Capítulo XVIII

¡Aaaaa-o! ¡Aaaaa-o!

Por encima de la línea de rocas los niños subían y bajaban, Tom siguiendo a Andy muy de cerca puesto que ahora Andy conocía perfectamente cuál era el mejor camino. Grandes olas les mojaban, pero no hacían caso. Su mayor deseo era regresar y ver a las niñas sin novedad.

—Estoy seguro de que el centinela no entrará a verme esta noche —dijo Tom cuando por fin alcanzaron la playa arenosa—. Y el que viene por la mañana puede que tampoco entre siquiera… es un individuo muy antipático.

—Bueno… eso nos da un poco de tiempo para pensar lo que hemos de hacer a continuación —replicó Andy—. ¡Aunque me aspen si sé qué será lo mejor!

Se dirigieron a la cabaña que estaba a oscuras, ya que Andy había prohibido a las niñas que encendieran ninguna luz que pudiera ser vista por el enemigo. Mary y Jill estaban profundamente dormidas sobre su cama de ramas.

Al oír entrar a los niños, Mary se incorporó a toda prisa.

—¿Eres tú, Andy?

—¡Sí… y Tom también! —exclamó Andy.

Jill se despertó entonces y los cuatro se abrazaron llenos de alegría. ¡Ahora volvían a estar todos juntos otra vez! Era estupendo.

—Fui un estúpido al tratar de recuperar mi cámara fotográfica —dijo Tom—. Jamás pensé que iban a cogerme. Ahora hemos perdido nuestro bote y va a ser difícil el saber qué hacer.

—Sólo hay una cosa que hacer —replicó Andy—, y es sacar nuestro bote pesquero de entre las rocas mañana por la mañana, como sea… y volver a ponerlo a flote. He observado que se ha movido un poco, y es posible que las mareas le hayan aflojado. Quizá ahora esas dos rocas no le aprisionen con tanta fuerza. De todas formas es nuestra única posibilidad.

—Sí… lo intentaremos —convino Jill—. Es seguro que mañana se descubrirá la fuga de Tom y sé que esta vez registrarán de modo que nos encuentren a todos.

—Bueno, durmamos un par de horas hasta el amanecer —dijo Andy—. De momento, no podemos hacer nada.

De modo que todos se echaron a dormir hasta que Andy les despertó dos horas más tarde. Estaba amaneciendo y pronto saldría el sol.

Los niños atravesaron la isla y llegaron a la playa donde arribaron la primera vez, después de naufragar. Contemplaron su pobre barco todavía aprisionado entre las rocas. Cierto que se había movido un poco… ya no estaba tan escorado.

Lo estuvieron observando. La marea no estaba todavía muy alta y era imposible llegar al bote sin grandes dificultades.

No pasó mucho tiempo antes de que los niños hubiesen alcanzado su bote y se hallaran sobre su cubierta mojada y resbaladiza. Ahora estaba llena de algas que arrojaron las olas, y el barco parecía viejo y miserable… muy distinto del elegante y pulcro pesquero en el que emprendieron el viaje tan alegremente.

Los niños bajaron a la cabina. Había agua en el fondo. Andy levantó las tablas y estuvo examinando el suelo de la cabina.

Luego salió al exterior y sumergiéndose junto al costado del bote fue a examinar la parte de abajo. Las niñas y Tom le observaban, preocupados.

—«Debemos» reparar el bote como sea —dijo Tom—. ¡Es nuestra única posibilidad!

Cuando Andy se reunió con ellos sobre la resbaladiza cubierta parecía contento.

—¿Sabéis? ¡No es gran cosa! —les anunció—. Creo que podré repararlo fácilmente. Las olas lo han levantado un poco, de manera que he podido llegar a la parte averiada… donde chocó contra las rocas se rompieron algunas tablas.

—¡Oh, «bien», Andy! —exclamaron las niñas, y Tom le dio una palmada en el hombro. ¡Qué maravilla si pudieran volver a ponerlo a flote! ¡Qué suerte que las olas lo elevaran lo suficiente para hacer posible el examinar la parte deteriorada! Tom no tenía idea de cómo pensaba Andy reparar el bote, pero estaba dispuesto a ayudarle con todas sus fuerzas, para compensar la pérdida del bote robado.

Tom y Andy volvieron a las rocas para buscar una cuerda. Andy estaba seguro de que si todos tiraban del bote cuando la marea estuviese alta, podrían liberarlo de las rocas y llevarlo hasta la playa donde no sería tan difícil repararlo.

—Verás, Tom, ahora no está muy sujeto —dijo Andy—. ¡Y creo que si aguardamos a que suba la marea y haga olas grandes, podremos sacarlo de entre las rocas! Entonces lo llevaremos a la playa como sea y veremos lo que podemos hacer.

—Si por lo menos pudiésemos hacerlo antes de que vuelva el enemigo —dijo Tom—. ¡Me pregunto si habrán descubierto ya mi fuga!

—No pensemos en eso —dijo Andy.

Los niños cogieron toda la cuerda que tenían y se la ataron fuertemente a la cintura. Luego volvieron a la playa. Las niñas seguían en el barco, pero la marea estaba subiendo y pronto tendrían que abandonarlo puesto que entonces quedaba cubierto por las olas.

Los niños ataron las cuerdas en la parte de proa, y luego sujetándose a la cuerda volvieron otra vez a la playa por encima de las rocas, aunque esta vez empapados. La marea subía y subía y los niños tuvieron que meterse en el agua hasta la cintura, ya que la cuerda no era suficiente para llegar hasta la playa.

—¡Mirad! ¡Viene una ola enorme! —gritó Andy—. Tirad de la cuerda todos en cuanto la ola alcance el barco. «¡Aaaaa-o!»

Todos tiraron… y cada uno de ellos sintió que el barco cedía un poco al ser alcanzado por la ola.

—¡Ahí viene otra! —chilló Andy—. «¡Aaaaa-o!»

Todos tiraron de la cuerda con todas sus fuerzas, y de nuevo el barco se movió un poco. ¡Las dos grandes olas, al llegar a la playa, habían calado a los niños hasta los huesos! Ahora el agua les llegaba a la barbilla.

—Agarraos a la cuerda, niñas —les advirtió Andy—. Si vienen muchas olas como éstas podríais perder pie. Pero mientras no soltéis la cuerda no os ocurrirá nada.

Después las olas fueron más pequeñas… y luego el viento comenzó a soplar con fuerza y las olas crecieron. Una enorme alzó su penacho verde por encima del mar.

—¡Viene un monstruo! —gritó Tom—. ¡Cuidado! ¡Nos arrastrará!

—¡Pero antes hemos de tirar del bote! —chilló Andy que estaba muy excitado. Estaba convencido de poder sacar el barco de entre las rocas—. Ahora… «¡Aaaaa-o!» «¡Aaaaa-o!»

La ola rompió contra el bote y al mismo tiempo tiraron de la cuerda. El bote se estremeció y gimió como si tratase de librarse de las rocas que lo aprisionaban, deslizándose unos palmos hacia delante.

La ola gigante había alcanzado a los niños después y todos, queda ron debajo de ella, incluso Andy. Rodaron entre la espuma y Jill tragó una buena porción de agua salada. Mary estaba muy enfadada porque Tom le había puesto un pie encima del cuello, pero Tom lo hizo sin querer. La ola le golpeó con tanta fuerza que se hundió y tuvo que bracear para volver a la superficie.

Ninguno había soltado la cuerda. Todos la sujetaban como Andy les había ordenado. De modo que no pasó mucho tiempo antes de que volvieran a estar en pie, sucediéndose el agua de la nariz y la boca, pero todos dispuestos a tirar con fuerza otra vez en cuanto se acercase otra ola grande.

—¡«Mirad» cómo se ha movido el barco! —gritó Andy con entusiasmo—. ¡Está casi fuera de las rocas! ¡Canastos! ¿No es emocionante?

El bote se había movido un buen trecho. Andy ahora estaba seguro de poder sacarlo, y aguardó pacientemente a que se acercara otra ola… y ¡cielos, era monstruosa! Con la pleamar el viento soplaba con fuerza. Una ola verde asomó su cresta y los niños gritaron.

—¡Mirad ésta!

—Nos tumbará otra vez —dijo Mary con miedo, pero no soltó la cuerda. La tumbara o no, estaba decidida a hacer su parte.

La ola iba creciendo a medida que se acercaba a las rocas donde estaba el barco, comenzó a curvarse un poco… y luego dio contra las rocas y el bote también.

—¡«Aaaaa-o»! —gritó Andy con una voz tan potente como la ola. Y todos tiraron. ¡Cielos, qué tirón fue aquél!

La gran ola les ocultó el bote y vino hacia ellos. Jill lanzó un grito de miedo.

—¡Agarraos! —gritó Andy, algo temeroso también. La ola les arrastró a todos, desprendiéndoles de la cuerda, excepto a Andy, que se sujetó con todas sus fuerzas.

Los otros tres niños rodaron como si fueran corchos hasta la arena de la rompiente. Luego la gran ola se retiró de la playa rugiente y espumeante.

Jill se sentó llorando. Mary permaneció echada completamente aturdida de momento. ¡Tom se incorporó furioso por la ola! Les había vapuleado de un modo infame, pensó.

En cuanto a Andy seguía bajo el agua, todavía agarrado a la cuerda… pero en cuanto pudo ponerse en pie lanzó un grito semiahogado y se aclaró la garganta para librarla de la sal del mar.

—¡El barco! ¡Mirad! ¡Está libre y flotando!

Todos miraron… y allí estaba el pequeño pesquero, libre y meciéndose en el mar, que seguía rompiendo contra las rocas.

—¡Venid a ayudarme antes de que venga otra ola grande! —gritó Andy—. Ahora podemos llevarle a la playa. ¡De prisa, Tom!

Los tres niños, vapuleados y chorreando agua, corrieron valientemente hacia el mar. Cogieron la cuerda y tiraron con fuerza.

—«¡Aaaaa-o!» «¡Aaaaa-o!» «¡Aaaaa-o!» —cantó Andy mientras tiraba.

¡Y el bote llegó meciéndose a la playa! Los niños llevaron la cuerda hasta el fondo de la playa y el bote les siguió hasta quedar sobre la arena.

—¡Lo hemos conseguido! —gritó Andy, bailando una especie de danza de guerra sobre sus cansadas piernas—. ¡Lo logramos! ¡Ahora veremos lo que es puede hacer!