Política
Hay algo liberador en esta clase de vida, tío Mather, algo auténtico y sincero al vivir entre peligros constantes en las fronteras de las así llamadas tierras civilizadas. He observado a Tomás y a sus amigos, muchos de los cuales habían pasado la mayor parte de sus vidas en Palmaris, y he sido testigo del cambio: gradual, pero considerable, si comparo su estado actual con las actitudes que observé en ellos cuando llegaron por vez primera a Caer Tinella. Creo que su forma de guardar las apariencias y sus pretensiones se han ido esfumando paulatinamente, y han salido a la luz los verdaderos rostros de esos hombres y mujeres. Y yo, que crecí en Dundalis y entre los francos —a veces brutalmente francos—, Touel’alfar, prefiero con mucho estos rostros.
La simple supervivencia aquí requiere confianza, y la confianza exige honestidad; sin ella, todo corre riesgo, pues cuando el peligro acecha, la cooperación es la clave de la supervivencia. Conozco a mis amigos, tío Mather, y a mis enemigos, y de buen grado aceptaría una lanza dirigida a un amigo del mismo modo que este lo haría por mí. Esa idea de mutua ayuda, de auténtica comunidad, ha sido enterrada en las tierras donde la emoción de vivir al borde del peligro ha sido sustituida por la competición de intrigas y la formulación de secretas alianzas. Una vida segura y cómoda, al parecer, permite que emerjan los aspectos más tenebrosos del ser humano.
He pasado muchas horas pensando en eso desde mi viaje por las tierras pobladas, por Palmaris y hasta Saint Mere Abelle. Tal vez la gente se aburra allí, pues casi todos los riesgos de la vida y las aventuras se han eliminado, y por eso las personas se han inventado sus propias aventuras, falsas aventuras. El grado de intrigas que he encontrado en las pobladas regiones del sur, en particular entre los miembros de la Iglesia, me ha abrumado. Casi se diría que esa gente tiene demasiado tiempo para pensar y que se sienta a sacar improbables conclusiones de creencias equivocadas.
No podría sobrevivir en ese mundo y no me dignaría a intentarlo. Quiero dejar que las salidas y las puestas del sol y de la luna guíen mis horas, y que el tiempo y las estaciones guíen mis acciones. Quiero comer lo suficiente para mi sustento y no caer nunca en la glotonería, y siempre me acordaré de apreciar a los animales y plantas que contribuyen a mi alimentación. Quiero conservar la naturaleza en un estado de gracia y situarme humildemente por debajo de ella, teniendo siempre presente que podría destruirme en un abrir y cerrar de ojos. Toleraré las debilidades ajenas, pues en ellas veré las mías propias. Y levantaré mi espada o mi arco sólo en defensa propia, jamás por un beneficio personal.
Estos son los votos que se me ocurrieron durante mis meditaciones, tío Mather, y sé que serán las pautas de conducta del guardabosque. Elegí vivir con sencillez y honestidad, tal como hizo mi padre y tal como hiciste tú, tío Mather, y también tal como me enseñaron los Touel’alfar, aunque los de los reinos más cultos y civilizados parecen haberlo olvidado.
La idea de un mundo insípido me hace estremecer.
Elbryan Wyndon