La imagen del espejo
Incluso la esperanza puede verse defraudada. Jamás pensé en la aparentemente eterna lucha entre el bien y el mal en estos términos, tío Mather, y con toda sinceridad me da miedo pensarlo. Pero ahora sé que es así, y me temo que este es el verdadero peligro del mundo de los hombres.
El demonio Dáctilo era una criatura terrorífica; su horror poco menos que sobrepasaba la capacidad de comprensión. Cuando me enfrenté a la bestia en las entrañas de la montaña de Aida, necesité toda mi fuerza de voluntad para avanzar, aunque fuera un solo paso, hacia Bestesbulzibar. Era abrumadoramente malo; la maldad personificada.
Pero antes había dicho, y ahora sé, pues ya me he enfrentado a la fiera, que el demonio Dáctilo, al final, no podía vencer. Semejante fuerza de auténtico y reconocible mal siempre encontraría enemigos entre los hombres de Corona; siempre habría alguien que desenvainaría la espada y lucharía. Tan sólo barriendo a todos los hombres y mujeres del mundo de los vivos podría Bestesbulzibar estar seguro de una victoria incuestionable; sería una victoria hueca para una criatura tan acostumbrada a la dominación. Sus secuaces, los trasgos, los gigantes y los powris, podrían erradicar la raza humana, pero nunca podrían, ni ellos ni Bestesbulzibar, capturar la verdadera presa: el alma humana.
¿Podría la sutilidad vencer donde fracasó la fuerza bruta?
Eso es lo que me da miedo, pues mucho más peligrosos que los demonios y sus monstruosos secuaces son los impostores, y creo que el padre abad Markwart lo es, quizás el más importante del mundo. Él y su Iglesia parecen dominar perfectamente el arte de la coacción, y me horroriza y me entristece pensar que podrían pretender la presa que se le escapó a Bestesbulzibar. ¡Qué astutos y taimados! Públicamente hablan de lo que está bien y sacan conclusiones lógicas para dar credibilidad a otras filosofías, que, si se las examinara separada y cuidadosamente, no se sostendrían. Enmascaran la falsedad con una encubridora red de verdad y excusan la inmoralidad con el pretexto de la urgencia, o escondiéndola debajo de oportunas tradiciones que no tienen ningún sentido en el mundo de hoy.
¿Por qué no fletan un barco tripulado por monjes para el viaje destinado a recoger las piedras sagradas? ¿Por qué no utilizan esas piedras para mejorar la vida del pueblo llano?
Tienen respuestas, tío Mather. Siempre hay respuestas.
Pero cuando una madre enferma aparece en las rejas de Saint Mere Abelle e implora que la curen para que su hijo no se quede huérfano…
Entonces, no hay excusas; en ese momento, todas las justificaciones que se apoyan en la tradición o en un supuesto «bien superior» se desvanecen, demuestran su auténtica falsedad.
Pero son padres esos traidores, y me asustan. Cuentan suficientes verdades como para calmar al pueblo y ofrecen los bocados necesarios para tener a la gente sencilla bajo su control, para conseguir que aquellos que tienen que luchar diariamente para encontrar comida crean que su vida continuará mejorando, o por lo menos que sus hijos encontrarán un mundo mejor. Pues ese, tío Mather, en el fondo, es el mayor y más común deseo de la humanidad.
El padre abad Markwart lo sabe.
Aludí, medio en broma, a que el espíritu de Bestesbulzibar podía permanecer en unas huestes más peligrosas aún. Hablaba de forma metafórica, desde luego, o eso creía. Pero ahora que esta lucha mía, de Pony y de todos los otros seguidores de Avelyn contra la Iglesia abellicana —la Iglesia del padre abad Markwart— se ha intensificado he llegado a preguntarme si el espíritu de Bestesbulzibar no está realmente enraizado en los corazones de algunos hombres. ¿Hay entre nosotros personas infectadas por el desalmado diablo? Y en tal caso, ¿conseguirán los hombres de bien, los hombres piadosos, vencer al fin, o la marea de la humanidad seguirá la corriente de las palabras tranquilizadoras, enmarañadas con verdades, pero basadas, esencialmente, en la mentira?
Incluso la esperanza puede verse defraudada.
Elbryan Wyndon