¡Cuidado, Chatín!
Chatín se puso la bata y contempló a Roger a la luz de su linterna viendo que estaba bien dormido. ¿Y si le despertase? No, lo mejor era bajar primero para explorar y ver si ocurría algo emocionante, y luego ya tendría tiempo de subir a despertar a Roger.
«Ciclón» seguía gruñendo en tono bajo con el pelo erizado y el cuerpo rígido. No cabía duda de que oía algo.
Chatín comenzó a excitarse.
—¡Aventura nocturna! —susurró a su perro—. Vamos, viejo camarada.
Salieron de la habitación sin hacer ruido, y Chatín cerró la puerta a sus espaldas. Luego de atravesar el amplio descansillo llegaron a la escalera. Chatín apagó su linterna y escuchó. Ahora oía ciertos rumores… ruidos apagados… que creyó provenían de la cocina.
—¿Quién estará allí? —se extrañó—. ¡Tal vez Don Nadie! «Ciclón», será mejor que andemos con cuidado. ¡Troncho! Claro que podría ser el muñeco de nieve. No se me había ocurrido.
Chatín no hubiera soñado nunca que pudiese tropezarse realmente con un hombre, de nieve de haber sido de día, pero en la casa oscura y silenciosa, en la que sonaban ruidos sospechosos, le pareció muy verosímil que pudiera dar de narices con él al doblar la esquina siguiente. Se apretó el cinturón de la bata y fue bajando la escalera sin hacer ruido y con la linterna en la mano.
Sí, decididamente los ruidos venían de la cocina. Eran muy curiosos y Chatín supo clasificarlos. Sonaban golpes… luego como si arrastraran algo pesado… y gruñidos como si alguien se cargara un bulto de mucho peso. ¿Qué estaría ocurriendo?
Chatín llegó al pie de la escalera y atravesando el recibidor dirigióse hacia la puerta de la cocina. La señora Cosqui siempre la dejaba abierta por la noche, pero ahora estaba cerrada. Chatín avanzó hacia ella, llevando a «Ciclón» que no cesaba de gruñir, pegado a sus talones.
Chatín aplicó un ojo a la cerradura, pero la cocina estaba a oscuras, exceptuando un rayo de luz, que le pareció procedente de una linterna fija. Oyó una voz profunda, y luego un golpe al otro lado de la cocina. Chatín trató de recordar lo que había allí… ¿era la despensa? No. ¿Acaso el armario donde la señora Cosqui guardaba las cacerolas y sartenes? No. Claro… ¡era el sótano! Nabé y él habían reparado en aquella puerta, y trataron de abrirla para ver a dónde conducía, pero la encontraron cerrada y muy bien cerrada.
—El sótano está cerrado y no sé dónde está la llave —les había dicho la señora Cosqui—. Supongo que tu abuelita tendrá almacenadas algunas cosas ahí, Nabé. Estaba abierto cuando estuve aquí el verano pasado… cuando tus primos vinieron a bañarse y a pasear en bote. Supongo que tu abuelita lo cerraría al marcharnos.
Pero quienquiera que estuviese en la cocina, era evidente que había dado con la llave del sótano, porque Chatín, aguzando el oído, pudo oír claramente como alguien bajaba los escalones. ¿Qué diantre estaba ocurriendo? ¿Serían ladrones que robaban las provisiones almacenadas allí? Qué tiempo habían escogido… en plena estación invernal… cuando todo estaba cubierto de nieve y no tendrían oportunidad de que les alejase de allí un camión u otro vehículo cualquiera.
«Ciclón» continuaba gruñendo y Chatín se cansó de mirar por el ojo de la cerradura, decidiendo por lo tanto, salir al jardín para ir a mirar por la ventana de la cocina. Desde allí tendría un campo visual mejor que aquél.
—Vamos —susurró a «Ciclón», y salieron juntos pasando ante la puerta de la sala, que estaba abierta y a la decadente luz del fuego que se iba apagando en la chimenea, el perro vio de pronto los ojos resplandecientes de la piel de oso, y se arrimó a su amo gruñendo con más potencia.
—¡Cuidado! —susurró Chatín que casi se cae—. ¿Qué te ocurre? Oh, es ese oso viejo. ¡Palabra que esta noche parece que estuviera vivo!
Se disponía a seguir adelante cuando le detuvo una idea repentina. ¿Por qué no envolverse en la piel de oso, apoyando la cabeza sobre la suya…? Si por casualidad aquellos hombres le sorprendían mirando por la ventana de la cocina, iban a llevarse el mayor susto de su vida al ver un oso que les parecía vivo.
«Y además —pensó Chatín con un escalofrío—, será cómoda y calentita. Supongo que afuera debe hacer un frío terrible».
Sus propósitos de despertar a Roger huyeron de su mente y sintió un hormigueo en la espina dorsal en tanto que se apoderaba de él una repentina excitación. Sí, se pondría la piel de oso. Les daría a los ladrones un susto de muerte, y descubriría lo que estaban haciendo. ¡Vaya una aventura para contarla a los otros! Hinchó el pecho con orgullo acariciando la cabeza de «Ciclón».
—Voy a ponerme la piel de oso —susurró—. De manera que no te excites. ¡El oso no me comerá!
Y entonces, ante el inconmensurable asombro de su perro, Chatín dirigióse hasta donde estaba la piel de oso, y alzándola la colocó sobre sus hombros de manera que la enorme cabeza quedaba sobre la suya. Cuando se agachaba la cabeza del oso caía hacia delante dando la impresión exacta de un oso vivo.
Era muy pesada… más de lo que Chatín había imaginado. ¡Pero estaba decidido a llevarla! «Ciclón» se acercó a él con el rabo entre piernas. No comprendía nada, y estaba dispuesto a saltar sobre la piel de oso en cuanto diera la menor señal de querer morder o arañar a Chatín.
Chatín fue lentamente hasta la puerta del Jardín cargado con el peso de la piel. Abrió la puerta y salieron a la noche helada y silenciosa. La nieve espesa y profunda ahogó sus pasos mientras daba la vuelta a la casa para llegar hasta la entrada de la cocina.
El perro gruñó cuando se fueron acercando, y Chatín le dio unos golpecitos en el hocico. Era esencial que los ladrones no oyeran nada. Al doblar la esquina vieron que la puerta de la cocina estaba abierta… y algunas cajas pesadas, del tamaño de baúles pequeños estaban amontonados en el pequeño patio posterior.
Chatín las contempló con asombro. Sólo se recortaban tenuemente a la luz de las estrellas puesto que no había luna, pero el niño no logró descubrir otra cosa que su tamaño. ¿Qué estaban haciendo con ellas aquellos hombres… escondiéndolas en el sótano?
«¡O tal vez sacándolas! —pensó Chatín—. Sí, claro…, se las quieren llevar. Por eso estaba cerrada la puerta y no se encontraba la llave. Estos hombres debieron venir a la casa cuando estaba vacía, para esconderlas en el sótano, pensando que estarían seguras en una casa deshabitada, donde nadie las descubriría».
Chatín pasó junto a las cajas para acercarse a la ventana y atisbar lo que estaba ocurriendo en su interior, igual que el supuesto muñeco de nieve había mirado a la señora Cosqui aquella tarde. Sobre la mesa había una linterna, y su haz de luz iluminaba la puerta del sótano… que, naturalmente, estaba abierta.
«Ciclón» hizo cuanto pudo por mirar también por la ventana apoyando las patas en el repecho. Casi se ahoga tanto reprimir sus deseos de ladrar… sobre todo cuando un hombre apareció en los escalones del sótano caminando de espaldas como si estuviera ayudando a otro transportar algo pesado.
Chatín observó muy excitado. Sí, aquello era otra caja… también muy pesada. ¡Cielo santo, no era de extrañar que hubieran cerrado la puerta del sótano llevándose la llave! ¡La señora Cosqui se hubiera extrañado mucho al encontrar el sótano lleno de cajas de embalaje! Chatín suponía que no habrían tenido tiempo de llevárselas antes de la llegada de la cocinera y los niños a Villa Rat-a-Tat… debieron pensar que la casa permanecía sola durante todo el invierno.
El primer hombre salió del sótano y luego le siguió otro: entre los dos llevaban una gran caja.
—Déjala un momento, Jaime —le dijo el otro jadeando—. Era bastante grueso por lo que Chatín pudo ver a la luz de la linterna que estaba sobre la mesa, pero sin distinguir sus rostros. «Ciclón» no pudo contenerse por más tiempo, y de pronto lanzó un ladrido terrible haciendo que los hombres se volvieran sobresaltados hacia la ventana, y uno de ellos les enfocó con la linterna, y casi la deja caer del susto, al ver la cabeza del oso, que parecía mirarle con sus ojos brillantes y fijos… y un poco más abajo, justo al nivel del repecho, otra cabeza peluda y negra le miraba también con ojos brillantes.
—¡Mira! ¿Qué es eso? ¡No, no puede ser un oso! —dijo el hombre llamado Jaime con voz alterada—. ¿Qué es eso, Estanislao?
Chatín se agachó en cuanto los hombres le descubrieron, y lo mismo hizo «Ciclón».
—¡De prisa! —dijo el niño a su perro—. Debemos ir a despertar a los demás, «Ciclón».
Y poniéndose a gatas avanzó por la nieve como si realmente fuera un oso. «Ciclón» le contemplaba asombrado preguntándose si el animal habría devorado a Chatín, puesto que ahora no se veía la menor parte del niño completamente escondido.
Los dos hombres corrieron junto a la puerta de la cocina encendiendo sus linternas y vieron al oso alejándose con un perro. Uno de ellos sacó un revólver, pero el otro le obligó a guardarlo.
—No quiero despertar a toda la casa con el ruido de un disparo —le dijo—. Además, no sé por qué ese oso no me parece real.
El pobre Chatín ya no sabía qué hacer. Si se ponía en pie para avanzar más de prisa, los hombres verían que era alguien cubierto por una piel, y no un oso auténtico. Por otro lado, no podía correr a gatas con tanta nieve.
La piel de oso solucionó sus dificultades resbalando de sus hombros, y los hombres vieron que sólo era un niño que caminaba a gatas por la nieve. Suspiraron aliviados. «Ciclón» se mantuvo junto a su amo gruñendo sordamente y en tono amenazador, dispuesto a saltar sobre los hombres a una palabra del niño.
—Levántate —dijo el hombre llamado Jaime a Chatín—. ¿Qué significa esta comedia?
—Vaya —replicó Chatín indignado mientras se levantaba—. ¡Me gusta! ¿Qué significa el que estén revolviendo en nuestro sótano a medianoche?
—Nada de insolencias —intervino el otro hombre en tono rudo—. Vuelve a la cocina en seguida… vamos… y el perro también. Y te advierto, que si empieza a ladrar o intenta mordernos, de una pata lo incrusto en la pared.
—No, no lo hará —exclamó Chatín asustado contemplando las enormes botas de goma de aquel hombre. Se arrebujó bien en su bata y entró en la cocina agradeciendo su calorcillo, puesto que afuera hacía mucho frío.
El corazón le latía con violencia. ¿Qué ocurriría ahora? Algo muy desagradable… estaba seguro.