Una idea maravillosa
La pequeña «roulotte» parecía estar enteramente llena hasta los topes. La señorita Pi encendió la lámpara y todos se miraron, parpadeando, al hacerse la luz. Los ojos azules de Nabé brillaban cuando pudo contemplarlos a todos a su sabor. Estaba atezado del sol, como de costumbre, y su sonrisa era también tan optimista como de costumbre.
Su padre habló a la señorita Pi.
—Telefoneé anoche a Hillsley para enterarme de cómo seguía la hermana de la señora Lynton. Se encontraba algo mejor, y… por supuesto, va camino de restablecerse del todo… aunque esto requiere tiempo, naturalmente.
—Gracias a Dios —dijo la señorita Pi—. Éstas son buenas noticias, señor Martin. ¡Fue tan inesperado y doloroso para todos oír la noticia por radio anoche…! Les estoy verdaderamente agradecida por haber venido…, estaba muy preocupada…, y hasta desorientada pensando qué sería mejor hacer en las presentes circunstancias.
—Bien, pues deseche sus preocupaciones y no Piense más en esto —dijo el señor Martin—. Lo que me propongo hacer es enganchar la «roulotte» a mi coche y…
—¿Y llevarnos a casa? —preguntó Roger—. ¡Pero nuestra casa está cerrada, señor Martin!
—Sí, lo sé —dijo el padre de Bernabé—. Y sé también que os causaría una gran desilusión no poder continuar vuestras tres semanas de vacaciones, de modo que he pensado que si os juntáis con Bernabé…, o dejáis que Bernabé se junte a vosotros, esto solucionaría las dificultades.
—¿Quiere decir con esto que podríamos servirnos de su coche para poder continuar nuestro viaje? —preguntó la señorita Pi, aturdida—. Oh, señor Martin…, si he de ser yo la que conduzca el coche me temo que no podré hacerlo…, de veras, me siento enteramente incapaz de llevar un coche tan grande y…
—No, no, no pretendo esto —dijo el señor Martin—. Me explicaré. Bernabé y yo estábamos pasando una semana de vacaciones que casi han terminado, y debo regresar a casa sin pérdida de tiempo. Lo que yo propongo es enganchar la «roulotte» a mi coche y echar a andar mañana temprano hasta que encontremos un lugar realmente agradable donde yo pueda dejarlos con toda comodidad. Algún lugar que quede cerca de una posada o mesón, para que usted y Diana puedan dormir en una habitación bien acondicionada, y así los chicos podrán hacerlo en la «roulotte», y…
—¡Oh, qué idea tan «maravillosa»! —exclamó Diana con alegre excitación—. Tal vez un sitio junto al mar, ¿no?
—Veremos —dijo el señor Martin sonriendo al ver su rostro radiante—. Si mañana podemos encontrar un lugar donde estén todos a gusto, les dejaré allí con la «roulotte» y regresaré a casa. Sé que la señorita Pi sabrá controlaros debidamente. Luego, cuando hayan transcurrido vuestras tres semanas de vacaciones volveré con el coche para llevaros a casa. Bien, ¿qué pensáis de todo esto?
—Que me parece un sueño. ¡Demasiado hermoso para ser verdad! —dijo Diana—. Ya me había hecho a la idea de regresar a nuestra casa vacía y esperar a mamá arreglándonos como pudiéramos. Es verdaderamente estupendo, señor Martin… y claro está, esto soluciona todos nuestros problemas. Es decir, todos menos uno.
—¿Y qué problema es éste? —preguntó el señor Martin.
—Bueno…, queda Chatín —dijo Roger.
—¿Qué le sucede a Chatín?
—Estaba con tía Pat —dijo Diana—. Y si pudiera venir con nosotros… En la «roulotte» hay sitio de sobra para tres, o podría dormir en la fonda o posada donde estemos la señorita Pi y yo.
—¡Cielos, es verdad…! ¡Me había olvidado de Chatín! —dijo el padre de Bernabé—. Claro que puede venir también. Con tu tía enferma supongo que se sentirá muy solo pobre muchacho. Telefonearemos a vuestra madre y le diremos que Chatín se ponga en camino para reunirse con vosotros tan pronto como hayamos decidido dónde queréis quedaros.
Diana suspiró aliviada.
—Estaba tan preocupada por todo —dijo—, y ahora todos nuestros problemas han quedado resueltos. No sé cómo podremos darle las gracias, señor Martin. ¡Y pensar que Nabé y «Miranda» estarán con nosotros todo ese tiempo…! «Miranda», ¿lo oyes…? ¡Vas a venir con nosotros de vacaciones!
Al oír su nombre, «Miranda» empezó a parlotear entusiasmada. Saltó al hombro de Diana y le tiró suavemente del pelo como si quisiera hablarle al oído.
—Oh, mi querida y chiquitina «Miranda» —dijo Diana arrullándola cariñosamente—. ¡Pensar que estaremos juntos tantos días…! ¡Qué divertidas van a ser estas vacaciones!
—¿Puedo ofrecerles una naranjada o chocolate? —dijo la señorita Pi algo indecisa—. Me temo que no tenemos gran cosa para cenar…
—Oh, casi lo había olvidado —dijo Nabé levantándose con presteza—. Tenemos provisiones en el coche. Teníamos tanta prisa por llegar cuanto antes, que decidimos no detenernos a comer en los hoteles en ruta, de modo que compramos pan, jamón, fruta y bebidas y tomábamos unos bocadillos de vez en cuando. Voy a buscar algunas cosas para cenar.
—¡Qué estupendo! —dijo Diana—. No sé por qué será, pero de pronto me ha entrado un apetito formidable.
—Es porque estás libre de preocupaciones, querida —dijo la señorita Pi—. Yo misma empiezo a sentir apetito también. Es realmente una gran bondad de su parte haber acudido en nuestra ayuda de este modo, señor Martin.
—Oh, no vale la pena mencionarlo, señorita Pi…, usted ha sido también muy bondadosa con Bernabé una infinidad de veces —dijo el señor Martin—. ¡Eh!, ¿qué se propone hacer esa monita traviesa?
—¡Oh, ha cogido mi esponja! —dijo Diana riendo alegremente—. Veamos, «Miranda», sé buena y dámela. ¡Oh, miren, quiere lavarse la cara con ella igual como me ha visto hacerlo docenas de veces…! «Miranda», no debes hacer eso. ¡Es «mi» esponja!
—Ahora quiere metérsela en la boca —dijo la señorita Pi—. ¡Es una tunantela…! ¡Supongo que no irá a comérsela, Diana!
Nabé le quitó la esponja y la regañó severamente, y «Miranda» se cubrió el rostro con las manos y fue a ocultarse en un rincón lloriqueando.
—No conseguirás engañarme con tus tretas —dijo Nabé disponiéndose a salir—. Sé que no te arrepientes en absoluto de lo que has hecho, y todos esos gemidos y lloriqueos no son más que pura comedia. Vuelvo al instante —dijo a todos los reunidos—. Diana, si no vigilas tu jabón, «Miranda» te lo cogerá.
Pronto regresó Bernabé con bolsas bien provistas y un buen surtido de conservas en lata, y en nada de tiempo estuvieron todos sentados en torno a la mesa ante una cena verdaderamente apetitosa: jamón, tomates, queso, ricas ciruelas y naranjada.
—¿Cómo Piensan arreglarse esta noche par adormir, señor Martin? —preguntó la señorita Pi—. Hace una noche tan hermosa que creo que los niños preferirán dormir al aire libre, como de costumbre, tendidos sobre una alfombra y envueltos en una manta. Pero imagino que usted preferirá una buena cama.
—Sí, me llegaré hasta el pueblo más próximo y dormiré en la posada —dijo el padre de Bernabé—. Por supuesto Nabé preferirá quedarse aquí con ustedes. Desde la posada telefonearé esta noche a la señora Lynton para darle buenas noticias de todos ustedes y para decirle que pueden enviar a Chatín tan pronto como estemos instalados. Mañana decidiremos dónde prefieren quedarse ustedes y se lo comunicaré a la señora Lynton para que Chatín se ponga inmediatamente en camino. Bien, creo que voy a marcharme. Diana está bostezando de sueño. ¡Buenas noches a todos y hasta mañana!
—Buenas noches, señor Martin —dijo Roger—, y mil gracias por todo. ¡Hasta mañana!
Todos se dirigieron al coche para despedir al señor Martin, y pronto pudieron ver cómo el coche bajaba lentamente el camino vecinal que iba hasta la granja saltando de un lado a otro como un enorme sapo.
—¡Y ahora a la cama todos! —dijo la señorita Pi terminantemente—. Palabra, me siento como rejuvenecida al ver que todas nuestras preocupaciones han quedado resueltas. Lo que siento de veras es que vuestra madre se haya perdido estas magníficas vacaciones, pero supongo que no le importará puesto que tía Pat parece hallarse ya fuera de peligro y en vías de recuperarse de este desdichado accidente.
Los dos muchachos fueron a buscarse un lugar donde la hierba fuera blanda y espesa y les ofreciera cómodo descanso.
—Mañana nos lavaremos en un pequeño arroyo que pasa por aquí cerca —dijo Roger ahogando un bostezo. Desdobló su manta y entregó otra a Bernabé—. Toma, creo que bastará para abrigaros a ti y a «Miranda».
La graciosa monita se acurrucó junto al cuello de Nabé sin cesar de parlotear al oído, pero Nabé tenía sueño y no le hizo caso, en vista de lo cual «Miranda» comenzó a tirarle del pelo.
—«Miranda», ¿quieres dejar de fastidiarme? —dijo Nabé apartándole los finos dedos de su cabello—. No Pienso consentir que me molestes cuando me estoy cayendo de sueño. ¿Te enteras bien…? ¡Anda, acuéstate de una vez y déjame en paz!
Miranda se acurrucó silenciosamente a su lado apoyando su tostada carita contra su cuello. Bernabé le dio una palmada y se sonrió. ¡Qué chiquitina y graciosa era!
La señorita Pi y Diana durmieron en la «roulotte», dejando la puerta abierta para que entrara el aire. La señorita Pi lanzó un suspiro de satisfacción al cerrar los ojos. ¡Todo parecía haberse resuelto bien, mucho mejor de lo que nunca se hubiera atrevido a soñar!
Por la mañana temprano llegó el señor Martin para tomar con ellos el desayuno. Traía huevos, pan recién salido del horno y mantequilla y leche que compró en la granja.
—¡Oh, qué magníficas provisiones! —exclamó satisfecha la señorita Pi—. ¡«Miranda», deja de jugar con ese huevo!
—He estado consultando este mapa —dijo el señor Martin después del desayuno, y lo extendió sobre el césped donde se habían sentado todos para tomar el desayuno a pleno sol—. Lo primero que tenemos que decidir es hacia dónde queremos ir. ¿Se os ocurre alguna idea?
—Tal vez algún sitio junto al mar —dijo Roger en seguida—. Si continúa este calor nos gustará bañarnos.
—Pero no en un lugar concurrido y lleno de veraneantes —dijo la señorita Pi—. Creo que estaríamos mejor en un pueblecillo costero donde podamos sentirnos tranquilos y a nuestras anchas.
—Un lugar donde haya pájaros y donde pueda verlos de cerca —dijo Diana—. Tengo que hacer un trabajo escolar de vacaciones… sobre «Los pájaros que he visto».
—¡Oh, no empieces otra vez a darnos la lata con este dichoso ensayo sobre los pájaros! —dijo Roger—. Apostaría cualquier cosa a que no te acordarás de estudiar ni un solo pájaro en todas las vacaciones.
Diana le miró con aire de reto, y la señorita Pi intervino apresuradamente diciendo:
—En todas partes hay pájaros, Diana…, no creo que para ello tengamos que ir a un lugar especial. Bernabé, ¿qué lugar preferirías tú?
—Pues, a decir verdad, me aburren soberanamente los lugares de veraneo que están de moda, donde acude la gente a montones —dijo francamente Nabé—. Sí pudiera escoger, me gustaría un lugar tranquilo donde pudiéramos hacer lo que nos acomode y vestir nuestras ropas viejas sin tener que preocuparnos de nada ni de nadie.
—Bien, creo que todos deseamos exactamente lo mismo —dijo la señorita Pi, complacida—, pero ¿dónde encontraremos lo que buscamos? ¡Es tan difícil hallar un pueblecillo pesquero que no esté invadido por los turistas, de pleno verano…! La mayoría de los pueblos costeros ya estarán atestados de gente.
—Creo que no estaría mal llegarnos hasta las costas de Gales —dijo el señor Martin trazando una ruta con su dedo índice—. Es un país realmente precioso, y sus montañas llegan casi hasta el mar. Sería conveniente emprender la marcha ahora mismo y viajar siguiendo la carretera del litoral hasta que encontremos un lugar tranquilo y a gusto de todos. ¡Arriba, muchachos…! ¡Empecemos a empaquetarlo todo y a disponer la marcha cuanto antes!