matar en Palmaris; por esa razón salió en nuestra búsqueda.

—¿Os conoce? —preguntó Roger—. ¿Sabía que estabais aquí en el norte?

—Me conoce a mí —precisó Pony.

—Vino siguiendo la pista de alguien con poderes mágicos, aunque no sabía de quién se trataba —continuó el guardabosque—. Nosotros estamos fuera de la ley, Roger, tanto Pony como yo. Nos lo oíste decir aquella vez que hablamos con Juraviel poco después de que la caravana pasara por los pueblos del norte. La iglesia quiere recuperar las gemas mágicas; sin embargo, por la tumba de nuestro amigo Avelyn no las devolveremos. De modo que han ordenado a los asesinos que nos persigan; me temo que no deben de andar lejos. —A pesar de la gravedad de sus palabras, el guardabosque brindó a Roger una reconfortante sonrisa—. Pero nuestra tarea será más fácil si Roger Descerrajador desea unirse a nuestra causa.

Roger sonrió de oreja a oreja.

—Tienes que comprender que también tú serás considerado fuera de la ley a los ojos de la iglesia —comentó Pony.

—Aunque mi tío remediará esa situación cuando esto acabe —se apresuró a añadir Connor.

—¿Tienes previsto huir o plantarles cara en tu propio terreno? —preguntó Roger con determinación.

—No voy a perder el tiempo mirando alrededor por si me acechan unos asesinos —replicó el guardabosque en un tono tan severo que provocó un escalofrío a lo largo del espinazo de Connor—. Que sean ellos quienes miren atrás por si yo los acecho.

Su espíritu recorrió el sombrío bosque. Pony vio a Belli’mar Juraviel avanzando a media altura, de rama en rama, en un bosquecillo y lo adelantó. El sensible elfo enderezó las orejas, pues, aunque el espíritu de Pony era invisible y silencioso, los agudos sentidos de Juraviel percibieron algo.

Luego la mujer bajó a ras del suelo, volando como llevada por el viento. Encontró a Connor, vigilando los límites del pequeño campamento montado en su dorado caballo. Incluso vio su propio cuerpo, sentado con las piernas cruzadas, a considerable distancia detrás del hombre. Y aún más lejos, detrás de su forma corporal, vio un grueso olmo con una oscura abertura en la base del tronco. Elbryan había penetrado por aquella abertura y estaba consultando al Oráculo; Pony no se atrevió a entrar y perturbar sus profundas meditaciones.

En lugar de eso, sus pensamientos siguieron dedicados a Connor, intentando conseguir cierta perspectiva con respecto a lo ocurrido entre los dos. En cierto modo, encontraba reconfortante su forma de protegerla vigilando a caballo el pequeño campamento, y por supuesto el noble la había impresionado con su decisión de salir en su búsqueda para avisarle del peligro. Durante todo aquel tiempo Connor había sabido que ella tenía las gemas, o por lo menos lo había sospechado, y sabiendo además que aquellas gemas eran el objetivo principal de la iglesia, habría podido ir hacia el sur, hacia regiones más pobladas para huir de los asesinos. También habría podido traicionarla, con lo cual habría podido quedarse confortablemente en Palmaris, pues la iglesia ya no lo habría considerado enemigo. Pero no lo había hecho; se había dirigido hacia el norte para avisarle, y se había puesto del lado de sus amigos, los Chilichunk.

Pony nunca había odiado a Connor, ni siquiera la mañana siguiente a la trágica noche de bodas. Creía con todo su corazón que el hombre se había equivocado, pero que sus acciones habían sido propiciadas por una auténtica frustración desencadenada por ella. Y en un último análisis de lo sucedido aquella noche había llegado a la conclusión de que Connor no había sido capaz de seguir controlando su deseo por ella, pero la quería demasiado para hacerla suya de aquel modo.

Pony lo había perdonado hacía mucho, desde sus primeros días al servicio del ejército del rey.

Pero ¿qué sentía ahora cuando miraba al hombre que había sido su marido?

Se daba cuenta de que no era amor, de que nunca lo había sido, pues sabía cómo se sentía cuando miraba a Elbryan, y era algo muy diferente, sin duda algo muy particular. Pero quería a Connor. Había sido su amigo cuando más lo necesitaba; gracias a su afabilidad durante los meses en que la cortejó, ella había empezado a recorrer el camino de la recuperación de sus recuerdos y de su salud emocional. Si las cosas hubieran salido mejor en la noche de bodas, ella habría podido seguir casada con él, le habría dado hijos, habría…

El hilo del pensamiento de Pony se interrumpió bruscamente, cuando se dio cuenta de que ya no lamentaba lo sucedido en la noche de bodas. Por vez primera llegó a comprender las ventajas de lo que había considerado una horrible experiencia. Aquella noche la había situado en una trayectoria que la llevaría a ser lo que ahora era, la había alistado en el ejército, donde recibió un adiestramiento y una disciplina soberbiamente adecuados a sus naturales cualidades para la lucha. Aquella experiencia la llevó luego junto a Avelyn, con el que aprendió las verdades más profundas y con el que ganó espiritualidad. Y el giro de los acontecimientos en Palmaris la había, por fin, llevado de nuevo hasta Elbryan. Sólo ahora, al analizar sus sentimientos por el guardabosque y compararlos con lo que había sentido por otro hombre en otro tiempo, Pony se daba cuenta de hasta qué punto su amor era algo realmente especial.

Habían peleado durante meses contra los monstruos invasores, habían perdido a amigos muy queridos, y ahora su familia adoptiva y otro amigo estaban al parecer en peligro. Pero Pony no se cambiaría por nadie, ni cambiaría aquel preciso momento, ni aquel preciso lugar, por ninguna otra alternativa posible. Las lecciones de la vida a menudo eran amargas, pero constituían piezas indispensables para la formación.

Así, Pony se sintió reconfortada al ver a Connor Bildeborough montando una estoica guardia en torno a ella y a Elbryan. Y en aquel momento se reconcilió con su pasado.

Pero, consciente de que no podía demorarse y saborear el momento, su espíritu se fue de nuevo hacia el bosque. Encontró a Roger y, cerca de él, a Juraviel saltando de árbol en árbol, pero siguió adelante escrutando las sombras en busca de alguna señal.

Tengo miedo de la influencia de la iglesia, tío Mather, admitió Elbryan. Estaba sentado sobre una roca en la estrecha cueva, mirando hacia las profundidades del apenas visible espejo. ¿Cuántos de esos asesinos nos perseguirán?

El guardabosque se recostó y suspiró; era evidente que la iglesia no cesaría en su empeño y, al final, algún día en algún lugar remoto, él y Pony perderían. O perderían en Saint Mere Abelle, adonde Elbryan sabía que tenían que ir a causa de Bradwarden y de los Chilichunk, la familia adoptiva de Pony.

Pero tengo que continuar la lucha, dijo al fantasma de su tío. Tenemos que continuar la lucha en honor de la memoria de Avelyn, en honor de la verdad que encontró entre los intrincados caminos de su orden. Y, para continuar esa lucha, no tardaremos en meternos en la boca del lobo.

Pero primero… ah, tío Mather, poco faltó para que antes un hermano Justicia me venciera, y también a Pony y a Avelyn. ¿Cómo nos apañaremos con asesinos tan expertos?

Elbryan se frotó los ojos y clavó la mirada en el espejo. Aparecieron ante él las imágenes de su primera lucha contra la iglesia, cuando Quintall, el antiguo compañero de clase de Avelyn, con el sobrenombre de hermano Justicia, había peleado con él en una cueva. El asesino había preservado la cueva de cualquier magia mediante una piedra solar, la misma gema que había en la empuñadura de la espada de Elbryan.

Y había utilizado un granate para localizar a Avelyn, pues esa piedra detectaba la magia.

Un granate…

En la cara de Elbryan se dibujó una sonrisa: la respuesta se le apareció con claridad. Saltó de la silla y se escabulló por el estrecho agujero de salida de la cueva, corrió hacia Pony y la sacudió vigorosamente para hacerla salir de su trance.

El espíritu de la chica percibió las sacudidas de su forma corpórea y regresó al cuerpo; en unos instantes sus ojos físicos empezaron a parpadear.

Elbryan la observó con atención; detrás de él, Connor desmontó del caballo y se acercó para ver qué ocurría.

—No hay que volver a utilizar la piedra del alma —explicó el guardabosque.

—Con mi espíritu liberado, puedo explorar a mucha más distancia que los demás —argumentó la mujer.

—Pero si nuestros enemigos utilizan el granate, percibirán las vibraciones de tu magia —razonó Elbryan. Pony asintió con la cabeza; ya habían hablado de aquel posible problema—. Tenemos un granate —prosiguió Elbryan—, el que le quitamos a Quintall. ¿En qué medida será tu exploración más eficaz con el vasto poder de detección de esta piedra?

—Si es que están utilizando magia —señaló Pony.

—¿Cómo podrían esperar encontrarnos en este extenso territorio sin tal ayuda? —expuso el guardabosque.

Pony reflexionó y lo examinó un buen rato; Elbryan advirtió la mirada llena de curiosidad que le dirigía la mujer.

—De repente pareces muy seguro de ti mismo —comentó.

La sonrisa de Elbryan se ensanchó.

—Quintall fue un enemigo mortalmente peligroso —recordó Pony—. Él solo casi acaba conmigo, contigo y con Avelyn.

—Únicamente porque planteó la batalla de la forma que más le convenía —replicó el guardabosque—. Contó con el factor sorpresa y con la ventaja de elegir y preparar el lugar. Esos dos asesinos podrán ser formidables luchadores, pero si contamos con el factor sorpresa y con la ventaja de escoger el lugar, entonces la batalla se decidirá pronto, no me cabe la menor duda.

Pony no parecía convencida.

—Un fallo del plan de Quintall fue la arrogancia —continuó el guardabosque—. Jugó su baza muy pronto, en el Aullido de Sheila, porque se sintió invencible y creyó que su adiestramiento para la lucha lo había elevado por encima de todos los demás.

—En parte no le faltaba razón —dijo Pony.

—Pero su adiestramiento y el de nuestros actuales enemigos no iguala al que recibí de manos de los Touel’alfar, ni el que has recibido tú de mí y de Avelyn, ni el que hemos obtenido a lo largo de meses de luchas. Y contamos con tres poderosos aliados. No, mi temor ante tal situación ha disminuido considerablemente. Si puedes utilizar el granate para seguir la pista de nuestros adversarios, los llevaremos a un lugar que previamente habremos preparado y los haremos pelear de un modo para el que no estén preparados.

A Pony aquello le pareció muy lógico y, desde luego, estaba segura de que podría seguir la pista de los asesinos de la manera que Elbryan había descrito. Los monjes estarían sirviéndose de magia para detectar magia y, por consiguiente, ella podría utilizar magia para detectar la que ellos estarían empleando.

—Una vez que los hayamos localizado, sabremos que también ellos nos habrán descubierto —prosiguió el guardabosque—; conoceremos su destino, pero apenas sabrán nada de nosotros.

—Podremos escoger el momento y el lugar —declaró Pony. Inmediatamente se puso manos a la obra y no tardó en percibir que alguien estaba utilizando magia; probablemente se trataba del granate de los monjes. No obstante, fue una percepción efímera y Pony se imaginó que los dos monjes también habían detectado que ella estaba utilizando magia y, por lo tanto, habían cambiado de táctica.

—Me parece que han levantado un escudo protector con la piedra solar —explicó la mujer a Belli’mar Juraviel, al ver que el elfo se había reunido con ella.

—Pero ¿acaso no se trata también de utilización de magia? —inquirió el elfo—. ¿No puedes detectarlo?

La cara de Pony se arrugó ante aquella sencilla pero en cierto modo engañosa lógica.

—No es lo mismo, la piedra solar es antimagia —explicó—. Yo podría activar un escudo semejante utilizando la piedra que hay en la empuñadura de Tempestad y, aunque nuestros enemigos utilizaran el granate, no les serviría de nada.

Juraviel sacudió su delicada cabeza sin creer una palabra de todo aquello.

—Para los elfos, el mundo entero es mágico —explicó—; todas las plantas, todos los animales, poseen energía mágica.

Pony se encogió de hombros, pues consideró absurdo discutir aquel punto.

—Si la piedra solar anula toda magia, habrá un agujero en la continuidad mágica —prosiguió Juraviel—, una zona vacía, un hueco en la capa de magia que se extiende por doquier.

—No puedo… —empezó a decir Pony.

—Porque no has aprendido a ver el mundo a través de los ojos de los Touel’alfar —la interrumpió el elfo—. Únete a mí espiritualmente, como solías hacer con Avelyn, de forma que podamos explorar juntos para encontrar el agujero y, por consiguiente, a nuestros enemigos.

Pony lo pensó sólo un minuto. Su unión con Avelyn mediante la hematites había sido personal, íntima, y la había dejado increíblemente vulnerable; pero al considerar su amistad con el elfo, no vio ningún peligro en absoluto. No creía que Juraviel tuviera razón en aquel punto, pensaba que la perspectiva del elfo no era más que eso: una diferente manera de mirar las mismas cosas. Pero sacó la piedra del alma y los dos se dispusieron a explorar con el granate.

Pony quedó inmediatamente asombrada al percibir que el mundo parecía mucho más vibrante, al sentir un fulgor mágico en torno a todas las plantas y a todos los animales. Pronto, muy pronto, encontraron el agujero al que Juraviel se había referido y pudieron seguir la pista a los monjes con la misma facilidad que si hubieran utilizado granate en lugar de piedra solar.

Guíame, le comunicó Juraviel, y ella sintió que el elfo había salido físicamente de aquel punto y seguía la pista para encontrar a sus enemigos.

Cuando regresó al campamento, apenas tres horas después, lo que contó sobre los monjes superaba todo lo que Elbryan podía haber esperado. El elfo los había encontrado y observado, oculto entre las ramas de los árboles. Era particularmente importante el hecho de que no disponían de armas de largo alcance, salvo una o dos pequeñas dagas y algunas piedras mágicas. Juraviel incluso había podido oír a escondidas una conversación sobre la captura de Pony, a la que llevarían viva ante el padre abad Markwart.

El guardabosque sonrió; con sus arcos y las gemas de Pony podrían más que contrarrestar cualquier ataque de largo alcance, y la conversación de los dos monjes acerca de capturar a Pony demostraba que no se habían enterado de lo que les esperaba.

—Conduzcámoslos hacia nosotros —le pidió a Pony—. Preparemos el campo de batalla.

El pequeño altiplano parecía un lugar adecuado para un campamento, pues estaba situado en la plataforma de un monte rocoso y tenía sólo un posible acceso, que además era escarpado y peligrosamente desprotegido.

Había una zona despejada, con una pequeña hoguera encendida, rodeada de rocas por los cuatro costados salvo por uno, donde había un bosquecillo.

El hermano Youseff sonrió perversamente; el granate indicaba que alguien estaba utilizando magia en aquellos andurriales. Guardó la piedra en una bolsa que pendía del cinturón de cuerda del hábito marrón, que él y Dandelion habían vuelto a ponerse en cuanto hubieron salido de la ciudad. Tomó la piedra solar y pidió a Dandelion que le diera la mano para aunar sus poderes y así conseguir un escudo antimagia más potente.

—Se proponen utilizar magia contra nosotros —explicó Youseff—. Es su principal arma, sin duda; pero si somos lo bastante fuertes para inhibir sus efectos, de poco les servirán sus armas convencionales frente a nuestro superior adiestramiento.

Dandelion, muy fuerte físicamente y muy bien entrenado, esbozó una sonrisa burlona ante la perspectiva de un combate cuerpo a cuerpo.

—Primero mataremos a los compañeros de la mujer —explicó Youseff—. Luego iremos por ella. Si tenemos que matarla, lo haremos. En caso contrario, nos la llevaremos junto con las gemas y emprenderemos el regreso.

—¿A Palmaris, primero? —preguntó Dandelion, pues ansiaba otra oportunidad con Connor Bildeborough.

Youseff, comprendiendo la suprema importancia de aquella parte de su misión, sacudió la cabeza.

—Nos limitaremos a cruzar la ciudad para regresar a Saint Mere Abelle —anunció. Cerró su mano sobre la de Dandelion y le ordenó—: Concéntrate.

Pocos minutos más tarde, con el eficaz escudo antimagia bien situado, los dos monjes empezaron a trepar por el risco rocoso, avanzando en silencio y llenos de confianza.

Cuando estaban casi arriba atisbaron por encima del saliente y sonrieron satisfechos, pues en aquel lugar, sentado junto a la mujer, estaba Connor Bildeborough: parecía que podrían matar dos pájaros de un tiro.

Tras intercambiar una mirada para coordinar el avance, se lanzaron por encima del saliente y aterrizaron suavemente adoptando una postura defensiva.

—¡Bienvenidos! —exclamó Connor con un tono de voz despreocupado, que desconcertó a los monjes—. ¿Os acordáis de mí?

Youseff lanzó una rápida mirada a Dandelion y dio una súbita zancada hacia adelante, con la cual salvó una tercera parte de la distancia que lo separaba del noble, que todavía permanecía sentado. Inmediatamente después se tambaleó: una pequeña flecha se le había clavado en la parte posterior de la pantorrilla y le había cortado un tendón.

—Oh, me parece que mis amigos no dejarán que os acerquéis —dijo Connor alegremente.

—No os podéis imaginar lo perdidos que estáis —añadió Roger Descerrajador avanzando desde detrás de unas rocas para situarse justo detrás de Pony y Connor—. ¿Por casualidad no os habéis tropezado con alguien a quien llaman el Pájaro de la Noche?

Aprovechando aquella oportunidad, el guardabosque, con un soberbio aspecto, a lomos de Sinfonía y con Ala de Halcón en la mano, salió del bosquecillo.

—¿Qué vamos a hacer? —murmuró Dandelion.

Youseff clavó su furiosa mirada en Connor.

—Has desacreditado y deshonrado a tu tío y a toda tu familia —gruñó—. Ahora eres un proscrito, al igual que esos estúpidos harapientos a los que llamas amigos.

—Valientes palabras para alguien que se encuentra en tu situación —replicó Connor con indiferencia.

—¿Eso crees? —inquirió Youseff, con súbita calma. Con la mano que apretaba su pierna herida, hizo una seña subrepticia a Dandelion.

Repentina y brutalmente Dandelion cargó por delante de su compañero y saltó hacia Connor, al tiempo que este se levantaba y desenvainaba la espada con tal rapidez que impidió cualquier reacción. Dandelion apartó a un lado la espada de Connor y, con un terrible golpe de antebrazo en la garganta, lo derribó al suelo. Luego saltó por encima de él obligando a Roger a retroceder hasta las rocas.

Youseff saltó con su pierna sana detrás de Dandelion, con la intención de alcanzar a la mujer y hacerle una presa mortal que le permitiría pactar la retirada. Pero, al igual que en el ataque inicial, el confiado monje infravaloró a su oponente, pues no contaba con el enorme poder de Pony con las piedras. El escudo antimagia resistía todavía, aunque no tanto como al principio, pues los dos que lo habían construido estaban ocupados en otras cosas; no obstante, aunque Youseff y Dandelion se hubieran concentrado sólo en la piedra solar, no habrían podido neutralizar el poder de Pony.

Youseff sintió que sus pies se deslizaban, no para hacerlo caer, sino más bien para elevarlo, de forma inofensiva, en el aire. La inercia continuó impulsándolo hacia adelante, hacia Pony, pero cuando llegó hasta ella en aquel extraño estado de ingravidez, cayó de cabeza con un medio salto mortal. Entonces sintió un súbito pinchazo en la espalda, pues Pony dio una voltereta, le propinó un golpe contundente con ambos pies y lo impulsó de nuevo por encima del risco por donde había aparecido, dejándolo colgado e inofensivo en el saliente.

Abrumado por el ataque, Roger no estaba en situación de contrarrestarlo cuando Dandelion se dio la vuelta para golpear de nuevo a Connor, mientras este hacía esfuerzos por levantarse. El monje se le echó encima y lo forzó a caer al suelo. A continuación, alzó su poderoso brazo con los dedos de la mano rígidos y rectos, dispuestos para asestar un golpe mortal contra el desprotegido cuello de Connor.

El noble gruñó, intentó gritar y retorcerse para librarse de su agresor. Cerró los ojos sólo un instante.

Pero el golpe no se produjo. Connor abrió los ojos y vio a Dandelion todavía en actitud de descargar el golpe, esforzándose por hacerlo y con una expresión en el rostro de absoluta incredulidad ante lo que retenía de aquel modo su poderoso brazo.

El Pájaro de la Noche lo sujetaba con fuerza por la muñeca.

Dandelion se dio la vuelta con una agilidad increíble para alguien tan robusto, al tiempo que inclinaba el hombro hacia abajo para tumbar al guardabosque. Pero Elbryan también se movió: se dio la vuelta por debajo del brazo de Dandelion y lo retorció con tal fuerza que desencajó el codo del monje.

Aullando de dolor, Dandelion realizó un giro y lanzó un contundente puñetazo, pero este distó mucho de alcanzar al Pájaro de la Noche, pues el guardabosque se había echado a un lado. Inmediatamente arremetió de nuevo contra Dandelion con una potente combinación de golpes en la cara y en el pecho.

El robusto monje avanzó gruñendo por el dolor del brazo y encajando los golpes para poder acercarse lo suficiente a Elbryan y dominarlo con una apretada llave.

El guardabosque agarró a Dandelion por la barbilla con una mano, y con la otra le tiró el pelo de la nuca con objeto de mantenerlo a raya. De repente, se detuvo al advertir una curiosa protuberancia en el pecho del monje. Al principio creyó que Dandelion lo había engañado en cierto modo y que llevaba una daga para atacarlo, pero cuando miró más allá, hacia Connor Bildeborough que estaba detrás del monje, el guardabosque lo comprendió.

Dandelion, con la espada de Connor atravesada en la espalda y el pecho, se desplomó en brazos del guardabosque.

—Bastardo —murmuró Connor con severidad, dando un paso atrás para recobrar la espada mientras Dandelion rodaba muerto por el suelo.

El Pájaro de la Noche lo dejó caer, se fue hacia Sinfonía y cogió Ala de Halcón; puso una flecha y se dirigió hacia Youseff. Apuntó y tensó el arco.

Pero la amenaza había desaparecido y los monjes habían sido derrotados; Elbryan simplemente no podía matarlo.

—No lo hagas —dijo Pony en completa sintonía con el guardabosque mientras este aflojaba la cuerda del arco.

—Lo mataré yo —dijo Connor con aire grave.

—¿Mientras está ahí colgando desvalido? —preguntó con escepticismo Pony.

Connor pateó el suelo.

—Entonces, hagámoslo caer sobre las rocas —dijo. No hablaba en serio; al igual que Elbryan, él tampoco podía matar a aquel hombre inerme.

Pony se alegró al constatarlo.

—Vamos a rescatar a nuestros amigos —dijo el guardabosque a Youseff—, a quienes el padre abad ha encarcelado injustamente.

Youseff se burló de la absoluta locura de tal pretensión.

—Y tú nos guiarás, paso a paso —acabó diciendo el guardabosque.

—¿A Saint Mere Abelle? —preguntó, incrédulo, el monje—. ¡Qué insensatez! No podéis ni siquiera imaginaros el poder de semejante fortaleza.

—Tampoco tú pudiste ni siquiera imaginar lo que habíamos preparado contra vosotros —replicó Elbryan sin inmutarse.

Sus palabras alteraron profundamente a Youseff, que frunció el entrecejo con gesto amenazador y clavó la mirada en Elbryan.

—¿Cuánto tiempo vais a dejarme aquí colgado? —preguntó con voz uniforme y mortalmente fría—. Acabad conmigo, imbéciles, de lo contrario os prometo vengarme…

Pero su bravata se interrumpió bruscamente al pasar por delante de él una figura diminuta que lo hizo girar en el aire. El monje se resistió e intentó responder; entonces advirtió que ya no tenía en la mano la piedra solar. Cuando al fin dejó de girar, Youseff vio al alado elfo que aterrizaba suavemente en la plataforma junto a los demás.

—Una piedra solar, como suponías, Pájaro de la Noche —dijo Juraviel, mientras mostraba la piedra que acababa de hurtar—. Sospecho que el granate está en la bolsa del cinturón, a menos que la tenga el hombre muerto.

Mientras Juraviel hablaba, Elbryan observaba atentamente a Youseff; comprobó que las palabras del elfo habían acobardado al monje.

—Quizá tiene también una piedra del alma —puntualizó Pony—. Un medio para estar en contacto con sus jefes.

—Naturalmente, no dejaremos que la utilice —dijo Connor con una risita; a continuación, se dirigió al guardabosque y añadió—: Pero permíteme que discrepe de tu decisión. No nos conducirá a Saint Mere Abelle sino que lo devolveremos a Saint Precious, donde deberá responder por el asesinato del abad Dobrinion. Yo lo llevaré personalmente, en compañía de Roger Descerrajador, y haré que la iglesia conozca la verdad sobre el padre abad.

Elbryan se quedó pensativo mirando a Connor, mientras consideraba por unos instantes las consecuencias de su acción, con la que le había salvado la vida. Si hubiera vacilado un solo momento, Connor Bildeborough, el hombre que tan injustamente había tratado a Pony, también habría muerto.

El guardabosque no podía permitirse semejantes debilidades de espíritu, por lo que se apresuró a desechar esos oscuros pensamientos; en lo más profundo de su corazón sabía que se hubiera interpuesto en la trayectoria del golpe mortal del monje, si esa era la única forma de salvarlo a él o a cualquiera de sus compañeros.

Miró de nuevo a Youseff y analizó si eran acertadas las palabras de Connor. Recordó el fanatismo del primer hermano Justicia y comprendió que Youseff no sería un guía bien predispuesto, por mucho que lo amenazaran. En cambio, si hacían lo que Connor sugería, tal vez no estarían solos en la empresa de liberar a sus amigos. ¿Acaso la iglesia no tendría que admitir su complicidad para desacreditar así al padre abad?

Parecía verosímil.

—Llévatelo —le ordenó el guardabosque.

Belli’mar Juraviel voló por encima de la plataforma hasta situarse detrás del suspendido Youseff. Empleando su arco como si fuera un palo, el elfo lo empujó hacia la plataforma. Al principio el hombre no ofreció resistencia, pero al acercarse al saliente y quedar a menos altura, dio un giro brusco, adelantó la mano hacia el elfo y cogió el arco mientras Juraviel, prudentemente, lo soltaba. Sin embargo, el monje no encontró modo de contener su impulso, por lo que siguió girando.

Y se encontró con Elbryan en el saliente, con el puño cerrado.

El golpe lo hizo rodar de cabeza hacia fuera de la plataforma y lo dejó inconsciente.

Entre risas por el lamentable espectáculo, Juraviel recuperó el arco y empujó al desmayado monje hasta la plataforma.