Nabé reflexiona
—¡Chatín! ¿Cómo entraste ahí?
—¿Qué ha ocurrido? ¡Caramba, estás helado!
—Acércate al fuego, Chatín; tienes las manos como el hielo.
Todos hablaban al mismo tiempo, y Diana arrastró al tembloroso niño hasta el fuego, que ahora ardía perfectamente. La señora Cosqui estaba atónita de ver que había pasado toda la noche en el sótano. ¿Qué quedaría aún por ocurrir?
Chatín se arrimó al fuego cuanto le fue posible extendiendo las manos hacia las llamas.
—Vaya un frío que hace en el sótano —dijo agradeciendo el calorcillo—. De no haber sido por «Ciclón» que ha hecho las veces de botella de agua caliente, me habría quedado helado.
—Pero Chatín, ¿cómo te encerraste ahí? ¿Qué estabas haciendo paseándote de noche por la casa? —exclamó la señora Cosqui.
—Tuve una aventura —dijo Chatín reanimándose al calor de la lumbre—. Oí un ruido a medianoche y bajé a ver qué era…
—Qué valiente —dijo la niña admirada—. Yo no hubiera sido capaz de bajar.
Chatín continuó el relato de sus andanzas nocturnas; de cómo había mirado por el ojo de la cerradura de la puerta de la cocina, ocurriéndosele la idea de atisbar por la ventana envuelto en la piel de oso, para lo cual salió por la puerta del jardín y dio la vuelta a la casa en todas direcciones.
—Habían varias cajas amontonadas afuera —dijo Chatín— y la puerta de la cocina estaba abierta de par en par.
—¡Pero si yo la cerré! —exclamó la señora Cosqui sorprendida—. ¡Y lo que es más, eché el cerrojo!
—Bueno, pues estaba abierta —insistió Chatín—. ¿Y ahora está cerrada? Nabé fue a mirar.
—Sí, cerrada y con el cerrojo echado. Deben haber entrado por otro sitio, y abierto la puerta de la cocina desde dentro. Y luego, al marcharse, debieron cerrarla otra vez desde el interior, y salir por el mismo sitio que entraron.
—Probablemente por alguna ventana. Lo miraremos en seguida —dijo Roger—. Continúa, Chatín.
Chatín les refirió el resto de la historia… cómo le sorprendieron y cómo había bajado los escalones en su afán de huir de aquellos hombres, que se apresuraron a encerrarle.
—La caja que les vi sacar del sótano debía ser la última —dijo—, pues abajo no vi ninguna parecida. Lo examiné bien. Os aseguro que hacía frío; y menos mal que tuve la suerte de encontrar un colchón viejo en donde he podido dormir.
Realmente era una historia extraordinaria. Y ninguno supo a ciencia cierta qué pensar. Habían ocurrido tantas cosas raras desde que llegaron a Villa Rat-a-Tat…, pero esta última, el que hubieran cajas escondidas en el sótano y se las llevaran a medianoche, era la más sorprendente de todas.
—Supongo que todos estos hechos tan curiosos deben tener alguna relación —dijo Nabé, cuando al fin estuvieron desayunando en la sala de estar. Chatín se había vestido y calentado—. Pero el caso es… ¿cómo?
—Sí, ¿qué relación tiene el que Don Nadie llamara a nuestra puerta a medianoche, con ese Alguien que nos estuvo observando una noche desde la casita de nieve? —dijo Roger.
—¿Y con el muñeco de nieve capaz de andar? —se preguntó Diana—. ¿Por qué fue a mirar por la ventana de la cocina asustando a la señora Cosqui?
—¡Me parece que ya lo sé! —exclamó Nabé de pronto—. Sí. Estoy empezando a comprender que todos estos acontecimientos pueden encajar como las piezas de un rompecabezas.
—¿Qué quieres decir? —intervino Roger un tanto sorprendido.
—No me habléis ahora mientras reflexiono —dijo Nabé untando una tostada con mantequilla—. Estoy empezando a vislumbrarlo.
Chatín estaba comiendo su quinta tostada muy satisfecho de sí mismo y de su aventura. Incluso se sentía con ánimos para fanfarronear, pero los demás no se lo consintieron.
—En realidad no fuiste muy inteligente al bajar solo, en vez de despertarme para que te acompañara —dijo Roger—. De haber ido juntos quizá hubiéramos capturado a esos hombres… encerrándoles en el sótano de la misma manera que ellos te encerraron a ti. ¡Nunca se sabe!
—Creo que ya lo tengo —anunció Nabé de pronto—. Sí, me parece que ahora empiezo a ver claro.
—¿El qué? Cuéntanos —dijo la niña con verdadera ansiedad.
—Pues escuchad. El venir aquí fue una idea repentina de mi padre y mi abuelita —dijo Nabé—. Al parecer esta casa iba a permanecer cerrada hasta la primavera próxima… cerrada y vacía. Pues bien, vino alguien deseando encontrar un buen sitio para esconder algo… tal vez géneros robados… o contrabando. No lo sé…
—¿Y qué mejor sitio que una casa deshabitada que ha de permanecer cerrada varios meses? —exclamó Roger—. Sí, continúa, Nabé.
—De acuerdo. Decidieron traer los géneros aquí con el propósito de esconderlos en el sótano hasta que pasara el peligro y luego llevarlos a donde tuvieran intención —dijo Nabé—. De manera que rompiendo algo, o consiguiendo una llave que abriera una de las puertas, llegan aquí una noche en un automóvil, un camión… o camioneta…
—… trayendo esas cajas para esconderlas en el sótano —dijo Chatín—. ¡Caramba, sí! Eso es. ¡Con la intención de recogerlas a su debido tiempo! Y cerraron la puerta del sótano y se llevaron la llave, por si acaso venía alguien a limpiar, y se le ocurriera echar un vistazo al sótano descubriendo lo que había allí escondido.
—Exacto —replicó Nabé—. Desde luego era un escondite espléndido. Nadie vería llegar un camión o camioneta a un lugar tan apartado como éste, sin casas en los alrededores… ni cómo descargaban las cajas y las escondían en la casa… así como tampoco habría de verlos nadie cuando se las llevaran.
—Y de pronto vinimos nosotros a estropear sus planes intervino Diana. —Qué sorpresa debieron llevarse oí saber que íbamos a quedarnos unos días. ¿Cómo creéis que debieron enterarse?
—Oh, probablemente por alguien del pueblo de Boffame —dijo Nabé—. O tal vez vinieron a echar un vistazo para convencerse de que los géneros escondidos estaban a salvo… y nos descubrieron.
—Y uno de ellos nos espió desde la casa de nieve —exclamó Chatín—. Y perdió uno de sus guantes.
—Pero no veo qué relación puede tener ese Don Nadie que aporreó la puerta —dijo la niña intrigada—. Ni el muñeco de nieve que se asomó anoche a la ventana de la cocina, dando un susto de muerte a la señora Cosqui. No creo que ella lo inventara.
—No lo inventó —dijo Nabé—. Voy a deciros qué relación tienen con todo esto, según mi entender. Yo creo que su intención era la de asustarnos hasta el extremo de hacernos marchar y así de esta manera dejábamos la costa libre para que ellos pudieran volver a cargar su camión, o lo que utilizaran… y esconder la mercancía en cualquier otra parte.
—¡Troncho! —exclamó Chatín admirado ante las explicaciones de Nabé—. Tienes razón. Ese Don Nadie fue sencillamente uno de esos hombres… Jaime o Estanislao… que hizo sonar el aldabón para hacernos creer que la antigua leyenda era verdadera. Yo casi llegué a creerlo… y nos llevamos un susto tremendo.
—Por un milagro no nos fuimos en seguida —dijo la niña—. Sé que a la señora Cosqui le hubiera encantado marcharse.
—Sí, pero ante la contrariedad de esos hombres continuamos aquí… y ayer tuvieron que contemplar cómo nos deslizábamos en los trineos, en vez de regocijarse viéndonos marchar.
—De todas formas no podíamos hacerlo —intervino Roger—. A menos que hubiera venido algún coche a buscarnos, y no pudimos hablar con el padre de Nabé porque el teléfono no funciona.
—Ellos debían ignorarlo —dijo Nabé—. Por eso trataron de asustarnos una vez más, envolviéndose en una sábana blanca, o algo por el estilo, y cogiendo el sombrero del muñeco de nieve para asomarse a la ventana y asustar a la pobre señora Cosqui.
—No me extraña que se asustase —dijo la niña—. Todos pensamos que había visto visiones, pero no era así. ¡Pobre señora Cosqui! ¡Qué horrible debió ser ver al hombre de nieve atisbando por la ventana con sombrero y todo!
—Y viendo que anoche todavía seguíamos aquí, sin ánimos de marcharnos, supongo que debieron darse por vencidos en sus intentos de asustarnos, y decidieron sacar las cajas a medianoche, creyendo que no les oiríamos, y esconderlas en un lugar más seguro —continuó Nabé—. Pero el bueno de Chatín les oyó, y desbarató sus planes.
—Pero no lo suficiente para que no se salieran con la suya —dijo Roger—. Es evidente que se llevaron las cajas. Quisiera saber lo que hay dentro.
—Creo que debemos averiguarlo —prosiguió Nabé—. Esto puede ser bastante más serio de lo que parece. ¡Si por lo menos pudiéramos telefonear a mi padre! ¡Quién sabe el tiempo que tardarán en arreglar los cables!
—Siglos, supongo —replicó Diana—. ¿Qué piensas hacer ahora, Nabé?
—Seguir las huellas que habrán dejado esos hombres al llevarse las cajas —repuso el muchacho—. Se verán claramente en la nieve.
—Pues, en ese caso tendremos que apresurarnos —intervino Roger—. Mirad, el cielo está muy apagado, y está empezando a nevar. Pronto se ocultarán todas las huellas.
—Lo que yo quisiera saber es cómo Don Nadie fue dejando huellas al acercarse a la puerta principal, y ninguna al marcharse —dijo Chatín—. ¿Quién puede explicármelo?
Nadie se molestó en contestarle. Habían salido corriendo en busca de sus abrigos y gorros, para comenzar a seguir las huellas que aquellos hombres debieron dejar al llevarse las pesadas cajas.