Capítulo IX

Un baño caliente para Chatín

Chatín se acercó a Roger y Nabé con todo su rostro pecoso ensanchado por una sonrisa feliz. ¡Sus amigos no salían de su asombro al ver su pelo rojo enmarañado, lleno de polvo y de briznas de paja!

La señorita Pi y Diana bajaron corriendo la escalera completamente aturdidas por la sorpresa. ¡Era tan propio de Chatín llegar así de improviso, sin avisar a nadie!

—¿Les ha sorprendido mi llegada? —preguntó el niño después de saludar efusivamente a todos—. ¡Me lo imaginaba!

—Pero, Chatín, ¿cómo has llegado tan pronto…? Y, ¿cómo es que llegas en ese estado indescriptible de… de suciedad? —preguntó la señorita Pi enteramente desconcertada—. ¡Hola, «Ciclón»…! ¡Oh, Dios nos asista…!, ¡también tú pareces haber estado durmiendo en la paja!

—Todo tiene su explicación —dijo Chatín frotándose la sucia cara con un pañuelo más sucio todavía—. En primer lugar, tiíto me dio el billete para el tren y me acompañó a la estación, pero una vez allí me enteré de que era un tren que hacía muchas paradas y era más lento que una tortuga. Me dijeron también que unos minutos más tarde salía otro tren más rápido, de modo que decidí coger éste. Lo consulté con tiíto, pero el pobre estaba ya tan harto de mí, que no le importaba nada con tal de que me marchara de una vez. Bueno, me subí al tren y llegué a Dilcarmock hace por lo menos dos o tres horas, pero no sabía cómo arreglármelas para llegar hasta aquí. De pronto vi pasar un carro cargado de paja hasta los topes viniendo en esta dirección, y le pedí al carretero si podría traerme hasta Penrhyndendraith o como sea que se llame este pueblo. Me subí a la paja y aquí me tenéis. ¡Pero, cielos!, creí que no llegábamos nunca, ¡y cómo picaba esa endemoniada paja!

—Chatín, estás verdaderamente horrible —dijo Diana—. ¡De veras, nunca había visto un mendigo tan desarrapado y andrajoso!

—Bueno, yo creí que estaríais contentos de verme cuanto antes —dijo Chatín resentido—. Además, ya no podía quedarme con tiíto ni un día más. Habíamos llegado a una situación en que ya no se tomaba el trabajo de reñirme o enfadarse. Se limitaba a mirarme y a mirarme sin decir nada, hasta que yo me sentía casi tan pequeño como un gusano. Oh, querida «Miranda», ¿estas contenta de verme?

La monita le saltó al hombro y le rodeó el cuello con ambos brazos hablándole suavemente. ¡Sí, estaba contenta de ver a Chatín otra vez…, y a «Ciclón» también!

«Ciclón» corría alocadamente de un lado hacia otro husmeándolo todo y sin dejar trasto por remover. Ya había lamido las manos de todos los reunidos como para expresarles su contento, y ahora se entretenía en descubrir cosas nuevas. ¡Y entonces, de pronto vio avanzar hacia él un ser espantable y extraordinario, que batía ruidosamente las alas y silbaba como una docena de serpientes!

Era «Patoso», naturalmente. ¡Aquel ganso patoso que detestaba a los perros y gatos y a los monos…! «Patoso» consideraba que la posada entera le pertenecía a él y a nadie más, y que todos ellos eran unos intrusos. ¡Pobre del que se atreviera a olisquear por los rincones de sus dominios!

«Ciclón» echó una mirada aviesa a «Patoso» y retrocedió a escape. ¿Qué clase de criatura podía ser ésta…? ¿Un gran pájaro…? ¿Un animal…? ¿Una serpiente…? Su cabeza y cuello y aquellos siniestros silbidos parecían ser los de una serpiente, pero ¿y las alas…? Sin pensarlo dos veces, «Ciclón» lanzó un largo gemido de terror y corrió a refugiarse junto a Chatín.

—¡No seas pollino, «Ciclón»! —dijo Chatín—. ¡No es más que un ganso! —Pero de pronto él mismo tuvo que ponerse a salvo corriendo a más no poder, porque «Patoso» avanzaba hacia él cloqueando, silbando y aleteando como si intentara agredirle.

Sin embargo, la pequeña «Miranda» no pensaba consentir que nadie asustara así a sus amigos, ¡y se lanzó al ataque con verdadera furia! Saltó sobre la espalda de «Patoso» y lo agarró por el cuello como había hecho ya otras veces, y empezó a chillarle al oído hasta desgañitarse.

Entonces le llegó el turno a «Patoso» de correr despavorido en busca de asilo o protección, y se metió de rondón en la posada corriendo como ningún ganso había corrido en su vida, cloqueando como si la casa estuviera ardiendo. ¡«Miranda» se mantenía aferrada a su cuello como una lapa y «Patoso» se veía y se deseaba para quitársela de encima!

Al ver todo esto, «Ciclón» recobró su coraje, y se lanzó en su persecución ladrando como un loco. Pero quiso la casualidad que al señor Jones se le ocurriera, en aquel momento, asomarse a la puerta del vestíbulo para averiguar la causa de tanto barullo, y después de tropezar con el ganso y «Miranda», ¡fue embestido por «Ciclón» que avanzaba como un bólido, y cayó instantáneamente al suelo cuan largo era!

La señorita Pi se cubrió el rostro con las manos y lanzó un gemido. ¿Por qué habían de ocurrir siempre estas cosas tan pronto como llegaba Chatín…? ¡No tenía más que llegar donde fuera, y el mundo entero parecía desquiciarse…! Y ahora, allí estaba el señor Jones, alto y delgado y… y apabullado, poniéndose lentamente en pie y frotándose el cuerpo con una expresión rencorosa y ofendida.

—¡Oh, señor Jones…, espero que no se habrá hecho daño! —dijo la señorita Pi corriendo a su encuentro—. El ganso asustó al perro, y entonces «Miranda» asustó al ganso, y el perro se lanzó tras ellos y… y…

—¡Y la vaca saltó sobre la luna! —dijo Chatín riendo a mandíbula batiente.

El señor Jones le echó una mirada y dijo, alzando la voz:

—¡Márchate de aquí inmediatamente, mendigo desastrado…! ¡Vuélvete de donde has venido, a tu inmunda pocilga…! ¡Y no te atrevas a acercarte a esta posada donde sólo viven personas decentes!

Hubo un rato de silencio mientras todos miraban indecisos al señor Jones primero, y luego a Chatín. Éste contempló su traje arrugado y sucio, sus zapatos cubiertos de polvo, sus rodillas y manos llenas de mugre, y luego miró a la señorita Pi como pidiéndole que intercediera a su favor.

—Verá…, señor Jones, este niño es primo de Diana y Roger Lynton —dijo con acento firme la señorita Pi—. Es el niño que esperábamos, el niño del que le habló el señor Martin antes de marcharse. Ha tenido un largo viaje…, sí, un viaje largo y… y sucio. Necesita tomarse un baño caliente cuanto antes.

El señor Jones los miró a todos con sus ojillos penetrantes y su acostumbrada expresión de agudo resentimiento, y se internó por el oscuro vestíbulo sin añadir ni una palabra más. La señorita Pi decidió hacerse cargo de Chatín inmediatamente.

—Vas a tomarte un baño caliente ahora mismo —dijo categóricamente—. Y vas a frotarte de la cabeza a los pies. ¡Realmente, Chatín, no puedo llegar a comprender cómo puede, un ser humano, ensuciarse tan por completo como tú!

—¿Por dónde se ha escapado ese ganso tan escandaloso? —preguntó Chatín fingiendo no haberla oído—. Tendré que quedarme aquí por si vuelve a asomar la cabeza. Sin mí, «Ciclón» es capaz de armar una pelotera de miedo.

—No te preocupes de «Ciclón», se meterá en el primer rincón que encuentre tan pronto como vuelva a este ganso a plantarle cara —dijo con firmeza la señorita Pi sin soltarlo del brazo y obligándole a entrar en la posada—. De momento, y demos gracias a Dios por ello, «Patoso» ha desaparecido de la circulación, y «Miranda» está bastante más calmada. —Miró más detenidamente a Chatín y se estremeció—. ¡De veras, querido, hubiera sido preferible que cogieras el tren de las doce y media y nos hubieses ahorrado este bochorno…! No quisiera que nos echaran de aquí. Hasta ahora hemos gozado de una relativa tranquilidad, y la comida es…

—¡Es muy, muy buena! —terminó Bernabé riendo. Pasó un brazo por la espalda de Chatín y añadió—. ¡Vamos, alégrate, querido…! ¿Dónde está tu equipaje…? Anda, saca pronto tu traje de baño y vente a la playa con nosotros… Verás lo limpio que quedas con solo meterte en esas deliciosas aguas en la cala de Merlín.

—¡No! —dijo categóricamente la señorita Pi—. ¡Dejaría el agua del mar completamente negra…! ¿Es ése todo el equipaje que has traído, Chatín…? ¿Sólo esta maleta tan pequeña…? Pero, querido, ¿en qué estabas pensando…?

—Bueno, tenía tanta prisa por venir que cogí un revoltijo de cosas y las embutí en la maleta a toda prisa. Pensé que Roger podría dejarme las cosas que yo me haya olvidado —explicó Chatín amablemente, entrando en la posada—. ¡Cielos, qué cansado me siento ahora…! ¡Sigue, «Ciclón»…! ¿No encontraríamos alguna pizca de algo para comer, señorita Pi…? Me siento con el estómago tan vacío como si no hubiese comido en tres semanas… ¡Oh, qué estupendo, qué lugar tan magnífico es éste…! De lejos pensé que no era más que una ruina, hasta que el hombre que me condujo en su carro de paja me explicó que ésta era, precisamente, la posada que yo andaba buscando, la única del pueblo. Y dígame, señorita Pi, ¿no podría dormir en la «roulotte» con Roger y Nabé? Preferiría esto a tener que dormir en una habitación de la posada, porque yo…

—¡Oh, Chatín! —dijo la señorita exasperada—. ¿No podrías parar de hablar un minuto…? Tengo que pedir agua caliente para bañarte. Espérame aquí mientras voy a la cocina. Y no te atrevas a moverte de aquí hasta que vuelva, porque si el señor Jones tropieza otra vez contigo o con «Ciclón», sería capaz de arrojarte de casa y tirarte al mar…, ¡y lo que es más, no le censuraría por ello!

—Bueno, he de reconocer que nunca la había visto tan irritada y agresiva como esta mañana, querida señorita Pi —dijo Chatín bastante alicaído—, y tenía tantas ganas de verla otra vez que yo…, yo nunca…

Pero la señorita Pi ya se había marchado, adentrándose rápidamente por el oscuro pasillo y metiéndose de rondón en la no menos oscura cocina, la cual resultó ser una pieza enorme y destartalada. La señora Jones se encontraba allí lavando cuidadosamente la colada en un lavadero de grandes dimensiones.

—Oh, señora Jones…, ¿podría usted proporcionarme dos cubos muy grandes de agua caliente? —preguntó la señorita Pi—. El primo de los niños acaba de llegar, y… realmente, está todo lo sucio que es capaz de estar un niño que… Bueno, está muy sucio.

—Se la subiré en seguida, señorita, ciertamente, que sí. No tardaré ni dos minutos —dijo la complaciente señora Jones cogiendo de un rincón un par de recipientes enormes—. Se los dejaré en el cuarto de baño. Antes de dos minutos los tendrá allí.

La señorita Pi suspiró aliviada al ver que la señora Jones no se lanzaba a uno de sus interminables monólogos de costumbre, y salió en busca de Chatín dispuesta a no dejarle escapar.

—¡Oh, pequeño cochino, cuánta suciedad llevas encima…! ¡Oh…! —gimió la señorita Pi al verlo esperándola pacientemente en el mismo lugar donde le había dejado, y con «Ciclón» esperando resignadamente a su lado—. ¡Tienes todo el aspecto de un deshollinador después de haber limpiado una chimenea…! No he conocido nunca a nadie que pudiera…

—Ensuciarse tanto, haga lo que haga, y vaya donde vaya —acabó Chatín con su contagiosa sonrisa—. ¡Ya he perdido la cuenta de las veces que nos ha dicho esto a cada uno de nosotros, señorita Pi! ¿Dónde está el agua caliente?

Poco rato más tarde Chatín estaba tan limpio que su piel brillaba. Se había restregado todo el cuerpo con un cepillo y jabón, y al salir del baño hubo de someterse a la severa inspección de la señorita Pi, que le revisó las orejas, las manos y los pies, codos y rodillas. «Ciclón» observaba esta operación sentado junto al taburete, mudo de asombro y bastante alarmado, pensando que después de Chatín le tocaría el turno a él.

—Si ya estás seco, frótate un poco con agua de colonia, mientras voy a ver si te encuentro algo de comer —dijo la señorita Pi—. ¡Oh, cielos! ¡Mira cómo ha quedado el agua…! ¡Qué calamidad…! ¡Tendrás que fregar de firme para dejar la bañera como estaba!

Chatín suspiró al quedarse solo. Era duro, pensó, que todo cuanto hiciera tuviese que acarrearle problemas y causar un sinfín de trastornos a todos los demás. Se frotó enérgicamente mientras hablaba con «Ciclón», que le escuchaba con las orejas enhiestas y sus ojos comprensivos.

—¡Me llamó deshollinador…! ¡Y mendigo…! Bueno, ¿qué piensas de esto, «Ciclón»…? A mí me parecería horroroso si a continuación no nos hubiese prometido que íbamos a comer algo… ¡Mendigo…! Bueno, y ahora, ¿qué es lo que tengo que ponerme…? Oh, supongo que será este montón de ropa limpia. ¡Veamos…, mi propia ropa interior, los «shorts» de Roger…, y esto que parece una camisa de Bernabé y que seguro me llegará hasta las rodillas…! «Ciclón», no sabes lo afortunado que eres por haber nacido perro y poder llevar toda tu vida los mismos pelos que tenías cuando naciste. Prueba ponerte esta camisa y verás la facha que tienes.

«Ciclón» retrocedió hasta la puerta y comenzó a rasparla y a gruñir temiendo que a Chatín se le ocurriese la idea de meterlo en la bañera.

—No arañes la puerta que todavía no he terminado de vestirme, «Ciclón» —dijo Chatín. Luego echó un vistazo a la bañera, en la que el agua sucia había dejado una línea negra todo alrededor—. ¡Acércate, «Ciclón», y fíjate bien en esto…! ¡La señorita Pi ha dicho que tengo que limpiar esta bañera y dejarla tan limpia como estaba…! ¡Tardaré horas en hacerlo!

«Ciclón» apoyó las patas delanteras al borde de la bañera y agitó la cola. No le importaba mirar lo que fuese con tal de que no le metieran dentro. Por mucho que lo pensara, nunca llegaba a comprender por qué se baña tanto la gente. Chatín empezó a oler y se inclinó hacia «Ciclón» aspirando más fuerte.

—¿Sabes lo que te digo, grandísimo perdulario…? ¡Que hueles a estercolero! —dijo—. Y tampoco te iría mal un baño. Casi estoy tentado de meterte allí y darte un buen fregado. Ya verás como solamente es cuestión de un segundo, y…

Pero afortunadamente para el asustado «Ciclón», se oyó la voz de la señorita Pi llamando del otro lado de la puerta en aquel preciso instante.

—¡Chatín…! ¿Puedo saber qué es lo que estás haciendo ahora…? ¿Es que no te has vestido todavía…? Supongo que habrás limpiado la bañera, ¿no…? Anda, date prisa, abajo tienes unas empanadillas de carne, pan y queso.

Chatín se apresuró cuanto pudo. Vació la bañera y la limpió rápidamente con la esponja que al efecto le había dado la señorita Pi, acabó de vestirse, y le guiñó un ojo a «Ciclón», mientras abría la puerta.

—«Ciclón» —dijo—, creo que nos encontraremos bien. ¡Y sospecho que nos esperan aventuras emocionantes!

Bien, Chatín no se equivocaba en esto. ¡Pero tal vez las aventuras iban a ser «demasiado» emocionantes!