Capítulo XXIII

Chatín se da un golpe en un pie

Primero los niños acompañaron a los tres hombres a la casilla de los botes, donde les enseñaron la ventana rota y el lugar donde terminaban las huellas de los trineos.

—Y ahí es donde los encontramos casi ocultos por la nieve —dijo Chatín, señalando el lugar.

Los policías penetraron en el cobertizo, que estuvieron examinando sin hablar apenas. Al regresar menearon la cabeza.

—Aquí es imposible esconder gran cosa —dijo el inspector—. Pero no cabe duda de que los hombres estuvieron aquí, a juzgar por la cantidad de colillas y cerillas gastadas. Ahora vamos a cruzar el lago. Escarbaremos la nieve de trecho en trecho por si acaso hubiera algún rastro en el hielo de debajo.

Así lo hicieron, pero sin lograr descubrir ninguna huella de los trineos. Una vez en la otra orilla del lago comenzaron un registro sistemático. El inspector les adjudicó una zona a cada uno. La nieve alcanzaba una altura considerable en algunos puntos y era muy probable que las cajas estuvieran escondidas por allí.

Fue un trabajo pesado el pisotear la nieve buscando en ella algo duro, como eran las cajas. Pronto agotaron todas las zonas señaladas por el inspector y continuaron campo traviesa, pero allí la nieve estaba perfectamente uniforme y virgen, siendo evidente que las cajas no estaban escondidas allí, o de otro modo la nieve aparecería removida y desigual.

—Bueno, parece que no hemos tenido mucho éxito, ¿verdad? —dijo el señor Martin decepcionado—. Hemos examinado ya toda esta orilla del lago, el resto tiene arbustos hasta el mismo borde del agua, y no es probable que esos hombres pasaran por ahí.

—Será mejor dejarlo por esta tarde —repuso el inspector—. No creo que traten de llevarse las cajas mientras haya tantas dificultades para conseguir un medio de transporte… por ejemplo, un camión, que pudiera transportarlas por carretera. Estén donde estén, esas cajas continuarán escondidas hasta que las carreteras estén limpias de nieve. Entonces esos hombres no perderán ni un minuto para sacarlas de su escondite y llevárselas todas a la vez por la noche.

—Cierto —repuso el señor Martin—. Entonces volveremos a Villa Rat-a-Tat para merendar. Ya empieza a oscurecer, y apenas vemos lo que hacemos.

Se volvieron para regresar por el lago. El tiempo había mejorado y en algunos puntos la nieve comenzaba a derretirse a toda prisa. Una vez junto a la orilla se dispusieron a cruzarlo en dirección a la casilla de los botes.

El señor Martin iba delante hablando con los dos policías, y Chatín y «Ciclón» cerraban la marcha sin dejar de ir apartando la nieve que cubría por completo la superficie helada.

De pronto Chatín se golpeó el pie contra algo duro y lanzó un grito de dolor.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Nabé.

—Me he hecho daño —replicó Chatín sosteniéndose sobre un solo pie, y sujetándose el otro con las manos—. ¡Oh, me he hecho polvo el dedo gordo, a pesar de mis botas de goma!

—No armes tanto revuelo —dijo Nabé—. Habrá sido un poco de nieve helada.

—No —replicó Chatín indignado, buscando inmediatamente en lo que había tropezado y que no tardó en encontrar.

—¡Mira esto, Nabé! —le gritó—. Es un trozo enorme de hielo. ¡Mira! No es sólo un poco de nieve helada. No es extraño que me haya deshecho el pie.

Nabé retrocedió hasta donde estaba Chatín y contempló el pedazo de hielo que éste acababa de descubrir. Era bastante curioso… grande, circular y macizo, y estaba sobre la superficie helada del lago. Nabé lo miró sorprendido.

—¿Por qué será redondo? —dijo—. Qué pedazo de hielo más curioso. —Lo contempló más de cerca y al fin lanzó un grito que sobresaltó a Chatín en gran manera.

—¡Eh, papá! ¡Inspector! ¡Vengan aquí un momento… de prisa!

Chatín contempló a Nabé como si éste se hubiera vuelto loco, y «Ciclón» empezó a dar vueltas ladrando desaforadamente como hacía siempre que les veía excitados. El señor Martin y los dos policías se volvieron sorprendidos y regresaron lo más rápidamente posible.

—¿Qué ocurre? —preguntó el inspector—. ¿Habéis encontrado algo?

—Sí, este pedazo de hielo —repuso Nabé—. Miren… es perfectamente circular y muy grande. Ha sido aserrado de la superficie helada del estanque.

—¡Ah! Ahora sí que la cosa se pone caliente —dijo el inspector arrodillándose para examinar el círculo de hielo—. Es una circunferencia perfecta… hecha con una sierra, naturalmente, como tú has dicho. Pero ¿por qué? ¡Ajá! Esto es muy interesante. ¡Qué lástima que ya haya oscurecido! Veamos. ¿No podríais ir vosotros a la casa y traer linternas y algunas palas para quitar la nieve de encima del hielo? Hemos de ver de dónde han cortado ese pedazo.

Terriblemente excitados los cuatro niños corrieron hacia la casa en donde cogieron linternas y palas, saliendo de nuevo a toda prisa sin apenas contestar a las preguntas de extrañeza de la señora Cosqui.

Con las linternas iluminaron la nieve cercana al lugar donde Chatín había encontrado el fragmento circular de hielo, y las palas fueron utilizadas para quitar la nieve que lo cubría.

—Será mejor que tengamos cuidado para no caer en el agujero que habrá quedado en el lugar donde quitaron este pedazo de hielo —dijo Roger.

—No hay miedo —dijo el señor Martin—. El agua habrá vuelto a helarse casi inmediatamente.

Al cabo de cinco minutos se oyó gritar a Nabé:

—¡Ya lo he encontrado! Debe ser éste. ¡Miren!

Se acercaron a él iluminando sus pies con las linternas. Y allí debajo de la nieve había un círculo de hielo claramente definido en la superficie del estanque que indicaba el lugar de donde cortaron el pedazo de hielo, y donde el agua había vuelto a helarse.

—Se parece bastante a esas tapaderas redondas de los desagües que se ven en las calles —dijo la niña—. ¡Cielo santo! ¿Ustedes… creen posible… que esos hombres echaran las cajas al agua sabiendo que luego la superficie volvería a helarse escondiéndolas perfectamente?

—Eso parece —replicó el inspector contemplando el nuevo círculo de hielo en el que encajaba perfectamente el que había sido cortado—. ¡Qué idea tan ingeniosa! Estanislao y Jaime son hombres de inteligencia.

—¿Qué hacemos, inspector? —preguntó el sargento con gran interés—. Está oscureciendo.

—Creo que podemos dejar las cosas tal como están hasta mañana —replicó el policía—. No es probable que esos hombres intenten sacar las cajas del lago hasta que el tiempo haya mejorado lo bastante para que un camión venga a recogerlas. Volveremos mañana y será emocionante cortar otro círculo de hielo para inspeccionar el agua que hay debajo.

Todos quedaron un tanto decepcionados por tener que esperar hasta el día siguiente.

—Yo no podré dormir pensando en esto —dijo Chatín—. Inspector, ¿no podríamos hacerlo ahora? Traeré una sierra y hay muchas velas.

—¡Tonto! Se apagarían —dijo Roger.

El inspector ni si quiera se molestó en contestarle y echó a andar hacia Villa Rat-a-Tat, muy satisfecho. Nadie se fijó en que Chatín cojeaba y que estaba enfadado. De no haber tropezado contra el círculo de hielo, nadie hubiera descubierto nunca aquel escondite tan ingenioso, y consideraba que por lo menos podían compadecerse de su dedo pulgar.

La señora Cosqui al enterarse de la noticia quedó sorprendida y emocionada.

—¿Quién iba a pensarlo? —dijo—. Haber hecho un agujero en el hielo para esconder las cajas. ¡Vaya una ocurrencia! Vaya, esos hombres tienen grandes ideas. ¡Primero golpear la puerta con el aldabón a medianoche para asustarnos y hacemos huir, y luego simular que el muñeco de nieve se paseaba! Me alegraré mucho cuando les tengan seguros bajo llave y cerrojo, señor inspector.

—Y yo —repuso el policía—. Me alegraré muchísimo. Claro que no sabes con certeza qué encontraremos en esas cajas que están en el agua, ni lo que contienen. Pero tengo grandes esperanzas, sí, muchas esperanzas.

—Imagínese… tener que esperar toda una noche antes de averiguarlo —se lamentó Chatín amargamente—. «Ciclón», ¿qué te parece si nos escapáramos a medianoche y fuéramos a averiguarlo por nuestra cuenta? ¿Estás tu dispuesto?

«Ciclón» estaba dispuesto a todo, naturalmente, y así lo demostró, pero el inspector no estuvo de acuerdo con semejantes sugerencias.

—Nadie debe volver a acercarse al lago hasta que el sargento y yo vayamos mañana por la mañana —le anunció—. Pasaremos la tarde apaciblemente y esperemos que mañana tengamos mejor suerte.

Ciertamente la tarde transcurrió en medio de la mayor cordialidad, ya que el inspector resultó ser un espléndido narrador de historias interesantes. Y Chatín escuchaba con la boca abierta los medios de que se vale la policía para descubrir los crímenes.

—¡Caramba! —dijo asombrado cuando el inspector hubo descrito la captura de un espía particularmente inteligente—. Yo nunca haré nada malo, nunca. Nadie tiene la menor oportunidad de escapar si tiene que habérselas con usted, inspector. Me parece que cuando sea mayor ingresaré en el Cuerpo de Policía. «Ciclón» me servirá para seguir el rastro de los delincuentes, apuesto a que sí.

«Ciclón» depositó el cepillo a los pies de Chatín, como si se tratase de un hueso exquisito, y su amo le miró con el entrecejo fruncido.

—¡Idiota! Yo te estoy alabando delante del inspector y tú haces tonterías como ésta. Devuélvelo en seguida, y pide perdón a la señora Cosqui. ¡De prisa, antes que lo coja «Miranda»!

El señor Martin se echó a reír. Chatín siempre le divertía.

—Es hora de acostarse —dijo—. Recordad que mañana nos espera una tarea muy difícil.