Villa Rat-a-Tat
El coche tuvo que avanzar lentamente por algunas carreteras porque estaban muy resbaladizas, y tardaron cerca de una hora en llegar al pueblecito de Boffame, que estaba a dos o tres kilómetros de Villa Rat-a-Tat.
—Ahora ya no tardaremos en llegar —dijo el padre de Nabé sentado ante el volante—. Vaya… lo que me había divertido en Villa Rat-a-Tat cuando era pequeño con mi hermano, mis hermanas y mis primos. Tú también te divertirás con tus amigos, Bernabé.
Atravesaron el pueblecito y luego subieron por una colina muy empinada. El coche se detuvo en la mitad sin poder continuar, pues sus ruedas giraban y giraban en el mismo sitio, sin lograr avanzar.
—Traed unos sacos y la pala, pequeños —les dijo el señor Martin—. ¡Pensé que podía ocurrir esto, así que vine preparado!
Le trajeron la pala y empezó a apartar la nieve de debajo de las ruedas, colocando los sacos en su lugar. Cuando el señor Martin volvió a poner el coche en marcha las ruedas se apoyaban sobre los sacos en vez de hacerlo en la nieve resbaladiza y el vehículo logró llegar lentamente hasta la cima de la colina, donde se detuvo para esperar que los niños le alcanzaran después de haber recogido los sacos y la pala.
—Ha sido una suerte que ayer llevara a Villa Rat-a-Tat todo lo que necesitáis —dijo—. Dudo que el coche pueda llegar hasta allí si continúa nevando.
—¡Tal vez quedemos aislados por la nieve! —exclamó Chatín encantado—. Perdidos en las colinas nevadas. Aislados en Villa Rat-a-Tat. Así no podremos volver al colegio. ¡Hurra!
«Ciclón» ladró alegremente. Si alguien decía «hurra», significaba que era feliz, así que él también debía celebrarlo. «Miranda» le retorció una oreja y al instante empezó la pelea. El señor Martin se volvió al instante.
—No sé lo que está ocurriendo ahí detrás, pero resulta muy molesto para quien conduce —observó, y «Ciclón» se quedó muy sorprendido al recibir un fuerte manotazo de su dueño.
El coche continuó descendiendo por el otro lado de la colina y luego llegaron a otra. ¿Se quedaría también esta vez a mitad de camino? Pero no, fue subiendo con seguridad y todos exhalaron un suspiro de alivio.
El paisaje resultaba encantador bajo aquella gruesa capa de nieve deslumbrante. Hasta la más pequeña ramita estaba silueteada de blanco y cada borde de cercas y tejados suavizado por la nieve. Diana, asomada a la ventanilla disfrutaba de toda aquella hermosura.
—Qué bien, bajaremos en trineo —exclamó Roger—. Mejor que nunca. Y cuánto vamos a patinar si continúa helando.
—Estoy seguro de que continuará —intervino el padre de Nabé conduciendo el coche por un pequeño valle rodeado de colinas cubiertas de nieve—. Estamos casi al llegar… verás Villa Rat-a-Tat dentro de un minuto… detrás de ese recodo. Ah, ahí está el lago helado, mirad, mirad. ¿Qué os parece?
—¡Oh, es un lago muy grande! —dijo la niña sorprendida—. ¡Qué lástima que no podamos ir en barca y nadar, al mismo tiempo que patinamos!
Todos rieron.
—Es imposible —dijo el padre de Nabé—. Tal vez volváis durante el verano y entonces podréis divertiros con Nabé y sus primos.
—De manera que ésta es la casa —dijo Chatín con aprobación cuando enfilaron una pequeña avenida—. ¡Ah… me gusta! Es… es bastante extraña, ¿verdad? Con todas esas torres y ventanales.
—Es antigua —repuso el señor Martin—, pero fue construida muy sólidamente y se ha conservado muy bien durante muchos años. Además ha visto un poco de historia Una vez se hospedó en ella Oliver Cromwell, y se dice que a un célebre español, que fue hecho prisionero, le trajeron aquí… se ocultó… y lo que es más… nunca volvió a saberse de él.
—¡Troncho! —exclamó Chatín emocionado—. Espero que no esté ahí todavía. No sé una palabra de español. Me gusta la extraña Villa Rat-a-Tat, y creo que en ella deben haber ocurrido muchas cosas interesantes.
Mientras el coche doblaba lentamente la avenida para detenerse ante la puerta, ésta se abrió, y alguien salió a darles la bienvenida… una mujer menudita con unas trenzas oscuras enroscadas en lo alto de su cabeza, y unos ojos negros muy vivarachos. Llevaba una bata floreada y encima un inmaculado delantal blanco. A los niños les gustó en el acto.
—¿Es la señora Cosqui? —preguntó Chatín bajando del coche antes que nadie.
—Sí —replicó Nabé—. Pero no le preguntes si tiene cosquillas porque se lo han preguntado cientos de veces y ya está harta. —¡Hola, señora Cosqui! Espero que no se haya sentido muy sola.
—En absoluto. ¡He tenido mucho quehacer! —replicó la mujer, ayudándoles a coger las maletas—. ¿Tenéis frío? Entrad en seguida. He encendido un buen fuego. Buenas tardes, señor Martin… cuánto me alegro de verles a todos, señor; temía que no pudieran llegar por culpa de la nieve.
—Nos atascamos una vez —dijo el señor Martin—. En cuanto deje a los niños instalados tengo que marcharme, porque quiero regresar antes de que empiece a caer más nieve. Parece que el cielo ha vuelto a cargarse.
—Cierto, señor, debe regresar a su casa antes de que oscurezca —dijo la menuda señora Cosqui—. Oh, Dios mío, ¿qué es esto?
Era «Ciclón» que correteaba por la nieve interponiéndose en el camino de todos, como de costumbre.
—No sabía que ibais a traer un perro —continuó la señora Cosqui—. No tengo galletas que darle.
—Oh, a él no le importa comer lo mismo que nosotros —le aseguró Chatín—. Le encantan las tajadas y las costillas.
La señora Cosqui estaba horrorizada.
—¡No comerá nada de eso mientras yo sea la responsable! —dijo llevándoles al interior de la casa—. Me gusta que los perros sepan conservarse en su sitio… y los monos también —concluyó dirigiendo una mirada de soslayo a «Miranda» sentada sobre el hombro de Nabé—. Bien, aquí estáis ya… ¡sentaos y calentaos!
Y les condujo hasta una gran estancia con paneles de madera, en cuyo extremo había una enorme chimenea con un fuego de troncos chisporroteante.
—¡Oh, qué bonito! —exclamó Diana mirando a su alrededor—. Es igual que las casas de los cuentos. ¡Y cuánta luz tiene esta habitación!
—Es por el reflejo de la nieve —repuso la señora Cosqui—. Dios nos asista, ¿qué le ocurre a ese perro?
«Ciclón» estaba gruñendo de un modo muy particular mientras se iba alejando de la chimenea junto a la que había ido a calentarse. Nabé se echó a reír.
—Es que acaba de ver la piel de oso que hay delante del fuego. ¡En un extremo tiene una cabeza disecada y se cree que es de verdad!
Desde luego, el pobre «Ciclón» se había llevado un susto terrible. Había corrido hacia el fuego, y de pronto vio la cabeza de oso de la alfombra con sus brillantes ojos de cristal fijos en él, y se imaginó que el animal estaba dispuesto a saltar, por eso se fue alejando sin dejar de gruñir.
—Tonto —le dijo Chatín—. Mira a «Miranda…» es mucho más valiente que tú, «Ciclón».
«Miranda» también había visto el oso… pero no era aquella la primera piel de oso que veía y no le preocupaba y se sentó encima de su cabeza burlándose de «Ciclón».
—Te está diciendo que no seas ton cobarde, «Ciclón» —le dijo su amo severamente—. ¡La verdad es que me avergüenzo de ti!
—Bueno, niños, la señora Cosqui os enseñará la casa y vuestras habitaciones —dijo el papá de Nabé mirando su reloj—. Y no dudo de que os habrá preparado una espléndida merienda. Ayudadla todo cuanto podáis, por favor. Nabé, tú eres el responsable aquí y si ocurriera algo malo, avísame en seguía.
—Sí, papá —respondió Nabé—. Supongo que Villa Rat-a-Tat tendrá teléfono.
—Sí —contestó su padre—. Así que estaréis muy bien. La señora Cosqui sabe dónde están los trineos y vuestros patines… que traje con los alimentos, la ropa de cama y todo lo demás. Bueno, que os divirtáis mucho. Señora Cosqui, téngalo todo en orden… y no les consienta ninguna tontería.
—Todo irá bien, señor —repuso la buena mujer con aire enérgico, pero en seguida sonrió—. Disfrutaré teniéndolos aquí —dijo—. Los míos ahora ya han crecido, y me recordarán los tiempos en que estaban a mi alrededor. Espero que tenga un buen viaje de vuelta, señor.
Todos fueron a despedir al señor Martin. Ya estaba empezando a oscurecer, aunque el resplandor de la nieve ponía su luz blanca por todas partes.
—¡Adiós! —gritaron todos agitando las manos hasta que el coche salió de la avenida.
Luego volaron junto al fuego de la sala de los amplios ventanales y muebles brillantes y antiguos. Chatín se acercó a la gran chimenea frotándose las manos de contento.
—¿Verdad que es estupendo? —exclamó—. Ojalá pudiera salir ahora mismo para probar el trineo. Imaginaros cómo nos deslizaremos por esas colinas a toda velocidad. «Ciclón», ¿tú crees que te gustará ir en trineo?
«Ciclón» no tenía idea de lo que era aquello, pero estaba seguro de que le gustaría cualquier cosa que fuera del agrado de su amito. Percibía el entusiasmo general y decidió tomar parte activa. Empezó a correr por toda la habitación a toda marcha y ladrando, hasta que de pronto resbaló sobre el suelo encerado y terminó patinando sobre su espalda. Todos rieron.
—¿Es así como piensas deslizarte por la nieve? —dijo Chatín—. Lo harás muy bien, «Ciclón».
—¿Queréis ir a deshacer el equipaje? —les dijo la voz de la señora Cosqui desde la puerta—. Y cuando terminéis estaréis dispuestos a merendar, estoy segura.
Tenía razón… ¡vaya si lo estuvieron!