Capítulo XXVI

El final de las aventuras

El hidroavión voló sobre el agua, y por fin llegó a las playas del pequeño pueblecito pesquero donde vivía Andy, y pasaban temporadas los otros tres niños. Amerizó descansando sobre el mar con sus grandes alas desplegadas.

La pequeña playa pronto se vio llena de gente…, pescadores con sus esposas, niños, veraneantes…, todos gritando y vitoreando. ¡Se había esparcido la noticia de que los cuatro niños desaparecidos habían sido encontrados!

Enviaron un bote para recoger a los niños. ¡El que remaba era el padre dé Andy! ¡Cómo gritaba al verle!

—¡Papá! ¡Hemos vuelto!

El hombre de la barca que iba en el bote sonrió, saludando con la mano. Había estado terriblemente inquieto por Andy y los niños… y ahora su corazón rebosaba de alegría. ¡Estaban a salvo!

Los niños se agolparon en el bote, hablando todos a un tiempo. El padre de Andy dio una palmada en el hombro de su hijo y le sonrió mirándole con sus ojos tan azules como los de Andy. Ninguno de los dos habló mucho, pero se estrecharon las manos con alegría. El padre de Tom fue con ellos. Tenía dos días de permiso e iba a pasarlos con su mujer y sus hijos.

La gente, en la playa, seguía vitoreando. El pequeño bote fue arrastrado playa arriba por la gente solícita. Todos deseaban estrecharles las manos y decirles lo contentos que estaban al ver regresados a los niños. ¡Y entonces los niños vieron a su madre! Corrieron hacia ella, abrazándola como osos, chillando y riendo.

—Vamos, vamos, que a mí también me toca algo —dijo su padre, sonriendo, y toda la familia unida subió por la playa. Andy fue con su padre. Como no tenía madre, le quería el doble.

¡Cuánto charlaron aquella noche! Antes que nada, su madre les hizo quitarse sus ropas sucias y tomar un buen baño.

—¡No os conozco cuando estáis tan sucios! —les dijo—. ¡Poneos ropa limpia, por amor de Dios!

Pronto estuvieron aseados y con otra ropa. Era agradable sentirse limpios y frescos otra vez. Rodearon a su madre tratando de contarle todas sus aventuras en seguida.

—Andy estuvo maravilloso —dijo Tom—. Jamás hubiésemos podido hacer lo que hicimos de no haber sido por él. Las niñas también fueron muy valientes…, estoy orgulloso de ellas.

—Y el bueno de Tom tampoco estuvo mal…, excepto que dejó olvidada su precisa cámara y nos metió a todos en un buen aprieto —replicó Jill—. Fue tan valiente como el que más.

—Bueno, estoy orgulloso de todos vosotros —dijo su madre, abrazándoles—. Pero, oh…, me asusté tanto al ver que no regresabais. Mandé aviso a vuestro padre y vino en su hidroavión y os ha estado buscando durante días. No quiso darse por vencido… y ha sido una suerte que no lo hiciera porque os ha encontrado a tiempo. Ya sabes que tú y Andy jamás hubierais llegado aquí en esa pequeña balsa.

—¿De veras que no? —exclamó Tom, sorprendido—. Yo creí que sí podríamos.

—No creo que Andy pensara que había muchas esperanzas —dijo el padre del niño—, pero sabía que era vuestra única oportunidad… y además que era su deber el comunicar a alguien el gran secreto que habíais descubierto. Significa muchísimo para nuestro país el conocer el secreto de esas islas desiertas.

Cuando su padre terminó de hablar, se oyó una explosión apagada. Tom miró a su padre.

—¿Son disparos? —preguntó.

—Sí. Será el fin de esos odiosos submarinos —dijo su padre muy serio—. Ya no habrán más barcos nuestros hundidos sin el menor aviso por ese nido de submarinos. ¡Y creo que nuestros aviones alejarán a todos los hidroaviones de esas islas…, los que no sean destruidos, volarán a su país presa de pánico! ¡Nuestros pilotos no tienen rival!

Los niños guardaron silencio y escucharon retumbar las lejanas explosiones. Imaginaron las islas bajo el terrible fragor del fuego. Mary se echó a llorar.

Su padre la rodeó con su brazo.

—Sí, Mary —le dijo—, es algo por lo que hay que llorar, el pensar que hemos de luchar contra tanta maldad y perversión. Es la razón contra el error y hemos de ser fuertes y valientes cuando luchamos contra un enemigo tan malvado como el nuestro. Pero, sécate los ojos…, ¡tú estás del lado bueno y eso es algo de lo que uno debe sentirse orgulloso!

Andy llegó corriendo a la casa.

—¡Eh! —les gritó—. ¿Oís los disparos? ¡Me imagino que están volando las islas! ¡Qué sorpresa para el enemigo!

—Andy, ¿se ha enfadado tu padre por haber perdido su bote pesquero? —le preguntó Tom, sabiendo lo mucho que Andy temía la reacción de su padre.

—No ha dicho ni una palabra al respecto —repuso Andy—. Ni una palabra. Se ha portado muy bien. Iremos a pescar con mi tío ahora, que hemos perdido nuestro propio bote. Tal vez algún día ahorremos lo bastante para volver a comprar otro.

—Yo de ti no me preocuparía de eso —exclamó el padre de Tom inesperadamente—. ¡Me parece que mañana vas a recibir una sorpresa!

—¡Oh!, ¿qué? —exclamaron todos los niños, y Andy miró al padre de Tom con extrañeza.

—Aguardad y veréis —fue su respuesta. De manera que tuvieron que esperar… ¡y al día siguiente llegó la sorpresa!

Andy lo vio primero. Estaba en la playa remendando redes y los otros niños le ayudaban. Andy alzó la cabeza por casualidad… y vio un bote pesquero que doblaba la punta del acantilado.

—¡Hola! —exclamó Andy—. ¿De quién es ese bote? ¡Nunca lo he visto! ¡Caramba, qué bonito es! ¡Mirad su vela roja!

Los niños se pusieron en pie para contemplar cómo el bote pesquero llegaba a la playa. Era realmente bonito, con su pintura fresca y su vela roja henchida por el viento.

Cuando llegó a la playa, desembarcó un hombre. Al ver a los niños, gritó:

—¡Eh, echadme una mano!

Ellos corrieron a ayudar.

—¿De quién es este bote? —preguntó Tom.

—Tengo que encontrar a su propietario —repuso el hombre—. Es para el niño cuyo nombre lleva el bote.

Los niños miraron el nombre del bote. Allí, pintado osadamente, estaba el propio nombre de Andy… «¡Andy!»

—«¡Andy!» ¡El bote se llama «Andy»! —chilló Jill—. Oh, Andy, ¿significa eso que el bote es para ti? —Andy miró al tripulante del bote con asombro y alegría.

—¡«No puede» ser para mí! —dijo.

—Pues, si tú eres Andy, es tuyo —dijo el hombre—. Tengo entendido que es una pequeña recompensa del Gobierno de nuestro país por tus buenos servicios. ¿No has sido tú quien ha descubierto el secreto de esas islas y has perdido tu propio bote al hacerlo?

—¡Canastos! —exclamó Andy, a quien no se le ocurrió otra cosa, antes de quedarse contemplando aquel precioso bote con deleite y orgullo. Era el mejor de la bahía. Era bonito de proa a popa. ¡Jamás, jamás hubiese podido ahorrar el dinero suficiente para comprar otro igual!

Los otros tres niños estaban locos de alegría. Habían sentido tanto que Andy perdiera su bote, porque sabían que él y su padre vivían de la pesca. Y ahora Andy tenía un bote mucho mejor… y no podía reprimir su contento. Bailaron y cantaron, dando palmadas a Andy en la espalda hasta casi hacerle caer.

—Debéis compartir el bote conmigo —les dijo Andy de pronto al recuperar el habla—. ¡Nos pertenece a todos!

—Bueno, nosotros hemos de volver pronto al colegio —le dijo Tom con pesar—. Pero vendremos siempre durante las vacaciones, Andy…, entonces lo compartiremos. ¿Podemos probarlo ahora?

Mucha gente acudió a la playa para admirar el nuevo bote pesquero. El padre y el tío de Andy llegaron corriendo… ¡y al saber la noticia apenas podían creerlo!

—Se llama «Andy» —les dijo Tom con orgullo—. ¿Verdad que es bonito? Es porque Andy fue tan valiente y ha ayudado tanto a su país. Y va a compartirlo con nosotros cuando vengamos de vacaciones.

El padre de Andy subió al bote y lo estuvo examinando cuidadosamente. Sus ojos azules resplandecían de gozo.

—¡Ah, Andy, muchacho! —le dijo—. Éste es un bote digno del propio rey si le apeteciera salir a pasear. ¡Esta tarde saldremos con la marea y pescaremos juntos! ¡Y tú debes escribir al rey y a su Gobierno dándoles las gracias por este hermoso regalo! ¡Ha sido muy generoso de su parte!

Andy no era buen escritor, así que Tom escribió la carta por él y la echó al correo. Y entonces Andy, su padre y los tres niños subieron a bordo del bote para realizar juntos el primer viaje.

La vela roja se recortaba contra el cielo mientras la henchía la brisa de la tarde. El bote se mecía graciosamente sobre el agua… y luego avanzó con la corriente. ¡El «Andy» comenzaba su primer viaje!

—¡Ahora no os perdáis en nuevas aventuras! —les gritó el padre de los niños, que había acudido a la playa—. Ahora ir sólo a pescar… y traedme algo para el desayuno. ¡Esta vez no quiero hidroaviones ni submarinos!

Todos rieron. La vela flameaba alegremente y el bote corría como algo vivo hacia las zonas de pesca.

—¡Es un bote hermoso y valiente! —dijo el padre de Andy.

—¡Entonces «Andy» es como su amo! —exclamó Tom—. Porque él es así. ¡Buena suerte al «Andy», tan hermoso y valiente… y buena suerte para ti, Andy!

Y ahí les dejaremos a todos, navegando en el «Andy»… y les diremos lo mismo…, buena suerte a ti, Andy, y a tu bote de vela roja. ¡Buena suerte!