Capítulo XXIII

Una maravillosa sorpresa

¡Pobre Tom y pobre Andy! El viento cambió y estuvo soplando con mucha fuerza en dirección contraria. Andy tuvo que recoger la vela a toda prisa.

—¡No quiero que el viento nos devuelva a la isla! —dijo—. Debemos flotar sin ninguna vela y esperar lo mejor. Cuando el viento vuelva a cambiar volveremos a desplegarla.

—Quisiera saber si el enemigo ha descubierto ya nuestra escapatoria —comentó Tom—. Si saben que nos hemos ido pueden enviar un avión a buscarnos. Sabrán que vamos en una balsa.

—Bueno, estoy seguro de que las niñas no nos descubrirán —repuso Andy—. Pero es fácil que el enemigo adivine que hemos construido una balsa, si registran la isla y no nos encuentran… y puede que envíen un par de aviones a buscarnos. Ahora estamos lejos de la isla… pero a un avión le será fácil alcanzarnos.

—Espero que no ocurra así —dijo Tom—. ¿Verdad que es odioso este viento? ¡Y no para! Está malgastando todo nuestro tiempo.

El viento era frío. El sol se había ocultado detrás de las nubes y grandes olas rompían junto a la balsa con aspecto verdaderamente maligno.

—Casi parece que quisieran arrastrarnos —dijo Tom, asegurando la cuerda con que estaba atado. Se estremeció. No había refugio alguno en la balsa abierta, ni ningún medio de calentarse o secarse cuando el sol desaparecía.

—Haz movimientos gimnásticos con los brazos, Tom —le aconsejó Andy—. ¡Eso te calentará un poco!

Los niños comenzaron a mover los brazos y a darse palmadas. Las olas pasaban corriendo y la balsa corría también… pero no en la dirección debida, de eso Tom estaba seguro.

Y luego, al caer la tarde, el viento volvió a cesar y a brillar el sol. ¡Qué alivio! Los niños se secaron reaccionando en seguida. Andy volvió a izar la vela.

—Esta noche habrá viento propicio —dijo—. Y estaremos preparados.

Y cierto, en cuanto el sol se ocultó por el cielo del oeste, el viento comenzó a soplar de nuevo… y esta vez hacia el cuadrante preciso. Andy estaba encantado.

La vela se hinchó y la pequeña balsa corría veloz.

—Creo que el viento nos ayudará ahora —dijo Andy, complacido—. Si se mantiene así durante un par de días podemos llegar a casa… o por lo menos ver algún barco a quien hacer señales.

El viento se fue haciendo más fuerte a medida que avanzaba la tarde. El sol iba a ocultarse por la línea del horizonte cuando Andy se incorporó alarmado.

—¿No oyes un ruido? —le preguntó a Tom.

—Muchos —repuso Tom—. ¡El viento, el de las olas y el de la vela!

—No… no es esa clase de ruido —dijo Andy—. ¡Un ruido como el de… un avión!

El corazón de Tom casi cesó de latir. ¡Seguro que su escapatoria había sido descubierta ya! Se sentó a escuchar.

—Sí… hay un avión por alguna parte —exclamó Andy—. ¡Maldición! Si nos está buscando es seguro que nos encuentra. Ahora que todo marchaba bien y el viento volvía a ayudarnos…

Tom se puso pálido y estuvo escudriñando el cielo, ansiosamente. Los dos niños pudieron oír el rumor de los motores con toda claridad.

Y entonces apareció el hidroplano volando bastante bajo y muy despacio. Era evidente que andaba buscando algo.

—¿Podemos hacer algo, Andy? —preguntó Tom.

—Será mejor que nos metamos en el agua y nos agarremos a la balsa, y esperemos que los del avión crean que está vacía —repuso Andy—. Sólo asomaremos nuestras cabezas junto a la balsa… y puede que no las vean. ¡Vamos, de prisa!

Los niños se sumergieron a un lado de la balsa dejando ver solamente sus manos y sus cabezas. Aguardaron ansiosamente.

El gran avión llegó zumbando sobre ellos, muy cerca del agua. Había visto la balsa y descendía para examinarla más de cerca. ¡Cómo desearon los niños que la balsa pareciera vacía y el avión se alejara!

El avión pasó por encima de la balsa. Luego dio la vuelta para sobrevolarla de nuevo. Volvió a dar otra vuelta y los niños esperaban que ya se fuera, pero una vez más pasó por encima de la balsa… y luego, ante la desesperación de los niños, patinó sobre el agua, amerizando no muy lejos de ellos.

—Es inútil, Tom. Nos han descubierto —dijo Andy—. Ya podemos volver a subir a la balsa. Mira… están sacando un bote.

Los niños se subieron a la balsa muy decepcionados. Y entonces Tom lanzó un grito tan tremendo que Andy casi se cae por la borda, del susto.

—¡Andy! ¡Andy! ¡Mira la insignia del avión! ¡Es inglés! «¡Es inglés!»

Andy miró… y desde luego que era la marca bien conocida que llevan todos los aparatos británicos. Y entonces, qué cambio se verificó en los niños. En vez de permanecer sentados, tristones y furiosos, se pusieron a saltar y a bailar como locos en la balsa. Gritaban, manoseaban, brincaban… Y como os podéis imaginar, Tom perdió el equilibrio y se cayó al agua.

Andy le ayudó a subir.

—¡Oh, Andy, es un avión británico… no es enemigo! ¡Cielos! ¡Imagínate si pasa de largo sin examinar la balsa!

Y entonces Tom volvió a enloquecer, gritando de alegría.

El bote del avión se había ido acercando. En él iban dos hombres que gritaron a los niños:

—¡Eh! ¿De dónde sois?

—¡Eo! —gritó Andy—. ¡Eo! —estaba demasiado excitado para gritar nada más.

El bote se arrimó a la balsa para recoger a los dos niños.

—Vaya, si sólo son un par de niños —dijo uno de los hombres—. Supusimos que erais náufragos de algún barco o avión. ¿Cómo llegasteis aquí?

—Es algo largo de contar —repuso Andy—. Creo que lo mejor será contarlo a su jefe, si no les importa.

—De acuerdo. El comandante está en el avión —dijo el primer hombre. Remaron hasta el hidroavión y dejaron la pequeña balsa flotando sola en el océano. Tom tuvo pena. Le había cogido cariño. ¡También lamentaba que se desperdiciase tanta comida!

El bote llegó junto al enorme aparato. Los niños subieron a él y un hombre de rostro grave salió a recibirles.

Y entonces Andy tuvo un segundo sobresalto porque Tom volvió a lanzar un grito que le asustó.

—«¡Papá!» ¡Oh, «papá»! ¡Eres «tú»!

El hombre de rostro grave miraba a Tom como si no pudiese dar crédito a sus ojos. Luego le cogió en brazos y le dio un abrazo tan fuerte que Tom sintió como si le fueran a romper los huesos.

—¡Tom! Os hemos estado buscando desde que supimos que os habíais marchado en aquel pequeño bote que no regresó —le dijo—. ¿Dónde están las niñas…? ¡De prisa, cuéntame!

—Están a salvo —repuso Tom—. Las dejamos en la isla. Están seguras. Oh, papá… es demasiado bueno para ser verdad. Papá, éste es Andy. Ha sido un buen compañero. Jamás hubiéramos escapado a no ser por él.

—¿Qué quiere decir… «escapado»? —exclamó el padre de Tom con sorpresa—. ¿Escapado de qué?

—Tenemos un gran secreto que contarte —le dijo Tom—. Hemos descubierto algo muy extraño. Cuéntaselo, Andy.

—Verá, señor —comenzó Andy—. Fuimos arrojados contra la costa de unas islas desoladas donde nadie vive ahora. El enemigo las está utilizando para sus submarinos e hidroaviones. Hay cuevas llenas de víveres… y debe haber también almacén de combustible.

—¡Qué! —gritó el padre de Tom, y llamea uno de sus hombres para que escuchara el relato de Andy. El muchacho se explicó bien.

—Y ahora escapábamos en la balsa que habíamos construido cuando les vimos —terminó Andy—. Nos bajamos de la balsa para ocultarnos… pero ustedes debieron vernos.

—No os vimos —replicó el padre de Tom—. Pero nos intrigaba la balsa vacía y bajamos para examinarla. ¡Qué poco imaginaba que ibais en ella Andy y tú! Este hidroavión y dos más han estado recorriendo estos mares para buscar el velero en que os marchasteis. Teníamos miedo de que fuerais a la deriva en él, medio muertos de inanición. Tu pobre madre ha estado preocupadísima.

—Oh, pobrecilla. Ya me lo temía —replicó Tom—. Pero no importa… estamos a salvo, papá… ¡por lo menos, «espero» que las niñas lo estén también!

—Lo estarán bien pronto —repuso el padre del niño en tono firme—. Iremos a rescatarlas… y a limpiar de submarinos y aviones esas islas. ¡Qué inteligente ha sido el enemigo al tener una base en nuestras propias narices… pero no va a durarle mucho ahora! ¡Habéis hecho algo maravilloso, Tom y Andy!

—Espero que mi padre no se enfade mucho conmigo por haber perdido su barco —dijo Andy—. Aunque ahora tal vez podamos recuperarlo quitándoselo al enemigo.

—Tu padre no se enfadará contigo cuando te vea sano y salvo y sepa lo que acabas de contarme —repuso el padre de Tom—. Sentaos ahora… vamos a despegar.

—¿Volveremos a la isla a rescatar a las niñas? —preguntó Tom, pero su padre meneó la cabeza.

—No —dijo—. Me temo que tendrán que esperar hasta que yo comunique la noticia. Telegrafiaré a casa para decir que estáis a salvo, y que tenemos grandes noticias… pero nada más. Esto es demasiado importante para contarlo a nadie que no sea la superioridad.

Con gran estrépito de motores el hidroavión se deslizó sobre el agua y luego se elevó graciosamente en el aire. Se dirigió hacia el sur y los niños contemplaron el mar, que ahora quedaba debajo.

—¡Vaya, qué suerte que nos hayan recogido! —exclamó Andy—. ¡Y oh, Tom… qué susto va a llevarse el enemigo!