Un descubrimiento emocionante
A nadie se le ocurría cómo rescatar a Tom. Si la entrada de la cueva estaba vigilada, ¿cómo era posible que Andy entrase sin ser visto?
El muchacho lo descartó al cabo de un rato y para distraerse puso el gramófono. Sólo había quedado un disco entero, y era el que tenía una canción de cuna por un lado y las tonadas infantiles por el otro. Las niñas lo escucharon bastante fastidiadas, ya que lo habían oído cientos de veces desde que llegaron a la isla.
—Páralo, Andy —dijo Jill—. ¡Si vuelvo a oír esa voz cantando esa canción de cuna me dormiré!
Andy quitó el disco del gramófono y se fue a la entrada de la cabaña. No tenía miedo de que volvieran los hombres, ya que estaba seguro de que por el momento consideraban que no había nadie en «aquella» isla.
Andy tuvo una idea y regresó con las niñas.
—Creo que sería conveniente que yo fuese a la segunda isla esta noche, cuando haya oscurecido —les dijo—. Es posible que pueda ponerme en contacto con Tom de algún modo y enterarme de lo que ha ocurrido, aunque no pueda rescatarle.
—Oh, Andy… nos quedaremos solas —dijo Mary con desaliento.
—No nos importa eso, si Andy puede ayudar a Tom —intervino Jill—. Nos quedaremos en la cabaña, Andy, y trataremos de dormir mientras tú estás fuera. Pero tendrás cuidado, ¿verdad?
—Lo tendré —repuso Andy—. No quiero que me hagan prisionero a mí también… no necesitáis preocuparos por eso. ¡Ningún enemigo me atrapará!
De manera que aquella noche, cuando sólo tenía la luz de las estrellas para guiarse, ya que la luna no había salido, Andy recorrió la línea de rocas hasta la segunda isla. Fue con mucho cuidado, pues no quería hacer el menor ruido que pudiera llegar a oídos de los que pudieran estar en la playa de la cueva.
Vadeó las aguas poco profundas hasta la arena del extremo más cercano de la playa. Y allí permaneció quieto escuchando, y no muy lejos, cerca del acantilado donde estaba la entrada de la cueva, oyó toser.
«¡Ajá! —se dijo para sus adentros—. ¡Gracias por esa tos, querido centinela! Ahora sé exactamente dónde estás. Detrás de la gran roca de la entrada de la cueva. ¡Bueno, no pienso acercarme a ti!»
El niño estuvo un rato allí, escuchando. El centinela carraspeó y tosió otra vez muy fuerte. Andy sonrió. Echó a andar hacia el extremo del acantilado y allí se puso a trepar con sumas precauciones.
Como no era muy empinado, pronto estuvo arriba, y sin hacer el menor ruido.
Encontró una pequeña hondonada donde los helechos y el acebo crecían profusamente. Se agazapó debajo de un matorral, amontonó los helechos debajo, y durmió plácidamente. Sabía que no le era posible hacer nada hasta que llegase la mañana y pudiera ver dónde estaba.
El sol fue despertando a Andy. Tenía agujetas, y se desperezó bostezando. Sentía apetito, pero allí no había otra cosa que bayas silvestres.
Avanzó con cautela hasta el borde del acantilado. Casi debajo mismo estaba el centinela que oyera la noche pasada, detrás de una roca de la entrada de la cueva. En aquel momento un bote se aproximaba a la playa del que salió un hombre para relevar la guardia al centinela. Estuvieron charlando un rato y luego el primer centinela se fue hacia el bote bostezando, y el nuevo ocupó su puesto de vigilancia.
Andy se sentó para pensar. Retrocedió hasta un lugar que él imaginaba debía estar exactamente encima de la «Cueva Redonda», preguntándose si Tom le oiría si golpeaba el suelo fuertemente con los pies.
Al fin y al cabo, el niño no podía estar muy lejos, ya que la «Cueva Redonda» se internaba mucho en el acantilado.
Y entonces ocurrió algo extraordinario… ¡y tan sorprendente que a Andy el corazón casi se le escapa del pecho!
¡Se oyó un gemido bajo sus pies! Andy estaba tendido sobre la maleza, y al oír el gemido levantó las piernas para mirar de dónde había salido, ya que no podía dar crédito ni a sus ojos ni a sus oídos.
Se oyó otro ligero gemido, más semejante a un bostezo prolongado. Andy miró la maleza preguntándose si no le habrían engañado sus oídos. ¡Las plantas ni bostezan ni gimen! Entonces, ¿qué era aquello?
Suave y cautelosamente el niño comenzó a examinar el acebo. Lo fue apartando a un lado y ante su enorme asombro descubrió un agujero debajo de las raíces de la planta… un agujero que debía conducir a la «Cueva Redonda», ya que según él debía hallarse exactamente encima de aquella cueva.
Andy estaba tan excitado que se puso a temblar.
«No es extraño que la cueva no oliera a humedad ni a aire viciado, como era de esperar —pensó—. ¡Aquí hay un respiradero que va directamente a la cueva! ¡Cielos! Me pregunto si existe alguna posibilidad de rescatar a Tom por este camino».
Arrancó toda la mata para examinar el agujero. La tierra era seca y arenosa. Andy comenzó a escarbar, viendo que era muy sencillo agrandarlo. ¡Supongamos que pudiera hacerlo lo bastante grande como para poder bajar… o para que Tom subiera!
«¡Sabía que existiría algún medio si no abandonábamos la esperanza! —pensó el niño excitado—. ¡Lo sabía!»
Fue arrastrándose hasta el borde del acantilado y se asomó. El centinela seguía allí ocupado en comer su desayuno. Estaría descuidado por algún tiempo.
Andy regresó a gatas hasta el agujero. Estuvo escarbando un poco más y luego se tendió acercando su rostro al hueco. Parecía prolongarse más y más hacia abajo en la oscuridad.
Andy habló en voz baja.
—¡Tom! ¿Estás ahí?
¿Y estaba Tom allí? ¡Sí, lo estaba! Había estado en la «Cueva Redonda», solitario y abandonado, desde que le hicieron prisionero. Le parecía que habían transcurrido años. Estaba muy preocupado por los demás. Comió algo de los alimentos que le rodeaban, pero ahora no tenía apetito. Sentíase desgraciado y atemorizado, aunque no quiso demostrárselo a ninguno de los centinelas que de cuando en cuando recorrían el pasadizo de rocas para ver si todo estaba en perfecto orden.
El hombre que hablaba inglés había ido a verle la noche anterior.
—Hemos registrado la primera isla y ésta —le había dicho a Tom—. ¡Hemos encontrado tu cabaña… y a tus amigos también!
A Tom el corazón le dio un vuelco al oír esto. En realidad, aquel hombre estaba mintiendo, esperando que Tom le dijera algo que le indicase «dónde» estaban los otros. Pero Tom no dijo nada.
—Te digo que hemos encontrado a tus amigos —le dijo el hombre—. Lucharon de firme, pero han sido capturados.
Tom miró al hombre con extrañeza. Sabía perfectamente que las niñas no iban a luchar contra aquellos hombres. ¿Qué quería decir aquel hombre? ¿Estaría mintiendo?
De pronto, Tom comprendió que aquel hombre esperaba engañarle para que dijera algo de los otros. Aquel hombre ignoraba que «los otros» eran tan sólo dos niñas y un muchacho. ¡Ni siquiera estaba seguro de que «hubiese» ningún otro!
«Bueno, dos pueden jugar a las mentiras», pensó el niño. De manera que, adoptando una expresión de gran sorpresa, exclamó:
—¡Cielos! ¿Entonces «hay» gente en estas islas? ¡Ojalá lo hubiese sabido! ¡Les hubiera podido pedir ayuda!
El hombre pareció sorprenderse. ¿Entonces, aquel muchacho no tenía amigos? ¿Sería cierto que estaba completamente solo? El hombre no sabía qué pensar, y sin decir más, dio media vuelta y salió de la cueva. Tom no pudo por menos de sentirse complacido… ¡El hombre pensó engañarle… pero él estaba seguro de haberle confundido!
Estaba muy solo en la «Cueva Redonda». Tom dormía profundamente toda la noche, pero el día se le hacía muy, muy aburrido.
Se sentó encima de una caja gimiendo con fuerza, luego bostezó ruidosamente. Estaba aburrido y solo.
Permaneció allí sin hacer nada, y entonces oyó un ruido muy peculiar sobre su cabeza… como si escarbaran. Tom se preguntó qué podría ser.
«Tal vez sea un conejo o algo parecido —pensó—. Pero no… no es posible. El techo de la cueva es de roca».
El ruido continuó… y luego ocurrió algo que hizo que Tom pegara un respingo.
¡Una voz extraña y hueca resonó en la cueva! Llenó toda la estancia y Tom apenas entendió las palabras. La extraña voz dijo:
—¡Tom! ¿Estás ahí?
En realidad era la voz de Andy, naturalmente…, pero al recorrer el trayecto desde el agujero hasta la cueva… la hacía profunda y extraña, nada parecida a la de Andy.
Tom temblaba y no dijo nada. No comprendía cómo de pronto se oía aquella voz en la cueva. De modo que Andy volvió a hablar:
—¡Tom! Soy Andy. ¿Estás ahí?
La voz retumbó en la cueva… pero esta vez Tom no estaba tan asustado. ¿Sería posible que Andy le hablase desde alguna parte? Contestó todo lo fuerte que se atrevió:
—¡Estoy aquí! ¡En la «Cueva Redonda»!
La voz de Tom le llegó a Andy confusa y alterada, ya que Tom no estaba tan cerca de la boca del agujero. Andy no entendió lo que dijo, pero supo que era Tom quien le hablaba.
«¡Bien! —pensó—. Tom está aquí: Volveré a hablarle y veré si puedo enterarme de lo que le ha ocurrido».
De manera que otra vez la voz de Andy resonó en la cueva.
—¡Tom! Te hablo desde un agujero que debe conducir a la cueva. Mira si puedes encontrarlo y háblame por él. No te oigo bien. Pero hagas lo que hagas, no dejes que nadie te oiga hablar conmigo.
Tom estaba excitado. ¡El bueno de Andy! Se puso en pie y estuvo buscando el agujero que le acercaría a Andy. ¡Tenía que encontrarlo, tenía que encontrarlo!