Capítulo I

De vacaciones en una «roulotte»

—¡Éstas van a ser las vacaciones más divertidas que hemos disfrutado en la vida! —dijo Roger bajando una maleta y una bolsa de viaje hasta la puerta delantera—. Diana, tráete aquel montón de libros antes que los olvidemos, ¿quieres?

Diana los cogió todos y bajó corriendo la escalera de la terraza. Frente a la casa estaba la «roulotte». Diana se quedó mirándolo extasiada por centésima vez.

—¡Qué feliz idea tuvo papá de comprarnos una «roulotte»! —dijo—. ¡Y qué lástima que él no pueda venir con nosotros!

—¡Sí, es una pena, y después de todas las cosas que habíamos planeado juntos, además! —dijo Roger—. Pero aun así, es una suerte que mamá no haya renunciado al viaje a última hora, cuando supo que papá tenía que marcharse a América. ¡Tenía tantísimo miedo que lo hiciera…! ¡Te aseguro que tenía el corazón en un puño!

—Lo mismo que yo —dijo Diana ordenando los libros en una estantería de la «roulotte»—. Supongo que estará aquí el libro sobre los pájaros…, veremos muchos pájaros durante las vacaciones, y tendré que estudiarlos muy de cerca, porque el trabajo escolar que tendré que hacer es un ensayo o estudio escrito sobre «Los pájaros que he visto».

—Bien, entonces no te olvides de los binóculos de campaña —dijo Roger—. Están colgados en el vestíbulo. Y…, oye, ¿qué opinas de la compañía de la señorita Pimienta? Ya sabes que mamá la ha invitado a acompañarnos ahora que papá ha tenido que marcharse tan de improviso.

La señorita Pimienta, a la que para abreviar llamaremos señorita Pi era la antigua aya de su madre y una excelente amiga. Los niños la querían sinceramente, pero… Roger tenía sus dudas acerca de si sería conveniente y satisfactorio llevarla de vacaciones con ellos… en una «roulotte».

—Verás, no tengo nada que objetar de ella «en una casa» —explicó Roger—, pero en una «roulotte» tan chiquita y con tan poco sitio, ¿no crees que se pondrá un poco nerviosa? Nos pasaremos la mitad del tiempo tropezando unos con otros.

—Bueno, pero… mamá necesita ir con alguien que sepa conducir el coche también y que pueda relevarla de vez en cuando. Llevar un coche con «roulotte» resulta bastante fatigoso, ya sabes —dijo Diana—. Además, le hará compañía, es muy animada y simpática… cuando se olvida de su manía por la limpieza y de recordarnos por lo menos una docena de veces al día que nos lavemos las manos y las rodillas, y…

—¿De qué estáis hablando los dos? —preguntó su madre acercándose a la «roulotte» cargada con un montón de cosas más—. Si queremos salir a las once tendremos que darnos prisa. Ya sabéis que la señorita Pi nos espera a las dos… y esto significa que tendremos que ir a unas treinta millas por hora si no salimos puntuales. ¡Francamente, preferiría ir a menos velocidad llevando la «roulotte»!

—¡Cómo desearía que papá pudiese venir con nosotros! —dijo Diana mientras ayudaba a su madre a instalar las cosas—. No es que me disguste que venga la señorita Pi, pero ¡papá resulta tan divertido cuando estamos de vacaciones!

—Sí, es una verdadera lástima —dijo mamá—, ¡pero por lo menos no tendremos que llevarnos a Chatín otra vez!

—¡Cielos, no! Chatín y «Ciclón» metidos en esta «roulotte» hubiera sido el límite —dijo Roger—. ¿Dónde está pasando las vacaciones este verano?

Chatín era un primo de los niños, un muchacho pelirrojo, con pecas y una nariz respingona. No tenía padres y pasaba sus vacaciones con alguno de sus numerosos tíos o tías. Chatín solo, sin estimulante de ninguna clase, ya constituía un problema bastante serio, pero en compañía de su alocado perro «Ciclón», un hermoso «spaniel» negro, era capaz de acabar con la paciencia de un santo.

—Creo que está en casa de tía Pat —dijo Diana—. ¿No es cierto, mamá? Supongo que a estas horas la pobre estará a punto de volverse loca. La última vez que estuvo allí, «Ciclón» se aficionó a los zuecos de jardín, y se llevó todos los que había en el armario del vestíbulo y los ocultaba debajo de los rododendros…

—Y cuando el jardinero vio tantos zuecos reunidos allí creía estar soñando, y llamó a Chatín para que los viera, y todo lo que se le ocurrió a Chatín fue preguntarle por qué había sembrado semillas de zuecos en medio de los rododendros —dijo Roger rompiendo a reír.

—¡El viejo y querido Chatín! Es una auténtica peste, ¡pero resulta tan divertido! —dijo Diana—. Estoy segura de que preferiría pasarse las vacaciones con nosotros y la «roulotte» si le dejaran escoger.

—Bien, pero a Dios gracias las pasará con tía Pat —dijo terminantemente su madre—. Dobla estas mantas y ponías en aquel rincón, Diana, y creo que con esto ya estará todo. Ahora voy a ver si hemos olvidado algo y nos pondremos en marcha en seguida.

Entró corriendo en la casa. Diana observaba complacida el interior de la «roulotte» preguntándose por cuánto tiempo se conservaría así de limpia, coquetona y ordenada. Ella, su madre y la señorita Pi dormirían allí por las noches, y Roger dormiría en el asiento trasero del coche. ¡Qué divertido y emocionante viajar por el país sin rumbo fijo, siguiendo cualquier carretera a la buena de Dios…, sin saber dónde dormirían por la noche…, levantándose cuando quisieran por la mañana…, comiendo al aire libre, a pleno sol, en los lugares más hermosos que pudieran encontrar! ¡Sí, éstas iban a ser en verdad unas vacaciones maravillosas!

—Sólo hay una cosa que desearía de veras —le dijo Diana a Roger cuando entraban para despedirse de la cocinera y de la asistenta que iba todos los días a ayudar en la limpieza—. ¡Quisiera de veras, muy de veras que el viejo y querido Bernabé pudiera venir con nosotros!

—¡Y yo! —dijo Roger—. ¡Y con Miranda, su graciosa monita…! ¡Cuánto tiempo hace que no vemos a la pequeña y querida «Miranda»!

—Bueno, es que Bernabé ha estado viajando con su padre estos últimos tiempos —dijo Diana—. Me pregunto a veces si se acuerda Nabé de cómo viajaba antes…, ya sabes, cuando era pequeño y no sabía quién era su padre, y seguía siempre a esa gente del circo de una feria a otra. Ya de muy chiquitín había viajado muchísimo, ¿no crees?

—Sí, pero ahora no se cambiaría por aquella vida errante. Ha encontrado al fin a su padre y a su familia —dijo Roger—, y ya no es un pobre chiquillo de circo sin nadie en el mundo. Y «Miranda» tampoco es ya aquella pobre monita solitaria que le seguía por todas partes, pasando hambre y frío muchas veces…, sino una monita mimada y querida por toda la familia de Nabé. Y lo que más me gusta de Nabé es que ese cambio de fortuna no le ha cambiado en absoluto.

—No, todavía sigue siendo igual de cariñoso, fuerte y decidido —dijo Diana—. Oh, cuánto me gustaría que estuviera con nosotros durante las vacaciones… ¡Mamá…! ¡Mamá…! ¿Dónde estás…? Creo que debiéramos marcharnos ya.

—Voy al instante, queridos —dijo la madre bajando rápidamente la escalera—. Acabo de recordar la loción para las quemaduras de sol. Tenemos que llevarla por si nos tostamos demasiado con todo ese sol. Id a la cocina a despediros y nos marcharemos en seguida.

Roger y Diana se despidieron cariñosamente de la vieja cocinera que les entregó un paquete.

—Son unos cuantos de vuestros bizcochos preferidos, para esperar la hora de la comida —dijo sonriendo—. Divertíos mucho, queridos, y cuidad de vuestra madre. Está cansada después de tantos preparativos y tanto ajetreo.

Al fin estuvieron instalados en el coche y éste echó a andar lentamente hacia la verja de entrada al jardín arrastrando tras de sí la «roulotte». Afortunadamente el portalón era ancho y ni siquiera rozaron los Pilares de granito. Continuaron avanzando con precaución por la amplia avenida, seguidos dócilmente por la «roulotte» que sólo se balanceaba un poco cuando tropezaba con una Piedra. ¡Pronto llegaron a la carretera del Estado…, su viaje de vacaciones había empezado!

Se detuvieron un rato para comer en pleno campo y luego siguieron hacia la casa de la señorita Pi.

—Llegaremos con retraso, mamá —dijo Roger—. Pero no importa. ¡La señorita Pi sería la primera en sorprenderse sí fuéramos puntuales!

—Eso creo yo también…, pero aun así, ya verás como estará dispuesta y esperándonos —dijo la madre—. Y yo me sentiré tan culpable y avergonzada como cuando tenía diez años y la querida señorita Pi me cogía en falta.

La señorita Pi los esperaba, en efecto, dispuesta y con las maletas al lado, a la puerta de su casa. Era alta y delgada y sus ojos parpadeaban como de costumbre detrás de sus gafas, pero los acogió con una sonrisa cálida y afectuosa.

—Bien, aquí estáis todos. ¡Loado sea Dios! —dijo—. ¡Y maravilla de las maravillas…!, ¡con sólo quince minutos de retraso…! ¿Habéis comido ya?

—Sí, señorita Pi —dijeron todos a la vez, mientras Roger se acercaba corriendo para recoger sus maletas y guardarlas en la «roulotte».

—¡Oh, qué hermosa «roulotte»! —dijo la señorita Pi con aprobación—. Bien…, bien…, no se me había ocurrido nunca pensar que llegara un día en que dormiría en un chisme de esos…, pero estoy dispuesta a probarlo y casi me atrevo a decir que estoy impaciente por ver cómo paso la noche.

—Seguiré conduciendo un rato —dijo la madre de los niños—, y luego puedes tomar tú el volante sí quieres. Teníamos ganas de visitar, lo primero de todo, esa deliciosa laguna de Yesterley. Los niños querrán tomarse un baño esta tarde… Oh, Pi, ¿no crees que es una bendición que tengamos un tiempo tan maravilloso?

—Ciertamente que sí, querida —dijo la señorita Pi sentándose al lado de su amiga—. Pero ¿sabéis una cosa…? Me parece raro que Chatín no esté con nosotros, siempre acostumbra a venir con los niños cuando salimos de excursión.

—Está en casa de tía Pat…, y supongo que la estará volviendo completamente loca con sus excentricidades —dijo Diana—. Pero a pesar de todo, quisiera que Ciclón, su perro, estuviera con nosotros… ¡Ciclón es un auténtico torbellino, pero es un encanto de perro!

—¡Hum…! —dijo la señorita Pi no muy convencida—. ¡Yo también le quiero, naturalmente, pero no sé si lo querría tanto si tuviera que soportarlo durante todo un viaje de vacaciones en una «roulotte»…! No es lo que yo llamaría un perro «apacible»…

El viaje continuaba agradablemente a pleno sol, y con la perspectiva de tres semanas de ociosa libertad, de encantadoras sorpresas, comidas a campo abierto, baños, helados…, y tal vez pudiendo dormir al aire libre, bajo las estrellas, en lugar de hacerlo en la «roulotte». Roger se había propuesto pedirlo ya la primera noche, al menos para él y Diana.

El coche avanzaba más y más… ¿Dónde se detendrían para pasar la noche…? Nadie lo sabía y a nadie le importaba. La «roulotte» seguía rodando tras ellos sin el menor percance, pero para los niños constituía una novedad, y de vez en cuando miraban hacia atrás para asegurarse de que no la habían perdido.

—¡Cuánto vamos a divertirnos! —dijo Roger a Diana—. ¡Durante tres semanas enteras no haremos más que divertirnos a más y mejor!